Crisis climática
El Ejército, en guerra contra el clima

El Ejército es uno de los agentes contaminantes directos más importantes a escala mundial, un organismo fuera de control cuya huella de carbono permanece oculta, intencionadamente silenciada, apuntando al corazón del planeta.
Tanque apuntando
Foto de Komarov Egor en Unsplash. (Licencia Unsplash)

En la actual crisis climática hay un aspecto que suele esquivarse y ocultarse muy a propósito: el papel acelerador que juegan en ella los Ejércitos del mundo y los conflictos bélicos en marcha o latentes.

En nuestra modernidad capitalista está muy clara la relación directa entre crecimiento económico y aumento del consumo de combustibles fósiles y, consecuentemente, de emisiones contaminantes a la atmósfera, convertida en el vertedero gaseoso del industrialismo desde el siglo XIX. Asimismo, existe una relación directa entre los conflictos bélicos y el consumo de combustibles fósiles: se puede afirmar que la capacidad militar es proporcional a la huella de carbono.

Industria armamentística
Venta de armas a Israel Rheinmetall: una historia del éxito de vender muerte
Una detallada puesta en contexto de la historia y presente de Rheinmetall, empresa suministradora de armas para el ejército israelí que dispone de una planta situada en Navalmoral de la Mata (Cáceres).

Una huella de carbono que la modernización, intensificación y desarrollo de las maquinarias bélicas no ha hecho más que incrementar. El profesor de estudios de paz y seguridad mundial Michael T. Klare, en uno de sus trabajos sobre geopolítica y energía, calcula que durante la II Guerra Mundial se emplearon 4 litros de petróleo por soldado y día, en la primera Guerra del Golfo la cifra ascendió a 15 litros de petróleo por soldado y día, y en las de Irak y Afganistán a 60 litros.

Asimismo resulta que el Pentágono y el ejército de los EE.UU. son los mayores consumidores de energía de ese país, y por lo tanto del mundo. Un portaaviones no nuclear consume más 20.000 litros de combustible a la hora; un avión F-16, que  consume en torno a 3.000 litros de keroseno a la hora en condiciones normales, cuando activa el posquemador en maniobras de alta intensidad puede superar los 9000 litros a la hora. En la década de los 90 el Ejército de los USA consumió 25 millones de toneladas de combustible al año, casi 1/5 parte del consumo total del país que más consume y contamina del mundo, de modo que sólo el ejército americano consumió más recursos que la mitad más pobre de los países del mundo.

Durante la II Guerra Mundial se emplearon 4 litros de petróleo por soldado y día, en la primera Guerra del Golfo la cifra ascendió a 15 litros de petróleo por soldado y día, y en las de Irak y Afganistán a 60 litros

A todo lo descrito hay que añadir que los ejércitos del mundo producen cantidades ingentes de residuos tóxicos y peligrosos, entre ellos los nucleares y los procedentes de la guerra química. Así, el Ejército americano produce por sí solo más residuos tóxicos que las 5 compañías químicas más grandes del país, que a su vez están a la cabeza de producción mundial de venenos y sustancias biocidas.

Y aún tendríamos que sumar la huella de carbono que va aparejada a toda la producción industrial de armamento, a la logística de las fuerzas armadas y su personal, así como el consumo y contaminación de agua, la destrucción de hábitats y ecosistemas, la erosión y compactación de suelos, etc., etc. Las imágenes de los frentes de guerra en Ucrania documentan el grado de destrucción y calcinación de la vida, los suelos y el paisaje todo que provoca la guerra moderna ultra-tecnológica.

A la luz de estas evidencias, el sociólogo ambiental Keneth A Gould afirma: “La militarización es el esfuerzo humano más destructivo desde un punto de vista ecológico”. Sin embargo, los impactos del militarismo apenas son estudiados, salvo por sectores minoritarios dentro de la comunidad científica, y sus resultados son sistemática y premeditadamente silenciados y ocultados a la opinión pública. Así ocurrió que, en 2017, la Unión of Concerned Scientist hizo público un informe firmado por 15.000 científicos entre los que se encontraban muchos premios Nobel de ciencias en el que se advertía de que los recursos que se gastaban en la guerra eran indispensables para prevenir los daños ambientales catastróficos a los que nos aboca la disrupción climática. Este estudio se ignoró tanto por parte de las élites y gobiernos como por parte de la opinión pública.

Hay que notar que las instituciones militares no tienen ninguna duda sobre el cambio climático; aquí no hay negacionismo que valga, todas las agencias de inteligencia militar y diseñadores de estrategia militar incorporan el cambio climático en sus planes de futuro, así como el declive de la extracción de petróleo, gas y carbón, pues el entramado militar, siendo tan dependiente de los hidrocarburos, tiene en este agotamiento energético un gran punto de vulnerabilidad que se incrementa a medida que se multiplican los escenarios bélicos: cuando el Pentágono interviene en una guerra dispara el consumo de energía, especialmente en cuanto a combustible aéreo, que representa el 70 % de la energía consumida total.

Pero este reconocimiento de la realidad climática y energética es contradictorio, por no decir perverso: de un lado se hacen declaraciones de intenciones en la línea del ‘lavado de cara verde’, que se ha hecho tan habitual como ubicuo, de que tratan de reducir el consumo de recursos, pero de otro no se puede obviar que el consumo de hidrocarburos es la base energética de su poder geopolítico y la razón de ser de su estrategia es precisamente la defensa de la cuota de extracción y apropiación del oro negro, que es la sangre de nuestro sistema de producción, consumo y dominio mundial imperialista occidental.

“El trabajo de las instituciones militares dominantes del mundo es precisamente defender a los principales causantes del cambio climático: la economía del carbono y los sistemas de extracción, producción y consumo que respalda”

Amitav Ghosh, en su imprescindible libro La maldición de la Nuez Moscada (ed. Capitán Swing) lo expresa contundentemente: “el trabajo de las instituciones militares dominantes del mundo es precisamente defender a los principales causantes del cambio climático: la economía del carbono y los sistemas de extracción, producción y consumo que respalda”.

Es por eso que los planes militares en relación al clima se orientan a hacer frente a los conflictos que la disrupción climática ya está detonando: la lucha por el agua, la tierra fértil y el petróleo, la lucha contra el terrorismo (en el cual por supuesto incluyen una amplia gama de oposiciones y resistencias al mando imperial), las migraciones climáticas…

Los estrategas militares mundiales dan por sentada la aceleración del Cambio Climático y que no habrá freno pactado globalmente a las emisiones contaminantes que lo provocan, y presumen que cada vez habrá más problemas derivados de esta coyuntura y se hará necesaria más intervención militar en ámbitos que no eran de su competencia o en los que no hace ninguna falta que intervengan.

Los ejemplos los tenemos ya delante de las narices: en el control militar de los flujos migratorios en la frontera sur de USA, en el Mediterráneo con Frontex, en Australia, en la frontera de India con Bangladés. La derecha racista (valga la redundancia) españolísima no duda ya en reivindicar un mayor control manu militari de la frontera sur, mientras la izquierda racista española prefiere subcontratar al sátrapa alauí para esas mismas expeditivas tareas.

También se le encarga al Ejército la ayuda en el caso de lo que se denominan ‘crisis humanitarias’. De este modo, catástrofes como la del Katrina o la de Libia sirven de justificación ‘humanitaria’ a la extensión del militarismo y del régimen de guerra como modo de gobierno, cada vez menos encubiertamente, autoritario.

Poca gente sabe que las emisiones de gases de efecto invernadero de los Ejércitos quedaron excluidas de las negociaciones del Protocolo de Kyoto por la presión de los USA, y que el propio IPCC trata estas emisiones de un modo especial y separado

En nuestro país tenemos un claro ejemplo de esto mismo con los incendios, en los que cada vez se recurre más a la UME mientras se mantiene la escasa dotación presupuestaria y la precariedad en los medios de prevención y extinción civiles, y también en las misiones ‘humanitarias’ internacionales que presentan sin sonrojo al Ejército ante la opinión pública como una especie ONG de cooperación y misioneros de paz, que encubre el papel neocolonialista de muchas o todas las intervenciones de las fuerzas armadas en el extranjero.

De modo que las organizaciones que más huella de carbono tienen y que más contribuyen a los desastres derivados de la alteración y destrucción de la estabilidad climática son las que se encargan de la ayuda en caso de catástrofe, en un círculo vicioso o de retroalimentación positiva de lo más perverso, de los que tanto abundan en esta fase catabólica y suicida del capitalismo industrial occidental.

Así ¡la cuestión climática contribuye o es utilizada para incrementar el gasto militar, que es el principal enemigo del clima!, por lo que no queda más remedio que concluir, con Amitav Ghosh, que “el mundo no se está preparando para mitigar o reducir las emisiones, sino para una nueva lucha geopolítica por la dominación”: el declive inevitable de la energía fósil provocará a medio plazo un declive de la hegemonía mundial estadounidense y, más allá, del régimen geopolítico de dominio de la alianza entre Occidente y las monarquías petroleras del Golfo, que va a ser de muy difícil digestión para las élites occidentales y sus aliados incondicionales (hasta ahora) de las clases medias. Es en ese marco de tensión geopolítica por los recursos energéticos y materiales en general en el que se inscriben las guerras del Golfo, la destrucción de Libia, la guerra de Ucrania, y el genocidio en marcha contra el pueblo Palestino con sus derivadas Libanesa, Siria, Iraní y Yemení.

Poca gente sabe que las emisiones de gases de efecto invernadero de los Ejércitos quedaron excluidas de las negociaciones del Protocolo de Kyoto por la presión de los USA, y que el propio IPCC trata estas emisiones de un modo especial y separado: estos son otros ejemplos de cómo se nos escamotea la relación que existe entre lo militar-geopolítico y los recursos petrolíferos y el Cambio Climático.

De modo que a la opinión pública se le ha vendido que la crisis planetaria climática tiene que ver con cuestiones tecnológicas y económicas vinculadas a un capitalismo en abstracto, y que por lo tanto puede ser resuelta mediante el despliegue masivo de ‘energía renovable’, con algún nuevo invento caído del cielo, con geoingeniería, y con reformas leves del sistema económico en el sentido del ‘capitalismo verde’. Tratando de maquillar, en vano, la contundente realidad de las cuestiones geopolíticas de rivalidad inter-imperial y del imparable declive de la hegemonía occidental, así como se esconden las cuestiones de la violencia militar imperialista y del chantaje ‘omnicida’ nuclear, las cuestiones del neocolonialismo, el racismo y la violencia patriarcal.

El presupuesto del Ministerio de Defensa supera los 20.000 millones de euros, a los que hay que sumar las partidas que se esconden en otros ministerios vinculadas a gastos de las fuerzas armadas encubiertos. Por contra, el presupuesto del Ministerio de Transición Ecológica apenas alcanza los 10.000 millones

Tanto en el negacionismo duro de las derechas como en el blando de las izquierdas sistémicas occidentales subyace una creencia consciente o inconsciente de que la peor parte de la crisis global en la que nos estamos adentrando la soportarán los pobres, los racializados, el Sur, y que la riqueza y estabilidad del ‘jardín europeo’ (de nuestro psicópata Borrell) nos librará de las peores consecuencias. Esta inmensa irresponsabilidad racista y colonialista es en la que se funda la pavorosa inacción climática de nuestro Gobierno y de todos los de la UE, una inacción climática que contrasta con el constante incremento del gasto militar por parte de un ejecutivo en el que se sientan individuos que se dicen progresistas, feministas y ecologistas y cuyas políticas son vergonzosas, aberrantes, suicidas.

Las cifras cantan por sí solas: el gobierno ‘más progresista de la historia’, además de embarcarnos en la infausta guerra de Ucrania y seguir cooperando militarmente con la entidad sionista, no ha hecho otra cosa que incrementar el gasto militar. El presupuesto del Ministerio de Defensa supera los 20.000 millones de euros, a los que hay que sumar las partidas que se esconden en otros ministerios vinculadas a gastos de las fuerzas armadas encubiertos. Por contra, el presupuesto del Ministerio de Transición Ecológica apenas alcanza los 10.000 millones: por cada euro que destinamos a defender la estabilidad climática (suponiendo que el MITECO haga esto, que es mucho suponer) nuestro Gobierno destina más de 2 euros a destruirla.

O sea que, en el fondo, no hablamos sólo de inacción por parte de las élites y gobiernos europeos en general y del español en particular ante la crisis climática, sino de verdadera aceleración de las emisiones que nos conduce a escenarios lamentables, y con toda seguridad trágicos, de eventos atmosféricos indeseables, a los que no se piensa responder de otro modo que recurriendo al autoritarismo y la violencia militar. Escenarios críticos que, sin embargo, no son una novedad, tal y como se nos vende, sino la consecuencia directa y acumulativa de las transformaciones ecológicas que comenzaron en 1492 con la conquista por parte de las potencias europeas de los continentes americano, africano y asiático, con su correlato de violencia colonial, genocidio y destrucción de culturas y ecosistemas.

Hay que apoyar iniciativas como la convocatoria de manifestación de diversos colectivos contra la fábrica de armamento de Rheinmetall en Navalmoral de la Mata el próximo 6 de Octubre, porque no nos vamos a dejar arrastrar al matadero sin resistencia

En el fondo de la crisis planetaria que vivimos está el colonialismo y el racismo con el que Occidente desplegó su dominio violento y conflictivo de las otras culturas, de los pueblos del Sur y de la naturaleza toda. Hoy ese proyecto está agotado, las contradicciones que ha generado alcanzan nivel planetario, y la única solución que se les ocurre a los que deberían liderar la respuesta a tan descomunales retos es seguir alimentando el conflicto entre los que tenemos altas emisiones de gases de efecto invernadero y los que tienen bajas emisiones, cargando sobre estos últimos las mayores cuotas de sufrimiento, y todo esto sobre la base de la superioridad militar, que en ausencia de superioridad cultural, ética, intelectual y demográfica, es la única que nos queda en Occidente.

Por eso, la denuncia del militarismo es fundamental en estos momentos críticos; no sólo señala a la base (violenta) en la que se funda todo el poder y legitimidad de una civilización como la nuestra, que conduce a la humanidad entera a la catástrofe, sino que denuncia al sector que más contribuye a la catástrofe climática y ecológica (y por tanto humana): los ejércitos y su entramado industrial-energético asociado.

Por eso hay que apoyar iniciativas como la convocatoria de manifestación de diversos colectivos contra la fábrica de armamento de Rheinmetall en Navalmoral de la Mata el próximo 6 de Octubre, porque no nos vamos a dejar arrastrar al matadero sin resistencia.

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