Unión Europea
La ultraderecha europea ante la victoria de Trump

El triunfo de Donald Trump da alas a todas las formaciones ultraderechistas de Europa y del resto del mundo, que han visto como el millonario republicano ha conseguido volver a ganar las elecciones sin moderar un ápice su discurso.
Debate de investidura Pedro Sánchez  Bancada VOX - 13
Bancada de Vox en el Congreso. David F. Sabadell
@jaimebgl
@jaimebgl.bsky.social
21 nov 2024 06:00

La vuelta de Donald Trump al poder abre un nuevo capítulo para las derechas radicales en Europa y el resto del mundo. Su triunfo da alas a todas las formaciones ultraderechistas, que han visto como el magnate republicano ha conseguido volver a liderar el país más poderoso del mundo sin moderar un ápice su discurso. Lo de Trump ya no se puede considerar una anomalía ni una desviación puntual de la línea normal de los acontecimientos. Al final parece que el trumpismo ha resultado ser la normalidad y no la excepción, y que el verdadero paréntesis ha sido el Gobierno de Joe Biden dentro de la era Trump.

La victoria del líder republicano afectará a muchos niveles al futuro de la ultraderecha en Europa, pero sobre todo hay dos puntos en los que su impacto es clave. El primero es la unión de las derechas radicales a nivel europeo y el segundo es la confirmación de la victoria del modo de hacer política de la ultraderecha.

Al final parece que el trumpismo ha resultado ser la normalidad y no la excepción, y que el verdadero paréntesis ha sido el Gobierno de Joe Biden dentro de la era Trump

Sobre el primero de estos puntos, Trump no es solo una fuente de inspiración y un espejo en el que mirarse para las distintas formaciones ultraderechistas, sino que su figura puede ser el pegamento que una a unas derechas radicales divididas desde hace tiempo. 

La posición internacional respecto a Rusia, la OTAN y los Estados Unidos ha sido uno de los principales puntos de discordia en la ultraderecha europea. Siempre ha existido una facción más atlantista y alineada con la OTAN, y otra que mantenía posiciones más cercanas a Rusia que no agradaban a los líderes estadounidenses. Por eso, quienes durante años tuvieron los contactos con los neoconservadores de EE UU fueron líderes como Giorgia Meloni, cuya posición internacional se consideraba mucho más fiable que la de figuras como Marine Le Pen o Matteo Salvini. 

La paradoja que se da tras la victoria de Trump es que el futuro presidente es más cercano al grupo de la extrema derecha europea que ha sido tradicionalmente más próximo a Rusia y receloso de la influencia de EE UU

La paradoja que se da tras la victoria de Trump es que el futuro presidente de los Estados Unidos es más cercano al grupo que ha sido tradicionalmente más próximo a Rusia y receloso de la influencia de EE UU. Viktor Orban, quien no ha ocultado sus simpatías por Putin, fue el primer líder europeo en felicitar a Trump y es el principal aliado del presidente estadounidense en el seno de la Unión Europea. Su grupo en el Parlamento Europeo, Patriotas, donde se encuentran quienes han defendido tradicionalmente posiciones menos alineadas con la OTAN y los Estados Unidos como Le Pen, Geert Wilders o Salvini, tendrá ahora una relación privilegiada con Washington gracias a la mediación del líder húngaro.

Si los miembros de Patriotas, quienes habían sido mirados con recelo por la ultraderecha atlantista de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), ahora son vistos con buenos ojos por la administración estadounidense, una de las grandes brechas entre las dos principales familias de la derecha radical europea se reduciría notablemente. Aunque Trump no va a hacer desaparecer de un plumazo todas las diferencias que existen en la heterogénea familia de la ultraderecha europea, su presencia en la Casa Blanca ayuda a difuminar algunas y supone una oportunidad para alcanzar un punto de encuentro.  

Trump no va a hacer desaparecer de un plumazo todas las diferencias entre la extrema derecha europea pero su presencia en la Casa Blanca supone una oportunidad para alcanzar un punto de encuentro

En estas semanas se han dado algunos pasos que podrían caminar en esta dirección. El primero, justo después de la victoria de Trump, cuando la primera ministra italiana y presidenta de ECR, Giorgia Meloni, felicitó efusivamente al presidente electo anunciando una estrecha colaboración con su administración con la que dijo compartir valores y objetivos. Y el segundo, este mismo fin de semana, cuando el grupo parlamentario Patriotas nombró presidente a Santiago Abascal. El grupo creado por Viktor Orban podía haber elegido a un dirigente de otro partido con mayor número de diputados, o más peso en su país, pero se decantó por el líder de Vox,  ex miembro de ECR y que mantiene una buena relación con Meloni. Un movimiento que quizás puede ser interpretado como un gesto de buena voluntad hacia ECR, ahora precisamente cuando más se tambalea la gran coalición de populares, liberales y socialistas tras encallarse el nombramiento de Teresa Ribera, y por ende el de la nueva Comisión Europea. 

La victoria de Trump marca el triunfo definitivo de un modo muy concreto de entender y hacer política, basada en crear enemigos fáciles a quienes demonizar y estigmatizar a través de bulos

El segundo punto más importante de la victoria de Trump es que esta marca el triunfo definitivo de un modo muy concreto de entender y hacer política. Trump ganó tras una campaña en la que esparció bulos sobre los inmigrantes, la población latina, los demócratas o un posible fraude electoral. Algunos de ellos tan disparatados como el de los haitianos de Springfield que comían mascotas. Y a pesar de ello, o gracias a ello, el magnate republicano logró imponerse en las elecciones.

La forma de hacer política de Trump se basa en crear enemigos fáciles a quienes demonizar y estigmatizar, utilizando relatos inventados o cifras falseadas entre otros tipos de mentiras. Una técnica que además ha perfeccionado respecto a 2016 incorporando a su equipo a Musk, quien ha puesto el algoritmo de Twitter al servicio de la propaganda trumpista. 

El modus operandi de Trump es el de Vox o Alvise Pérez en España, el de Javier Milei en Argentina, el que lideró la campaña del Brexit en Reino Unido y el que lleva ya más de una década obteniendo resultados impresionantes a lo largo y ancho del mundo. Bolsonaro gobernó Brasil, Milei lo hace en Argentina, en Italia gobierna una coalición liderada por una exmilitante neofascista, y ni siquiera países de la talla de Francia y Alemania se encuentran a salvo de ver en los próximos años a la ultraderecha en el gobierno. La victoria de Trump les refuerza a todos ellos, que ahora tendrán en la Casa Blanca y el Partido Republicano un referente al que mirar y en el que inspirarse.

El gran peligro de su vuelta es que supone la confirmación de que esta estrategia sale rentable y que seguirá siendo replicada en otras latitudes

Con Trump no gana solo Trump, sino que lo hace una forma de entender la política y el mundo basada en el odio, la mentira y el enfrentamiento del penúltimo contra el último. El gran peligro de su vuelta es que supone la confirmación de que esta estrategia sale rentable y que seguirá siendo replicada en otras latitudes. Alvise, Vox y el resto de ultraderechas del mundo tienen más incentivos que nunca en intensificar sus ataques y seguir esparciendo mentiras y falsedades que generen un caldo de cultivo cada vez más tóxico que lleve al enfrentamiento social.

Igual de preocupante que el éxito de estas opciones políticas resulta la incapacidad de los partidos tradicionales de hacer frente a ellas. La victoria de Trump también pone de manifiesto que las armas con la que los partidos tradicionales han tratado de combatir los discursos y el modus operandi de la ultraderecha son inservibles. No basta con las agencias de fact checking, mostrar mayores competencias en un debate electoral e insistir en lo malos y peligrosos que son este tipo de liderazgos para el futuro de la democracia. Hace falta mucho más que eso para combatir a una derecha radical que en los próximos años estará más fuerte que nunca.

Para ello no hay recetas mágicas, pero sí varios elementos imprescindibles: propuestas políticas que aborden los problemas estructurales que se encuentran detrás del auge de los populismos como las desigualdades o el empobrecimiento de las clases medias; alianzas amplias entre las fuerzas que quieren defender la democracia; y mucha pedagogía para convencer a quienes están apoyando a estas formaciones eliminando cualquier atisbo de prepotencia o superioridad moral. 

La victoria de Trump pone a todos aquellos que defienden la democracia liberal tal y como la conocemos frente al espejo, desde la izquierda hasta los sectores no trumpizados del centroderecha. Los gobiernos de derecha radical, y las distintas formas de populismos autoritarios que campan a lo largo y ancho del mundo no son flor de un día. Han llegado aquí para quedarse y están más fuertes y unidos que nunca. Si no se aprende pronto a combatirlos nos tendremos que acostumbrar a una nueva normalidad en que lo natural sea que gobiernen tipos como Trump y lo anómalo sea que lo haga gente como Kamala Harris o Biden.

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