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Siria
Fragmentos de un retorno

Naoura A., franco-siria residente en Francia, y Basem Al Bacha, franco-hispano-sirio residente en Alemania, son amigos desde la infancia. Se conocieron en Damasco y, tras un periplo parecido, abandonaron Siria a finales de los 80, justo al inicio de los estudios de Bachillerato. A diferencia de Naoura, que sí regresó muchas veces, Basem nunca regresó. Naoura volvió a Siria en enero y estuvo un mes en Damasco. Estas son algunas de las conversaciones que han tenido con motivo de la vuelta de Naoura a Siria.
Basem Al Bacha: Hemos soñado en volver con una cámara a ese lugar donde no se podía regresar. De repente el muro cae y no me hago a la idea de cómo es eso, estar allí con una cámara.
Naoura A.: La gente disfruta de la libertad en todas sus formas. Las sirias y los sirios están contentos de ver gente tomando fotografías, e incluso quieren ser fotografiados. Tras la caída del régimen, muchos activistas han desembarcado en Damasco. Lo filman todo. Son un síntoma de liberación. Ver y mostrar de nuevo. Existir. Ya no hay riesgo de ser interpelado por los Mujabarat, los servicios de seguridad del régimen, otrora agentes omnipresentes en la ciudad. Fotografiar se convierte en un acto bien acogido por la población, que no rehuye incluso el cliché de la vida cotidiana, sorprendida y encantada de que renazca el interés por su país.
B.: Los Mujabarat han desaparecido. A un Mujabarat no se le podía interpelar con la mirada sin terminar detenido y golpeado. Me pregunto hasta qué punto esa presencia nos enseñó a ser lo que somos, nos enseñó a mirar, incluso. Me pregunto si sabremos mirar sin ellos, los gatos seguro que saben.
Los gatos ya no están solos, están más cerca de los humanos. Durante la guerra, eran los únicos que les hacían compañía a los combatientes en la línea del frente, entre ruinas de casas destruidas y abandonadas
N.A.: Los gatos siguen aquí, como antes. Desaparecen tras los muros cuando te acercas. En la ciudad se les oye pelear y maullar hasta altas horas de la noche en época de celo. Gatos con el pelaje alborotado, sucios, y con un color indefinido debido al polvo. Te cruzas con ellos merodeando en los contenedores de basura. Rebuscan en los desechos algo que comer. Hombres, mujeres y niños también buscan en la basura.
Los gatos ya no están solos, están más cerca de los humanos. Durante la guerra, eran los únicos que les hacían compañía a los combatientes en la línea del frente, entre ruinas de casas destruidas y abandonadas. Los combatientes se hacían una foto con el gato antes de arriesgar su vida. Muchos dejaron tras su muerte esta imagen: una foto con un gato.
Los Mujabarat también ocupaban las calles, trajeados cuando se encargaban de la seguridad de personalidades, o con ropa ordinaria. Reconocidos de inmediato por su ociosidad. Vigilar una calle, vigilar a la gente, mirar, observar todos los movimientos… Con la guerra aparecieron los checkpoints para controlar y extorsionar a los que querían pasar. Hoy solo quedan los badenes y las cabañas vacías. Su ausencia es visible. Los coches deben reducir la velocidad al paso de estos checkpoints, pero ya ni miran.
B.: Cuando éramos niños, recuerdo que no existía el turismo interno, cada uno se quedaba en su barrio, en su zona de seguridad. Ese fue precisamente uno de los logros fundamentales del régimen, hacernos vivir con miedo; miedo a hablar, miedo a pensar, miedo a viajar en tu propio país.
La población tiene ganas de disfrutar de una ciudad liberada; en los apartamentos hace frío; no hay calefacción. Eso empuja a la gente a deambular por las calles: algunos venden cualquier cosa sobre una manta en el suelo
N.A.: En Damasco, dos meses después de la caída del régimen, te encuentras con gente de todos los rincones de Siria. Incluso originarios de Deir Er Zor, a la orilla del Éufrates, última ciudad en ser liberada. Son reconocibles por su turbante atado en la cabeza. Tambien hay gente de Idlib, mujeres vestidas con el niqab [solo se vislumbran sus ojos], un ropaje largo y negro. Pero si miramos hacia el pasado, hay muchas más mujeres damascenas sin pañuelo que antes. Pocas llevan el mlaya, tela fina transparente que cubre todo el cuerpo, incluidos ojos y cara, una vestimenta tradicional que se veía más hace unos años.

Las mujeres son una presencia omnipresente en el espacio público. La guerra ha hecho que muchos hombres murieran; han desaparecido, huido del servicio militar o se han exiliado. Las mujeres están en todos lados.
Hay mucha gente en el casco viejo de la ciudad, donde están los barrios más animados. La población tiene ganas de disfrutar de una ciudad liberada; en los apartamentos hace frío; no hay calefacción. Eso empuja a la gente a deambular por las calles: algunos venden cualquier cosa sobre una manta en el suelo. Buscan algún dinero para sobrevivir. Pañuelos, biscotas, golosinas o ropa usada. Todo el mundo parece hacer comercio y la ciudad está llena de mantas efímeras por todos lados.
B: Recuerdo de nuestra infancia los cortes de luz, ¡todo el mundo tenía velas en su casa! ¡Todos los días había razones para soplar velas! El mazout (combustible) se vendía en carros tirados por burros, si no recuerdo mal; los depósitos para almacenar el petróleo estaban en las azoteas, el flujo del agua en los grifos no se interrumpía, el pan se compraba cerca de casa, al igual que el queso y la leche.
N.A.: El combustible es caro, al precio del mercado internacional. Muy poca gente puede pagar ese dinero para calentarse. Hace frío y la comida también es cara. La calidad que antaño tenía la gastronomía damascena que en su día conocimos ha desaparecido. Todo está preparado de antemano, con ingredientes malos. Incluso la harina del pan durante un tiempo se cortaba con polvo de escombro. En cuanto al agua, solo circula durante una hora al día y de noche. La gente tiene depósitos en las azoteas para almacenarla, lo que les permite poner una lavadora, con programas cortos o rápidos, en cuanto vuelve la electricidad, durante un rato, a horas intempestivas.
En los barrios de la periferia de la ciudad, el abastecimiento de agua ni existe. En determinados cruces de calles llenas de ruinas, se sustentan sobre una estructura de metal grandes cisternas rojas de plástico con agua. Son nuestras fuentes.. Los pocos habitantes de estos desérticos barrios llenan sus bidones a lo largo del día en esas cisternas.
Las familias han huido hace tiempo, y los que simpatizaban con el régimen, tras la caída de este, han abandonado la capital y se han refugiado en sus pueblos de origenB.: Ser niño es sobrevivir dos veces, una como adulto precoz y otra como niño que no quiere dejar de ser niño. La infancia no existe, es un tabú. Se reclama con celeridad que el niño sea un hombre y que la niña sea una mujer. De ahí que la violencia del sistema educativo en los colegios no sea un fenómeno aislado, sino una realidad violenta que el país asume sin cuestionar.
N.A.: Los niños juegan poco en la calle. Cargan sobre sus espaldas muchas tareas. Se les ve transportar, comprar, vender, mendigar… A veces deambulan junto a sus madres y padres. En los barrios pudientes ya no quedan niños, solo quedan ancianos y ancianas. Las familias han huido hace tiempo, y los que simpatizaban con el régimen, tras la caída de este, han abandonado la capital y se han refugiado en sus pueblos de origen.
B: Me resulta muy difícil imaginarme la realidad de hoy en día. Pensar que puedes decir lo que piensas sin recibir una paliza y terminar en una celda; sin razón ni juicio. ¿Cómo será vivir esta nueva situación? ¿Cómo se puede aprender a vivir junto a aquellos que negaron la vida de otros?N.A.: Excepto determinados barrios muy comprometidos con la revolución y que fueron muy diezmados, en muchas familias había quien apoyaba a Bashar al-Asad. Esas familias en cuestión dejaron de frecuentarse, callaban los unos frente a los otros; pero ahora todo el mundo se puede expresar sin miedo a ser denunciado.
Ahora las discusiones políticas están a la orden del día. Todos hablan de política. La gente critica mucho a los nuevos gobernantes. Hay muchas expectativas. Como si estos años pasados de sufrimiento y aislamiento debieran de ser reparados de forma instantánea. Como esa persona que se quejaba de que el nuevo Gobierno no hubiera restablecido la corriente eléctrica.
Dudé en si debía adentrarme o no en los barrios habitados por las familias de los soldados del régimen. Antes de la caída de al-Asad, nadie de mis conocidos se atrevía a entrar en uno de estos barrios.
Pero ahora todo ha cambiado. Las familias de los soldados de al-Asad ya no reciben sus salarios y han regresado a sus pueblos alauitas en la costa siria, donde recientemente hubo combates y masacres de familias enteras por su pertenencia a esta comunidad. El barrio es bullicioso, a pesar de la deserción. Resulta curioso pasear por las calles estrechas. y contrasta drásticamente con los barrios rebeldes. Aquí no hay huella de guerra, o de represión alguna. A pesar de la pobreza, las calles están bien pavimentadas y mantenidas.
No quiero que se filmen las ruinas con un dron. El dron encubre el crimen, el dron desdramatiza el horror, el dron pregona lo divino de la destrucción, como si hubiera caído un meteorito
Los hombres que bombardearon y soltaron barriles bomba sobre la población o ejecutaron a civiles en barrios rebeldes vivían aquí con sus familias, en esta temida colina. Se la conoce como “barrio 86”, el número de la división del ejército a la que pertenecían.
B.: No quiero que se filmen las ruinas con un dron. El dron encubre el crimen, el dron desdramatiza el horror, el dron pregona lo divino de la destrucción, como si hubiera caído un meteorito.N.A.: Hay sitios donde las excavadoras han pasado para retirar los escombros de las ruinas y definir los caminos. Los barrios destruidos están llenos de colinas de escombros. No se ve nada. Donde los edificios no se han sostenido en pie, solo se ven escombros. Solo con los drones se hace uno a la idea de la magnitud de la destrucción. Con la caída del régimen, muchos medios han recurrido a los drones para grabar estas ruinas. Los habitantes descubren por primera vez lo horrible de la destrucción. Deambulé un rato sobre estas ruinas, que tienen ya más de una década. Incluso de los edificios en pie no queda nada, ni siquiera un azulejo, un lavabo, un mueble. Nada de nada. Los delincuentes lo han robado todo y lo han vendido.
Esta imagen de desolación les da a estas ruinas una sensación extraña, como si no hubieran sido habitadas nunca. Como la ciudad cubierta de negro al anochecer. La gente camina ayudada por la luz de sus móviles. En los barrios animados, la gente se agolpa, se oye pero no se ve nada, o súbitamente vemos algo gracias a los faros de un automóvil. Apenas se distinguen los rostros. De nuevo, una sensación extraña. Damasco, la superviviente.