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Pueblo gitano
La Última Roma: resistencia y legado del Pueblo Gitano entre las ruinas de la era soviética

Son las dos de la tarde en la colina de Soroca, Moldavia, y las cúpulas doradas brillan bajo un sol que perece.
Entre las calles silenciosas, donde las fachadas inacabadas susurran historias de un tiempo perdido, un hombre canta en romaní frente a una réplica del Capitolio, con su voz flotando sobre un paisaje atrapado entre el esplendor y el olvido. Aquí en Soroca, la Última Roma, el pasado y el presente se entrelazan, y el futuro se desdibuja en la bruma de la incertidumbre.
Una comunidad entre dos mundos, dos épocas
Artur Cerari, líder de la comunidad gitana de Soroca, sirve té caliente en la mesa mientras mira con orgullo a su derecha, donde yace el vehículo de Yuri Andrópov, exjefe de la KGB y uno de los personajes más relevantes de las últimas décadas de la Unión Soviética.
Los últimos años de vida de la Unión Soviética, caracterizados por el aperturismo económico de la perestroika, ofrecieron distintas oportunidades a la población romaní en Soroca, desde la creación de cooperativas privadas hasta el auge del estraperlo.
“Aunque nuestro origen se remonta a la India antigua, nuestra supervivencia aquí siempre ha residido en nuestra identidad, nuestra huella histórica, nuestra tradición”, dice Cerari, líder de la comunidad gitana de Soroca
La familia Cerari, por ejemplo, fundó una de las cooperativas agrícolas más importantes de la zona, llevó a la prosperidad económica de numerosas familias en la colina de Soroca.
Hablar de los últimos días de la Unión Soviética con Cerari es hablar de un tema complejo que difumina una triste nostalgia en el ambiente. “Europa ha perdido su humanidad”, afirma, mientras recuerda aquellos días de bonanza.
La admiración explícita de Artur hacia el pueblo ruso parece irrenunciable, algo que parece común entre otros miembros de la comunidad de Soroca. Aquí la nostalgia hacia la URSS no es solo un recuerdo lejano, sino una fuerza viva que moldea identidades, decisiones y sueños.
Y es que la situación del Pueblo Gitano en Moldavia anterior al bloque soviético siempre había sido crítica. Durante los siglos XIII y XIV, las distintas migraciones llevadas a cabo por la población gitana hacia Europa del Este supusieron un importante asentamiento en las zonas de Rumanía y Moldavia.
Allí, primero las hordas mongolas y tártaras, y después los distintos principados modernos, los mantuvieron esclavizados hasta el siglo XIX, sin apenas cambios legales en su estatus, gobernase quien gobernase.
El fin de la esclavitud en la región durante el siglo XIX, fruto del levantamiento social contra la ocupación del Imperio Otomano, no mejoró su situación.
La mayoría de romaníes se vieron forzados a seguir trabajando para sus anteriores esclavistas, mientras que los que se negaron, se vieron forzados a emigrar o a la más absoluta miseria y a una vida nómada.
El punto de inflexión se daría durante la II Guerra Mundial. Tanto en Rumanía como en Moldavia, las tropas rumanas colaboracionistas con las SS nazis perpetraron auténticas barbaridades contra la población gitana local.
Sometidos a genocidio o esterilización, muchos de los romaníes que sobrevivieron fueron deportados a campos de concentración de la región de Transnistria, por aquel entonces ocupada por Rumanía, donde quedarían aislados. Al otro lado de la frontera, en Ucrania, la situación del Pueblo Gitano no sería mucho mejor.
“Aunque nuestro origen se remonta a la India antigua, nuestra supervivencia aquí siempre ha residido en nuestra identidad, nuestra huella histórica, nuestra tradición”, dice.
Para Cerari, la conservación del valaco norteño, un dialecto regional de la lengua romaní, no hubiera sido posible sin unos lazos comunitarios tan profundos. Así lo recuerda al hablar, con sumo cariño, de sus hermanos en España, donde la situación de por ejemplo, el idioma caló, es sumamente grave.
El desarrollo de la lengua, así como la fuerte identificación con la fe ortodoxa, son pilares imprescindibles para entender la historia de perduración del Pueblo Gitano en Europa del Este, sometida históricamente a esclavismo, guerra, genocidio y marginación.

Presente y futuro en la colina
En la actualidad el peligro de la comunidad romaní de Soroca reside en la falta de relevo generacional. La ausencia de gente joven, fruto del éxodo por la ausencia de oportunidades, es una de las primeras cosas que llama la atención a quien se adentra en la colina, entre miradas de curiosidad y sospecha por parte de las familias que allí quedan.
“Nuestros hijos, nuestros nietos, no tienen escuelas donde se respete su lengua, sus orígenes, su patrimonio”, afirma Cerari.
Según datos de Unicef, solo uno de cada cinco niños romaníes llevan a cabo la etapa preescolar, frente a cuatro de cada cinco niños de distinto origen.
El peligro de la comunidad romaní de Soroca reside en la falta de relevo generacional. La ausencia de gente joven, fruto del éxodo por la ausencia de oportunidades, es una de las primeras cosas que llama la atención
En superiores niveles de escolarización, los niveles también se mantienen muy bajos, debido a factores como la discriminación, la falta de protección escolar o figuras como el matrimonio infantil, que expone a las niñas adolescentes a una exclusión temprana del sistema escolar y un alto riesgo de violencia reproductiva.
La integración romaní no puede llevarse a cabo sin su participación en la política y legislación nacionales. En el último lustro la política de Moldavia ha virado hacia posturas europeístas con el gobierno de la liberal Maria Sandu, algo que ha llevado a cierta desconfianza entre la comunidad gitana de Soroca, que no olvida la sombra del nacionalismo rumano en la historia de su pueblo.
Soroca forma parte del cinturón rojo moldavo, regiones fronterizas con Ucrania y Transnistria donde los resultados electorales favorecen históricamente a candidatos socialistas y mediáticamente denominados como prorrusos.
En oposición, Chisináu, la capital de Moldavia, es el feudo de la política europeísta, en un proceso parecido al que ocurre en otras ex repúblicas soviéticas como Georgia, donde las diferencias entre el centro y la periferia interna del país son cada vez más notables.
No obstante, más allá de la política nacional, en el seno de la comunidad gitana han surgido también distintas iniciativas representativas. Artur Cerari, por ejemplo, ha tenido históricamente altavoz a nivel nacional en la defensa pública de los derechos de la minoría romaní a nivel legislativo.
Otros, como su primo Robert Cerari, decidieron formar parte del Movimiento Social Político Romaní, aventura política que aspiró, durante un breve espacio de tiempo, a representar al Pueblo Gitano invisibilizado por el gobierno de Chisináu.
También se trabaja desde la comunidad gitana de Moldavia para ganar peso en instituciones como el Consejo de Europa. Más allá de su peso político real, este tipo de interlocutores sirven como reconocimiento internacional de una situación de desigualdad, de la cual ha advertido en numerosas ocasiones el Relator Especial para las Minorías de la ONU.

El poder de la estética
El surrealismo arquitectónico de la colina de Soroca se explica a través de la diferenciación socioeconómica, fruto del auge de los años 80.
La falta de libertad y prosperidad del Pueblo Gitano durante todo su pasado en la región, les llevaría a querer sellar un legado para el futuro, en una de las pocas etapas de su historia donde pudieron sentirse mínimamente libres y felices.
Desde el estilo Teatro Bolshoi, hasta el atrevido Capitolio, pasando por el mismísimo Congreso de los Diputados español, dicha prosperidad se tradujo en la construcción de decenas de mansiones excéntricas y caóticas.
“Es como si viviéramos junto a las ruinas de una civilización perdida”, describe entre risas Sacan Servan frente a uno de los edificios más imponentes de la colina de Soroca
Estas mansiones darían cobijo futuro a cientos de familias, y sellaría el futuro del Pueblo Gitano en la región, para por fin dejar de huir y consolidar su identidad, unida al de un hogar histórico con una estética distinguida.
“Es como si viviéramos junto a las ruinas de una civilización perdida”, describe entre risas Sacan Servan frente a uno de los edificios más imponentes de la colina de Soroca, cuya cúpula dorada yace imponente coronada por las siglas SVN de su familia.
“Mi familia construyó todo esto, pero con la crisis [de los años 90] todos huyeron de aquí a la capital o a otros países. Ahora sólo quedamos un par aquí, que vivimos en otra casa más modesta”.
Sacan insiste en mostrar sus documentos personales, que certifican el cómo su familia formaba parte de la historia de esta idílica construcción. Para ellos, la situación actual supone sentirse incomprendidos desde fuera. El cómo el auge y caída pudo darse tan rápido, supuso un trauma para la comunidad, que dificulta la reflexión de las causas y consecuencias para el lugar.
Entre las ruinas de la colina, la naturaleza se abre paso. En las pocas mansiones habitadas que quedan, las fachadas sin pintar y una gran austeridad interior contrasta, paradójicamente, con una gran pulcritud, producto del trabajo diario de las familias que aquí se resisten a abandonar.
Años atrás, el Gobierno moldavo, en consonancia con las autoridades locales de Soroca, otorgaron exenciones de impuestos a quienes habitan en mansiones declaradas ruinas, por tener un porcentaje de construcción insuficiente.
El propio Artur Cerari, líder de la comunidad gitana, acusa a Europa de hacerse con los bosques y recursos de la zona de manera desigual e injusta
Dicha medida, destinada a facilitar la situación económica del vecindario, contrasta con el alza de los impuestos en otros ámbitos locales, lo que ha provocado las quejas de quienes habitan en la colina, que consideran que deberían ser subsidiados por mantener un lugar que es reclamo turístico para familias de toda Moldavia.
El mayor desafío ahora para la comunidad gitana de Soroca es el futuro próximo. La posible entrada de Moldavia en la Unión Europea abre la puerta a que la inversión extranjera acabe por expulsarlos del lugar.
El propio Artur Cerari acusa a Europa de hacerse con los bosques y recursos de la zona de manera desigual e injusta.
Más allá de la procedencia de los inversores, que puede ser puesta en duda, la cuestión del expolio de la tierra moldava sí parece ser un grave problema.
En 2018, el Gobierno socialista de Igor Dodon prohibió la compra por parte de extranjeros de tierras de cultivo y bosque del país. Para aquel entonces, ya el 15% de la superficie de cultivo del país se encontraba en manos de fondos transnacionales, según datos de la Asociación de Inversores Extranjeros de Moldavia.
Soroca, a orillas del río Dniéster, se encuentra en una región con importantes reservas tanto forestales como de cultivo. Según datos de la agencia estatal MoldSilva, casi el 80% de las comunidades locales utilizaban la madera y otros tipos de biomasa agrícola como fuente de energía primaria en 2011.
Así mismo, otro estudio de 2014 confirma que la agricultura de subsistencia suponía la principal fuente de ingresos para el 64% de las comunidades locales, y hasta el 18% de los ingresos de las comunidades locales procedían de la cubierta forestal.
Dado este contexto, la entrada masiva de capital extranjero podría ser letal para la población de Soroca, tanto por razones económicas como por razones de identidad cultural.
El miedo a que el nuevo Gobierno de Maria Sandu acceda a la liberalización del suelo como paso imprescindible para la integración europea parece latente entre distintos miembros de la comunidad romaní de Soroca.
Para el Pueblo Gitano en la colina, la pregunta no es sólo si las cúpulas doradas resistirán el paso del tiempo, sino si los muros de la Última Roma serán capaces de soportar el último envite de la globalización.