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“Voy a vomitar”, murmura Ismael con la cabeza entre las manos. Viene de una familia de pescadores y él lo ha sido durante 20 años, pero dos décadas en el mar no lo hacen inmune a noches agitadas como la de hoy.
Manolo y sus hombres han dejado La Barceloneta atrás y pasarán horas hasta que regresen a ella. Navegan en dirección a Vilanova y la Geltrú. Hoy, después de un mes de veda, se abrieron las fronteras marinas de la zona. La veda es un periodo en el cual no se permite pescar para dar un espacio de tiempo a la reproducción de ciertas especies marinas.
El rugir de las olas que rompen contra el barco marca el compás de su agresivo balanceo. Las horas se alargan ahí debajo. Algunos pescadores duermen, el resto lo intenta. Finalmente, el sonido de una corneta resuena entre las literas. En segundos se arman con botas e impermeables y suben a cubierta.
Tito está en la pequeña barca que hace el cerco, la pesadilla de cualquiera susceptible al mareo. Adry y Sheriff tiran de las redes. Toni maniobra con cuerdas. Los 14 marineros son dirigidos desde la cabina por Manolo, capitán del barco, quien por la ventana grita: “¡Bajen la grúa!, ¡más despacio!, ¡para, para!, ¡joder, para!”.
El cerco se cierra. Aquellos peces que estén dentro pronto serán pescados. La penumbra de la noche es decorada por luces en el mar. Son otros pesqueros de La Barceloneta y de puertos vecinos. Como el Encarna y Miguel, el barco de Manolo, hay otras 29 embarcaciones en el muelle, menos que nunca, según datos de la Confraria de Pescadors de Barcelona. En 2012 había 40 embarcaciones. El trabajo es duro y cada vez menos personas están dispuestas a hacerlo; se trabaja de la noche a la mañana, el frío y el viento no perdonan en invierno, cada vez hay menos peces, los riesgos son altos y el cobro es bajo.
No solo La Barceloneta ha sufrido el descenso de la flota. En Catalunya, según datos oficiales del Departament d’Agricultura, Ramaderia, Pesca i Alimentació, en el año 2000 había 1.550 pesqueros; en 2016, el número se había reducido a 814, cifra que continúa disminuyendo.
Un día malo es dinero y tiempo perdidos, como el de hace un mes, cuando el Encarna y Miguel quedó atrapado en las piedras cercanas a Sitges. Durante horas los pescadores intentaron liberar las redes, hasta que uno de ellos se echó a las frías aguas cuchillo en mano. Llegaron al puerto por la mañana sin pescado, sin combustible y con las redes destrozadas. Fue un día particularmente desastroso, pero los días en los que se pesca poco y se gana poco se suceden varias veces por semana.
Pesca local
Con las grandes redes sacan cientos de boquerones, que en unas horas se subastarán. Llegarán principalmente a Mercabarna, el mayor centro de abastecimiento alimentario de Barcelona. Solo un 16% del pescado que se vende en los locales del recinto comercial proviene de la pesca catalana, mientras que un 50% es importado de fuera del Estado español.
Según la doctora Bozzano, bióloga marina y cofundadora del proyecto El Peix al Plat, “la pesca local es incapaz de abastecer la demanda”. La importación de pescado tiene serias implicaciones medioambientales, por el uso de combustible para el transporte de largo recorrido y porque la pesca a gran escala, debido a su magnitud, discrimina poco entre especies marinas y su daño al ecosistema es mayor. “¿Qué podemos hacer como consumidores? Tenemos una responsabilidad. Podemos diversificar el pescado fresco que compramos y procurar que sean especies de proximidad y de temporada”, indica Bozzano.
En 2016 se subastaron poco menos de 30.000 toneladas de pescado en Catalunya, mientras que en 1981 se vendieron 60.000 toneladas. Estos datos no responden a una bajada en la demanda, sino a un descenso de la población marina.
Mientras tanto, los pescadores siguen sacando boquerones, que caen en cascada sobre las cajas de madera. El motor del barco está apagado y este se mueve como nunca, pero los marineros se mueven con toda seguridad. Ismael se fuma un cigarro mientras tira de las redes; otros van de un lado a otro acomodando cajas, zafando cabos y transportando nieve para mantener el pescado fresco.
Han terminado con el segundo cerco, preparan dos mesas con tablas y cajas mientras los peces, desesperados, intentan sin éxito nadar en el aire. Algunos con guantes, otros con las manos desnudas, comienzan a limpiar los boquerones cubiertos de nieve para empacarlos en cajas y descargarlos lo más pronto posible al llegar a La Barceloneta.
Por primera vez desde que zarparon se puede ver la línea que separa el mar del cielo. En breve, las estrellas, como los boquerones, dejarán de brillar. El Encarna y Miguel emprende su regreso a La Barceloneta escoltado por decenas de gaviotas. En la cabina, bajo una fotografía de su padre, descansa por fin Manolo. El timón lo tiene entre manos Manel, el mayor de sus hijos, que algún día será capitán, como lo es su padre y como lo fue su abuelo. “Espero que este barco viva muchos años más”, dice Manel con la vista en el horizonte.
Cuando los barcos envejecen son destruidos. Estos días varios de La Barceloneta han llegado a su final. Es el caso del Segre, que fue llevado al desguace. José María trabajó en él desde los 13 años. Su tío, ahora jubilado, lo capitaneaba. Una de las particularidades de la pesca es que, debido a su exigencia, la jubilación del oficio es a partir de los 55 años.
Juntos, José María y su tío sacan lo que queda dentro, antes de despedirse para siempre de él. “Es una pena. La Comunidad Europea me dará un poco de dinero este año —cuenta José María—. Así que por ahora cobraré el paro. Me da pena, pero es un trabajo muy duro y tengo ganas de descansar”. Al regresar ya no tendrá al Segre, lo cual no es impedimento para que siga trabajando: “Me embarcaré en algún pesquero de aquí”.
Del otro lado del puerto llega el Encarna y Miguel. En la lonja los esperan los compradores que adquirirán los boquerones en la subasta. Los pescadores descargan las cajas, con manguera limpian la cubierta y remiendan las redes que se han dañado durante la noche. Al terminar irán a casa a dormir otro poco. Uno a uno salen del muelle, pasando junto al antiguo reloj, que alguna vez fue el faro de la ciudad. Horas después, este reloj marca la medianoche y los pescadores, una vez más, regresan a La Barceloneta.
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Este artículo es casi una novela me transporto con ellos en su aventura diaria
"Sólo él tiene el derecho de tutearle a la mar, le parieron mar adentro y se le quedó la sal, lamiéndole los orígenes, enseñandole el cantar que interpreta en la cubierta el furor del vendaval", tomado de "Con toda la mar detrás" de Patxi Andión.