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Consumo
El dilema de la acuicultura: ¿macrogranjas marinas o salvadora de especies?
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
El volumen que ha alcanzado la acuicultura en el mundo sorprende por sus cifras. Si bien se trata de una actividad “ancestral, con miles de años”, como remarca a El Salto Lidia Robaina, investigadora del Instituto Universitario de Acuicultura Sostenible y Ecosistemas Marinos (IU-Ecoaqua) de la Universidad de Las Palmas, el sector se ha industrializado en las últimas décadas a pasos agigantados. A nivel global, en 40 años ha pasado de suministrar el 5% del pescado a suponer el 46% de la producción y más de la mitad —el 52%— del destinado a consumo humano, según los últimos datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), referentes a 2018. Son 20,5 kilogramos per cápita anuales llegados desde las piscifactorías a pescaderías y supermercados, con un espectacular crecimiento motivado por los avances científicos y la desaparición de la biodiversidad salvaje debido a la masiva pesca industrial, ayudada de fenómenos producidos por los humanos como la crisis climática, la contaminación o la alteración de ecosistemas.
El consenso respecto a la destrucción de biodiversidad marina en los últimos años es claro a pesar de que el océano es, aún hoy, una gran incógnita en lo que a conocimiento científico y de las especies que alberga se refiere. La FAO afirma que las poblaciones explotadas hasta niveles biológicamente insostenibles pasaron del 10% en 1974 al 33,1% en 2015. Las estimaciones de Greenpeace apuntan a que, durante el siglo XX, la biomasa de los peces depredadores se redujo en más de dos terceras partes, mientras las poblaciones de familias como los Escómbridos, en la que se encuentran especies como el atún o el bonito, se redujeron un 74% entre 1970 y 2012, según recogen los informes Planeta Vivo de WWF. Estos indican que la población total de vertebrados se habría reducido a la mitad —un 49%— en ese mismo período. Y la aceleración de la emergencia climática no ayuda: un estudio publicado por investigadores de las universidades de Washington y Princeton en la revista Science el pasado 28 de abril alerta de que los procesos producidos por el aumento de la temperatura amenazan con producir una extinción masiva de especies comparada a la del periodo Pérmico-Triásico hace 250 millones de años. Llamada la Gran Mortandad, acabó con el 81% de las especies marinas.
“La acuicultura en Europa está basada casi exclusivamente en peces carnívoros, de tal manera que para comer esos peces tenemos que ir al mar a pescar otros peces en estado salvaje que nos podríamos comer”, indica Salvador Arijo
Además, el daño actual afecta especialmente a algunas zonas del planeta, entre ellas el Mediterráneo y las costas ibéricas. La Agencia Europea de Medio Ambiente ya concluyó en 2015 que el mal estado de muchas especies y hábitats marinos implicaba que los mares de Europa “no se pueden considerar salubres ni limpios”.
Presión en los mares
Ante el panorama actual y venidero, unido a un incremento del consumo mundial de pescado comestible —del 3,1% anual entre 1961 y 2017, con datos de la FAO—, la cría de especies acuáticas se erige como una actividad que puede disminuir la presión sobre los recursos naturales, según apunta la investigadora de la Universidad de Las Palmas. En su opinión, ante el estancamiento de las capturas de pesca desde hace décadas, “la acuicultura ha sido capaz de posicionarse mundialmente para ir supliendo esa falta de alimento que, por otro lado, no puede ser suministrada”.
Desde Changing Markets, una organización que publicó en noviembre de 2021 el informe Mantenerse a flote: una evaluación de la posición de los minoristas europeos respecto al abastecimiento de pescado de piscifactoría, sostienen que, efectivamente, “la acuicultura tiene el potencial de ayudar a relajar la carga ejercida sobre los océanos”, pero añaden la coletilla “si esta está implementada de forma sostenible”. Así, aunque afirman que existen soluciones más ecológicas, como el uso de piensos alternativos a los mayoritarios hoy o el cultivo de especies que no requieren alimento extra y que necesitan menos insumos, la realidad podría no ser tan sostenible como pinta la industria.
“Lo que ha pasado con la acuicultura es que se ha convertido en una actividad industrial igual que las macrogranjas”, indica Richard Barreno
“Las piscifactorías de acuicultura inicialmente se vendieron como algo muy ecológico que permitiría que los caladeros se regeneraran”, apunta Richard Barreno, presidente de Sea Shepherd España e integrante de Ecologistas en Acción Marina Baixa. “Pero eso sería así si el pescado fuera un producto estándar, y no lo es: hay gente que quiere pescado fresco, de la bahía y ese tipo de cosas”. Mientras el volumen de capturas global de peces vía pesca se ha mantenido relativamente estable en las últimas tres décadas —en torno a los 90 millones de toneladas anuales— en ese mismo periodo la acuicultura ha irrumpido igualando el volumen de capturas de pesca, duplicando la producción total. “Lo que ha pasado con la acuicultura es que se ha convertido en una actividad industrial igual que las macrogranjas”, continúa el ecologista.
Barreno, además de miembro de la Junta Rectora del Parque Natural de Serra Gelada (Alicante), es una de las voces más críticas con un proyecto que ha unido a voces a menudo tan dispares como el Partido Popular de Calpe, asociaciones ecologistas, empresarios y administraciones locales de la Marina Baixa alicantina. Se trata del plan que la multinacional Avramar, el mayor productor global de lubinas y doradas —producto de la fusión de cuatro corporaciones con actividad en España y Grecia, de la que son socios el fondo norteamericano Amerra Capital Management y el Mubadala Investment Company, holding del Gobierno de Abu Dabi—, está desarrollando para ampliar una piscifactoría en Altea. El proyecto implica que esta pasará de criar 220 toneladas anuales de corvinas, lubinas y doradas a 3.000. La instalación, que ha sido aprobada inicialmente por la Generalitat Valenciana y a la que ha presentado un recurso de alzada el Ayuntamiento de Calpe, pretende ocupar 550.000 metros cuadrados de terrenos del dominio público marítimo terrestre con 45 granjas flotantes de 25 metros de diámetro y 12,5 de profundidad.
Impactos
Los impactos ambientales de una piscifactoría son motivo de discusión. Barreno hace hincapié en que los estudios de impacto deberían hacerse a nivel de área y no solo de emplazamiento como se hace actualmente, teniendo en cuenta la flora, la fauna y las corrientes, lo que en el caso de la piscifactoría de Altea implicaría la bahía de Calpe.
Los niveles de antibióticos utilizados, así como otras soluciones antibacterianas y antiparasitarias como los baños de formol, son uno de los problemas denunciados históricamente. “Son peces que están hacinados, igual que los animales de granja, y en cuanto aparece un patógeno en uno de ellos se expande rápidamente”, explica Salvador Arijo, biólogo y profesor de la Universidad de Málaga especializado en patógenos, vacunas y uso de probióticos en la acuicultura. La masificación facilita la propagación de esas enfermedades infecciosas al resto del ecosistema marino, a la vez que puede provocar estrés en los peces, disminuyendo su respuesta inmunitaria. Para paliar la propagación de algunas de ellas, el uso de antibióticos, aunque “más controlado en Europa”, incide el biólogo, llega a todo el medio marino y su “uso y abuso” hace que aparezcan cepas resistentes: “La verdad, da miedo la cantidad de cepas resistentes que está habiendo por culpa de eso”.
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Es un problema que afectaría en mayor medida a piscifactorías de fuera de Europa, debido al menor control por parte de las autoridades y a una legislación más laxa. Sin embargo, Arijo incide en la existencia y el desarrollo de alternativas a los antibióticos: “Ahora mismo se está trabajando con extractos naturales de plantas que tienen una actividad inmunomoduladora o que son capaces de inhibir el crecimiento de bacterias”. También los probióticos como métodos de combate contra patógenos, un campo en el que él es especialista.
La investigación de Changing Markets concluyó que “ninguna cadena de supermercados tiene el objetivo claro de reducir, y en última instancia de eliminar, el pescado salvaje en los piensos”
Otro de los impactos denunciados es la proliferación de nutrientes. La suma del pienso en forma de sólidos en suspensión unida a los excrementos con grandes cantidades de nitrógeno puede dar lugar a problemas de eutrofización —pérdida de oxígeno del agua—, un fenómeno menos problemático en el mar que en la acuicultura en ríos, lagos y estanques, especialmente en Asia. “La gran cantidad de peces que se produce en algunos ríos es tan alta que están completamente contaminados”, denuncia el biólogo. Además, en regiones como la cuenca del Paraná o del Amazonas se suma el problema del uso de especies no autóctonas que, una vez escapan al medio, se convierten en invasoras, alterando el ecosistema.
Consumir carnívoros
Pero una de las principales críticas por falta de sostenibilidad a la acuicultura, más allá de los impactos locales y contaminantes, es el uso de harina y aceite de pescado para alimentar a los peces. “La acuicultura en Europa está basada casi exclusivamente en peces carnívoros, y eso implica que esos peces para comer necesitan cierto porcentaje de piensos con harina y aceite de pescado, de tal manera que para comer esos peces tenemos que ir al mar a pescar otros peces en estado salvaje que nos podríamos comer”, indica el especialista de la Universidad de Málaga. “Se ha desmontado el mito de que es sostenible y de que estás salvando los caladeros”, añade al respecto Barreno, quien remarca que en áreas clave la situación se vuelve crítica: “El Mediterráneo se muere, está al 80-90% muerto, como para meterle ahora otra macrogranja, o más bien aumentar discretamente la cantidad de macrogranjas que se están metiendo con la excusa de que aporta empleo y es sostenible medioambientalmente”.
Lidia Robaina remarca que la acuicultura “es una forma de producir alimento bastante sostenible teniendo en cuenta la energía que inviertes por los kilos que sacas”
De una producción global de 179 millones de toneladas en 2018 —sumando pesca y acuicultura—, 22 se utilizaron para usos no destinados a la alimentación humana, “principalmente para la producción de harina y aceite de pescado”, señala el informe El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2020 de la FAO. El estudio Mantenerse a flote, de Changing Markets, analizó las políticas de abastecimiento de productos acuícolas de los 33 mayores actores de la distribución alimentaria en Europa entre marzo de 2020 y mayo de 2021. La investigación concluyó que “ninguna cadena de supermercados tiene el objetivo claro de reducir, y en última instancia de eliminar, el pescado salvaje en los piensos, lo que significa que ninguna de las empresas puede garantizar que su cadena de suministro acuícola no dañe los ecosistemas marinos o los medios de vida de las personas y el acceso a los alimentos en aquellos países donde se producen harinas y aceites de pescado”.
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La organización cargaba también contra las grandes superficies por incumplir su deber de informar a los clientes acerca del origen de los pescados y mariscos que venden, así como de toma de “medidas completamente insuficientes para proteger el bienestar de los peces en sus cadenas de suministro acuícola, lo cual resulta en maltrato y sufrimiento inaceptable de miles de millones de seres sensibles”. De hecho, la polémica sobre el proyecto de Nueva Pescanova, con el que se quiere abrir la primera granja de pulpos del mundo en Las Palmas de Gran Canaria con una capacidad de 3.000 toneladas anuales, ha introducido la problemática del bienestar animal de los peces en la agenda mediática y ha puesto en pie de guerra no solo al Ayuntamiento de la ciudad y a entidades locales, sino también al colectivo animalista, que ha convocado acciones de protesta contra el proyecto incidiendo especialmente en la inteligencia y la sensibilidad de los cefalópodos.
Mejor lisa que lubina
En lo referente al tipo de peces a criar, la opción más sostenible es, para el biólogo de la Universidad de Málaga, producir peces herbívoros y omnívoros —mayoritarios en la acuicultura asiática— que no necesiten de pienso fabricado de proteína de otros peces. Entre las opciones para sustituir doradas, lubinas o salmones, Arijo nombra a las lisas, de la familia de los mugílidos. “Aunque tiene muy mala fama, es una especie que sabe bien. Es una carne perfectamente válida, sabrosa, que podría sustituir a muchos peces carnívoros de piscifactorías que comemos, dentro de si optamos por comer peces de acuicultura”. En agua dulce, barbos o tencas son otras posibilidades más sostenibles que cita el biólogo.
Las especies herbívoras y omnívoras son una de las claves para llegar a una acuicultura más ecológica, que implica además mayores estándares de bienestar animal —lo que supone menos hacinamiento, y menos producción— y el uso de alternativas a los antibióticos, como los probióticos. En el campo de los moluscos, el mejillón, que es de largo la especie más producida en España —de la que es la primera productora mundial—, es otro de los 'cultivos' por los que aboga el biólogo: “No tienen el problema de que hay que pescar peces. Se buscan la vida, por así decirlo, y filtran el agua de la zona”. De hecho, incide en que la cría de moluscos bivalvos “es mucho más sostenible que la de peces”.
La UE importó el 74,7% del pescado que consumió en 2019, según datos de la Asociación Empresarial de Acuicultura Española
Otro de los problemas se encuentra en el mercado y las apetencias del consumidor. Lidia Robaina explica que la investigación y la adaptación de la acuicultura se centró en determinadas especies. “Las que eran más conocidas eran pocas y todo el mundo se dedicó a las mismas. ¿Por qué? Porque es un negocio. El salmón es el animal acuícola que más se conoce, y es el que más se produce”. La diversificación de las especies a criar es una opción que esta investigadora ve clave para el futuro del sector en clave sostenible: “Los europeos estamos acostumbrados a tomar animales más carnívoros, por los motivos que sea, y nos vamos a tener que acostumbrar también a ir alimentándonos de otros animales que son más herbívoros”. Y si no herbívoros, continúa, “que tengan unos requerimientos de proteínas animales, sobre todo de aceite, un poquito más bajos”.
Conversión alimenticia
Pero más allá de la alimentación de los peces, la especialista señala una variable más de cara a la sostenibilidad de las explotaciones: la energía empleada y la conversión alimenticia, esto es, la cantidad de kilogramos de alimento necesarios para producir un kilo de peces. De nuevo, la polémica está servida. Mientras Robaina señala que la cantidad de pienso necesario para producir en las piscifactorías es mucho más baja que en otras prácticas (incluso cercana a una relación de 1-1, en el caso de salmón), Arijo asemeja las tasas a las de la ganadería, muy superiores: “En principio se pensaba que, como eran animales de sangre fría, la conversión del alimento iba a ser mayor que en la ganadería. Pero aquí el problema es que los peces también se mueren bastante y, por tanto, los índices de conversión son bastante bajos”. Así, el biólogo defiende que “el impacto que genera comer un kilo de carne o un kilo de pescado puede ser cinco, seis, siete o diez veces más que el de comer un kilo de cualquier proteína vegetal”.
La FAO afirma que las poblaciones explotadas hasta niveles biológicamente insostenibles pasaron del 10% en 1974 al 33,1% en 2015
Por su parte, Lidia Robaina, quien remarca que la acuicultura “es una forma de producir alimento bastante sostenible teniendo en cuenta la energía que inviertes por los kilos que sacas”, incide en que, a escala global, “no podemos olvidar que en los países más desfavorecidos la acuicultura supone una importante parte de la alimentación”. Señala además que los avances han llevado a altos niveles de seguridad alimentaria y de calidad del pescado. “La población global aumenta y la cantidad de consumo per cápita de productos acuáticos se incrementa vertiginosamente. ¿Por qué? Porque la gente entiende que en los productos acuáticos hay una serie de nutrientes que no están en la tierra”. De hecho, aboga por aumentar la producción acuícola europea y española ante la dependencia del exterior, pues la UE importó el 74,7% del pescado que consumió en 2019, según datos de la Asociación Empresarial de Acuicultura Española.
En cualquier caso, Arijo plantea que en la cuestión de la acuicultura de fondo siempre está la cultura de los límites, más en un país como España, donde se duplica la media de consumo de pescado per cápita del mundo: 42,4 kilogramos al año frente a 19. “No estoy en contra de la acuicultura, me dedico a la investigación en acuicultura, pero no podemos estar creciendo indefinidamente”. Al igual que Barreno, usa la analogía con la industria cárnica: “Es el mismo dilema, hay que producir menos para producir mejor, y consumir menos para consumir mejor”. Dado el crecimiento de esta industria, un incremento que la FAO prevé que llegue a los 109 millones de toneladas en 2030 frente a los 82 millones actuales, el debate está servido.
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Los grises están en el artículo, sobre todo en la entradilla y en los destacados. Si se lee entero de forma crítica, bien se ve que la acuicultura es gris marengo, casi negra. Y la piscicultura todavía más oscura. ¡Pero si hasta la supuesta acuicultura más sostenible como la del cultivo del mejillón tienen unos impactos insostenibles en los ecosistemas! En las Rías Baixas gallegas, los fondos marinos están enormemente afectados por la deposición de heces y otros residuos desde las bateas.
gracias a los redactores por hablar de los multiples aspectos relacionados con la acuicultura.
Como antiguo trabajador en piscifactoria deje de comer ese pescado a los tres meses de entrar en la empresa.
Me permito aconsejaros el libro "sin mala espina" de la esforzada Lydia Chaparro que tuvo que hacer frente al lobby simplemente por informar sobre los efectos en la salud y el medio ambiente.
Gracias, de nuevo.