Culturas
En la industria editorial el libro ya es lo de menos… pero leemos más y mejor que nunca

Expertos, editores y libreros analizan cómo el libro-evento y los denostados como “libros-basura” sostienen un sector en el que, por otra parte, los números dicen que leemos más y con más variedad que nunca.
Feria del Libro 2023 - 21
Un ‘stand’ de la Feria del Libro de Madrid en la edición de 2024. Álvaro Minguito

En 2020 se reeditó en España Literatura y dinero (Trama, 2020), ensayo, o más bien casi opúsculo, del mismísimo Émile Zola publicado allá por 1880. Simplificándolo bastante, el autor de Nana o el famoso “J’accuse” venía a quejarse, por una parte, de la sobresaturación del mercado editorial y el peso de lo comercial frente a lo literario en muchas publicaciones. Y, por otra y sobre todo, de la gente que se quejaba de lo anterior y no veía todo lo bueno que estaba trayendo. Entre otras cosas, aunque está expresión es más actual que las que utiliza Zola en su lugar, la democratización de la cultura.

¿Vivimos tiempos similares? ¿Se podría decir que, incluso, al estilo de Medianoche en París (2011), de Woody Allen, sea la época que sea uno se encuentra a alguien diciendo que los tiempos pasados siempre fueron más cultos? En el actual ecosistema cultural, no solo editorial, de multinacionales contra pequeños francotiradores, las primeras ahogan la cuota de mercado con estímulos constantes, pero al mismo tiempo sostienen un mercado enorme que permite a los segundos tener su cuota.

“Como digo, a veces la industria editorial se parece más a una cadena de comida rápida que a un restaurante con un buen menú casero: la clave está en el volumen, no en la calidad. Y sí, eso mantiene el negocio a flote, pero ¿a qué precio?”. Oihan Iturbide, editor de la recientemente cerrada Next Door Publishers, especializada en divulgación científica, se ha pasado los últimos meses despidiéndose desde su newsletter Editor de guardia. En enero reflexionaba sobre los libros basura como plan B: “Toda la industria se sostiene gracias a ellos. Los odiamos y los necesitamos. […] Si no fuera por ellos, no podríamos sacar adelante proyectos más arriesgados. Y, si no, piensa en toda la poesía o filosofía que se publica y después mira a tu alrededor: ¿cuánta gente de tu entono las lee?”.

“El término ‘libros basura’ tiene algo de clasismo, de desdén por el gusto ajeno, pero es cierto que hay libros producidos con la misma mentalidad con la que se fabrican cucharillas de plástico: rápido, barato y para usar y tirar”, valora el editor Oihan Iturbide

Preguntado por El Salto, matiza: “El término ‘libros basura’ tiene algo de clasismo, de desdén por el gusto ajeno, pero es cierto que hay libros producidos con la misma mentalidad con la que se fabrican cucharillas de plástico: rápido, barato y para usar y tirar. Es la lógica de la novedad perpetua, esa ansiedad por lo último. Los libros dejan de ser ‘publicados’ y pasan a ser ‘producidos’”.

Un editor con más de 15 años de experiencia del sector entre Madrid y Barcelona y que prefiere mantenerse en el anonimato cree que la saturación es “necesaria” para sostener el negocio. “La mayoría de las editoriales pequeñas están lejos de ser rentables. Se pasan generando deuda. Yo he trabajado para una mediana que tenía dentro un sello literario de mucha calidad pero del que, en más de 20 libros, solo uno no dio pérdidas, y porque quedó finalista de un premio. La forma de sobrevivir fue editar un par de volúmenes, fuera de esa colección, a youtubers en los que el logo de su canal iba en la portada”.

No le ocurrió solo en ese caso, pero entiende que “hay que adaptarse para sobrevivir. Editabas cosas que sabías que al jefe le daba igual lo que haya dentro del libro porque es un objeto de merchandising. Eso permitía que publicásemos otros a los que les poníamos más cariño. Porque a veces no es que el mercado rechace libros de calidad, sino que tú no tienes la capacidad para darles visibilidad, y el del youtuber se publicita solo”.

Los números no mienten

El número de libros inscritos en ISBN en 2024 fue de 89.347, de los cuales 59.937 se realizaron en soporte papel, un 67,1% del total, y 29.410 en otros soportes, lo que representa el 32,9% restante. Se incrementa así el número de libros inscritos en 2024 en un 2,6% con respecto al año anterior, alcanzando una cifra similar a la obtenida en 2019, año previo a la crisis del covid. En 2022, considerado el primer año de normalidad pospandemia, la cifra alcanzó los 92.616, frente a los 90.073 de 2019, todo según cifras del Ministerio de Cultura. Eso es una media que roza los 250 libros al día, o lo que es casi lo mismo, diez a la hora.

Por otra parte, con los datos del estudio Mercado del Libro en España 2024, de la consultora alemana Gfk para la Fundación German Sánchez Ruipérez, la Federación de Asociaciones Nacionales de Distribuidores de Ediciones (FANDE) y la Cámara del Libro de Madrid, el sector editorial vendió el año pasado 77 millones de ejemplares, lo que supuso una facturación que supera los 1.200 millones de euros y un crecimiento del mercado del 9,8 % respecto a 2023.

Los últimos datos, en este caso del informe Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España de 2024, de la Federación del Gremio de Editores de España con el Ministerio de Cultura y Cedro: desde 2012 en España cada vez se leen más libros y hemos pasado de un 63% de lectores frecuentes (que leen al menos un libro cada tres meses) a un 70%.

Los lectores habituales (mínimo un libro al mes) superan ya el 55%. Y los dos grupos que más leen son, por un lado, las mujeres, ya que el 75,9% son lectoras frecuentes frente al 68% de los hombres (cero sorpresa, lleva décadas siendo así) y, por otro, los jóvenes: un 75,5% de los españoles entre 14 y 24 años de edad es lector frecuente. Esto ya es más inesperado, claro, al menos para el perfil de apocalíptico de las letras al que denostan tanto Zola como alguno de nuestros entrevistados.

“Ahora mismo un libro que sea novedad va a estar como mucho entre 60 y 90 días expuesto en la librería, y eso sería un logro”, dice Marta Martín, editora y librera

“Hay agentes grandes y medianos que sobresaturan el mercado con muchos que, a todas luces, no va a sobrevivir ni a sus propios proyectos. No van a estar en librerías más de un año, y eso forma parte del negocio, de cómo funciona la cadena”, considera Marta Martín, editora en ContraEscritura y librera en E·S·P·A·C·I·O Dykinson. “Ahora mismo un libro que sea novedad va a estar como mucho entre 60 y 90 días expuesto en la librería, y eso sería un logro”, añade.

En eso, en su opinión, tiene parte de responsabilidad “que las distribuidoras trabajen por colocación de libros en librería y no por venta, cosa que provoca que muchos editores estén permanentemente editando para no verse enfrentados a facturas que podrían poner en peligro sus negocios”, pero también “contribuyen las editoriales medianas, que se quejan de que a ellos las muy grandes les oprimen a nivel de cuota de mercado, pero luego hacen lo mismo a las pequeñas”.

Nuestro editor anónimo matiza esto último: “Entiendo que existe el ‘publico mucho para tener visibilidad’. Pero hay editores que te dicen que lo que hacen es disparar diez veces a la diana: con que aciertes una, ya aguantas el resto. No es solo la pelea por el espacio, sino el surfear la incertidumbre de no saber qué va a funcionar cuando no tienes herramientas de marketing”.

La literatura espectáculo

“La lectura, en el sentido tradicional, de leer en solitario y desentrañar el valor estético y político de un lenguaje literario, ha perdido el lugar central que tenía antaño, y, ahora tiene más valor social la figura del escritor o escritora, y su puesta en escena en el espacio público”, analiza Ana Gallego Cuiñas, investigadora especialista en literatura hispanoamericana y decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Ha dedicado mucho espacio, en artículos y conferencias, a cómo las redes sociales, los festivales e incluso los bots están cambiando la percepción de la literatura.

“El libro se ha visto desplazado por la ‘cultura literaria’ en un sentido que va más allá del texto y se expande a la esfera pública, lo oral, lo performático y lo bastardo, puesto que se mezcla más que nunca con otros códigos”, considera la investigadora Ana Gallego Cuiñas

“El libro, siendo esencial porque sin libro no hay autor, la cuestión es que cada vez hay más escritores y menos lectores”, asegura. Se ha visto desplazado por “la ‘cultura literaria’ en un sentido que va más allá del texto y se expande a la esfera pública, lo oral, lo performático y lo bastardo, puesto que se mezcla más que nunca con otros códigos. Una literatura que se disfruta también en comunidad. Me parece algo positivo, porque demuestra que la capacidad de lo literario está más viva que nunca”.

Dentro de ese fenómeno, ha estudiado la “festivalización”, o “eventificación” del medio. Algo que viene de la sociedad del espectáculo posfordista de finales del siglo pasado, pero que “en el actual se ha exasperado. Tiene una parte negativa evidente, pero la positiva es que se puede aprovechar este giro hacia la experiencia colectiva para potenciar otro tipo de actividades públicas, festivales o ferias que integren también una pedagogía crítica y visibilice productos culturales alternativos, subjetividades y cuerpos no normativos”.

Martínez, de ContraEscritura, sí percibe esa eventificación. Por ejemplo, recuerda que en 2017 todo eran libros sobre la Revolución Rusa. “Luego también en un mismo año casi todo se concentra alrededor del Día del Libro/Sant Jordi, Feria del Libro de Madrid y Navidad, produciendo muchos meses de llanura que se notan, sobre todo, en las librerías y editoriales pequeñas”. Por otra parte también detecta “una presión constante sobre unos lectores agotados y con cada vez menos tiempo de ocio. Veo al típico bookstagrammer que dice que si no lees 80 libros al año no era lector y si no lees tal y cual no eres buen lector y digo: es absurdo”.

“Si no hay presentación, podcast, entrevista o bookfluencer hablando de ello y una buena polémica en redes, el libro ni existe”, lamenta, por su parte, Oihan Iturbide. “El contenido se convierte en excusa para la performance de la promoción. Hay autores que tienen que convertirse en personajes mediáticos para que sus libros vendan. Y hay libros que se diseñan más para ser comentados que para ser leídos”. Pero aclara: “Tampoco soy de romantizar el pasado: el libro siempre ha necesitado marketing. Lo que ha cambiado es el ritmo y que, ahora, la conversación se da en TikTok”.

Lee más, fracasa mejor

A todo este pesimismo con matices responde Javier Ruiz, librero de la Librería Praga de Granada: “Desde que existen las redes se lee mejor que nunca y los que tenemos cierta edad lo sabemos. Hace 20 o 30 años las referencias literarias las sacabas de los suplementos de los diarios en papel y un par de amigos prescriptores, los que se habían leído a Carver o a Bukowski antes que nadie. Ahora las redes han creado una gran cantidad de conexiones entre gente muy competente que hacen que sigas a gente que en los años 90 ni te habrías enterado de que existían”.

Agrega que “aunque exista la queja del postureo de los bookstragrammer, yo lo que veo es que están postureando de leer a Annie Ernaux. No me parece tan malo eso. En otras épocas existía igual, solo que era más privado porque no había redes. E incluso si dices que leen libros que son solo puro entretenimiento, si ahora hay quien lee a Megan Maxwell donde antes estaba Corín Tellado, me parece respetable. Leer no es solo amargarte con Mark Fisher o Tolstoi”.

Volviendo a Zola (y resumiéndolo aún más, y parafraseándolo), el autor naturalista venía a decir que el panorama de las letras francesas de finales del XIX era, con diferencia, mucho más rico y alentador que el de un siglo o dos antes. Entre otras cosas porque, sin hacerse rico, un escritor podía aspirar a vivir de su trabajo sin necesidad de pertenecer a las clases altas o realizar su labor apadrinados por estas de una forma u otra.

Y citando al francés ya literalmente, viene a decir entre otras cosas que “nada más lejos de mi intención que negar el pasado; al contrario, pretendo definirlo para demostrar que es eso, pasado, y que las letras francesas han entrado en un período completamente nuevo que hay que distinguir claramente si se quieren evitar las lamentaciones inútiles y caminar hacia el futuro con paso resuelto”.

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