Pesca
Informe sobre la pesca argentina: España lidera las exportaciones

Radiografía de la pesca comercial argentina, entre el auge exportador de los langostinos y una nueva crisis de la merluza.
Barcos argentina
Barcos de pesca en Mar del Plata (Argentina). Foto de Luis Ferrarino.
4 ene 2025 05:51

“¿De carne o de pollo?”, pregunta el camarero. Aunque parezca un contrasentido, en el puerto de Mar del Plata, la opción popular es la milanesa [filete empanado]. A unos metros de ahí descargan merluza fresca a 700 pesos el kilo. Seis o siete cortes bien dados al pescado pondrían sobre el empanado un filete fresquísimo pero, evidentemente, no es una opción y se impone el precio turista. Pedir merluza o abadejo duplica o triplica el presupuesto. Nadie en La Banquina —el lugar con locales que venden chucherías a los turistas— come pescado ahí. Estibadores y marineros terminan su laburo y se van, en general con bolsos grandotes que llevan dentro la riqueza que el mar les dio, puro valor de uso al que aún no le llegó la calculadora.

Las determinaciones de la dieta de la población argentina tienen distintas profundidades: saben hace mucho del poquísimo pescado que comen teniendo tanto mar. Mientras, una minoría trabaja casi todos los días ahí y otra más selecta se embarca, navega y pesca. Todos ellos conforman una comunidad bastante cerrada representada por varias cámaras empresariales (armadores de barcos, exportadores, fresqueros, congeladores), sindicatos (marítimos, capitanes, pescadores, etcétera) y organismos provinciales y nacionales.

La estrategia de las proteínas

Hasta aquí el hambre y las ganas de comer argentinas implicaron alto consumo de carne vacuna; hoy estas están en su piso histórico, cada vez más reemplazada por el pollo —que desde el año pasado es el animal más consumido—, y el cerdo. El consumo de pescado, sin embargo, sigue siendo mínimo, inalterable. Si comparamos las toneladas producidas anualmente, lo que viene de las vacas (tres millones de toneladas) supera ampliamente lo que proviene del mar (800.000), aunque haya que diferenciar entre pescados y mariscos. Esto triplica en el caso de los pollos (2,3 toneladas) e iguala en cantidades a la carne porcina. Son tendencias que, de consolidarse —y hoy la política y la economía confirman el rumbo—, implicarían una nueva ecuación de las carnes argentinas en la que el pescado no adquiere relevancia. 

Una ley de 1994 procuró la cooperación con la Comunidad Europea en los asuntos del mar. Los intereses españoles en el mar argentino perduran desde entonces

Se debe a que, a diferencia de todas las otras carnes, las que provienen del mar se van para afuera en su enorme mayoría.“Tenemos un problema de demanda, no de oferta”, dice Carlos Liberman, exsecretario de Pesca, hoy representante de la Provincia de Buenos Aires en el Consejo Federal Pesquero.“La producción argentina no carece de herramientas logísticas como para llegar a los grandes centros de abastecimiento nacionales, el problema más importante que tenemos es que el argentino prefiere otro tipo de carne. Tiene dificultades para saber cocinarla... desconfía y ese prejuicio hace que no sea nunca la primera opción cárnica”, agrega, contrariado, al cabo de muchas campañas de promoción y difusión del asunto.

Peces y mariscos

Merluza (pez), langostino (crustáceo) y calamar (molusco) son las tres especies que representan la mayoría de las capturas en el mar argentino. Luego está lo que los pescadores llaman variado costero: pescadilla, abadejo, corvina y varias más. “Ahí la pesca es más trabajosa porque los peces no suben, entonces hay que estar a cada rato laburando con las redes. Después está la merluza, que se pesca de día porque buscan la luz, pero eso es mar adentro”, cuenta Julio Cepillo Ramírez, del Sindicato Marítimo de Pescadores.

Sobre las aguas andan los buques pesqueros, principales dinamizadores de la industria naval argentina. Los hay de varios tamaños pero podríamos reducirlos en cuatro tipos de buques: lanchas —pequeñas embarcaciones de pesca artesanal—; fresqueros pequeños, costeros; buques fresqueros de altura (medianos, algunos grandes) y buques congeladores.

Las primeras asociaciones comerciales del rubro pueden fecharse a fines de siglo XVIII: empresas balleneras que venían de bien lejos. En 1821 el gobernador bonaerense Martín Rodríguez estableció por primera vez la obligación de pagar por derechos de pesca, que ya entonces contaba con la presencia de flotas extranjeras. Una ley de 1914 —y el código civil de 1871— consideraba a los peces como cosa sin dueño —res nulius—, susceptibles de ser apropiados privadamente. Así fue hasta que un decreto dictatorial de 1967 dijo que los recursos vivos que pueblan el mar argentino son parte del patrimonio estatal.

Fue la década en que cambió el destino de los productos pesqueros: mientras la industria de la conserva —temprano desarrollo de la década del 20— tenía como principal interés el mercado interno, la industria del fresco le apuntaba al internacional. También cambiaría la flota: los buques costeros empezaban a perder frente a los de altura.En los setenta la ley de promoción industrial del entonces presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse habilitó las “aventuras conjuntas” para que la inversión extranjera se asociara con la flota criolla y se capitalizara el desarrollo nacional, hasta ese momento  protagonizado principalmente por inmigrantes del sur italiano arraigados en Mar del Plata. La última dictadura apostó también por esas joint ventures y creó el Instituto Nacional de Investigaciones y Desarrollo Pesquero.


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Durante el primer mandato de Carlos Menem, en el marco de la desregulación, los esfuerzos por estabilizar la moneda y abrir la economía, una ley de 1994 procuró la cooperación con la Comunidad Europea en los asuntos del mar. Los intereses españoles en el mar argentino perduran desde entonces. También los buques congeladores, comprados baratos en los exhaustos mares europeos, que hoy hacen más de la mitad de las capturas, e implican menos trabajo en tierra.

Ya durante el segundo mandato de Menem, en 1997, se sancionó la hoy vigente Ley Federal de Pesca. Una ley que habla del máximo aprovechamiento de recursos, con sostenibilidad ambiental, pero que “nunca utiliza la palabra alimento”, como señaló el colectivo marplatense El Grito del Caladero. De esa ley nació el Consejo Federal Pesquero, a la vez que autoriza cuotas de captura y permisos de pesca para administrar el “recurso”.La crisis de sobrepesca a fines de los noventa fue el corolario de más de una década de desoír las advertencias del INIDEP de que la merluza había llegado al máximo rendimiento. Los volúmenes de captura de aquellos años, que triplicaba los actuales, explican el desquicio, en particular con la merluza, que no volvió a recuperar su tamaño.

“La pesca es un sector donde claramente el mercado no resuelve los problemas. Su historia y la crisis de la merluza te lo demuestran”, dice la economista Carla Seain

Los intentos de cuotificación que manda la ley, es decir, otorgar cupos de pesca por buque y empresa para ciertas especies (cuatro tipos de merluzas y vieira patagónica), tardaron casi una década en aplicarse (2009) porque el desarrollo pesquero se desgarraba en sus contradicciones: puertos bonaerenses contra patagónicos, flotas fresqueras contra congeladoras, capitales nacionales y extranjeros, explotaciones trabajo-intensivas y capital-intensivas.

“La pesca es un sector donde claramente el mercado no resuelve los problemas. Su historia y la crisis de la merluza te lo demuestran”, dice la economista Carla Seain, secretaría de Pesca bonaerense. Desde unas oficinas del Banco Provincia donde suelen definirse asuntos importantes de la pesca nacional, pondera la gestión nacional anterior ante los intentos de desregulación, que tienen en vilo al sector: “Si hay algo que destaca a la gestión que dejamos, es el buen estado de los recursos pesqueros argentinos” dice.

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La guerra por las cuotas

—¿Quién carajo sos vos? Yo te pago como funcionario, vos tenés que hacer lo que diga la industria pesquera.

La bronca que un empresario cuenta en off a un exsecretario de Pesca muestra lo que sucede cuando las operaciones de prensa escalan, o una verdad incómoda sale a la luz y se nacionaliza. La Ley Ómnibus —primera ley con la que el gobierno de Milei arremetió, que implicaba cientos de reformas dentro de una sola ley— puso en alerta a toda la comunidad pesquera nacional, que arrancó 2024 en unidad total contra la desregulación que proponía el proyecto inicial.

La idea fija de Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Gobierno de Javier Milei, es intervenir el sector y abrirlo a la competencia internacional. Por eso amenazó desde el inicio con no renovar el sistema de cuotas que vence a fin de este año y licitar para que operen los más competitivos. “Es un sector que invierte muchísimo en su capital de trabajo, por eso necesita previsibilidad, ¿cómo te hacés de capital para salir a licitar si invertiste en un barco, que se amortiza en 20 años, porque te prometieron condiciones?”, dice Carla Seain.

“El 35% de la cuota total se queda en manos de tres empresas y 14 buques arrastreros congeladores ”, resume Roberto Garrone

“Un cambio así sería injusto porque invertimos en tierra, hicimos barcos y mantuvimos mano de obra ocupada para que nos renueven las cuotas, como dice la ley, o incluso pedir más cuotas”, dice Antonio Solimeno, apellido célebre entre pesqueros marplatenses. “Yo no digo que la ley de pesca es perfecta, se puede mejorar... De ahí a tirarla toda para atrás porque vino de otro gobierno, no me parece. Si había una ley que funcionaba, y tienes un caladero sano, no tiene sentido cambiar así”, agrega.

En Mar del Plata, Iberconsa, Moscuzza y Solimeno, y en la patagonia Argenova, Arbumasa, San Isidro, Newsan y Conarpesa: los grandes de la pesca nacional operan para continuar con el sistema que les permitió crecer.

Roberto Garrone, periodista marplatense especializado, viene registrando cómo la asignación de merluza va concentrándose cada vez más: “Las 319 mil toneladas de merluza que se asignaron en 2023 se repartieron entre 151 barcos pesqueros (70 empresas), 68 menos que en 2012 (90 empresas)”, analiza en una de sus habituales columnas.

En merluza Iberconsa, empresa española controlada por el fondo común de inversión Platinum Equity, es el mayor tenedor de cuota (14,23%): pesca en Argentina, exporta a España y cotiza en Wall Street. En el podio merlucero le siguen Solimeno y Moscuzza, nacionales, con alrededor del 10% ambos. Moscuzza pesca mayormente en congeladores, con poca mano de obra.

Mar del Plata pasó de ser un puerto en el que el pescado se descargaba fresco a uno en el que la flota congeladora lidera las descargas

“En manos de tres empresas y 14 buques arrastreros congeladores se queda el 35% de la cuota total”, resume Garrone.A fines de 2023 España recibió un 10% más de su cuota de merluza para pescar en mares de la Comunidad Europea, un récord que fue noticia. Esa cuota representa once mil toneladas, que comparadas a las once mil que Iberconsa tiene autorizadas aquí dan una imagen de la importancia del caladero argentino para España.

“Yo no sé si Sturzenegger no asesora a una empresa extranjera y mete la licitación porque tiene intereses”, sospechan en off algunos. Otros especulan con la estrategia del tero, de gritar por un lado —licitaciones— y poner los huevos porel otro: recaudar mejores impuestos. Lo llamativo aquí es la especial pasión fiscal del gobierno para con el sector: insisten con que estas empresas se lo llevan todo y no pagan nada de impuestos. La ironía es sugerente: el gobierno libertario no confía en la acumulación capitalista esta vez.

Las Cuotas Individuales Transferibles de Captura (CITC) son el sistema que permitió volver sostenible la pesca, el privilegio de un empresariado que no compite o la privatización de un bien común del pueblo argentino, de acuerdo con lo que se jerarquice en estos quince años de funcionamiento. El rumor del pedido de sobornos de alguien del gobierno —15 millones de dólares— circuló todo septiembre: guita a cambio de dejar todo como está. Ruido justo antes de que venza el plazo y llegue el anunciado final de las cuotas.

Puertos pesqueros

“Vinimos a Argentina engañados porque creíamos que teníamos muchas posibilidades con la pesca pero nos encontramos con que no se comía pescado”. El testimonio, de 1926, se lee en Gringos que montaban olas, del historiador José Mateo. Quien habla es un inmigrante del sur italiano, pionero de la pesca argenta, que fue mutando. Primero fueron las anchoítas y las industrias conserveras —hoy importan un 10% de lo exportado, con el atún como ejemplo—, siguió el auge del tiburón en los cuarenta y en los sesenta comenzó a filetearse la merluza, que en los noventa se agotó y hoy es el gran interrogante en Mar del Plata, por donde aún pasa el 60% de la pesca nacional.

Mar del Plata pasó de ser un puerto en el que el pescado se descargaba fresco a uno en el que la flota congeladora lidera las descargas. Sobre los silos gigantes y toda esa infraestructura de un expuerto agroexportador —hace treinta años sin utilizar— se proyectan más transformaciones: una base operativa al servicio del petróleo.

Gran parte de la comunidad pesquera no se opone: “Podemos ser la nueva Dubai”, se esperanzan aún dirigentes del SIMAPE.

Burguesía nacional pesquera

Bien temprano en el bar Michelangelo, donde se cocinan estos negocios, Toni Solimeno arranca con café, lee el diario La Capital que le tienen listo en el bar y va recibiendo hombres, que salen ordenados y/o aconsejados rumbo a la jornada laboral. “Él es el uno acá”, dicen varios, medio chupamedias, aunque el viejo emane una autoridad serena y bonachona que todos aceptan: la legitimidad de quien todavía está ahí dirigiendo las cosas sin necesidad de hacerlo, combinada con el poder de la jerarquía.

Su hijo Antonio, hoy a cargo, recibe a este medio.Consultado por las posibilidades de volver popular el consumo de pescado, Solimeno contesta: “Yo creo que es más cultural. Hoy el precio del pescado está por debajo de las carnes rojas. (En Argentina) la gente sigue eligiendo, diez contra uno, una pata de pollo antes que una de merluza”, dice y agrega: “El filete de merluza es un commodity, no fijamos precio, competimos con el mundo.La mano de obra argentina no es cara si la comparas con Europa pero sí en relación con Asia, entonces una industria tan mano de obra intensiva no deja rentabilidad. Muchas plantas de fileteado fueron cerrando”, agrega Antonio.

Explica por qué: “La pesca es algo dinámico. Te entran dos barcos juntos o se te juntan 15 mil cajones, que son casi 500 toneladas de pescado y tendrías que tener 300 fileteros para hacerlo y no lo puedes tener por si acaso pasa una vez”, explica. “En un momento se habló de hacer un galpón común de fileteado. Crear una empresa de servicio, común a varias empresas... un pool de servicios, digamos”, recuerda. Pero la cosa quedó ahí.

Sur marplatense

“Son tantas las subidas como las bajadas, y cuando viene la bajada hay que aguantársela”, dice un viejo pescador que arregla y ordena con paciencia las redes un sábado en el puerto. Hoy el mercado de la merluza languidece por falta de compradores —fundamentalmente Brasil poniendo barreras fitosanitarias para no comprar— y rentabilidad negativa a la hora de exportarla.

La imagen resuena cuando se camina por la Mar del Plata industrial, la pesquera, al sur de la Avenida Juan B. Justo. Edificios abandonados, derruidos, conviven con enormes plantas y modernos centros de procesamiento del pescado en los que ingresan y salen camiones y pululan laburantes de blanco, formales.Por aquellas calles, en las madrugadas se ve gente en bicicleta, con baldes, cuchillos y acrílicos, buscando trabajillos.

Otros esperan en un portón porque llamaron a las cuatro de la mañana. Muchos de ellos escucharon la noche anterior, en FM Nova, 106.7, con el tono en que se cantan los números en la quiniela algo parecido a esto: “Diez fileteros hora seis presentarse en Guanahani y Roundeau. Despinadoras hora cinco. Envasadoras 4:30. Resto del personal no trabaja”. Algunas recibieron por allí la confirmación del horario, otros supieron de la chance de laburar y fueron a probar suerte.

La planta de 27 de Noviembre S.A., de la familia Mellino, está en el corazón del barrio industrial del puerto. Trabajan alrededor de 65 operarios: peones, fileteras, envasadores. Peones con un gancho van arrastrando los cajones de pescado y distribuyéndolos en la mesa de cada filetero. A lo largo de dos filas de mesas, sobre las que no deja de caer agua de una especie de duchita, se descargan merluzas de distintos tamaños: poquitas grandes, 65 centímetros, y una mayoría de 40 cm. Varios cortes después serán filetes de entre 25 y 15 centímetros.

Los fileteros van agarrándolos de a uno y separando filetes de desechos, que volverán al puerto en los cajones para que una cooperativa de la estiba, Coomarpes, por ejemplo, haga guita volviéndola harina.Cuchillazo diagonal debajo de la cabeza, otro a lo largo para despegar la carne de la espina dorsal y tirar: hay allí un filete que se “descuera” con dos cortes más. Gira el pescado, otro cuchillazo a lo largo y está el segundo filete. El pescuezo y los huesos vuelven al cajón. Se trabaja rapidísimo.“El desperdicio de las máquinas en el mar es un 50%, acá es mucho menos. Trabajan más rápido pero no son tan precisas y tiran todo. Tienen la ventaja de que laburan con carne más firme, el pescado acá llega blandito después de varios días”, dice Julio Franco, delegado de SOIP en la planta.

Al auge merlucero en los setenta le siguió el calamar en los noventa (la especie preferida de los barcos extranjeros en la milla 200) y hoy vivimos el auge del langostino

“Si las máquinas rindieran más que nosotros ya no existiríamos", agrega. La precisión de estos fileteros en el corte supera a las cortadoras automáticas que, buque arriba, reemplazan el trabajo manual, todo for export. Entre el reemplazo de la mano de obra y la transformación que llevó el dinamismo pesquero hacia el sur, Mar del Plata es cada vez más ese lugar en el que sobran los cuchillos y falta el pescado, como escribió el geógrafo Diego Solimeno —pariente lejano de la familia—, hoy a cargo junto a un equipo de un censo pesquero marplatense: “Los últimos datos que hay son del año 96, previos a la crisis pesquera de finales de los noventa”, señala, sugestivo, para quien quiera ver.“Hoy un filetero tendría que ser un señor trabajador. Lo ves y parece un cartonero: anda dando vueltas con su ropita blanca, su balde, su mochila, muchos tratando de hacerse una changuita [carrito] en las cooperativas”, dice David Villalba, delegado filetero también.

Pero hace tiempo que las botas y la ropa clara de las fileteras —“más amarilla, usada”, precisan la imagen vecinos del lugar— se ven más al oeste y al sur de la zona industrial, entre las casas, barrio adentro en algún garaje o almacén donde se descarga el pescado, se corta y sale. Ahí sí la cosa se arregla por Whatsapp porque se hace con gente amiga.Gran parte irá a consumo interno. Otra parte volverá a frigoríficos y a empresas que así abaratan costos. Rebusques populares que aguas arriba significan más y más acumulación.

Al auge merlucero en los setenta le siguió el calamar en los noventa —la especie preferida de los barcos extranjeros en la milla 200— y hoy vivimos el augedel langostino. La menor presencia de merluza (principal predador) o políticas adecuadas de veda explicarían la misteriosa abundancia de este crustáceo.

El 2022 fue el primer año en la historia en que la producción acuícola mundial de especies animales superó a la producción de la pesca de captura, dice la FAO

La gestión anterior del Consejo Federal Pesquero defiende lo que considera un acierto de política pública: “Pasamos de capturar 30 mil toneladas entre dos provincias a capturar casi 200 mil toneladas anuales promedio, entre todas las flotas de las diferentes provincias”, dicen. Se refieren a las regulaciones en las zonas de pesca del mar argentino: se dejó de pescar cerca de la costa chubutense, donde crecen y se reproducen los langostinos, para pescar mucho más en altura. A esto se debió la reconversión de muchos barcos marplatenses que se fueron para el sur. “Algunos puertos, que antes hacíancasi todo, hoy hacen menos. Pero hay más puertos que antes haciendo mucho”, dice un funcionario patagónico del CFP, que sugiere que el empleo que subió en Chubut es el que hoy falta en Mar del Plata.

El crecimiento de la industria pesquera en Madryn y Rawson con el langostino tiene su contracara en el retroceso de la merluza en Mar del Plata. El langostino tuvo un pico exportador en 2018, y aunque ahora bajó un poco sigue en altos niveles. Aquel año también hizo pico la pesca incidental, como se llama a las especies que las redes agarran sin ser el objetivo de la pesca. Varias denuncias permitieron ver casi en tiempo real las toneladas de merluza grandotas muertas que se tiraban al mar porque lo único que importaba era el langostino. Años en los que la inspección arriba de los barcos se habían relajado más que de costumbre por decisión oficial.

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La expansión de la acuicultura

Los peces tienen la mejor conversión alimenticia: mientras que la vaca por cadaseis kilos que come convierte uno de carne, en el cerdo ese índice es de tres a uno, dos a uno en el pollo y 1,5 en los peces. Lo saben bien los chinos que, aunque siguen siendo potencia en la pesca de captura, son también los de mayor crecimiento en la acuicultura, es decir, la cría de animales acuáticos.

El 2022 fue el primer año en la historia en que la producción acuícola mundial de especies animales superó a la producción de la pesca de captura, dice la FAO. Pero en Argentina la pesca es, casi exclusivamente, de captura. Los salmones en Tierra del Fuego no prendieron por la oposición de un conjunto de actores —no solo Greenpeace— que quisieron evitar los impactos de esas jaulas marinas donde los peces engordan. Sí se puede ver en el norte de la Patagonia a Newsan —la misma empresa que apuntó a los salmones— criando truchas y algunas experiencias marplatenses, aún embrionarias con el pez limón, un banquete caro que cotiza muy bien.

El cierre de mercados externos a la merluza podría ser una nueva oportunidad para volcar adentro esa riqueza que, como canta Nathy Pelusso, es más cara que la plata. Pero la recesión autogenerada, al menos por ahora, hace imposible imaginar una salida así. Pescados que valen poco para quienes pescan pero mucho para quienes consumen. Emparejar esas proporciones es una tarea que seguro acerque a la sociedad argentina con el esfuerzo pesquero del que tan poco sabe.

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