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Holocausto
María Sierra: “Se sabe poco de la muerte de medio millón de gitanos europeos en el holocausto nazi”
María Sierra es Catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla y es especialista en historia cultural de la política. En los últimos años se ha se ha dedicado al estudio del pueblo gitano en España y Europa, escribiendo algunas de las aportaciones más brillantes a esta línea de investigación. El año pasado, recibió el premio al mejor artículo científico del año por su ensayo disponible en acceso abierto aquí. Nos recibe en su despacho del Departamento de Historia de la Universidad de Sevilla, lleno de fotos de cigarreras sevillanas, por ser antigua Tabacalera, donde hablamos de su último libro: “Holocausto gitano. El genocidio romaní bajo el nazismo”.
¿Qué es el Holocausto gitano del que tan poco se habla? ¿Y por qué elegiste definirlo de esta forma?
El holocausto gitano es un proceso de exterminio de la población romaní europea que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, incluso desde antes, bajo el régimen nazi. Tiene lugar en paralelo al holocausto judío, del que sí que sabemos mucho, al estar muy incorporado en nuestro imaginario como sociedad a través de mucha literatura y películas. En cambio, de la muerte de al menos medio millón de gitanos europeos, se suele saber muy poco.
Elegí estos términos, holocausto y gitano, precisamente por asimilarlo al holocausto judío. Escogí utilizar holocausto para que hubiera una definición reconocida científica y socialmente que explicase muy bien un proceso de persecución y exterminio tan sistemático y brutal como el que se llevó a cabo hacia el pueblo gitano bajo el régimen nazi.
Escogí utilizar holocausto para que hubiera una definición reconocida científica y socialmente que explicase muy bien un proceso de persecución y exterminio sistemático y brutal
El término gitano quizás exija más explicación. En castellano es correcto utilizarlo, al no considerarse ofensivo para las poblaciones que llamamos de esta forma. Cabe destacar, de hecho, que la propia comunidad gitana española ha hecho una afirmación positiva de su identidad en torno a ese término, cosa que no pasa generalmente en otras lenguas, como explico en mi libro. Si hubiera escrito en inglés, por ejemplo –de hecho, ahora está en edición una traducción en inglés y estoy enfrentándome a este reto– habría que elegir sistemáticamente otros términos, romaní, para hablar en general de la población gitana en Europa, o sinti si nos referirnos a la etnia gitana en Alemania.
En definitiva, hay que tener mucho cuidado y ser respetuoso, porque esta atención nos ayuda a darnos cuenta y a entender cuánto de interiorizado podemos tener algunos nombres que son despectivos para las personas a las que han sido asignados históricamente.
En la primera parte del libro trazas la historia del antigitanismo que culmina en la persecución nazi. ¿Qué elementos destacarías de la historia del antigitanismo previos al holocausto?
Para mí es muy importante destacar que hay una tradición de antigitanismo. No podemos limitarlo a la historia moderna y contemporánea occidental; todo lo contrario, tenemos que insertarlo en una larga tradición de antigitanismo y así entender cuanto ya estaba preparado para la persecución de la población gitana cuando llegó el régimen nazi.
Además, considero fundamental tomar conciencia de cuantas de estas tradiciones siguen vivas, legitimando que sigan dándose episodios de persecución hasta hoy en día. Esto para mí es lo más importante, porque en este interés combino mi preocupación de historiadora con mi preocupación cívica de ciudadana. El holocausto no se repetirá como tal, pero sí es posible caer en esa sima de antigitanismo tan asesino como fue durante la Segunda Guerra Mundial.
El holocausto no se repetirá como tal, pero sí es posible caer en esa sima de antigitanismo tan asesino como fue durante la Segunda Guerra Mundial
Por lo tanto, en la primera parte del libro, lo que hago es trazar la historia del antigitanismo muy brevemente, pero en varios registros. Por un lado, el legal e institucional. Describo la afirmación de un marco legislativo que, desde el principio, ha ido construyendo a los gitanos como la parte de la población sobre la cual cargar todos los problemas de la sociedad asentada. Por el otro lado, el antigitanismo cultural que está más imbuido en la mentalidad de la sociedad mayoritaria en forma de estereotipos. Hay una línea de continuidad muy fuerte entre los estereotipos culturales antigitanos previos al holocausto y los actuales.
En esta parte del libro me preocupo por destacar la complejidad de estos estereotipos que es lo que los hace convincentes. La sociedad mayoritaria naturaliza mucho los estereotipos antigitanos, al incluir tanto elementos negativos como la idealización de la figura del gitano y, más particularmente, de la gitana. Son estereotipos complejos, que hacen convivir en ellos la idealización étnica con la estigmatización racial. Resultándonos muy convincentes por su complejidad, estos estereotipos se quedan muy anclados en nuestra mente. No tenemos más que revisar como vemos a los gitanos desde la sociedad mayoritaria todavía hoy en día, para darnos cuenta de que siguen operando estos mismos estereotipos. Para no hablar del cine y de los dibujos animados: Esmeralda del Jorobado de Notre Dame es un buen ejemplo.
En la segunda parte del libro te centras en las memorias de seis personas supervivientes al Holocausto. ¿Por qué decidiste centrarte en las emociones usando lo que defines un enfoque histórico emocional?
La segunda parte para mí ha sido la más positiva del proceso de escritura del libro, porque la primera resultó ser una inmersión muy dolorosa en un infierno de maltrato que llega a cotas inimaginables. No se puede leer la bibliografía y los documentos sobre la persecución nazi del pueblo gitano sin estremecerse.
Sin embargo, en las memorias, a pesar de una narración en primera persona de ese sufrimiento tan profundo, es posible apreciar también una viva agencia, una capacidad de actuar en positivo. Se hace todavía más evidente una vez acabado el proceso de persecución, cuando las personas supervivientes consiguen dotarse de herramientas para hablar en público de lo que pasó, para reclamar el derecho a que se reconozca su sufrimiento y a tener un lugar dentro de la historia de su país.
Son recuerdos pasados por el tamiz de un sufrimiento que, en el caso del pueblo gitano, se prolongó durante 40 años en una Alemania y una Europa que no reconocieron el holocausto gitano hasta muy tarde
Elegí esas memorias porque hablan en primera persona, por ser la voz propia de los supervivientes. He procurado respetar mucho la autoría, aunque sometiendo las memorias a la crítica a la que un historiador o historiadora debe someter cualquier documento que es, en otras palabras, contextualizar la fuente histórica. Es decir, especificar quién lo hizo, en qué condiciones se hizo, si hubo alguien que ayudó o si hubo una editorial que tuvo tal protagonismo.
Este proceso de contextualización histórica no es una forma de quitar autoridad a la voz propia del autor o autora, sino al revés, de situarla en su contexto histórico para que no sea cuestionable. Se achaca a la memoria, tanto de los romaníes como de los judíos, ser subjetiva, selectiva y tener fallos. Y es cierto. Pero, para mí, esto es a la vez su riqueza. Porque si se critica, se contextualiza y se estudia con herramientas propias de la disciplina histórica, podemos reconocer que las memorias no hablan sólo de lo que pasó en el momento del holocausto, sino también de todo lo que pasó después.
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Son recuerdos pasados por el tamiz de un sufrimiento que, en el caso del pueblo gitano, se prolongó durante 40 años en una Alemania y en una Europa que no reconocieron el holocausto gitano hasta muy tarde. Para mí todo esto es una especie de caja negra de memoria que me parece muy interesante analizar.
Elegí el enfoque de la historia de las emociones, porque ya había practicado esta perspectiva en otros trabajos previos. Al revés de lo que el título puede dar lugar a pensar, la historia de las emociones no afirma que las emociones sean algo natural, instintivo –el miedo sale si estás en una situación de miedo, el amor sale si estás ante un estímulo amoroso. Todo lo contrario, lo que afirma la historia de las emociones es que las emociones y los sentimientos son modulados históricamente.
Es decir, en cada momento, en cada época, en cada sociedad, todas las personas hemos aprendido a expresar nuestras emociones de distinta manera, incluso a sentir de distinta manera. Las emociones, además, son incluso una herramienta cognitiva, un instrumento para manejarnos en el mundo que nos rodea. Por tanto, me pareció muy interesante analizar las memorias de las personas gitanas supervivientes al holocausto desde esta perspectiva ya que nos permite también profundizar en los roles de género dentro de la memoria.
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El olvidado campo de Lety en lo que fue el protectorado de Bohemia y Moravia (hoy República Checa) fue el escenario del exterminio de más del 90% de la población gitana de lo que posteriormente fue Checoslovaquia.
Las mujeres gitanas fueron las pioneras de la memoria romaní sobre el holocausto. ¿Por qué fueron las mujeres las primeras en dar el paso a contar lo que había pasado? ¿Y qué papel tienen las mujeres en sus obras?
Estoy pensando ahora en Philomena Franz, la primera superviviente al holocausto gitano que publicó sus memorias bajo el título de “Entre el amor y el odio. Una vida gitana”. Ella, así como otras mujeres gitanas supervivientes (entre ellas Ceija Stojka y Lily Van Angeren) lograron convertir sus emociones en algo que les proporcionaba herramientas útiles para expresarse, para reclamar dignidad. Esa dignidad que los campos de concentración y de dominio se esforzaron tanto en robarles, sobre todo la dignidad emocional, el derecho a tener emociones y mucho más las emociones positivas. En los campos el afecto era una debilidad. Entonces, para mí, esta es una reclamación tan política como puede ser decir de tener derecho a estar presente en la historia del propio país. Decir, al salir de los campos de concentración, que se tiene derecho a tener emociones, también positivas, en función de las cuales organizar un relato propio de lo ocurrido es tan valiente y digno a la par que político.
Las mujeres gitanas supervivientes lograron convertir sus emociones en algo que les proporcionaba herramientas útiles para expresarse, para reclamar dignidadEstas mujeres son conscientes de estar rompiendo tabúes como mujeres gitanas, como mujeres y como gitanas. Las dos cosas. No hay que olvidarse que es una construcción distinta la de ser mujer gitana y hombre gitano.
Desde Philomena Franz que en sus memorias habla como mujer sinti, es decir, como mujer gitana alemana, hasta otras mujeres gitanas que, al hablar de las violencias también sexuales que se ejercieron sobre ellas, saben que están rompiendo tabúes sexuales. En todo momento, estas mujeres supervivientes dicen de hablar en su propio nombre y por ellas mismas con la esperanza de que su esfuerzo sirva para todos. En ningún momento se atribuyen la voz de toda la comunidad, dado que respetan mucho a otras mujeres, sobre todo las más mayores, que no quisieron romper el velo de silencio que se impuso después. Para mí esto es un ejercicio muy valeroso de feminismo, si lo queremos llamar así, que está aupado sobre la intersección de una doble persecución. La cuestión de ser mujer, pero también la cuestión de ser un grupo racial estigmatizado como es ser gitana.
En tu libro hablas mucho del caldo de cultivo que abrió paso a las políticas nazis y que justificaron que muchísimas personas se callasen, permaneciesen en silencio y mirasen hacia otro lado ante muchas persecuciones y violencias. ¿Crees que los discursos de odio de hoy en día están construyendo un caldo de cultivo peligroso? Y ¿cuáles crees que son las claves para que el pasado no se repita? Es decir, ¿cómo conseguimos crear una inquietud pública amplia?
Es muy importante e interesante esta pregunta, precisamente como cierre, porque que haya una conexión posible entre el pasado y el presente en cuanto a los discursos de odio, ya era una pista contestando a la primera pregunta. Me parece especialmente inquietante que unas tradiciones de imaginarios, profundamente imbuidas en la cultura occidental de estereotipos que no somos capaces de desmontar ni de deconstruir, sigan vivas y puedan ser el fundamento para justificar acciones contra cualquier tipo de colectivo. De hecho, algunos de estos estereotipos en la actualidad, sin dejar de ser aplicados al pueblo gitano, se traspasan y se aplican a nuevas minorías vulnerables, como son las personas inmigrantes de distinto tipo. Así que es obvio que hay una conexión entre los discursos de odio del pasado y del presente y que hay un peligro real, sobre todo porque los discursos de odio en la actualidad tienen plataformas de difusión y una capacidad de extensión social en múltiples redes sociales que no tenían en el pasado.
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¿Cómo podemos hacer? Bueno, hay mucho que hacer, cada uno y cada una desde su ámbito. Yo, de hecho, me he salido de lo que son propiamente los rieles de mi profesión para intentar hacer algunas cosas más. Creo que hay que salir del ámbito académico y que la batalla hay que darla en los espacios de difusión, de transferencia del conocimiento desde la investigación científica a la calle, a lo que la sociedad manejamos como conocimiento común. Rodamos un documental sobre la base de las entrevistas realizadas a Philomena Franz, que se llama “Mi Holocausto”, como una forma de poner en primera persona el sufrimiento que causan los estereotipos. Disponible en acceso abierto en este enlace.
En definitiva, yo creo que es bastante posible conectar la investigación de la universidad con la inquietud social. Lo que tenemos que hacer es buscar formatos que sean de interés y accesibles para un público amplio. Con el libro Holocausto Gitano me he llevado la grata sorpresa de que ha logrado salir de la Academia, fuera de los estudiantes, fuera de la universidad y está siendo leído por personas con inquietudes similares. De todos modos, quiero trascender lo que es mi trabajo personal, que es solo una gotita en todo lo que podemos hacer, para no ser tan optimista.
Creo que queda muchísimo por hacer y las asociaciones romaníes son las principales activistas. Hay días de memoria, hay museos o espacios museísticos con discursos sobre estos temas. Hay ya cine, que es muy importante, cineastas gitanos y literatura. Todas estas son formas de ir entrando en el sentido social, en el sentido común de la sociedad. Sentido común es una expresión que utilizamos desde la antropología y la historia para hablar de lo que una sociedad tiene incorporado como natural. El sentido común es lo que consideramos verdad sin tener que preguntarnos nada y ahí está infiltrado el estereotipo antigitano. Pues, hay que hacer toda una tarea muy larga de contra narrativa que vaya a esos espacios poderosos en la creación del sentido común social. Y yo creo que es en la literatura, cine, divulgación en general, lugares de memoria y museos donde hay que entrar.
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