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Almería
Almería reclama su (dancístico) lugar
Sobre el escenario, sobre el piso mismo, hace abdominales la aguadulcina Aitana Rousseau Cañadas, protagonista de hoy en Trasladanza, mientras sus músicos prueban sonido. Lleva en el Apolo desde las nueve de la mañana, como todos. Le habían dicho que el suelo resbalaba mucho y va probando escobillas y remates por cada esquina, testando así el peligro. Lo mira todo: las marcas, las luces, las caras, el volcarse del resto en su primer proyecto en solitario, 'Anatomía del Límite'.

Rodeadas por las butacas aún mudas, Mariana Collado (de Butaka 13 Producciones) y Julia Acosta (bailaora y asistente de dirección) parecen respirar juntas antes del movimiento, como dos guardianas del gesto y del empeño. Aquí, en esta ciudad tantas veces olvidada, se construye danza desde el territorio, con una voluntad feroz y una ternura que no pide permiso. Esta foto habla de ese tipo de trabajo: el que no siempre se ve, pero que sostiene.

Rousseau, tras el cristal del Apolo, parece escucharse por dentro. Con casi 25 años, defiende 'Anatomía del límite' como una forma de ocupar espacio desde la conciencia, sin estridencias, sin pedir perdón ni permiso. No es un grito de guerra, sólo una respiración firme, pero propia. La pieza nace de una temporada de fragilidad, de avisos del cuerpo, de aprender a bajar el volumen a la mente. Habla de poner límites, de confiar, de entregarse sin perderse. En su afán se cruzan el gesto y la salud mental como resistencia. Cuidarse también es una coreografía.

El estuche de una de las guitarras de Óscar Lago reposa sobre el escenario, bajo luz roja. En ella, una declaración: “His music will live forever”. El adhesivo alude a Michael Jackson, “considerado por muchos flamencos, muy flamenco”. El guitarrista y compositor del espectáculo lo tiene claro: “se puede morir todo el mundo, romperse todas las cosas, pero la música estará siempre”. La cultura como algo que no se gasta, que se reinventa, que insiste.

Bajo el diseño de luces de Olga García —ejecutado en escena por María Viñuelas—, Aitana se adentra en la penumbra de Anatomía del límite con una misión clara: conectar con lo que ha ido enterrando. Porque lo que no se digiere, lo que una se traga sin más, termina por pasar factura más adelante; aporreando la puerta de madrugada. En esa búsqueda no rehúye de la sombra, no se borra en la oscuridad: se queda, se sostiene, se hace presente. Y nunca está sola. Está consigo misma, después con su gente

Hace falta coraje para mirarse por dentro. Aitana lo hace, y en ese gesto valiente, otras muchas se encuentran. Pero antes de abrirse al mundo, se rodeó de quienes supieron arroparla: Óscar Lago a la guitarra y dirección musical, Kiko Peña al cante y la percusión, y José Manuel Posada “Popo” al bajo eléctrico. La musicalidad del espectáculo —dividido en cinco números— es arquitectura emocional. No es acompañamiento, es una conversación.

Pero es ella quien da la cara. Es la de Almería quien pone el cuerpo por delante, con el cariz afilado, las carnes abiertas. Aitana se planta. Es la que dice: esto duele. Esta imagen encierra otra que no se llegó a tomar: la de Candela Rousseau y Julia Acosta unidas en un mismo plano. La primera, hermana mayor de Aitana, a cargo de la dramaturgia, y autora de un texto central que resume el sentir de su hermana; la segunda, compañera histórica, asistente de dirección —por adjudicar a ambas cargos mínimos— y autora de la letra que cierra el espectáculo. Ambas construyen el esqueleto poético y emocional de Anatomía del Límite. “Es tremendo que, sin haberlo exteriorizado antes, tanto Candela como Julia pusieran en pie exactamente cómo me estaba sintiendo”.

Sobre el suelo oscuro, como escenario en pausa, descansan objetos cargados de significado. El mantón azul profundo y el abanico, centrales en unos tanguillos deliciosos que compartirá a dueto con Peña, en un movimiento de acceso directo a la infancia, esa edad sagrada. Más arriba, el marco vacío. Ese otro elemento que enmarcará un rostro ausente. El del cansancio, del hartazgo, del “así no”. Sin color ni ornamento, separa lo vivo de lo detenido.

Será por soleá, con bata de cola negra, donde se ubique la purga. La joven se entrega sin escudo, desplegando unas facultades técnicas y expresivas que no dejan espacio para la duda: no ha venido a guardarse nada. La escobilla es precisa, limpia, y la conexión con la guitarra roza lo siamés. Juegan con la intensidad, con los volúmenes, con las capas; se buscan, se empujan, se recogen. Todo avanza con una lógica feroz. Y, cuando todo termina, no hay desafío hacia afuera: se sabe vencedora, no ante otros, sino ante sí. O, tal vez, de sí misma.

Sobre la pared limpia del proscenio, sombra de Óscar Lago, guitarrista y compositor gaditano, al frente de la creación musical de 'Anatomía del Límite'. De larga trayectoria, aunque quizá no suficientemente reconocida, cuenta que su reto no está tanto en componer en sí como en mantenerse fiel a una exigencia personal: la de no repetirse. “Aunque sea bueno, aunque funcione, si es más de lo mismo, no me vale. Porque pienso que no avanzo. Ése es mi lema, mi búsqueda, mi inquietud”. En su música hay algo que siempre se escapa de lo evidente, algo que no ves venir. Y ahí está el pulso: en el riesgo, no en la fórmula.

Un gesto hacia adentro. A veces, abrir la posibilidad de hacer reformas —internas o no— basta para mover las placas. Establecer el cambio como nueva referencia, resolver tensiones con otra filosofía, otra dinámica. En el flamenco, aunque sientas que una letra no va contigo, siempre te llega. Siempre te toca. A veces te hunde, otras te salva.

Se acaba el espectáculo, pero no la noche. Tras el aplauso final, coloquio entre artistas y público asistente. De especial relevancia que 'Trasladanza' genere este tipo de espacios que, aunque cada vez más habituales, no suelen darse demasiado en España en los últimos años. Y es precisamente en ellos donde se teje diálogo tremendamente fértil cuyos frutos no podemos imaginar: que las niñas tengan referentes, que nos atrevamos a ocupar el espacio público, a usar la palabra, que no tengamos miedo de preguntar, porque ninguna pregunta es irrelevante. Que la cita no acabe cuando baja el telón amplía sus horizontes, los de la ciudad y los de las mentes de todas.

La tensión entre mostrarse y guardarse, entre lo que se expone y lo que se retiene. Habla quien ha aprendido a mirar(se) desde más de un lugar a la vez.