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Opinión
El suelo común de un horizonte revolucionario
Pasadas unas semanas de las elecciones, los análisis se van acumulando con cierta perspectiva que va un poco más allá de las –normalmente interesadas, cuando no meros ajustes de cuentas– valoraciones del día después. Algunas cosas parecen empezar a estar claras, pero se echa aún en falta un análisis del rol que han jugado algunos elementos de fondo en lo que ha sido una derrota amplia y profunda de la izquierda en todo el estado.
Pasadas unas semanas de las elecciones, los análisis se van acumulando con cierta perspectiva que va un poco más allá de las –normalmente interesadas, cuando no meros ajustes de cuentas– valoraciones del día después. Algunas cosas parecen empezar a estar claras, pero se echa aún en falta un análisis del rol que han jugado algunos elementos de fondo en lo que ha sido una derrota amplia y profunda de la izquierda en todo el estado, una derrota que, como apunta Eddy Sánchez amenaza con dejar las alternativas transformadoras en la irrelevancia que ya ocupan en otros países.
El mismo Sánchez insiste en la moderación programática que ha llevado a Unidas Podemos a presentarse como una fuerza defensora de la Constitución, y sin duda esto está en el centro de la caída del proyecto que, en algún momento, proponían las fuerzas de lo que se llamó “el cambio”. Monereo, por su parte, anota con su herramienta favorita: es el proyecto estratégico, es dónde te sitúas; y claro, es difícil discutir la importancia de la subalternización al PSOE que UP y su entorno han tenido en los últimos meses. Obviamente, también esto es parte del descalabro. Por mencionar otro análisis, creo que más acertado, Brais Fernández pone el dedo en la llaga más dolorosa que ha tenido la izquierda en este periodo: la incapacidad para construir organizaciones bien ancladas en el territorio y con capacidad para politizar en un sentido radical lo que eran las exigencias de unas clases medias pauperizadas que veían bloqueadas sus posibilidades de reproducción social. Frente a esta impotencia, apunta a la construcción de una organización autónoma que no dependa de la izquierda transformista – adaptaticia – para ir ahondando en las luchas y enlazando el proyecto político con las necesidades de las clases populares.
Todo esto, insisto, tiene un aporte de realidad indiscutible. Pero no acaba de explicar porqué el motor de la activación política masiva que se produjo hace cinco años no ha podido ser activado para proponer una alternativa radical en el único momento de la historia reciente en el que la mayoría de organizaciones radicales estaban por recorrer la misma vía. En este punto, no creo que sea tan importante detenerse en el recorrido de Podemos, cuyo análisis ya estaba hecho antes de las elecciones; UP y su espacio dependen de la activación de sus escasos elementos y de la brillantez táctica y comunicativa de un líder que se agota día a día. El problema es que en este contexto la izquierda radical no ha sabido aprovechar la coyuntura para construir una posición política propia que, en teoría, era su auténtico proyecto. El espacio del cambio fue un marco en el que trabajar por la ruptura del bipartidismo, para abrir grietas en el tablero político y superar los años de plomo de la alternancia PP-PSOE, pero el proyecto de fondo iba más lejos, y esto es lo que hubiera permitido generar un espacio político propio y lo que, desgraciadamente, se ha echado en falta. En buena parte de los casos, el programa y el discurso político de estos proyectos han sido una versión radical de la propuesta de la izquierda progre, en la medida en la que después de trabajar durante un lustro en espacios compartidos, la única propuesta clara era mantener que nosotras sí intervendríamos la vivienda, que nosotras sí pararíamos los desarrollos inmobiliarios al servicio del capital, etcétera. Esto condiciona la estrategia, la construcción orgánica y, por supuesto, el impacto electoral, puesto que nos sitúa como una versión de la familia grande de la izquierda en lugar de colocarnos como fuerza autónoma. Por supuesto, no se puede criticar la sinceridad de esa posición, que realmente planteaba recuperar los elementos fuertes del cambio y situarse en el espacio legítimo de las clases trabajadoras, pero hacía falta más que eso para salir del ciclo con una fuerza política propia. Queríamos inventar fuerzas rupturistas que abrieran una vía más allá de la institucionalidad podemita y nos ha faltado músculo político.
Creo que la mejor prueba de esto está en la incapacidad de dar respuesta al escenario económico. Isidro López ha sido tal vez el único que, en estas semanas, ha salido con un análisis que tiene en cuenta las posibilidades de reproducción del capital y su impacto en lo político. Y me parece que lo que dibuja es un panorama que nadie ha tenido en cuenta a la hora de hacer política. ¿Quién tendría el atrevimiento de pensar en términos fuertes, asumiendo la crisis capitalista y las crisis social y ecológica en las que se enmarca? Y sin embargo, en el pensar estas cuestiones puede estar la salida a la impotencia de la izquierda.
Desde hace décadas, feminismo y ecologismo aportan elementos más que suficientes para una reformulación que profundice en el proyecto marxista renovándolo. Ambos son los dos elementos que permiten extraer las consecuencias del capitalismo en la vida social y analizarlas para armar una propuesta sólida. La crítica de la desigualdad de género va más allá de hablar de brecha salarial, porque enlaza directamente con la cuestión de los roles, con la economía de los cuidados y la reproducción social; el ecologismo no sólo apunta al reciclaje y el cambio climático, sino que implica un límite objetivo al crecimiento material y, por lo tanto, una reformulación de nuestras expectativas colectivas y de la forma en la que articulamos la vida social. Un marxismo renovado por estos dos ejes es algo reclamado desde hace mucho por buena parte de las militantes de izquierda y por la teoría, y lo que debe producir no es el discurso clásico con toques verdes y morados, sino una nueva economía política.
Es preciso reconocer que tanto feminismo como ecologismo están presentes en las alternativas rupturistas, pero hay que empezar a plantearse de qué forma. A día de hoy, la línea central sigue siendo la misma que hace décadas, y lo que se incorpora desde la crítica feminista y ecologista entra a modo de agregados, por aluvión. Así, hablamos de trabajo, de vivienda y de control del capital, y luego añadimos una propuesta sobre feminismo o sobre conservación del territorio. Pero no se trata de esto. El capital está encontrando nuevos límites y sólo ha sabido resolverlos con sus herramientas clásicas: reducción de la masa salarial y financiarización. Frente a esto, tenemos que recordar que el problema no es la ambición de los florentinos y amancios, se trata de un momento histórico en el que el capital está tocando hueso en lo que se refiere a los límites productivos y reproductivos. Es ahí donde ecologismo y feminismo aportan la capacidad para hacer un discurso de fondo que, esta vez, no se sume a las propuestas clásicas de izquierda, sino que venga a transformarlas desde el núcleo. De esta forma sí podríamos hablar de un proyecto alternativo, de una propuesta revolucionaria que se distingue netamente de la izquierda socioliberal y toma fuerza propia, porque partiríamos de un análisis más amplio. Insistimos aquí: de una nueva crítica de la economía política. Y a partir de ahí, un nuevo horizonte colectivo.
No está de más apuntar aquí a una cuestión que suele estar implícita a las posiciones políticas de la izquierda radical, y es la posibilidad de que las mayorías sociales conecten con la sensibilidad ecologista y feminista, más allá de sus intereses directos. Es una idea profundamente conservadora en términos de concepción de la masa social, a la que se niega la capacidad para activarse más allá de sus intereses materiales. Frente a esto, la respuesta la ha tenido la calle: los dos polos de movilización del periodo han sido ecologismo y feminismo. Así que tal vez toca pensar si lo que pasa no es tanto que las mayorías no conecten con nuevos elementos de crítica sino que son los aparatos de partido los que se muestran incapaces de hacerlo, proyectando sobre las clases populares lo que no es sino su propia impotencia.
Se abre un periodo en el que estaremos fuera de las instituciones: veamos si la lenta reconstrucción que tenemos por delante es capaz de asumir estas carencias.
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#35666 17:29 9/6/2019
"Llevaba el germen de su propia descomposición cargado en el núcleo irradiador de los que no ven más allá de sus propios intereses. Niñatos –y niñatas– que se vinieron arriba con el apoyo de la intelligentsia, ese grupúsculo de gente pija y "estupenda" que cada vez que abre la boca, lo hace para hablar mucho y decir nada; gente selecta, ya digo, que confunde cultura con almacén de datos. El diablo irlandés hubiese dejado cojos y cojas a más de alguno y alguna. En fin, que se vayan a freír espárragos o, mejor, empanadillas, pues, con sus maniobras para dinamitar Podemos desde dentro, han entregado –y siguen entregando– el poder a la derecha."
Montero Glez