Opinión
La eclosión del autoritarismo reaccionario y otras nueve tesis sobre la victoria de Trump

La victoria del candidato republicano nos ha demostrado que estamos en una nueva era: la del neoliberalismo autoritario, en donde el camino del mal menor propuesto por los Demócratas ha sido la fórmula más rápida para llegar al mal mayor.
Grupos de extrema derecha armados en el Capitolio
Grupos de extrema derecha en el Capitolio el 6 de junio de 2021. Foto: Tyler Merbler (CC BY-NC)

Donald Trump ha ganado nuevamente una elección presidencial, convirtiéndose en el segundo presidente de la historia de Estados Unidos desde 1892 que consigue la reelección tras haber perdido previamente. Además, a diferencia del 2016, se impuso en el voto popular, una situación que no se producía para los republicanos desde hacía más de veinte años. Una victoria complementada con la mayoría de los Republicanos en el Senado y en Congreso que sumado al control conservador del Tribunal Supremo, le otorga a Trump un poder cuasi autocrático, al menos durante los dos primeros años de la legislatura, hasta que se produzcan las elecciones del midterm.

La victoria de Trump tomó desprevenidos a muchos observadores que esperaban una victoria de Kamala Harris o al menos un resultado más reñido. Se ha demostrado una vez más la disociación que existe entre el establishment mediático de opinadores y el voto de un electorado cada vez más cabreado que ha encontrado en el Trumpismo una forma de canalizar su rabia. En este texto pretendo aportar al menos diez tesis sobre una victoria que demuestra que Trump no es un accidente del sistema sino la conclusión lógica de un cambio de época.

1. Un voto de protesta

Una encuesta de la CNN a pie de urna, arrojó un dato muy revelador: “el 72% de quienes votaron dicen estar descontentos o con rabia sobre cómo están las cosas en Estados Unidos”. Un cabreo que, una vez más, ha sido clave en el éxito de Donal Trump, repitiendo la fórmula del 2016, atrayendo y movilizando un voto de protesta transversal entre las clases populares y medias, fundamentalmente blancas. Aunque en esta ocasión ha conseguido un alto porcentaje de voto entre sectores tradicionalmente demócratas como varones latinos y en menor medida afrodescendientes.

Hay una serie de hechos profundos, de carácter económico y social, que han removido de forma brutal la política, destruyendo los viejos anclajes partidarios y los consensos

Un voto de protesta contra el establishment representado por los Demócratas de Kamala Harris y en cierta medida también en lo que queda del antiguo aparato Republicano. Esto le permitió a Trump seguir presentándose como ajeno a la partidocracia norteamericana. Un “no político”, como un empresario triunfador, un gestor, reflejo de las aspiraciones sociales del norteamericano medio. Precisamente esta imagen “ajena” a lo políticamente correcto ha sido uno de los elementos clave de la victoria de Trump y de su éxito desde 2016.

Un cabreo que está generando terremotos políticos que no se terminan de ver o no se quieren ver. Un conflicto que no se origina en el vacío, sino que está profundamente marcado por la radicalización neoliberal producida a raíz de la crisis de 2008, la emergencia climática y sus consecuencias: un brutal aumento de la desigualdad, la aceleración de la destrucción de los restos del Welfare State y la “expulsión” de millones de trabajadores de los estándares preestablecidos de ciudadanía. Es decir, hay una serie de hechos profundos, de carácter económico y social, que han removido de forma brutal la política, destruyendo los viejos anclajes partidarios y los consensos, y produciendo movimientos tectónicos y realineamientos impredecibles en el campo electoral.

2. Recuperar una visión autoritaria del American Way of Life

La “geografía del descontento” que se expresa especialmente en las áreas que han experimentado un declive económico prolongado —antiguas zonas industriales, ciudades medianas y pequeñas, y áreas rurales— ha propiciado la extensión de un amplio voto de protesta. Una geografía del descontento que no se reduce a malestares de raíz económica. Sino también se explica desde una crisis cultural y de identidad, la pérdida de los “valores americanos” frente a los procesos de “uniformización global”.  La gran victoria de Trump ha sido incorporar una visión autoritaria del American Way of Life (estilo de vida americano) cuando este parecía herido de muerte. En el momento en el que la promesa del American Dream aparece como más difícil de cumplirse por la desaparición del American Way of Life, irrumpe un personaje que encarna la imagen del triunfo americano con todo su esplendor y sus excesos.

3. La capacidad para amplificar el lenguaje de protesta de la derecha

La defensa del americano medio, el resentimiento contra las “élites” progresistas, las fantasías victimistas de persecución estatal a ritmo de country, etc. ha recuperado el llamado populismo del pequeño empresario eminentemente funcional a las lógicas neoliberales. En palabras del periodista Thomas Frank: “El pequeño empresario encarna la cara del conservadurismo porque su rechazo a las multinacionales y sus referentes políticos coincide con los tiempos que corren (…)". El pequeño empresario “se ha convertido en el hombre que vuelve seductora la utopía capitalista”.

Así, el granjero como imagen mitificada que encarna los valores de la nación, es sustituido por el emprendedor o el pequeño empresario, que aparece como emblema del sueño americano. Son los verdaderos héroes que han hecho grande a los EEUU, favoreciendo un individualismo que culpabiliza a los “perdedores” del sistema de los males de la nación permitiendo que el descontento popular se canalice hacia abajo en vez de hacia arriba.

4. El concurso del sindicato de los millonarios

En 1934, justo después de la gran crisis y en el marco del New Deal de  Roosevelt, nacía la Liga Americana de la Libertad, una organización de multimillonarios que fue bautizada con el sobrenombre del “sindicato de los millonarios”. Cada ciclo electoral hay más dinero, en cada campaña se sobrepasa el récord de la anterior. Una tendencia que se ha acelerado desde que en 2010 la Corte Suprema de los Estados Unidos facilitó el aumento del gasto en las campañas electorales, tanto directa como indirectamente, por parte de grupos externos. Una decisión que inauguró la era de los mega-donantes, un ciclo de gasto político sin precedentes, en la que los millonarios, así como las corporaciones, influyen en la política como nunca antes. La victoria de Trump en 2016 supuso una vuelta de tuerca más en la oligarquización de la política norteamericana, al aumento exponencial de los gastos de campaña había que sumarle el efecto mimético que generó Trump de candidatos millonarios.

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En esta campaña electoral, tenemos que añadirle el concurso directo del Elon Musk, la persona más rica del mundo, que no solo se ha gastado muchísimo dinero en apoyar la candidatura de Trump —se estima que unos trescientos millones de dólares, incluso llegando a comprar votos en estados clave como Pennsylvania— sino que ha utilizado, sin ningún tipo de rubor o medida, X, la red social que compró en 2022, como una potente arma electoral en favor de Trump.

El dueño de la plataforma X ha demostrado tener el privilegio de comprar la capacidad de hacer el mundo algo más a su medida

En este sentido, un estudio de los profesores Timothy Graham y Mark Andrejevic ha descubierto un cambio estructural en las métricas del algoritmo de  X desde enero del 2024 para exponer a los usuarios al contenido que Musk deseaba. De esta forma, del dueño de la plataforma X ha demostrado tener el privilegio de comprar la capacidad de hacer el mundo algo más a su medida, tanto en lo que se refiere a sus intereses económicos como en lo referente a sus tendencias ideológicas. Estamos ante un paso más hacia un sistema plutocrático.

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La satisfacción por el pinchazo de la burbuja del Bitcoin se multiplica porque la caída de las criptomonedas afecta especialmente a Elon Musk, en teoría el hombre más rico del mundo.

5. Los neorreaccionarios

Los neorreaccionarios son un movimiento abanderado por multimillonarios tech que se definen como antidemocráticos, antiliberales, antiilustración, antiigualitarios o aceleracionistas, es decir, buscan provocar tensiones para que estalle el conflicto y forzar un cambio de régimen político. Entre ellos destaca Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores en Facebook, que ha financiado campañas de políticos ultraderechistas para acelerar conflictos en Estados Unidos.

La otra gran figura es el propio Elon Musk que ha invertido miles de millones en comprar X para poder influir de forma decisiva en el debate público y envenenarlo, tal y como vimos en los pogromos ultraderechistas en Inglaterra el verano de 2024. Multimillonarios tech contra la democracia, que están invirtiendo miles de millones así como sus propias compañías tecnológicas para condicionar los resultados electorales a favor de sus intereses económicos e ideológicos, una auténtica revuelta de los privilegiados.

6. El paladín de la nueva derecha cristiana

En un país como Estados Unidos, en el que el 81% de la población cree en Dios, las cuestiones religiosas tienen un peso en el electorado muy importante. Parecía difícil que un candidato como Trump –divorciado dos veces y casado en tres ocasiones, con numerosos escándalos sexuales (condenado por tratar de ocultarlos), ostentoso y arrogante— pudiera presentarse como un hombre que guiaba su vida por valores religiosos. Pese a todo, una de las claves de su éxito electoral ha sido la capacidad para cautivar al electorado evangélico.

El propio Trump, en su discurso de la noche electoral, no mencionó ni una sola vez al partido Republicano, en cambio sí realizó varias alusiones al movimiento Maga

A pesar de los escándalos, la comunidad evangélica más conservadora ha llegado a justificar su apoyo político a Trump comparándolo con el «Ciro moderno» y «candidato de Dios para el caos». Para los evangélicos «Ciro es el modelo del no creyente al que Dios elige para cumplir con los propósitos de los fieles». Estos grupos ven con buenos ojos que Trump esté dispuesto a romper con las normas democráticas para combatir las amenazas que sienten contra sus valores y modos de vida, para cumplir “la misión de dios en la tierra”. Entienden que Trump es el mandatario más cercano a sus postulados, capaz de implementar una agenda nacionalista cristiana que represente sus intereses políticos y morales.

7. La derrota del  malmenorismo o del neoliberalismo progresista

El malmenorismo, una forma particular de antipolítica promocionada desde el establishment, entendido como el voto en contra de un candidato para sortear siempre el mal, sí, pero el mal mayor, asumiendo que se acepta el peaje de un mal menor.  El malmenorismo de Harris representaba era, en cierta forma, el intento de salvar los restos del naufragio de lo que Nancy Fraser ha definido como «neoliberalismo progresista», la combinación por parte de los gobiernos demócratas de políticas económicas regresivas, liberalizadoras, con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. De hecho, la elección de Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas contra el neoliberalismo progresista. No perdamos de vista que romper con el statu quo otorga un notable sex appeal y un cierto aura de anti-sistema, en un momento en el que el sistema es un generador de malestares diversos

El malmenorismo es, en cierto sentido, la última tabla de salvación para los aparatos políticos tradicionales que en las últimas cuatro décadas han gestionado las políticas neoliberales. El trumpismo, lo primero que derrotó fue al propio establishment del partido Republicano, cuando consiguió ganar, contra pronóstico, en las primarias para las elecciones del 2016. Desde entonces el Trumpismo ha ido transformando el partido a su imagen y semejanza, adaptándolo a una nueva era. En este sentido, la derrota del malmenorismo que representaba Harris, es una derrota existencial para los demócratas y su aparato partidario, un síntoma más de que estamos entrando en una nueva era, la del neoliberalismo autoritario, en donde el camino del mal menor ha sido la fórmula más rápida para llegar al mal mayor.

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8. El trumpismo se hizo carne: Maga

Maga, acrónimo del lema Make America Great Again, eslogan que ya utilizó Reagan en la campaña de 1980, que Trump se apropió en la campaña del 2016 y que ha mutado en una suerte de movimiento e incluso en ideología reaccionaria. El propio Trump, en su discurso de la noche electoral, no mencionó ni una sola vez al partido Republicano, en cambio sí realizó varias alusiones al movimiento Maga, refiriéndose a él como: “el movimiento político más grande que se ha visto nunca en este país". El movimiento Maga se ha convertido en una corriente política, que por el momento permanece electoralmente en el seno del partido Republicano pero con Trump en la Casa Blanca su evolución es impredecible. Pero por el momento se ha convertido en una pieza fundamental de agitación social y de movilización electoral.

El muro es un símbolo arrollador que se ha convertido en un icono de «preferencia nacional» generador de identidades de exclusión, pero también de protección de la comunidad

De hecho, si en las elecciones del 2016 la conocida como Alt Right aportó el elemento más radical, juvenil y contracultural a la campaña de Trump, en esta ocasión ha sido el “Dark Maga”. La vertiente más juvenil y radical del movimiento trumpista, que a través de los memes y con una estética sombría que recuerda a las películas distópicas de ciencia ficción, ha conseguido conectar con el votante juvenil. No podemos separar la propia figura y campañas de Trump del elemento contracultural reaccionario que ha conseguido ser un potente constructo propagandístico.

9. Sanar un país cerrando las fronteras

No es casual que Trump hiciera referencia, en su discurso de victoria a uno de sus temas fetiche, el cierre de fronteras y la expulsión de migrantes. La retórica antinmigración no solo es uno de los temas preferidos de Trump sino que es uno de los elementos más comunes entre las principales formaciones de extrema derecha. Prácticamente, todas las organizaciones de este heterogéneo ambiente político apunta a los inmigrantes, preferentemente pobres y «no occidentales», como chivo expiatorio de una supuesta degradación socioeconómica y cultural. 

La politóloga californiana Wendy Brown señala que las referencias de Trump al muro con México intentan «restañar las heridas de una soberanía lesionada por el asalto neoliberal»

En este contexto, las vallas, los muros, las concertinas... no son solo un elemento eficaz de propaganda política inmediata que permite visibilizar el «trabajo» concreto de los gobiernos, también son un potente instrumento simbólico a la hora de construir un imaginario de exclusión entre la «comunidad» y la alteridad, los «extranjeros». El muro es un símbolo arrollador que se ha convertido en un icono de «preferencia nacional» generador de identidades de exclusión, pero también de protección de la comunidad.

Podemos hablar de un auténtico populismo de los muros, un elemento eficaz no solo para construir identidades predatorias sino también para recuperar la idea de soberanía, al relacionar control migratorio con su recuperación (recuérdese el famoso lema del Brexit de «tomar el control»). En este sentido, la politóloga californiana Wendy Brown señala que las referencias de Trump al muro con México intentan «restañar las heridas de una soberanía lesionada por el asalto neoliberal». 

Así́, el control migratorio para el trumpismo no solo funciona como un elemento que salvaguarda las identidades, «protector» de la comunidad o de recuperación de soberanía, también es una excusa para canalizar los males y miedos que las políticas neoliberales generan contra el eslabón más débil y fragilizado: la población migrante. Favoreciendo una lógica de guerra entre el último y el penúltimo por la disputa de los recursos escasos.

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10. Trump no es un accidente

Por último, la victoria de Trump nos ofrece visos para contemplar de manera más clara el nuevo ciclo en el que hemos entrado con esta carrera hacia el abismo en la que se ha convertido la crisis sistémica del capitalismo. En este sentido, no deberíamos ver a Trump únicamente como el Frankenstein de los republicanos, sino como la expresión de un fenómeno, el autoritarismo reaccionario, que desborda las fronteras norteamericanas.

Porque, si algo enseña la victoria de Trump es cómo la ira es interesadamente alimentada, articulada y exacerbada desde arriba bajo nuevos dispositivos mediáticos, bulos o intoxicación. Otra cosa es lo que subyace debajo de las pasiones tristes que alimenta el Trumpismo, aquí es donde justamente subyace la crisis de régimen que vive el capitalismo. Por ello, es fundamental analizar la victoria de Trump, no como un accidente en la política norteamericana, sino, de manera más amplia, como un fenómeno político producto del intento de estabilización de la crisis estructural del capitalismo. Y como el trumpismo es el síntoma de que estamos entrando en una nueva era, la del autoritarismo reaccionario.

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