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Urbanismo
Espacios críticos y teoría social: la actualidad del debate sobre estudios comparativos
No es especialmente novedoso decir que la reflexión sobre el espacio (social) tiene una gran importancia en la actualidad de las ciencias sociales. Se trata de una “moda” que data ya casi de medio siglo. Aun así, los ritmos en los que los discursos y las perspectivas se difunden y asientan son lentos y desiguales a lo largo y ancho del globo. Como ejemplo, un texto fundamental como es La producción del espacio de Lefebvre, publicado originalmente en francés en 1974, no se publicó en castellano hasta 2013. En cualquier caso, haciendo abstracción de lo anterior, podría decirse que desde los años setenta, en que se produce lo que podría denominarse giro espacial, hay una creciente atención a la teorización o, en otros casos, a una fenomenología del espacio. Esta diferencia no es baladí. Podría decirse que uno de los debates clave en las ciencias sociales durante el siglo XX ha sido precisamente el que enfrenta a la irreductible especificidad de cada espacio geográfico con la posibilidad de realizar alguna teorización general. Ese tipo de debates están presentes en el nacimiento moderno de la geografía y vienen siendo reactualizados periódicamente por el enfrentamiento entre los análisis espaciales desde la economía política y aquellos asentados en una filosofía posestructuralista. De hecho, esta disputa se ha convertido en el gran animador de los estudios urbanos críticos actuales. En nuestro libro El espacio en la teoría social, recientemente publicado, hacemos una revisión de la teoría social sobre el espacio, que aparece en buena medida atravesada por estos debates. Este texto incluye y actualiza algunos elementos de dicha discusión, que consideramos fundamentales para reflexionar sobre los límites, retos y posibilidades de una teoría sobre el espacio social.
La problemática del espacio en ciencias sociales ha estado afectada históricamente por la cuestión de la fragmentación disciplinar. El espacio social no ha sido un objeto de estudio en sí mismo, más que indirectamente, confinado a ciertas disciplinas y ausente en otras. Las formulaciones clásicas de la geografía y la antropología tenían como objeto de estudio la diversidad del espacio social, regiones y áreas culturales. Por su parte, la sociología ha tendido a abstraerse del espacio como requisito para enunciar teorías generales. Como contrapartida, aún hasta hoy, la sociología encuentra dificultad para integrar en su análisis el espacio como otra cosa que como objeto separado y producido por una sociedad preexistente. Por su lado, en la antropología y la geografía clásicas el objeto humano es potencialmente indistinguible del espacio que habita, lo cual las convertiría en las disciplinas mejor adaptadas a los cambios culturales del último tercio del siglo XX.
La crítica cimentada en la diferencia entre el norte y el sur global corre el peligro de acabar sustituyendo una generalización grosera por dos igualmente toscas
La crisis de la década de 1970 implica el agotamiento de un cierto modelo económico y cultural, que lo es también de los planteamientos respecto de la ordenación del espacio. La crítica del urbanismo planificado se plantea tanto desde perspectivas radicales como liberales (y neoliberales). En el conflicto entre lo particular y lo general, Jacobs, Lefebvre o Rossi parecen tomar partido por la diversidad del espacio geográfico, situando el problema en la práctica homogeneizadora de la racionalidad estatal. No obstante, el quiebre epistemológico más importante es el que provoca Lefebvre, escasamente apreciado en su momento. Es bastante conocido el enfrentamiento con una academia de izquierdas dominada en los sesenta por cierto marxismo positivista o estructuralista (especialmente la francesa y, por extensión, la hispano parlante). El espacio pasa de epifenómeno de la sociedad industrial a ser la primera y más importante mediación de la sociedad para darse forma a sí misma, llegando a situar la urbanización como núcleo mismo del capitalismo tardío, desplazando la crítica de los conflictos de la esfera de la producción a los problemas de la reproducción de las relaciones sociales de producción. Sin embargo, un filósofo marxista como Lefebvre también es muy difícil de asimilar para las corrientes posmodernas que empezaban a fraguarse en esa época. Lefebvre de hecho propone una gran teoría sobre la producción del espacio social. Una visión compleja y en la que trataría de integrar la materialidad de las prácticas sociales con sus dimensiones ideológicas y experienciales.
El giro espacial de los setenta, dentro de los estudios críticos, eleva la antropología por encima de la economía política (un patrón etnocéntrico más) y la diversidad geográfica por encima del homogeneizador metarrelato histórico. Especialmente a partir del impacto de la teoría poscolonial, la teoría sociológica hasta el momento pasa a ser un particularismo europeo ilegítimamente disfrazado de universalismo. No es de extrañar entonces que la antropología y la geografía se revaloricen, especialmente en sus versiones ideográficas, más descriptivas y abarcadoras de la complejidad y diversidad del mundo, sin las pretensiones de los grandes sistemas teóricos.
Urbanismo
Lefebvre y la alienación turística
El debate sobre los estudios comparativos urbanos ha actualizado mucho estas cuestiones. La acusación general que se arroja sobre toda la teoría urbana hasta el momento es la de realizar una falsa generalización a partir de la experiencia de unas pocas ciudades del norte global. En general, este debate abreva en la crítica de la teoría de desarrollo, tanto como en la polémica de la geografía anglosajona entre posiciones que privilegian la economía política y aquellas que consideran esta un prejuicio eurocéntrico. También puede interpretarse como un enfrentamiento entre posiciones marxistas y posestructuralistas, aunque para ser sinceros hay marxistas (o al menos quien se reivindica vagamente como tal) y no marxistas a ambos lados. Para las posiciones afincadas en la economía política, en términos generales, la crítica poscolonial es válida, pero arroja el bebé con el agua sucia, prescindiendo de las posibilidades de teorización sobre el capitalismo global o la regulación neoliberal y reduciendo nuestra capacidad de comprender las interconexiones y regularidades del hecho urbano.
En el medio anglosajón, la crítica hacia el parroquialismo teórico eurocéntrico parece orientarse hacia la voluntad de crear una teoría realmente cosmopolita (y no falsamente cosmopolita). En el ámbito latinoamericano, sin bien en absoluto desconectado del anglosajón, las críticas se han dirigido en una dirección similar, pero pareciendo reivindicar cierto nacionalismo epistemológico en el desarrollo de una teorización propia realmente aplicable a su realidad local. Esta diferencia es importante. Parece lógico que si criticamos una teoría por parroquialista no sea para sustituirla por varios parroquialismos, sino por una teorización cosmopolita. Por otro lado, las teorías no son independientes de las prácticas, y la reivindicación de una teoría global cosmopolita resuena con la realidad de la globalización capitalista, las grandes ciudades globales, sus grandes universidades y los profesionales transnacionales que trabajan en ellas y que, por muy críticos que sean, están inequívocamente posicionados en el lado bueno de las instituciones, redes y prácticas coloniales o imperialistas (en términos culturales, se entiende).
Existen dinámicas generales en la urbanización capitalista susceptibles de ser teorizadas, aunque adquieran formas y texturas específicas en cada contexto particular
Por otro lado, la combinación de crítica posestructuralista con cierto nacionalismo epistemológico conlleva sus propios problemas. Existe la tentación de plantear el parroquialismo como legítimo para la periferia y el cosmopolitismo como una obligación de la academia angloamericana o euro-estadounidense. También de plantear el desarrollo capitalista como un proceso natural y propio de los pueblos de una Europa artificialmente homogeneizada y desconectada de los procesos históricos que la han mantenido en relación con otras regiones del mundo. Una homogeneización artificial del norte global a la que le corresponde otra del sur global. La crítica cimentada en la diferencia entre el norte y el sur global corre el peligro de acabar sustituyendo una generalización grosera por dos igualmente toscas. Hay diferencias sustanciales al interior de Europa, como también las hay al interior de América Latina, y no se puede presuponer una diferencia irreductible entre bloques y una homogeneidad esencial hacia su interior para cualquier aspecto de lo social. ¿Es legítimo plantear Londres como modelo de ciudad europea pasando por encima de Nápoles o Sevilla? ¿O lo es generalizar Buenos Aires y Ciudad de México como ciudad latinoamericana, ignorando las enormes diferencias entre ambas y, a su vez, pongamos, con Asunción? La regionalización siempre implica un grado de arbitrariedad y algún tipo de posicionamiento político. Asimismo, no se puede pasar por alto la existencia de procesos globales e históricos que conectan lugares distantes y diversos.
La teoría cosmopolita parece casi inevitable en la medida en que existen prácticas y una realidad cosmopolita. Esta es la realidad del desarrollo capitalista o incluso del desarrollo urbano capitalista que se ha expandido desde una serie de centros dinámicos hacia múltiples periferias. Esta afirmación también plantea problemas y ha sido objeto de crítica, al ser entendida como un difusionismo eurocéntrico, que plantea un modelo monolítico en el que las innovaciones se producen en Europa y se difunden desde allí al resto del mundo. Si bien este extremo es criticable, desde posiciones particularistas parece llegar a negarse la importancia de la difusión para los estudios comparativos. La teorización crítica del desarrollo capitalista no se ha basado por lo general en la simple extrapolación de un modelo de industrialización inglesa a otros lugares dentro de una serie de etapas de desarrollo, sino en el análisis de un sistema expansivo (colonial, imperialista) caracterizado por una serie de lógicas, razones e instituciones, que se difunden, importan, copian e imponen. Negar que esto ha sucedido y sucede hoy a un ritmo cada vez más rápido es igual de absurdo que esperar que las dinámicas de difusión den lugar siempre a las mismas formas.
Hay un punto en el que las polémicas en torno a estas cuestiones podrían parecer excesivas. Para Lefebvre, la propia oposición entre la reivindicación particularista y el estudio de la totalidad no sería otra cosa que un falso debate. Lo particular no puede existir sin la referencia a lo general, ni las partes sin el todo, y viceversa. No obstante, la tensión entre la ambición generalizadora y el particularismo subyace hoy a toda perspectiva comparativa en el ámbito de la teoría social. A veces pareciese que para criticar en los errores de la generalización no hubiera más remedio que cegarse a la existencia de patrones ampliamente extendidos desde hace mucho. Los estudios comparativos deberían atender a estos, tanto como a la diferencia, en lugar de negarse entre sí. Existen dinámicas globales y generales, como el desarrollo urbano capitalista, que tienen impacto sobre los diferentes territorios y que son susceptibles de ser teorizadas, una tarea para la que la economía política se encuentra especialmente equipada, aunque dichas dinámicas globales adquieran formas y texturas específicas en cada contexto particular.
Ibán Díaz Parra y Beltrán Roca Martínez son autores del libro El espacio en la teoría social. Una mirada multidisciplinar, publicado por Tirant Lo Blanc en 2021. El libro pretende ser una revisión histórica y actualización de los debates sobre el espacio social.