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Ocupación israelí
Un asedio silencioso: la inseguridad alimentaria como arma de guerra
Investigadora doctoral en el Departamento de Estudios Ambientales de la Universidad de Colorado (USA)
Es 6 de octubre de 2023. Las agencias de las Naciones Unidas y sus socios humanitarios estiman que 2,1 millones de palestinos en el Territorio Palestino Ocupado (TPO) requieren asistencia humanitaria. Además, el 54% de la población palestina (1,24 millones de personas) sufre un estado de inseguridad alimentaria, lo que implica tener una falta de acceso físico, social o económico constante a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para satisfacer las necesidades alimentarias mínimas. A 6 de octubre de 2023, más de la mitad de la población sufre estas condiciones.
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Nos trasladamos al 9 de octubre de 2023. Los medios se hacen eco de un bloqueo total, ordenado por Netanyahu y fundamentado en el derecho de Israel a defenderse. Sin conocer la historia de Gaza, uno puede pensar que, en efectivo, el ‘bloqueo’ acaba de comenzar como estrategia de defensa. Sin embargo, el desarrollo de esta narrativa no es más que una maniobra para desviar la atención de la realidad que nos muestra el contexto histórico, y es muy peligroso suscribirla. Cualquier análisis mínimamente profundo mostraría que la restricción de la entrada y salida de suministros no es más que una exacerbación de la que ya existía.
El desarrollo de esta narrativa no es más que una maniobra para desviar la atención de la realidad que nos muestra el contexto histórico, y es muy peligroso suscribirla
La Declaración Balfour, que apoyó el comienzo de una incursión colonial sionista en Palestina, marcó un antes y un después en los derechos territoriales del pueblo palestino. La posterior ideación del Plan Dalet, el detonante de la ocupación activa por parte de lo que se convirtió en Israel en 1948, allanó aún más el terreno para la continuación de violaciones de derechos: a día de hoy, a los palestinos les han expoliado más del 85% de sus tierras, y con ello, sus recursos. Incluso en ese 15% restante, Israel ha restringido a lo largo de décadas la entrada de recursos esenciales, como, por ejemplo, el agua (en la ocupación de 1967), la comida o la energía, de manera sistemática e intencionada. Otro ejemplo más reciente llegó tras las elecciones legislativas de 2006 y el posterior control de Gaza por parte de Hamás en junio de 2007, cuando las autoridades israelíes impusieron restricciones adicionales, alegando razones de seguridad. Las imposiciones de 2007, que abarcaban tierra, mar y aire, aislaron a los 2,2 millones de palestinos de Gaza del resto de los TPOs y de la comunidad internacional, y restringió estratégicamente los bienes a los que se les permitía el paso.
A día de hoy, a los palestinos les han expoliado más del 85% de sus tierras , y con ello, sus recursos
A día de hoy y en consecuencia del bloqueo del 9 de octubre, toda la población de la Franja (más de 2,2 millones de personas) padece inseguridad alimentaria. En respuesta a las palabras de Netanyahu, varias agencias de la ONU, incluido el Programa Mundial de Alimentos (PMA o World Food Programme, WFP), advirtieron sobre la urgencia de mantener y de fortificar el paso de recursos necesarios para la supervivencia, incluida la comida. Sin embargo, pasadas las semanas, el transporte de suministros fue menguando gradualmente. Y los siete días de tregua, del 24 de noviembre al 1 de diciembre, no fueron, ni de lejos, suficientes para satisfacer las necesidades mínimas de la población palestina.
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Pongamos los datos en perspectiva: a lo largo de la primera mitad del 2023, entraron en Gaza un promedio de 77 camiones por día transportando exclusivamente alimentos. Con el inicio del bloqueo y antes de la tregua, esta cifra se redujo a menos de 13 por día, lo que ha supuesto una disminución de los suministros del 85%. Durante las primeras seis semanas, han sido un total de 465 camiones los que han conseguido entrar en la Franja. Con una serie de cálculos muy básicos, se puede ver, claramente, que no dan los números. Investigadores en EE. UU. han señalado que el total de camiones sólo habría permitido que los habitantes de la Franja satisficiesen el requerimiento mínimo de energía durante 15 días. Es decir, al inicio de la tregua, la inanición colectiva ya era un hecho.
Con el inicio del bloqueo y antes de la tregua, esta cifra se redujo a menos de 13 por día, lo que ha supuesto una disminución de los suministros del 85%
Los siete días del alto al fuego han podido dar un respiro, pero los números muestran, una vez más, que los suministros no son suficientes para sacar al pueblo gazatí de la hambruna por mucho tiempo. Durante los primeros días de la tregua, del 24 al 29 de noviembre, entraron en el norte de la franja 4850 toneladas métricas de comida (harina de trigo, arroz y productos enlatados, principalmente). Considerando la población estimada del norte, la carga calórica de cada alimento y suponiendo una distribución equitativa, el superávit calórico podría cubrir las necesidades de la población durante 1.28 días más, a partir del 29 de noviembre.
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Todos los cálculos anteriores apuntan a una realidad muy cruda: no existe stock al que los gazatíes puedan acudir. El 6 de octubre, más de la mitad de la población sufría inseguridad alimentaria; el 19 de octubre, el stock existente de alimentos básicos no iba a durar más de 24 días. A la escasez de alimentos, además, le acompaña la privación del gas para cocinar, o, en general, la privación del combustible. En cuanto a lo que se pueda generar dentro de la Franja, los recursos son extremadamente limitados y la capacidad de cultivar bajo el bombardeo actual se ha visto gravemente comprometida, tanto por los daños a las tierras de cultivo como por el peligro inherente que supone para los agricultores. En muchos casos, la desnutrición se está topando, además, con unos suministros de agua radicalmente limitados, y unas condiciones sanitarias insalubres, como lo reportan los refugios de UNRWA: se ha registrado un aumento significativo de enfermedades transmisibles como la diarrea, infecciones respiratorias agudas, infecciones de la piel y afecciones relacionadas con la higiene, y existen informes iniciales de brotes de enfermedades, incluida la hepatitis A.
Se ha registrado un aumento significativo de enfermedades transmisibles como la diarrea, infecciones respiratorias agudas, infecciones de la piel y afecciones relacionadas con la higiene, y existen informes iniciales de brotes de enfermedades, incluida la hepatitis A
Hasta la fecha, el gobierno israelí ha defendido sistemáticamente sus acciones militares en la Franja de Gaza argumentando que iban dirigidas única y exclusivamente a bases de Hamás, incluso cuando los blancos han sido hospitales, escuelas, lugares de culto o ambulancias. Sin embargo, el bloqueo del que estamos siendo testigos, que restringe tácticamente suministros esenciales, deja poco margen de justificación o excusa: es la fachada de un entramado que se diseñó hace décadas, y va dirigido a la población civil. Este bloqueo no empezó ni el 7 ni el 9 de octubre: ha sido deliberadamente impuesto sobre la población palestina desde los comienzos de la ocupación. Con respecto a la seguridad alimentaria del pueblo palestino, ese 7 de octubre no empezó nada nuevo.
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Vemos que, cada vez más, figuras del ámbito de la política, la cultura y los sectores humanitarios abogan por un alto el fuego inmediato. Dar prioridad a un alto el fuego, aunque crucial, refleja un enfoque totalmente miope de la crisis que estamos viviendo. Como medida urgente y desde el punto de vista de la seguridad alimentaria, un flujo de suministros continuo y constante es vital. Sin embargo, como medida estructural, volver al estado previo al 7 de octubre no es viable: 1,24 millones de personas sufría inseguridad alimentaria, y 2,1 millones requerían asistencia humanitaria. Por tanto, tenemos que plantearnos cuáles son las soluciones que existen a largo plazo. ¿Cómo podemos detener la violencia que se ha desarrollado durante décadas y que ha marcado a generaciones de palestinos a través del hambre, de constantes limitaciones comerciales, limitaciones de movimiento de civiles con puntos de control y barreras, restricciones de movilidad a centros de salud, y un largo etcétera, para conseguir una paz duradera? Cualquier solución que se plantee tendrá que ir mucho más allá de imponer sanciones o de retirar el apoyo internacional a los perpetradores.
Dar prioridad a un alto el fuego, aunque crucial, refleja un enfoque totalmente miope de la crisis que estamos viviendo. Como medida urgente y desde el punto de vista de la seguridad alimentaria, un flujo de suministros continuo y constante es vital
Estamos hablando de décadas de opresión y de dominación y, por tanto, el enfoque de las preguntas que pongamos sobre la mesa tiene que ir acorde a los hechos históricos. Y, esto es así, porque la población de Gaza seguirá sufriendo los impactos del presente y del pasado incluso cuando lleguen los camiones necesarios con la carga calórica necesaria. Como seres humanos, tenemos el derecho fundamental a la alimentación adecuada. La incapacidad del mundo occidental para entender la realidad del hambre en Palestina no solo muestra una brecha en la comprensión, empatía y voluntad, sino también en el respeto hacia un derecho humano fundamental que está siendo violado.
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Elaine Scarry, en su libro “The Body in Pain” (1985), nos habla de la dificultad de expresar el dolor, y de las consecuencias políticas que ello acarrea. Nos pregunta, “¿cómo es posible que una persona pueda estar en presencia de otra que sufra dolor, y no saberlo? ¿No saberlo hasta el punto de infligirlo, y seguir infligiéndolo?” Cuenta cómo, generalmente, existe una barrera en el lenguaje cuando queremos expresar el dolor físico. Y la relativa facilidad o dificultad con la que cualquier fenómeno se pueda representar verbalmente influye directamente en la facilidad o dificultad con la que ese fenómeno se represente políticamente. Estamos siendo testigos de cómo un hambre generalizada y sus efectos debilitantes en el pueblo palestino permanecen, a ojos de la comunidad internacional, incomprensibles, o, peor aún, ignorados. Y, por tanto, infrarrepresentados en el discurso y en la acción internacional. Cuando escuche o lea sobre la actualidad en Gaza, queridx lectorx, resista caer en la trampa de la indiferencia. Reconozca que la llamada guerra y sus narrativas están siendo explotadas como tapadera, como justificación para perpetuar violaciones de derechos humanos fundamentales contra poblaciones civiles que las están sufriendo, entre otras razones, a causa de nuestro silencio histórico.
Estamos siendo testigos de cómo un hambre generalizada y sus efectos debilitantes en el pueblo palestino permanecen, a ojos de la comunidad internacional, incomprensibles, o, peor aún, ignorados
Es 11 de diciembre de 2023. Los ataques aéreos y las bombas siguen dominando los titulares, pero en estas palabras también reside una realidad de la que no nos podemos olvidar: el desgaste del pueblo palestino que lleva sufriendo, durante décadas, una inseguridad alimentaria intencionada. Existe un silencio deliberado y opresor, impuesto a la narrativa palestina, un silencio que buscaba enterrar la realidad de la pérdida de más de 85% de sus tierras, de las restricciones sistemáticas a sus medios de vida, y de las atroces violaciones de sus derechos. Pero los hechos no se pueden silenciar: por muy crudos e incómodos que sean, exigen nuestra atención y nuestra voz. Al escuchar al pueblo palestino, amplificamos su lucha y desafiamos esa quietud; nuestras palabras se vuelven más que un simple discurso y se transforman en actos de resistencia contra el borrado de la historia. A través de nuestro incesante diálogo, del compromiso de los medios de comunicación, de las campañas de judíos que claman ‘No en mi nombre’, de las movilizaciones locales y colectivas desde los cimientos y en cada país, podemos contribuir a un futuro donde el silencio ya no sea un arma que se utilice contra el pueblo palestino.
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Este artículo te abre los ojos con una mano mientras te estruja el estómago con la otra.