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Crossing borders

La ruta de los Balcanes viene a terminar en Croacia e Italia. Que sea el último tramo no quiere decir que sea fácil. 

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Un refugiado de Afganistán deambula por Trieste. Adrià Salido

Ya casi han llegado, queda solo el final. La ruta de los Balcanes, como se llama este camino por el que los refugiados intentan encontrar una grieta en la fortaleza Europa, viene a terminar en Croacia e Italia. 

Que sea el último tramo no quiere decir que sea fácil. No hay bienvenida ni descanso en ninguno de estos países para las miles de personas que pujan por obtener asilo en una Europa que cada vez quiere saber menos de refugiados ni de exilios, que cada vez está menos dispuesta a escuchar su pasado de guerra, pobreza y persecución por motivos de raza, creencia religiosa o condición social.

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Nunha carta enviada de forma anónima á Defensora do Pobo asegúranse tratos inhumanos e violentos contra os refuxiados que intentan cruzar a fronteira antes de deportalos ilegalmente a países veciños.

Muchos de quienes llegan agotados a este último tramo pasan por la ruta que va de Grecia a Bosnia —país extracomunitario— y desde allí cruzan lo que llaman “La Jungla” —Croacia y Eslovenia— hasta llegar a Trieste, la primera gran ciudad de Italia que se encuentra cerca de la frontera, allá donde acaba la ruta. 

Quienes llegan a esta ciudad italiana lo hacen en condiciones inhumanas, con los pies rotos y con claros signos de haber sido golpeados por la policía transfronteriza. Las organizaciones que trabajan en la zona llevan muchos años denunciando la situación, pero nada se puede hacer cuando este tipo de prácticas cuenta con el beneplácito de los gobiernos y las grandes instituciones de la Unión Europea. Y si no es con su beneplácito, cuanto menos siguen al amparo de su indiferencia. La situación parece empeorar cada vez más, un proceso que se agrava en las orillas de unos focos mediáticos centrados en la pandemia.

Comunes como los golpes son las devoluciones en caliente. Cada día, la policía que opera en las fronteras de la región devuelve a los refugiados al país del que acababan de conseguir escapar. Es una triste mecánica: un grupo de refugiados descubierto intentando cruzar la frontera italiana será deportado a Eslovenia y, si la policía eslovena puede, los enviaran de nuevo a Croacia. 

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Turín, 30 de agosto de 2020. Una familia de migrantes espera en la estación de Turín, en Porta Susa. Adrià Salido
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Draga(Trieste), 18 de agosto de 2020. Dos refugiados caminan en la frontera entre Italia y Eslovenia en Draga Sant’Elia, uno de los muchos senderos de montaña utilizados por los refugiados que siguen la ruta de los Balcanes. Adrià Salido

Es por eso que los refugiados llaman a este intento de cruzar las fronteras “The Game”, un juego en el que una vez tras otra pueden mandarte a la casilla de partida, Bosnia. Una torneo donde lo más probable es que pierdas y, en el proceso de las devoluciones, aparezcas del otro lado de la frontera, magullado, con el teléfono roto, y sin dinero, por cortesía de la ruda policía de fronteras, según han documentado varias organizaciones.

Pero cruzar la frontera no garantiza que hayas llegado a la casilla de llegada. Tampoco en las ciudades quienes han atravesado con éxito la ruta de los Balcanes pueden estar tranquilos. La frontera les persigue por las calles, y con ellas la amenaza de ser detenidos y deportados en cualquier momento. Las organizaciones denuncian que en la misma Trieste, en las comisarías de policía a las que los afortunados que superaron todas las pruebas acuden para dar inicio a los trámites de asilo en el país, les puede esperar una última trampa: estrategias de engaño y manipulación para que firmen documentos —que muchas veces ni entienden— que permiten deportarlos o negarles la protección internacional. 

Como Italia no lo pone fácil, muchas de las personas en ruta hacia el refugio deciden continuar su marcha hacia Francia, Bélgica o los países nórdicos. Caminos que muchas veces desembocan en los mismos limbos de los que intentaron huir, espacios de detención sostenidos sobre la justificación de la pandemia, campos de cuarentena donde a veces deben pasar un mínimo de tres semanas. A esta Europa no le faltan excusas para blindar aún más sus fronteras y hacer de la necesidad de protección internacional un delito ante el que se decreta detención. 

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Trieste, 14 de agosto de 2020. Una familia de mujeres afganas recién llegadas a Trieste después de más de dos años de viaje desde que salieron de su país. Adrià Salido
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Piazza della Libertà (Trieste), 16 de agosto de 2020. Un refugiado de Afganistán se lava la cara en una céntrica plaza. Adrià Salido

Ha pasado apenas un mes desde que la Unión Europea se diese un nuevo marco común para abordar la gestión de las fronteras. El pasado 23 de septiembre se anunciaba el nuevo Pacto de Migración y Asilo. Un acuerdo que ha sido calificado como profundamente decepcionante por las organizaciones que defienden los derechos de las personas que migran y que solicitan protección internacional. El nuevo marco normativo afianza las prácticas que se vienen dando en las rutas migratoras, como las que sufren quienes se juegan el futuro entre las fronteras balcánicas. 

Establecer mayores filtros en las fronteras, agilizar expulsiones y deportaciones, continuar con la securitización de los límites exteriores del espacio Schengen, y externalizar la gestión migratoria a terceros países que no garantizan los derechos humanos —como, por otro lado, tampoco lo hace Europa— son las principales apuestas de Bruselas. 

Mientras, miles de personas seguirán buscando su suerte en una partida cada vez más difícil de ganar. 

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