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Rebeca Mayorga
Artículos
Laboral
Laboral Cuerpos rotos
Los trabajos desempeñados tradicionalmente por mujeres acarrean para ellas una serie de consecuencias físicas y psicológicas derivadas de la brecha de género.
Fotos
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Paqui, aparadora, trabajó desde los 17 años bajo la economía sumergida en un pequeño cuarto de su casa encolando zapatos para la fábrica que le hacía los pedidos. “Era lo que había”, trabajar sin contrato y escondidas sus casas o en chamizos con poca calidad de luz y ventilación, vindica Isabel Matute, portavoz de la Asociación de Aparadoras y Trabajadoras del Calzado de Elche. Con solo 8 años cotizados, en la actualidad, con 78, no cobra jubilación. Tiene solicitada la pensión no contributiva, después de años de trabajo a destajo a la par que cuidaba de sus dos hijos. En España, la pensión media que cobran las mujeres es el 66,5% de la pensión de los hombres (INE).
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Ana María, socio-sanitaria, estaba embarazada cuando contrajo tuberculosis a través de un usuario. Transmitió la enfermedad a su hija Rebeca a los 18 meses de vida, y a los 15 años le diagnosticaron una pérdida auditiva del 65% en cada oído provocada por la medicación contra la tuberculosis. Con una discapacidad reconocida del 41%, Rebeca estudia hoy para ser profesora de música para personas en situación de discapacidad auditiva. Empresas externalizadas y servicios sociales usan como barrera la Ley de protección de datos para que las socio-sanitarias no puedan acceder a la información médica de las personas a las que atienden en su domicilio, con el peligro que supone no tener conocimiento en caso de que la enfermedad sea contagiosa. El caso de Ana María es extremo, pero ilustra cómo las enfermedades laborales no reconocidas pueden afectar también al entorno familiar de las trabajadoras. “Aprendemos a distinguir si la medicación que toman las usuarias es para enfermedades contagiosas”, confiesan.
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“Tomo 6 pastillas al día para poder trabajar”, es una expresión que se repite entre las trabajadoras de estas ocupaciones feminizadas. El reconocimiento de una enfermedad laboral permite al trabajador/a percibir una prestación desde el día siguiente de su baja. Esta prestación es del 75% de su salario total. De no ser reconocida como enfermedad profesional —lo que computaría como enfermedad “común”—, la trabajadora sólo cobrara el 60% de su salario a partir del cuarto día de baja y hasta el vigésimo. No es hasta llevar 21 días de baja que tendría derecho a cobrar el 75% de su salario. A pesar de tener una esperanza de vida mayor, 85,8 mujeres frente a 80,2 hombres, su percepción de la salud es peor. Según el Instituto Nacional de Estadística se duplica el número de mujeres respecto a los hombres que tiene recetados medicamentos para dormir o no sufrir dolor.
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Rita, de la Asociación de mariscadoras de Carril, sujeta una herramienta de trabajo poco ergonómica que no se ha modernizado. Las posturas y los movimientos repetitivos a los que obligan estas profesiones feminizadas, en los cuerpos de las mariscadoras causan lesiones de espalda, Síndrome del túnel carpiano o epicondilitis (presión en la mano), entre otras dolencias. Al contrario de lo que ocurre con los hombres que comparten con ellas el mar como entorno de trabajo, estas dolencias no están reconocidas como enfermedades laborales en el Real Decreto que las regula.
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Las mariscadoras están sumergidas constantemente en zonas húmedas de la ría, lo que tiene repercusión en la menstruación, como reglas dolorosas, e infecciones de orina (cistitis). Estas dolencias no están reconocidas como laborales. Hasta ahora, la mujeres han estado infrarrepresentadas en los estudios sobre los mecanismos de la enfermedad y su tratamiento. La nueva ley del aborto regula la baja laboral por menstruación dolorosa. Un avance en el derecho a la salud menstrual, que España es el primer país europeo en reconocer.
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Una jornalera muestra los surcos que se han formado en su espalda tras toda una vida trabajando agachada en el campo. Sus dolores de espalda no están reconocidos como enfermedad laboral, a pesar de que es común entre sus compañeras sufrir este tipo de lesiones. Huelva. Esta fotografía cuenta con el consentimiento de la persona retratada para su difusión.
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Amalia, empleada de hogar y de cuidados. Debido al estrés, sufre alopecia areata e insomnio. El médico “no le da medicación para que no se enganche”. Durante el día en ocasiones “se queda dormida por microsegundos”. Un 98,2% de las personas empleadas en el servicio doméstico son mujeres. 43,3% extranjeras o migrantes. El empleo doméstico es uno de los peor remunerados, con un salario medio mensual de 858 euros y con la pensión por jubilación más baja, 552 euros. Más de la mitad de las mujeres empleadas en el hogar están a jornada parcial. El empleo doméstico sigue siendo el soporte principal de muchas familias (Fuente: INE, Censo de 2021, Gobierno de España, MITES)