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Antiespecismo
El silencio del agua

“El peso de la evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la consciencia. Los animales no humanos, incluyendo a todos los mamíferos y aves, y otras muchas criaturas, entre las que se encuentran los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos”.
En esta frase se resume el documento conocido como la Declaración de Cambridge, que fue publicada el 7 de julio de 2012 por un prestigioso grupo internacional de profesionales de los ámbitos de la neurociencia cognitiva, la neurofarmacología, la neurofisiología y la neurociencia computacional y que trataba de reevaluar los sustratos neurobiológicos de la experiencia consciente y los comportamientos relacionados con ésta, tanto en animales humanos como en no humanos. Sus conclusiones no dejan lugar a dudas, compartimos con los demás animales capacidades cognitivas y emocionales complejas.
Siete años más tarde, el 29 de marzo de 2019, se aprobaba la Declaración de Toulon, que recogía las conclusiones de la Declaración de Cambridge y, en consecuencia, declaraba el reconocimiento de los animales no humanos como personas jurídicas no humanas y cambiaba su situación jurídica elevándolos al rango de sujetos de derecho.
Sin embargo, las conclusiones biológicas y jurídicas derivadas del conocimiento no se incorporan a lo cotidiano con al rapidez debida. Si bien las normas empiezan, tímidamente, a dejar de considerar a los demás animales como cosas y a calificarlos como seres sintientes, aún estamos muy lejos de abolir su uso, entrando en flagrante contradicción, pues resulta incomprensible reconocer que los demás animales sienten y no hacer el menor esfuerzo, a nivel institucional, para dejar de utilizarlos. Más bien, ocurre todo lo contrario.
El gobierno de España se opone a limitar la pesca de arrastre
La Unión Europea pretende limitar los días en los que puede llevarse a cabo esta actividad argumentando que es terriblemente dañina para el ecosistema marino porque las grandes redes utilizadas arrasan los fondos oceánicos, mientras que el gobierno de España se ha opuesto firmemente a esta pretensión cediendo a las presiones del sector pesquero; finalmente se ha llegado a una solución intermedia: no se acorta el período durante el que se puede realizar la pesca de arrastre, pero habrá restricciones en el modo de llevarla a cabo.
Ambas instituciones, la europea y la española, coinciden en calificar la pesca como una práctica protectora del equilibrio ambiental y que solo necesita de ciertos cambios para ser considerada como una actividad sostenible. Este último adjetivo, “sostenible”, muy de moda en estos días y erróneamente asimilado a ecológico, en realidad solo nos informa de que una determinada actividad puede mantenerse en el tiempo, independientemente de que su ejecución resulte beneficiosa o perjudicial. Es evidente que, en este caso, estamos ante algo que sí es enormemente dañino para una comunidad: las poblaciones de organismos acuáticos.
La capacidad para reaccionar a estímulos nocivos es universal a todos los animales
Tradicionalmente se ha pensado que eran individuos carentes de inteligencia y con una capacidad para sentir, quizá existente, pero alejada de la nuestra. Numerosas investigaciones revelan lo equivocado de semejante creencia: según el doctor Donald Brown, de la Universidad de Cambridge: «La literatura científica es bastante clara. Anatómicamente, fisiológicamente y biológicamente, el sistema de dolor en los peces es prácticamente el mismo que en aves y mamíferos…, por tanto, hay que incluir la pesca en la misma categoría que la caza».
Un reciente estudio de la Universidad de Liverpool corrobora esta conclusión: Los peces sienten dolor y además de una manera parecida a la de los mamíferos, incluidos los humanos. De hecho, el estudio asegura que pueden sufrir hiperventilación, pérdida de apetito y hasta cambios en el comportamiento a largo plazo después de pasar por una experiencia dolorosa. Los peces pueden aprender muy rápido, poseen memoria a largo plazo y un agudo sentido del tiempo, además, también pueden reconocer a otros individuos, cuidar de la prole y trabajar en cooperación con otras especies. En la misma línea, una revisión independiente encargada por el gobierno del Reino Unido a la London School of Economics and Political Science (LSE) concluyó que hay una fuerte evidencia científica de que los crustáceos decápodos y los moluscos cefalópodos son sintientes.
La cultura no es exclusiva de la especie humana
En realidad, cuanto más estudiamos el comportamiento de las especies acuáticas, más sorprendentes y más cercanas nos resultan, pues a sus ya conocidas capacidades emocionales, debemos sumar sus habilidades sociales. Si entendemos la cultura como transmisión de conocimiento, resulta evidente que la cultura existe en las demás especies animales. En los cardúmenes de peces, al igual que ocurre en las manadas de elefantes o de lobos, o en la propia especie humana, los individuos adquieren sabiduría a medida que se hacen mayores. Por tanto, la longevidad es vital para la supervivencia de los grupos. Este acervo cultural permite a los animales conocer y adaptarse a su entorno y transmitir ese conocimiento a los más jóvenes; es decir, los animales aprenden de su entorno de manera individual y también adquieren y transmiten conocimientos sociales a otros miembros de su grupo. Esta memoria colectiva permite a todo el clan saber dónde encontrar alimento, refugio y lugares de reproducción, especialmente en condiciones adversas. Si los miembros del clan depositarios del acervo cultural son eliminados de manera brusca como ocurre en la pesca, todo el grupo queda comprometido; sin orientación, corre el riesgo de desaparecer.
Por esta razón, es imposible que exista la pesca sostenible, del mismo modo que podemos concluir que toda la pesca es sobrepesca, ya que la muerte de algunos seres puede conllevar la muerte de grupos enteros. Grandes o pequeños, mayores o jóvenes, fuera del agua los animales acuáticos mueren por asfixia, sufriendo, aunque no podamos oírlos gritar.
Un mar de voces
Desde tiempos inmemoriales se conoce el canto de las ballenas; sabemos que los cetáceos utilizan el sonido para orientarse y comunicarse bajo el agua, pero ¿Qué ocurre con el resto de los animales cuyo hábitat es el agua? Si asumimos que las tradiciones y la transmisión de conocimientos son esenciales para su supervivencia ¿Cómo se lleva a cabo esta comunicación?
La propagación del sonido en el agua es cuatro veces más rápida que a través del aire, por lo que, de entrada, parece sensato pensar que otros animales, además de los cetáceos utilicen las características del agua para relacionarse tanto con su entorno como con otros individuos. Así lo confirman diversos informes científicos: el sonido desempeña un papel esencial en la vida subacuática.
Se han documentado, en numerosas especies de peces vocalizaciones, que suenan como gruñidos o zumbidos, que constituyen un verdadero lenguaje, similar al de las aves y que se usan para desarrollar conductas de comunicación, reproducción, alimentación y defensa del territorio. Apenas hemos empezado a entender el ambiente acústico subacuático.
El hecho de que los animales sientan, desarrollen su propio lenguaje para comunicarse y posean una memoria colectiva basada en la cultura y las tradiciones propias de sus clanes, debería llevarnos a reconsiderar el trato violento que sufren al ser atrapados por una red de pesca, por el aplastamiento y la asfixia.
La pesca, la contaminación mediada por vertidos de todo tipo de sustancias contaminantes a ríos, lagos y mares y el consecuente cambio climático están devastando las comunidades que han hecho su hogar de estos hábitats. La mayor parte de los desechos que se vierten a las aguas, particularmente marinas, proceden, igualmente, de la pesca. Consumir de manera sencilla, productos locales y de temporada, evitando los desplazamientos en barcos puede contribuir a disminuir considerablemente la contaminación del agua. Sacar a los demás animales del menú, directamente les salva la vida, una vida que mantiene, a su vez, el equilibrio en todo el ecosistema.
Los demás animales son capaces de adquirir conocimientos y esa sabiduría les permite evolucionar. Los seres humanos sabemos que las otras especies animales merecen ser respetadas, así que deberíamos incorporar ese saber a la relación que mantenemos con ellas, rechazando su explotación, creando espacios de convivencia en este planeta que es el hogar de todos los animales: los humanos y los no humanos.
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