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Es otro día laboral. Amalia se despierta a las 5.30h. Aún es noche cerrada. Recostada en la cama toma un antiinflamatorio y se chasca los dedos uno por uno para que el hormigueo vaya desapareciendo. La garra se despierta por fin en forma de mano. Consigue levantarse cuando ya clarea. Un autobús abarrotado la dejará frente a la primera casa a la que asistirá hoy. Es parte de Territorio Doméstico, colectivo feminista que lucha para visibilizar y dignificar el empleo de hogar y cuidados. Se apoyan colectivamente ante las injusticias que viven otras, se acuerpan y organizan sus reclamos a través de canciones: “Me duele todo el cuerpo de nunca parar, no tengo un día libre ni para enfermar. Si este curro que hacemos es fundamental, ¿por qué pagan tan mal?”.
Otros colectivos, Las Kellys (Asociación de camareras de piso de los hoteles) y Jornaleras de Huelva en Lucha, reivindican la misma falta de derechos en salud laboral. Las aparadoras, colectivo de mujeres que fabrican zapatos, denunciaron ante el Parlamento Europeo la explotación de la industria del calzado. Trabajan en chamizos con escasa iluminación, sin contrato ni inspecciones laborales, mientras las doblegan enfermedades silenciosas de años de trabajo a destajo. Tras décadas encogidas en la máquina de aparar calzado durante jornadas maratonianas, las aparadoras padecen de cervicales inflamadas, dolor de huesos, columna y articulaciones, escoliosis y artrosis degenerativa, además de problemas de visión y manos dormidas e hinchadas. Y ahora, en el momento de jubilarse, no tienen derecho a pensión.
Al “femiprecariado”, como a las muñecas recortables de papel, le puedes cambiar de traje. Puede ser mariscadora, con chaleco salvavidas y neopreno, para evitar hipotermias; o jornalera, con sombrero y pañuelo en la cabeza, para evitar lipotimias
Junto a las mujeres de la pesca, las empleadas de ayuda a domicilio y las cuidadoras de la tercera edad, desarrollan trabajos que se conocen como “feminizados”. Esto quiere decir que son ocupaciones en las que más del 80% son mujeres. Tienen en común inestabilidad laboral, escasa formación en prevención de riesgos laborales, jornadas extensas donde las tareas son duras y los ingresos bajos y una brecha salarial del 18,7%, mayor que en las ocupaciones que desempeñan tanto hombres como mujeres. Se sienten poco valoradas a pesar de ser fundamentales para el mercado económico. Soportan el mismo tipo de lesiones y riesgos psicosociales, sin reconocerse como derivados de su actividad y siendo catalogados como enfermedad común, dificultando por ello el abordaje de los factores que las provocan.
Tras atender a dos personas dependientes a las que ha tenido que bañar sin grúas elevadoras, Toñi, sociosanitaria, se dispone a tomar un descanso. Pero un mensaje de voz de la coordinadora la lleva a una sustitución. La distancia es larga, y durante los cambios de línea del transporte público tomará un tentempié ultraprocesado envuelto en papel albal. Corriendo. Controladas por la empresa en ruta y tiempo entre domicilios a través de Google Maps. “La salud es lo primero que tienes la sensación de perder cuando trabajas de esta manera”.
Aparte de las consecuencias psicológicas, las sociosanitarias se enfrentan a una sobrecarga muscular debido al peso que soportan y que generalmente acaba acarreando trastornos como lumbalgias o tendinitis que a su vez desencadenan lesiones crónicas como la artritis. Al “femiprecariado”, como a las muñecas recortables de papel, le puedes cambiar de traje. Puede ser mariscadora, con chaleco salvavidas y neopreno, para evitar hipotermias; o jornalera, con sombrero y pañuelo en la cabeza, para evitar lipotimias. Pero es siempre el mismo cuerpo. Un cuerpo colectivo con el mismo tipo de enfermedades no reconocidas. El Instituto de la Mujer achaca a los movimientos repetitivos, la sobrecarga y las exigencias en los ritmos de trabajo que todas estas profesiones desarrollen lesiones que arrastran de por vida y que las incapacitan a veces para trabajar y para la vida en general.
Para las camareras de piso, espaldas que cargan con el peso del turismo masivo, rodilleras, fajas y muñequeras se convierten en parte del uniforme. Las mariscadoras, a merced del oleaje, se enfrentan a graves trastornos músculo-esqueléticos. El sol las envejece prematuramente, como a las temporeras del fruto rojo, lo que puede derivar en tumores de piel. Tampoco las enfermedades posturales o por exposición a productos químicos que sufren las empleadas del hogar se encuentran contempladas en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.
“Con 50 años te ves inútil del todo, porque te ves que no sirves para nada. ¿Quién cuida de las que cuidamos?”
Las sociosanitarias se unen a las sobrecargas musculares por los pesos soportados que degeneran en trastornos crónicos. Cuidar de los demás hace que ellas envejezcan antes. Uge, sociosanitaria, fue despedida después de sufrir un ictus mientras atendía a un usuario en su casa. Fue obligada a terminar la jornada antes de acudir a urgencias. Un accidente cerebrovascular quizá “provocado por el estrés y el aislamiento” del trabajo. La inspección no es posible al tratarse de un domicilio privado. Diecinueve días en el hospital, entre la unidad de ictus y planta, y varios mensajes de voz de la empresa para que devolviera el uniforme y firmara el despido, le causaron depresión crónica: “Con 50 años te ves inútil del todo, porque te ves que no sirves para nada. ¿Quién cuida de las que cuidamos?”
Dolor y angustia por su salud e incertidumbre por el futuro de su puesto de trabajo, vulnerabilidad por la temporalidad propia de estas ocupaciones, estrés por el ritmo excesivo y sobrecarga de tareas, sometidas a una supervisión constante que genera ansiedad, con control estricto de tiempos y presiones por conseguir unos objetivos elevados, desgaste por falta de previsión y altos niveles de exigencia, desmotivación por el poco tiempo libre para el desarrollo personal, sin desconexión por jornadas que se alargan. El colectivo Jornaleras de Huelva en Lucha vuelve a sentir impotencia ante el reciente convenio que rebaja a la mitad el tiempo para el almuerzo, queda en 15 minutos: “¿Qué puedes comer en 15 minutos? ¿Y descansar?”.
Los colectivos reivindican el “incremento del número de inspectores laborales, inspecciones aleatorias, castigo a los expedientes irregulares y que estos no puedan optar a las bolsas de trabajo institucionales”
La “uberización” del trabajo ha llegado a estos sectores feminizados, que dependían del estado de bienestar. Las empresas privadas externalizadas compiten por conseguir contratos tirando los precios, que no cubren costes y acaba incidiendo tanto en las trabajadoras como en la calidad de la atención, según el estudio CuidémoNos. Auxiliares de Ayuda a Domicilio en España 2022. Riesgos sociales y estado de salud de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Una alta competencia que repercute en los cuerpos. Este modelo de negocio permite al Estado desentenderse de las condiciones laborales mientras ahorra en formación y prevención de riesgos.
Los colectivos reivindican el “incremento del número de inspectores laborales, inspecciones aleatorias, castigo a los expedientes irregulares y que estos no puedan optar a las bolsas de trabajo institucionales”. Al tiempo, los funcionarios de Inspección de Trabajo convocaron huelgas a principios de año, protestando por la falta de personal y medios, lo que deja los derechos de los trabajadores “al albur de los empresarios”. Y las mutuas, de gestión público-privada supervisadas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad social, atribuyen las dolencias a la edad y no al trabajo. “Les dan tratamiento sintomático pero nada más. No les dan baja laboral porque no está reconocida como enfermedad profesional”, concluye el estudio de la UAB.
Antonina ha aseado hoy unas veinte habitaciones. Madre de tres, hija de la precariedad. Se mira al espejo y ve cansancio. De trabajar y de rasgar derechos. Cena cualquier cosa. Se quita la faja y se toma un antiinflamatorio, un somnífero, un antidepresivo. Pone el despertador a las seis de la mañana. “Crac”, al sentarse en la cama su cuerpo se lamenta: “Me rompo cada noche”.
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Según el Tribunal Supremo Las empresas no pueden aplicar el despido disciplinario sin escuchar antes la versión del trabajador
Espantosas condiciones laborales y espantosas consecuencias en sus vidas.
Y sabiéndose como se sabe se tolera, se permite a empresas y particulares explotar, maltratar, lucrarse con el esfuerzo y el dolor de quienes no pueden elegir.
¿Dónde está la justicia, la decencia de quienes gobiernan y legislan? Eso sí, a sus señorías nunca se les pasa actualizar sus sueldos y procurarse unas condiciones de trabajo más que dignas .
Luego se extrañan de que cada vez más la gente les considere un problema y una carga.
Vergüenza!!!!
Todavía hay patrones que con cristiano fingimiento (y buenos sueldos) te dicen sin sonrojarse que no les dan de alta porque ellas no quieren, que es un extra. A lo que yo les digo: pues dáselo como donación o beca en vez de explotarla, limpia tú tu mierda.
Haría falta un botón del pánico (sin dejar rastro) para que se personara de inmediato en el domicilio una inspección "por sorpresa".