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Redes sociales
La paradoja de 'Los ingenieros del caos'
Los ingenieros del caos, de Giuliano da Empoli (Les Ingénieurs du chaos, 2019; en castellano publicado por Anaya en 2020), se convirtió en un best seller porque ofrece explicaciones simples –más bien simplistas y lineales– para entender un mundo cada vez más complejo y volátil. La obra propone que los “ingenieros del caos” han reinventado la propaganda para adaptarla a la era de las redes sociales y las selfies. Su objetivo ya no sería “unir a la gente en torno a un mínimo común denominador, sino, en cambio, inflamar las pasiones del mayor número posible de grupúsculos y sumarlas a continuación, incluso sin que estos lo sepan” (p. 18), en un escenario en el que “todo el mundo pasa a ser actor, sin discriminación alguna en función de los ingresos o el nivel educativo” (p. 20). Este carnaval contemporáneo se alimenta, según da Empoli, de dos elementos clave: la ira de ciertos sectores de la clase trabajadora, que responde a problemas sociales y económicos reales, y “una maquinaria de comunicación imponente, originalmente concebida con fines comerciales, que se ha convertido en el principal instrumento de quienes quieren multiplicar el caos” (p. 22).
A lo largo de seis capítulos, una conclusión y un epílogo, el libro incurre en cherry-picking —la falacia de seleccionar ejemplos a la medida de un argumento general— para sostener su tesis. Entre los ingenieros del caos se incluyen figuras como Steve Bannon y asesores de líderes como Beppe Grillo, Viktor Orbán o Bibi Netanyahu, pero también movimientos dispares como los chalecos amarillos, los bolsonaristas o el independentismo catalán. Aquí radica su principal debilidad: no hay un marco de análisis sistemático ni una propuesta exploratoria de conexiones y relaciones entre causas y efectos ni mucho menos referencias a la extensa producción teórica y empírica de las ciencias sociales—especialmente los estudios de comunicación—que explica cómo opera la relación entre emisores y productores de información y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo y en especial en la era de las comunicaciones digitales. Tampoco se ofrece un análisis riguroso o documentado de los casos.
Este libro ameno e interesante más que una disección del caos construye una visión determinista y lineal de un mundo dirigido hacia un totalitarismo controlado por estos “ingenieros”
Por ilustrar sus debilidades, puedo mencionar el capítulo “El Netflix de la política”, que analiza el surgimiento del Movimiento 5 Estrellas. Desde sus inicios, numerosos estudios han mostrado cómo Beppe Grillo y el 5 Estrellas canalizaron la bronca acumulada en la sociedad, generando una ilusión participativa que terminó convirtiéndose en una muestra temprana de tecnopopulismo autoritario. Sin embargo, el experimento no funcionó: lejos de consolidarse en un escenario sin ideologías, Italia ha visto resurgir proyectos políticos profundamente ideológicos. No hay dudas de que hay sobreabundancia de información y estrategias explícitas de desinformación, lo que no es tan claro es bajo qué condiciones y cómo funcionan.
Podría alegarse que no es el objetivo del libro ofrecer una teoría general o una aproximación científica al tema y estaría en lo cierto. No me interesa analizar las intenciones del autor, sí enfatizar en lo que con Eliseo Verón se podría denominar “gramáticas de reconocimiento”, que remite a las condiciones de producción de un texto y las de lectura y que generan una paradoja. Este libro ameno e interesante más que una disección del caos construye una visión determinista y lineal de un mundo dirigido hacia un totalitarismo controlado por estos “ingenieros”.
Más que un caos inevitable dirigido por oscuros estrategas, lo que vivimos es una transformación profunda de la comunicación política. La propuesta de da Empoli es provocadora, pero se queda en la superficie. Para quienes buscan entender realmente estos procesos y contrarrestarlos, resultará más útil acudir a estudios que analicen cómo la tecnología, las emociones y las estrategias políticas interactúan en distintos contextos, en lugar de asumir un desenlace fatalista y uniforme.