Cine
Los cantos de Cecilia Barriga, apuntes de una filmografía disidente

La filmografía de Cecilia Barriga atesora un material fundamental para el conocimiento de algunos de los momentos políticos más relevantes en los movimientos de izquierdas de las últimas décadas.
Cecilia Barriga
Cecilia Barriga rodando el 7N Marcha Estatal contra las violencias machistas. Foto de Monserrat Boix. (CC BY-NC)

Muchas mujeres que se llaman Cecilia reciben este nombre porque sus progenitores son grandes melómanos e incluso sueñan con que su hija cante, debido a que, en la tradición católica, la mártir romana Santa Cecilia es conocida como la patrona de la música. A partir de la idea de Donde me lleve el nombre, la cineasta Cecilia Barriga viajó en 2024 a Roma para entablar un diálogo con algunas de sus tocayas. Por un lado, claro está, la santa, cuya cripta se encuentra en las Catacumbas de San Calixto, teniendo en el popular barrio de Trastevere una basílica consagrada a su nombre. Por otro, Cecilia Mangini, cineasta militante, que fue pionera en dar luz y voz a mujeres invisibilizadas, en películas filmadas fundamentalmente durante la década de los 60, con títulos como Stendali, Suonano ancora que recoge el ritual funerario protagonizado por un grupo de plañideras que cantan al unísono o Maria e i giorni, retrato de una mujer campesina de la región de Apulia.

Instalada en la capital italiana, Barriga también comenzó a recorrer las calles de la ciudad, a colocar carteles en comercios, preguntando aquí y allá en busca de posibles cecilias que quisieran formar un coro amateur. Consiguió reunir a 42, que pasarían a formar parte del proyecto con el que había obtenido una de las becas de la Academia de España en Roma. Todas las cecilias juntas mantuvieron varios encuentros y participaron en talleres.

El punto de partida fue la clásica canción italiana “La povera Cecilia”, de Gabriella Ferri (1964), que cuenta los abusos cometidos contra una mujer. En estos encuentros, las participantes contaban sus propias vivencias de maltrato y violencia, verbalizando el dolor como acto reparador para encontrar consuelo en las experiencias compartidas.

A partir de estas experiencias reescribieron la canción de Ferri, incorporando nuevas estrofas, para después materializarla en un canto colectivo, con el fin de visibilizar la violencia machista sistémica contra las mujeres, siendo interpretada en tres actos públicos: en el templete de San Pietro in Montorio, en el claustro de la Academia de España y, por supuesto, en la basílica de Santa Cecilia. La canción se convierte en un canto reivindicativo y en una plegaria en recuerdo de todas las cecilias mártires de la violencia de género. Mujeres que a lo largo de la historia han sido maltratadas, violadas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres, siendo también, como afirma Barriga: “Un tributo a las esclavizadas, las minorizadas, las precarizadas y las silenciadas”.

Todo ello fue grabado y como resultado dio la obra El canto de las Cecilias, película que intercala las diferentes actuaciones del coro, con la exposición de casos concretos sufridos por las diferentes cecilias, para darles voz y que nunca caigan en el olvido. Presentada el pasado 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, en el museo del Romanticismo de Madrid, donde ha permanecido expuesta hasta febrero. El día 14 de ese mes, un coro de mujeres ocupaba la calle de la Beneficencia, cantando contra las violencias, en una gran performance colectiva, para como dice una de las frases de la versión que interpretaron: juntas sembrar fuerza callejera.


Casi 50 años separan este momento de la llegada de Cecilia Barriga a Madrid a finales de los años 70, procedente de su Chile natal. Dejaba atrás un país sumido en la oscuridad de la dictadura militar de Pinochet, para instalarse en uno que comenzaba a ver la luz, después de 40 años de represión franquista. En Madrid estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense, pero el verdadero aprendizaje estaba en las calles y ahí es donde había que estar: los primeros movimientos feministas, el cine militante, la efervescencia artística, la autogestión y horas y horas en la Filmoteca viendo películas.

Es en los primeros años 80, con la llegada de las cámaras de vídeo —hasta ese momento hacer cine, con todos los recursos que requería, no estaba al alcance de cualquiera— cuando empieza a realizar sus primeras obras audiovisuales. En el incipiente campo del videoarte encontró su primer aliado, una disciplina que le permitía experimentar con la imagen de manera más accesible, así en 1982 realizó su primera obra, Entre actos, en la que en la línea de artistas como Martha Rosler y su Semiotics of the Kitchen (1975) o Chantal Akerman con Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), realiza el retrato de una solitaria mujer que repite de forma sistemática una serie de gestos, creando una tensión entre la opresión del trabajo doméstico frente a la reivindicación de la masturbación como vía de apropiación del deseo y liberación personal. Obras, todas ellas, que al cuestionar y desmontar el aparataje del cine clásico —el cual, como argumentaba Laura Mulvey en su ensayo Visual Pleasure and Narrative Cinema; coloca a la mujer en pantalla como objeto de deseo de la mirada masculina— dinamitan el sistema patriarcal impuesto por los estándares cinematográficos de Hollywood.

El suyo va a ser un cine que se mueve entre el deseo y la urgencia, marcado por una alta conciencia política, inoculada desde la adolescencia cuando vivió la llegada de Allende a la presidencia chilena

A partir de este momento, Cecilia Barriga comienza a desarrollar una prolífica carrera audiovisual en la que se ha movido fundamentalmente entre el videoarte, la experimentación y el documental. El suyo va a ser un cine que se mueve entre el deseo y la urgencia, marcado por una alta conciencia política, inoculada desde la adolescencia cuando vivió la llegada de Allende a la presidencia chilena.

A grandes rasgos, dos son las líneas principales sobre las que ha trabajado a lo largo de estos 40 años. Por un lado, un cuestionamiento crítico sobre la tradicional representación de lo femenino, abordando la identidad de género, las disidencias, visibilizando las opciones sexuales no normativas y las violencias contra las mujeres. Por otro lado, documentar revueltas, manifestaciones, protestas, encuentros políticos…, que le llevan a estar presente junto a quienes se unen en comunidad para denunciar cualquier forma de represión de las libertades y los derechos sociales y, a su vez, celebrar la posibilidad de cambio. Caminos porosos, que se interrelacionan en cada trabajo y siempre reivindicando el feminismo como única vía posible.

Su primer documental lo realizó en 1984, en él planteó a un grupo de mujeres de un municipio cercano a Madrid la sencilla y compleja pregunta a la vez de qué es ser mujer, dando lugar así a Alcobendas puede ser un nombre de mujer. Cuatro años después regresa a Chile, cámara en mano aterriza en Santiago en pleno movimiento del Plebiscito Nacional, referéndum convocado para aprobar o rechazar al candidato que las Fuerzas Armadas propusieran para el siguiente período presidencial, los ochos años que irían de 1989 a 1997. Pinochet era el designado como candidato del sí, el triunfo del no llevó a miles de ciudadanos a echarse a las calles, Barriga con su cámara retrató la exaltación ciudadana, una sinfonía de rostros y gestos llenos de esperanza y emoción, sonidos y consignas de libertad, que quedaron recogidos en Chile, por qué no.

En 1995 viajó a China para asistir a la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing convocada por las Naciones Unidas, un evento multitudinario, al que concurrieron más de 45.000 personas, entre participantes y activistas, que sería clave para la incorporación de la igualdad de género como asunto destacado en la agenda internacional, y donde trabajaron para que las estructuras patriarcales que impregnan todos los ámbitos de la sociedad comenzaran a ser abolidas, Barriga registró el encuentro en la obra Pekín no fue un sueño.

Siguiendo esta línea de trabajo, en diciembre de 2009 se celebraron en Granada unas jornadas que conmemoraban los 30 años de las primeras jornadas feministas allí sucedidas. Movida por ese impulso de ser testigo de su tiempo, Cecilia Barriga acudió a la cita de la que saldría otro de sus documentales más reconocidos, 5.000 feminismos, junto con el encuentro, que tenía entre sus ejes temáticos el arte como resistencia feminista, una gran manifestación, llena de fuerza y creatividad, recorrió las calles de la ciudad, avanzando hacia un feminismo interseccional, para cuestionar la hegemonía del orden heteronormativo, blanco y de clase privilegiada.

En este recorrido vital llegamos a 2011, año en el que la mayoría de las personas trabajadoras de una forma u otra estaban siendo víctimas de la crisis económica. En este contexto llegó el 15 de mayo (15M), el movimiento popular más relevante en España en lo que va de siglo, la indignación social tomaba las calles, mareas de indignados clamamos por nuestros derechos, a lo largo de todo el país hubo asambleas y acampadas, la de Madrid fue en Sol, el resto es ya historia. En aquellos momentos, la situación de Cecilia Barriga no era una excepción. En un entorno tan precarizado en España como es el de la cultura, se encontraba sin trabajo y se dirigió hasta Sol para unirse a las protestas, acompañada de su inseparable cámara fue documentando lo que allí ocurría; la construcción de esa microciudad utópica que fue ocupando el centro neurálgico de Madrid, las asambleas, la participación ciudadana, como se iban tejiendo redes que se extendían a todas las áreas de trabajo posibles: solidaridad, ecología, inclusión, derechos sociales y laborales, feminismo, movimientos LGTBIQA+, etc., había debates en cada esquina, un hervidero de ideas y propuestas, que Barriga iba registrando.

La indignación era planetaria y paralelamente comenzaban otros movimientos de revuelta, dos de ellos en lugares muy importantes para la cineasta: Occupy Wall Street en Nueva York y la revolución estudiantil chilena, hasta allí se desplazó, tirando de ahorros, para seguir documentando a los pueblos en lucha contra las oligarquías que nos gobiernan. En 2013 presentaba Tres instantes, un grito, película en la que recogió todas estas experiencias y que se ha convertido en un documento valiosísimo de todo lo allí vivido, que como el resto de sus documentales guardan la memoria de momentos de la historia, que no podemos ni debemos olvidar, más ahora cuando el auge de la ultraderecha amenaza con silenciar y censurar todo discurso que alce la voz contra sus intereses.


La filmografía de Cecilia Barriga atesora un material fundamental para el conocimiento de algunos de los momentos políticos más relevantes en los movimientos de izquierdas de las últimas décadas. Con su cámara, siempre trabaja con equipos muy reducidos y dispositivos de pequeño formato, que le permiten integrarse de forma orgánica en las acciones que documenta, para no alterar con su presencia los acontecimientos, también ha registrado la victoria de Obama (EE UU, 2008), la Asamblea fundacional de Podemos en Vistalegre (España, 2014), la formación de Ganemos Madrid posteriormente Ahora Madrid (España, 2014), la victoria de Syriza (Grecia, 2015) o la huelga feminista del 8M (España, 2018), todos ellos recogidos con una mirada crítica a las narrativas institucionalizadas.

El pasado 20 de marzo se inauguró en el DA2 - Centro de Arte Contemporáneo de Salamanca, una exposición dedicada a ella dentro del ciclo Visiones Contemporáneas, en la que junto a El canto de las Cecilias se pueden ver hasta el 22 de junio otras dos obras suyas, bajo un comisariado que, en este caso, aboga por dar voz, desde una perspectiva feminista, a diferentes relatos invisibilizados a lo largo de la historia patriarcal, relacionados con la violencia de género, las orientaciones sexuales no normativas o la vejez de la mujer: Encuentro entre dos reinas (1991), una de las obras más representativas de la trayectoria de la cineasta, icono de la experimentación audiovisual y los estudios de género. Surgió, en principio, como respuesta a la imposibilidad de poder dirigir cine de ficción —el primer impulso de Barriga para dedicarse al mundo audiovisual, que finalmente vio satisfecho en 2001, con la realización del largo Time’s Up— en la obra, se venga del cine apropiándose de sus imágenes, y a partir de un ejercicio de resignificación de secuencias hollywoodienses, hace convivir en una misma película a dos divas del star system, Greta Garbo y Marlene Dietrich, planteando un hipotético encuentro lésbico entre ambas, que reflexiona sobre la ausencia de representación de colectivos LGTBIQA+ en el cine clásico, cuestionando las estructuras culturales y de producción del sistema social dominante. La otra obra expuesta es Im Fluss (2007), una historia sobre el amor, el paso del tiempo, la memoria y la muerte a través de la relación de dos mujeres de avanzada edad, que llevan más de tres décadas juntas.

Estos son algunos de los muchos títulos que conforman la extensa producción de Cecilia Barriga —sería inabarcable para un solo artículo enumerar todas las obras que ha realizado en los últimos cuarenta años—, una de las cineastas más comprometidas con su tiempo.

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