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Enfoques
Pazo vaciado
Estas son las fotografías de un vacío. Se tomaron durante la pandemia, poco después de que la familia Franco entregara las llaves del Pazo de Meirás a la secretaría de Estado de Memoria Democrática, en cumplimiento de una decisión del Juzgado número 1 de Primera Instancia de A Coruña. El silencio preside los salones de las Torres de Meirás, la mansión que, desde diciembre de 2020, es propiedad del Estado español. Si acaso hay una atmósfera, o varias capas de atmósfera, superpuestas, confusas. Pero, sobre todo, lo que se nota es un vacío después de más de ocho décadas de posesión. Falta tiempo para escuchar otras voces, las de vecinos o vecinas, viajeros, historiadoras, que doten de una nueva capa de significado a este edificio, que hace un siglo y medio perteneció a la escritora Emilia Pardo Bazán y que ocupó durante ocho décadas la familia del dictador Francisco Franco. Pero no falta mucho para que se escuchen esas otras voces.
Dentro de poco, las extrañas torres que dotan de un aire medieval al conjunto verán otro tiempo. Habrán pasado más de 85 años desde que la finca fue obsequiada a Francisco Franco por una “Junta Pro Pazo del Caudillo” que recaudó los fondos necesarios para la compra de la finca por medio de donaciones obligatorias, detraídas de instituciones públicas, de los salarios de funcionarios y de trabajadores de empresas privadas. Ocho décadas y media de reparaciones que, hasta la restauración de la democracia, fueron sufragadas por administraciones que habían asimilado el principio por el que Franco consideraba al Estado una extensión de sí mismo.
Quizá entonces alguien encuentre el pequeño hoyo en una pulgada de tierra donde se clavó un poste durante la ocupación de tierras que tuvo lugar en el año 1933, solo cinco años antes del desembarco de los Franco. Quizá una mirada atenta perciba la muesca de un golpe en el hierro de uno de los camastros para las doncellas que durante décadas atendieron las necesidades de los amos del pazo. Tal vez en alguna de las sillas queden los restos del mal trago de uno de los cargos franquistas amenazados durante uno de los Consejos de Ministros que se celebraron en el comedor. O, junto a la pista de pádel, alguien podrá imaginar el corto descanso de la cuadrilla de 300 obreros que trabajaron bajo la férula de Carmen Polo en la primera reforma que la esposa del dictador dirigió antes de enseñorearse de la finca (y de las fincas colindantes). Posiblemente, en las toallas que fueron abandonadas quede todavía algún grano microscópico de la arena de Bastiagueiro, el lugar a unos diez kilómetros de allí donde estaba la casiña en la que la familia del dictador reposaba después de bajar a una playa vaciada de veraneantes por la Guardia Civil. Recorriendo las salas es posible trazar las etapas del franquismo, desde las miserias de la autarquía y los testimonios de la represión de los años 40 y 50 hasta el empeño por forjar la imagen de un anciano retirado en su tierra chica a los hobbies placenteros en sintonía con la expansión de la sociedad de consumo de los 60 y 70. Ese anciano que, al morir, dejó una fortuna indeterminada, estimada entre 120 y 600 millones de euros.
Pero no es fácil hacer el recorrido. Hay elementos que confunden y ausencias sin las cuales es difícil imaginar el deseo y el delirio de grandeza de sus anteriores habitantes. Harán falta paneles y explicaciones para quienes no vivieron bajo la sombra de ese régimen. Los Franco se llevaron muebles y cuadros, cambiaron cosas de sitio. Sustituyeron las antigüedades que amasó la esposa del dictador por cuadros cutres de tienda de muebles, añadieron novelas low cost, revistas de decoración, los restos de 250 ciervos y corzos tumbados en cacerías, y otros objetos de uso típico por parte de lo que hoy llamamos “cayetanos”, una subcultura que fue en buena medida inspirada por los descendientes espirituales del general golpista de 1936. En sucesivas oleadas se llevaron lo que más valía y lo cambiaron por aquello que las familias abandonan sin mirar atrás: ropa barata, viejas agendas con teléfonos que nadie coge ya, colecciones de cosas que un día les dejaron de importar, los libros de la biblioteca de Emilia Pardo Bazán a los que nunca prestaron mucha atención.
Hay todavía 564 bienes muebles en disputa, para los que el Estado ha reclamado protección a los juzgados. Son los restos del monumento a las aspiraciones aristocráticas que fue el Pazo de Meirás: las voluminosas figuras —de los profetas del antiguo testamento Abraham e Isaac— que formaban parte del pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago; objetos de otros pazos, los recuerdos de pasados caprichos que se trasladaron sin demasiadas explicaciones allí. Los elementos en las balaustradas que fueron llevados por orden de Carmen Polo desde el Pazo de Bendaña, en Dodro, la torre de ese mismo pazo que fue reconstruida en la villa de los Franco, los tres hórreos que aparecieron paulatinamente para decorar los jardines de Meirás, las pilas bautismales procedentes de la iglesia de Moraime, en Muxía.
Quedan también notas que son apuntes al pie de la historia, como el extenso informe que la Dirección General de Industria y Material realizó sobre el accidente de caza que el dictador sufrió en 1961, que revela el temor de Franco a un atentado. Quedan recuerdos de sus aficiones: la caza, la pesca, las armas, los ejércitos. Quedan los testimonios del culto a la personalidad y cómo esta presidía las residencias oficiales: retratos y más retratos, decenas de imágenes de sí mismo, el cuadro de Ignacio Zuloaga en el que el unificador de la derecha en 1937 aparece con la camisa azul falangista y la boina roja carlista; una pintura de senectud de la pareja, un enorme busto junto a la monumental escalera del pazo.
Quedan pruebas de algunos hechos que están en la papelera de la historia, como la foto de uno de sus adversarios políticos guardada en un cajón, y la prueba de amistades que convino olvidar: la dedicatoria de Benito Mussolini en las páginas de un libro sobre las grandes proezas del fascismo italiano en la II Guerra Mundial, la memorabilia de grupúsculos fascistas también llamados “nostálgicos”; el impreso de la conferencia Fundamentos del nuevo sistema penitenciario español, una justificación teórica/práctica del trabajo esclavo con el que se edificaron muchas de las fortunas de hoy. No solo hay silencio en el Pazo de Meirás, se diría que afinando el oído puede escucharse el movimiento inquieto de las víctimas, las que murieron en la guerra, las que murieron en el exilio, las que murieron en la posguerra y en las décadas de represión posteriores.
Tras el expolio
Dos investigadores gallegos, Carlos Babío Urkidi y Manuel Pérez Lorenzo, han llevado a cabo la obra más importante para conocer la historia de cómo el Pazo que ocupó la escritora Emilia Pardo Bazán se convirtió en un símbolo de la concepción patrimonialista del territorio y la cultura que el Franquismo aplicó en el resto de España. Meirás. Un pazo/ un caudillo / un espolio (Fundación Galiza Sempre, 5ª edición, 2021) es el libro definitivo para conocer las razones por las que el Juzgado nº 1 de Primera Instancia de A Coruña, y posteriormente la Audiencia Provincial, considera que la donación llevada a cabo en 1938 por la Junta Pro Pazo del Caudillo no tiene valor jurídico y que el contrato de compraventa de 1941 fue una “simulación absoluta”.
El trabajo documental que plasmaron en esas 423 páginas, y el empeño de las organizaciones memorialistas, de la Comision pola Recuperación da Memoria Histórica da Coruña, de la Inciativa Galega pola Memoria, fue la clave para abrir el pazo a la población gallega, para que fracasase el intento postrero de los Franco de vender la casa, para que en diciembre de 2020 fueran obligados a entregar las llaves del inmueble. Gracias a estas resistencias, gracias a estos autores, que han afrontado demandas por lo que hoy está probado en sede judicial, ahora se escucha el silencio, se aprecia el momento de abandono que precede a algo que está por venir y que tarde o temprano borrará las huellas más siniestras de un pasado que nunca tuvo que pasar y que pronto será el objeto de otra interpretación posible. La que juzga al franquismo y a Franco como lo que fue y no en función de las pretensiones que aún hoy tiñen las estancias del Pazo de Meirás. Por poco tiempo.