Donald Trump CPAC 2025
Donald Trump en la Conferencia Política de Acción Conservadora de 2025. Foto de Gage Skidmore.

Economía
La claudicación de Trump: del momento Lehman a la derrota a lo Liz Truss

La crisis en el mercado de bonos estadounidenses y las advertencias de Wall Street hicieron frenar a Trump. Fiel a su estilo, el presidente de EE UU ha reclamado la victoria, pero la desconfianza hacia su rumbo político persiste.
12 abr 2025 04:05

Durante unas horas, desde el momento en el que se hicieron efectivos los aranceles hasta la tarde del miércoles en el que la Casa Blanca reculó, la economía mundial y estadounidense se tambaleó. Pero el riesgo de una ruptura en los mercados persiste por el hecho de que Trump ha optado por aumentar los aranceles a las importaciones chinas hasta el 145% y mantener el arancel universal del 10%. A la euforia derivada de la rendición han seguido nuevas caídas en las bolsas, como resultado de la escalada arancelaria con China. Pese al parón, Trump ha elevado la tasa arancelaria promedio de su país a más del 25% desde su reentrada en la Casa Blanca. Goldman Sachs es uno de los bancos que advierte del territorio inexplorado en el que se ha entrado: “La incertidumbre política sigue siendo muy alta y es probable que pese sobre la actividad empresarial y de los consumidores“.

“Los inversores no solo no tienen forma de plantear algún escenario a corto plazo como el más probable en base a lo que piensen que va a hacer Trump, que es imposible adivinar, sino que además esta incertidumbre ya queda ahí para los próximos cuatro años”, indica Luis Flores, especialista en mercados bursátiles e integrante de Ecologistas en Acción. Puede parecer un problema de especuladores, millonarios y gente con aspiraciones de serlo, pero la experiencia indica quién paga los colapsos de los mercados. 

La economista neokeynesiana Ann Petiffor describía en su newsletter lo sucedido como un “momento Lehman”. Los ecos de 2008, y de la crisis que ha configurado nuestro mundo en el siglo XXI, no solo se han recordado entre los analistas de izquierda, sino que en los parqués se recuperaban las inercias de entonces, la misma búsqueda de seguridad —valores refugio—, pero con un componente inusual: los inversores rehuían la deuda estadounidense. “No subestime la gravedad del shock de Trump del 2 de abril de 2025. Sobre todo, no subestime el impacto que tendrá en su pensión, sus inversiones, posiblemente su trabajo y su economía, dondequiera que se encuentre”, alertaba el miércoles Petiffor.

Bill Ackman, antiguo representante de la élite oligárquica progre seducido por la retórica antiwoke, habló el lunes 7 de abril de “un invierno nuclear económico autoinducido”

Finalmente, como ha proclamado el Financial Times, que ha ejercido de punta de lanza del liberalismo económico en su batalla contra Trump, el mercado de bonos humilló al presidente de Estados Unidos. "Trump admitió que estaba contemplando el desmoronamiento de los mercados de bonos y que Jamie Dimon [jefe de JP Morgan] lo convenció de suspender la mayoría de los aranceles durante 90 días”, detalla el artículo de FT.

El exsecretario del Tesoro Larry Summers había señalado el peligro, al advertir que el país, "podría estar encaminándose hacia una grave crisis financiera totalmente inducida por la política arancelaria del gobierno estadounidense”. Summers es un antiguo colaborador de los Clinton y de Barack Obama, algo que podía inducir a Trump a no atender a sus advertencias, pero el diagnóstico era más problemático que su emisor: “Las tasas de interés a largo plazo están mostrando un salto alcista incluso mientras el mercado bursátil se mueve bruscamente a la baja. Este patrón sumamente inusual sugiere una aversión generalizada a los activos estadounidenses en los mercados financieros globales. Los mercados financieros globales nos tratan como un mercado emergente problemático”.

Pero las advertencias no venían solo de los liberales, Bill Ackman, antiguo representante de la élite oligárquica progre seducido por la retórica antiwoke, y una figura prominente en Wall Street habló el lunes 7 de abril de “un invierno nuclear económico autoinducido” y sugirió a Trump lo que éste después hizo: una tregua de tres meses en su desquiciado plan. Tras el giro, Ackman premió a su presidente con una felicitación por haber “ejecutado con brillantez” su plan. La pausa había evitado un ataque a los bonos estadounidenses similar al que arrasó la carrera política de la exprimer ministra británica Liz Truss, la responsable de uno de los delirios en política económica más sonados de este siglo.

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Castigo a los pobres

“¿En qué quedamos, el libre mercado era malo o era bueno?” El comentario en Instagram a un artículo anterior sobre el aranceles de Trump señala una de las muchas dudas que la izquierda política está explicitando en todo el mundo con respecto a una sacudida a la economía global que ha dejado fuera de juego durante unos días a países, gobiernos, mercados y gente de a pie y cuya última finalidad no está clara. La narrativa del proteccionismo ha ganado adeptos y, aunque la propuesta de Trump no tiene nada que ver con la que se discutía hace más de 20 años en el Foro Social Mundial, el hecho es que, con el habitual martilleo de “guerra cultural” emitido por el empresario neoyorquino como sonido de fondo, no estaba tan claro que ni siquiera en un escenario de precios altos y despidos la apuesta de la Casa Blanca saliera mal. Al menos entre la base electoral de los republicanos, al menos en el corto plazo, al menos dando por muerta la era del crecimiento económico y aceptando el paso a otro escenario.

El 45% de los votantes de Trump cree que los aranceles dañan a la economía doméstica, frente al escaso 14% que cree que ayuda

Los efectos señalados por los analistas internacionales son precios más altos, menor competitividad y cadenas de suministro fragmentadas, “efectos similares a los observados durante la guerra comercial entre Estados Unidos y China en 2018”. La medida, tomada así, en ese momento, iba a empobrecer a la población estadounidense y de todas partes del mundo. Otras alertas, por ejemplo el de Cullen S. Hendrix, del Instituto Peterson de Economía Internacional, señalaron que los aranceles impuestos por Trump hacían peligrar entre 15 y 20 millones de trabajadores estadounidenses ocupados en industrias orientadas a la exportación. 

Trump consiguió mitigar el discurso inicial en contra de los aranceles, en el que coinciden todos los análisis, que alertaba del incremento de la inflación que acarrearía esa subida pidiendo fuerza, valentía y paciencia —y admitiendo que las subidas causarían dolor— en pos de una promesa de grandeza. Pero no consiguió que el conjunto de la población creyera que los aranceles beneficiarán a la economía estadounidense. 

Un 48% de la población los consideran problemáticos para la economía en el largo plazo y el 77% creen que aumentarán los precios, según una encuesta de The Economist / YouGov. Solo un 37% tenía fe, según la encuesta, en que la política arancelaria supondrá una mejora de la economía en el largo plazo. El 45% de los votantes de Trump cree que los aranceles dañan a la economía doméstica, frente al escaso 14% que cree que ayudan.

Fuera de Estados Unidos —y fuera de la Unión Europea—, el impacto de los aranceles se había calculado como devastador sobre los países del sur global. En un artículo, la ONG Debt Justice, “los aranceles sobre las exportaciones a la mayor economía del mundo golpearán directamente a los países que ya sufren una alta carga de la deuda, lo que conducirá a nuevas contracciones de gasto público e inversión en sus economías, a medida que caigan los ingresos en moneda extranjera”.

La razón, no obstante, es la misma por la que los aranceles son un riesgo para las economías avanzadas: “El pago de deudas externas, las que se adeudan a personas en otras partes del mundo, requiere ganar dinero del resto del mundo, generalmente a través de las exportaciones”, explica el mismo artículo. Luis Flores detalla cómo ese hecho también planea como una amenaza sobre el propios Estados Unidos: “La deuda americana se ha multiplicado los últimos años, es descomunal, y en parte se financia por flujos de fuera. Y esos flujos viene de países con los que tiene déficit comercial porque les compra. Si corrige el déficit comercial adiós flujos para comprar su deuda”, apunta este experto.

El plan abortado

La Casa Blanca quiso atajar el riesgo inmediato reclamando a la Reserva Federal una bajada de tipos de interés y acusando a su presidente de “hacer política” por no llevarla a cabo. Como explica el sociólogo Isidro López, coautor del libro Fin de ciclo (Traficantes de Sueños, 2010), la apuesta del presidente estadounidense era una depreciación del dólar, un daño colateral que abre una fase de postcrecimiento, y mantener bajos los precios del petróleo y de la energía.

Dos noticias recientes inducen a pensar que Trump está llevando a cabo ese plan: la negociación en términos de “máxima presión” con Irán, que derivó en una bajada inmediata de los precios del petróleo, y las órdenes ejecutivas, firmadas el mismo miércoles para reactivas minas de carbón y explotar nuevos recursos de este fósil. Gasolina barata para llenar los coches del trabajador medio estadounidense —y terminar con ello con las esperanzas de mitigación de la crisis climática— y un dólar depreciado para compensar los nuevos aranceles eran las vías previstas para sostener la economía doméstica en el interior de un país dividido cultural y políticamente.

Sin embargo, Trump ha sido derrotado o ha tenido que capitular por razones diferentes al ataque a la clase trabajadora que, al menos en el corto y el medio plazo, suponía un encarecimiento de los precios y el empobrecimiento de la población asalariada. El giro en U de la Casa Blanca ha tenido lugar, eso sí, después de que algunas de sus personas cercanas, como la congresista Marjorie Taylor Greene, optasen por comprar en los momentos de caídas de las cotizaciones de las grandes empresas, quizá con información de lo que podía pasar, al más puro estilo del capitalismo de amiguetes (crony capitalism). Responsables del Partido Demócrata, que ha cobrado bríos estos días después de la debacle de Kamala Harris, han pedido una investigación por “manipulación del mercado” y “uso de información privilegiada”.

El volantazo dado por Trump el 9 de abril, que fue recibido con euforia por los mercados, muestra hasta qué punto la idea inicial suponía —y mientras solo se mantenga una tregua temporal, supone aún— una ruptura del paradigma económico neoliberal, basado en cierto balance entre certezas y riesgos. Luis Flores explicaba en las horas de mayor incertidumbre, el pasado miércoles 9, el caos en el que se habían sumido los mercados financieros, un episodio de mayor gravedad que el día de pánico experimentado en agosto de 2024: “Se ha cargado lo único que no debe romperse nunca, la posibilidad de crearse unas expectativas, las que sean”, explicaba Flores. De una tacada, en pocas horas, se produjo una convergencia de la crisis de confianza en las empresas y los inversores, una crisis de confianza en el poder del dólar y una, aún más determinante, duda extendida sobre la deuda soberana estadounidense.

Los precedentes históricos

Lo que está fuera de duda es la dimensión del shock, aún no del todo mitigada. comparable a dos giros económicos: la aprobación la llamada Ley Hawley-Smoot (1930), también basada en la imposición de barreras arancelarias, que fue empleada por el Congreso de EE UU para paliar los efectos de la Gran Depresión (sin éxito, es considerado un error que no se subsanó hasta la II Guerra Mundial); y el “Nixon shock”, del 15 de agosto de 1971. 


La primera idea que quiere suscitar Trump con su política de choque es la de un viaje en el tiempo: retroceder varias casillas en el desarrollo económico, como señala Guillem Martínez, que sitúen al espectador no solo en un estado mental “antes de la globalización”, en consonancia con la narrativa de extrema derecha que le aupó a la Casa Blanca, con ecos de los años 30 sobre los que operó el proteccionismo de la Ley Hawley-Smoot. Una década en la que también se produjo una descomunal razzia contra la población migrante que supuso la expulsión de más de un millón de mexicanos, la mitad de ellos nacidos en Estados Unidos. 

“Los principales activos financieros del país —bonos del Tesoro y el dólar— están perdiendo el brillo de la hegemonía global que han disfrutado durante décadas” señalaba la analista Katie Martin

Las similitudes terminan ahí. Las interdependencias en las economía global están a otra escala que en los años 30.  En 2023, las exportaciones estadounidenses duplican a las de 1930, cuando fue aprobada esa ley. La Ley Hawley-Smoot tuvo efectos sobre productos acabados, mientras que la barra libre de aranceles planteada por Trump tendrá mayores (y peores) efectos sobre piezas y materias primas, lo que plantea un escenario aun más perjudicial para la propia industria estadounidense, muy especialmente para las tecnológicas, que han sido las grandes perdedoras del rally de precios alcistas en la contienda con China.

El otro precedente, el de la ruptura del Patrón Oro llevado a cabo por Richard Nixon, que creó una crisis económica en combinación con la subida de los precios del petróleo, de la que emergió un nuevo sistema: el neoliberalismo, triunfante hasta 2008 y más allá. Las diferencias entre el momento Trump y el Nixon Shock no son solo de escenografía: mientras que el presidente de la “mayoría silenciosa” asumía que Estados Unidos se disponía a gobernar el mundo durante los siguientes 30 años, en el caso de Trump y bajo densas capas de maquillaje, lo que asoma es una constatación del cambio en la primacía económica que ha tenido lugar desde 2008 y el acomodamiento a una época postcrecimiento. 

“Los principales activos financieros del país —bonos del Tesoro y el dólar— están perdiendo el brillo de la hegemonía global que han disfrutado durante décadas” señalaba el viernes 11 de abril la analista de Financial Times Katie Martin. El movimiento de Trump es el último clavo en el ataúd del contraataque que supuso el Nixon Shock, el mismo que dio lugar al mito de Wall Street y la primacía a la economía financiarizada, basado en el incremento geométrico del déficit comercial de la economía americana y el regreso de esos capitales excedentarios a los parqués estadounidenses. Algo que ha quedado trastocado con la idea de vincular los aranceles al déficit comercial.

La película The Aprenticce (Ali Abbasi, 2024) sirvió para que el público mundial conociera las tres reglas fundamentales del pensamiento de Trump: “Ataca. No admitas nada y niega todo. No importa lo que suceda, reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Reglas que se aplican perfectamente a este caso. Trump sigue defendiendo que su plan salió bien, en la medida en que hasta 75 países acudieron a él para rogar por un trato preferencial y las multinacionales no respondieron inicialmente con críticas por temor a quedar relegadas en las preferencias. Además, sus amigos han salido beneficiados gracias al mensaje emitido por el presidente estadounidense poco después de la apertura de la Bolsa de Valores de Nueva York instando a comprar. Pero una visita a los principales medios económicos indica que el daño de Trump a la confianza de los mercados será duradero y no está claro que se pueda superar en el contexto de guerra comercial abierta con China. El enfrentamiento en lo más alto de la economía de la especulación —Trump, por cierto, es especialista: arruinó sus casinos en Atlantic City— puede resultar sugerente, pero el recuerdo de 2008 invita a temer por quien paga las disputas en lo más alto de la economía financiera.

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