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Violencia machista
Ni “estás loca” ni “son invenciones tuyas”: la luz de gas y cómo identificar si alguien la ejerce sobre ti
El 25 de noviembre de hace 20 años comenzaba un nuevo proyecto de la comunicadora y activista feminista Pamela Palenciano bajo el nombre de No solo duelen los golpes. Inicialmente concebido como una muestra fotográfica, la cual fue evolucionando conceptualmente hasta convertirse en el monólogo feminista de referencia en España, No solo duelen los golpes removió las conciencias de miles de jóvenes y adultos al poner sobre la mesa una cuestión hasta entonces poco visibilizada: La violencia de género psicológica y las múltiples formas que ésta tiene de expresarse en la pareja. De hecho, sabemos gracias a la Encuesta Europea de Violencia de Género, que 4.646.050 mujeres de 16 a 74 años son o han sido víctimas de violencia psicológica en España en algún momento en su vida. La prevalencia de esta violencia parece descender con el aumento de la edad de las mujeres -el 38,4% de las mujeres entre 18 y 29 años y el 19,0% de las mujeres entre 65 y 74 años han sufrido este tipo de violencia-, aunque esto no implica necesariamente que las mujeres mayores hayan sufrido menos violencia que las jóvenes ya que hay que tener en cuenta que la percepción de la violencia disminuye con la edad así como la capacidad para identificar la violencia sufrida por la falta de información y sobre todo por la educación recibida, etc.
A partir de la biografía de la autora, quien cuenta que sufrió maltrato durante 6 años de su vida, Pamela provocó, función tras función, que cientos de mujeres se sintieran profundamente identificadas con la persona que se desplazaba por el escenario relatando, con humor y sobriedad, la violencia que su ex pareja ejerció diariamente sobre ella hasta dejarla “muerta en vida”. Muchas de ellas, al verse reflejadas en el personaje, consiguieron alcanzar la fuerza suficiente para salir por fin de relaciones abusivas e incluso denunciar cuando se dieron cuenta de que, posiblemente, “no estaban locas” ni “eran unas exageradas”. Hoy, 20 años después de su nacimiento, el poder transformador del monólogo sigue siendo tan brutal que no ha dejado de representarse por toda la geografía de nuestro país.
Feminismos
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Este tipo de maltrato, lejos de producirse de forma aislada, sigue siendo tremendamente desconocido
Una de las formas de violencia que Pamela destaca de manera recurrente en su obra es aquello que se conoce comúnmente como luz de gas, también llamado gaslighting o taladro de la psique. Este tipo de maltrato, que siempre va entretejido con muchas otras formas de violencia que se desarrollan paralelamente por parte del maltratador, lejos de producirse de forma aislada, sigue siendo tremendamente desconocido: Esto es así ya que la mayoría de las mujeres que lo experimentan simplemente lo asumen como una dinámica normal en la relación y son incapaces de identificarlo como violencia. La comunicadora feminista Beatriz Villanueva explicaba en un artículo publicado en Pikara Magazine que “el llamado gaslighting o luz de gas es un mecanismo de violencia psicológica con el que el abusador altera la percepción de la realidad de la víctima, haciéndole dudar de su memoria, su percepción o su cordura”. El término se extrae de una película de 1944 denominada Gaslight, basada en la obra de teatro de Patrick Hamilton, donde uno de los protagonistas, el marido, se propone convencer a su esposa de que ella está recordando cosas incorrectamente, que está imaginando cosas. Ella empieza a oír por las noches unos extraños ruidos que la aterrorizan, eso y la presión de su marido la atormentan hasta hacerla creer que se está volviendo loca. Se trata de un tipo de maltrato demasiado frecuente e invisible cuyo propósito es mantener un control y un poder activo sobre la otra persona y afecta directamente a la identidad y autoestima de quien lo sufre.
“La persona que ejerce luz de gas consigue confundir a su víctima a través de las mentiras, de enjuiciarla mediante ataques constantes a su criterio, de culparla y colocar en ella la exclusiva responsabilidad sobre todo lo que ocurre a su alrededor”
Montserrat Cabello, psicóloga clínica especializada en violencia de género, hace énfasis en el componente de fuerte manipulación que caracteriza a este tipo concreto de violencia. Reconocer este rasgo es clave, por un lado para distinguir al taladro de la psique de otras formas de maltrato emocional como puede ser el silencio asesino o el refuerzo intermitente y, por otro, para entender por qué la víctima acaba desarrollando una relación extremadamente dependiente hacia su maltratador: “La persona que ejerce luz de gas consigue confundir a su víctima a través de las mentiras, de enjuiciarla mediante ataques constantes a su criterio, de culparla y colocar en ella la exclusiva responsabilidad sobre todo lo que ocurre a su alrededor”, arranca la psicóloga. ¿Qué consecuencias va a tener todo este desgaste emocional y psicológico en la persona que lo sufre? Algunas de las sensaciones más habituales son la confusión, una sensación de duda ante todo incluyendo ante ella misma, desorientación y un cuestionamiento e inseguridad permanentes.
Precisamente por este motivo esta violencia de género psicológica recibe el nombre de “taladro de la psique”, puesto que ya que el maltratador va “taladrando” lentamente y poco a poco a la persona mentalmente hasta que se pierde a sí misma. Las secuelas pueden manifestarse incluso de forma física a causa de la somatización de todas esas sensaciones de malestar emocional: Shea Emma Fett en 10 Things I’ve Learned About Gaslighting As An Abuse Tactic, donde aborda en detalle el mecanismo del taladro de la psique, alude a la ansiedad, el cansancio y la falta de energía vital como aquellas consecuencias físicas más generalizadas en este contexto de maltrato. No es raro, por tanto, que la persona se sienta desilusionada, triste o temerosa debido al impacto emocional de la manipulación. Fett hasta llega a hacer referencia a la presencia de posible pérdida de la memoria a medio plazo, “es normal perder la memoria cuando te están haciendo luz de gas, que no seas capaz de recordar lo que ha ocurrido en discusiones relativamente recientes, de hecho, esa es una de las señales que debes buscar para identificar que estás recibiendo violencia”.
A su vez, mientras ellas se van haciendo cada día más pequeñitas, dependientes e inseguras, los agresores crecen exponencialmente con toda esta espiral de violencia que le va nutriendo por dentro: Cada día ostenta un mayor poder y control sobre la otra persona a medida que va generándole aislamiento, tanto de sí misma como de su entorno. Esta necesidad de dominación responde casi siempre a la personalidad narcisista que suele caracterizar a los hombres que ejercen taladro de la psique: “El gaslighter se tiene únicamente a él en el centro de su vida, sus gustos, aficiones, sus problemas, sus neuras, sus miedos son lo primero y siempre asumen el papel de víctimas dentro de la relación, por lo que es habitual que ella acabe disculpándose por contar sus propios problemas o simplemente expresar como se siente”, argumenta Beatriz Villanueva en su artículo.
“Se trata de algo tan sutil que identificarlo al principio resulta verdaderamente complicado porque se desarrolla de manera muy lenta y progresiva”
La violencia invisible
Hay que entender, explica Cabello, que “se trata de algo tan sutil que identificarlo al principio resulta verdaderamente complicado porque se desarrolla de manera muy lenta y progresiva”. Además, normalmente la violencia tanto física como psicológica nunca ocurre como único trato en la relación. Si así fuera, todas las mujeres rechazarían a su pareja a la primera de cambio porque por lo general huimos de lo que nos agrede. Sin embargo, cuando existe luz de gas tanto los cuidados y el romanticismo como las formas de manipulación son fuerzas que operan al mismo tiempo de manera irregular, es decir, se combinan momentos idílicos propios de una comedia romántica de Hollywood con otros de desprecio absoluto. Esto conduce inevitablemente a la inestabilidad de la víctima, que ya entiende el maltrato como parte inherente a la relación y en lugar de problematizar lo que está ocurriendo, tiende a esperar a que llegue el momento en que recibirá cariño después de la tormenta. Todo ello se suma a que, como advertía Beatriz Villanueva “ el maltratador te sitúa en un pedestal, incluso puede endiosarte en un primer momento para hacerte sentir la más especial, pero en la realidad tú no existes, solo importa él”.
Pamela Palenciano tardó casi el doble del tiempo que duró la relación con su ex maltratador en poder sanar las heridas emocionales que éste le provocó hasta conseguir transmitirlas a través del teatro. Hasta ese momento, vivió un auténtico infierno: “Taladró mi mente hasta sentirme yo una mierda por el simple hecho de existir, jodió mi identidad ya que mi relación con él ocurrió durante mi adolescencia y llegué a asumir que mis gustos no tenían valor alguno y que el amor implica necesariamente violencia”. De repente, añade, cuando ya ha pasado un tiempo marcado por sucesivas bromas, silencios y comentarios despreciativos, “ya no tienes ningún mecanismo de defensa para reaccionar y te quedas como ‘¿Y yo quién soy?”. De ahí el peligro de esta violencia, que sucede muy paulatinamente, en un contexto de enamoramiento y dependencia progresiva. “Cuando el vínculo dura más tiempo, la violencia se perpetúa más en el tiempo y la anulación es brutal”, sostiene la comunicadora. En este sentido, Cabello también hace hincapié en la intensidad de las relaciones donde una de las personas que componen la pareja ejerce luz de gas, “se vive una intensidad muy grande así como un aislamiento por parte de la víctima, entonces poco a poco va aumentando el nivel de violencia hasta que la persona queda muy dañada y es dificilísimo que salga de la relación”, mantiene.
“Todas, por haber crecido y habernos socializado y educado en una sociedad patriarcal, tenemos números para vernos envueltas en dinámicas de maltrato”
Psicóloga y comunicadora coinciden en lo siguiente: Ninguna mujer se salva de ser potencialmente víctima de luz de gas. “Todas, por haber crecido y habernos socializado y educado en una sociedad patriarcal, tenemos números para vernos envueltas en dinámicas de maltrato”, señala Montse. Las relaciones heterosexuales -si bien las homosexuales y bisexuales acaban reproduciendo muchas veces los mismos mecanismos de violencia que las parejas hetero- se insertan en un contexto de desigualdad estructural entre hombres y mujeres. En este panorama sociocultural marcado por los mandatos de género, los varones son educados desde la agresividad y en muchos casos la violencia misma mientras que a las mujeres se les inculca el valor de la obediencia y la sumisión. Todo ello, añadido a un aparato cultural conformado por productos literarios, cinematográficos e incluso artísticos que refuerzan y perpetúan el falso mito del amor romántico, da lugar al cóctel perfecto para que persistan las cifras aterradoras. Shea Emma Fett ya establecía que “ el gaslighting se está produciendo cultural e interpersonalmente a una escala sin precedentes, y éste es el resultado de un marco social en el que fingimos que todo el mundo es igual mientras intentamos simultáneamente preservar la desigualdad”. Por eso, concluye Montse, “ da igual el perfil de la mujer, si es feminista, hiper inteligente o incluso una mujer rica, todas tenemos papeletas para vivirlo”.
En un sistema diseñado para que las mujeres pongamos al amor y a la pareja en el centro de nuestras vidas para poder completarnos y en el que se nos enseña a preservar ante todo el bienestar de los demás, a cuidar y no causar molestias, es casi imposible no normalizar la violencia. Pamela responsabiliza al movimiento feminista por su falta de implicación a la hora de exigir un cambio real por parte de los hombres, a quienes nunca se le ha demandado directamente una renuncia real de sus privilegios de género: “Desde el feminismo nos hemos centrado en empoderar a las chicas, parece que no podíamos meternos en cosas de los hombres en relación a los cambios que tenían que llevar a cabo para hacerse cargo de su posición de poder en el patriarcado y de alguna forma esperábamos que hubiera en paralelo un movimiento de masculinidades subversivas e igualitarias y no lo ha habido, hay muchos menos hombres realmente deconstruidos de lo que creemos:”, explica con resignación.