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Andalucía
Málaga, conflicto urbano y desigualdad en una ciudad andaluza
Por aclararnos, quizá el término que más se ajusta a lo que está pasando en Málaga, concretamente en su casco histórico, no sea el de gentrificación sino el de turistificación; no se trata de que una comunidad pobre o marginada sea sustituida por otra más rica e integrada –como ocurre con la gentrificación-, sino que es reemplazada por turistas que pasan sólo un par de días en la zona y se van. La gentrificación sustituye poblaciones, mientras que la turistificación directamente las elimina. Cualquiera que quiera comprobar esto que digo, solo tiene que darse un paseo un domingo por la mañana por el centro histórico malagueño, y contemplar ese ir y venir de trollies con su soniquete o el trasiego de gente entrando y saliendo de edificios en lo que antes vivía gente y que hoy son ocupados por turistas.
No hace mucho, pretendiendo con ironía retratar el fenómeno de la gentrificación en Málaga, escribía lo siguiente en una conocida red social: “Gentrificación es estar a punto de atropellar a dos japonesas en patinete que salían como de la nada atravesando Calle Córdoba... Gentrificación es parar en un semáforo, mirar al taxi que está a mi lado lleno de ingleses gritando “mother fuckers!”... Gentrificación es ver a chavales repartiendo con enormes mochilas en patinetes...”. Rápidamente, un compañero me advirtió de lo inútil de utilizar unos términos que pueden ser muy efectistas pero que nuestra gente trabajadora no entiende. Certero comentario. La cuestión es que puede ser peor, puede ser hasta peligroso utilizar términos que en un momento dado pueden dificultar la toma de conciencia global de un fenómeno, ocultando o enmascarando los procesos reales. Concretamente, en Málaga estamos hablando de un proceso muy palpable, el OMAU, el Observatorio de Medio Ambiente Urbano, un organismo municipal, en un informe de 2018 nos contaba que Málaga era la cuarta ciudad del Estado en precio de alquiler de vivienda. Desde 2014 a 2017 habían aumentado en un 1.200% los apartamentos turísticos, casi todos alrededor del centro, con el consiguiente desplazamiento de residentes. De todas las plazas en apartamentos, unas 7.000 sobre un total de 20.000, eran ilegales. El OMAU incluso hablaba de “excesiva masificación”, “falta de calidad” y saturación de “la capacidad de carga turística”. Este organismo municipal incidía en que “las zonas más vulnerables socialmente” eran las más afectadas por el aumento de los usos turísticos. Por actualizar los datos que ofrecía el OMAU el año pasado, según el Banco de España en su informe Evolución reciente del mercado del alquiler de vivienda en España, hecho público el pasado agosto, se afirmaba que Málaga es, tras Palma de Mallorca y Barcelona, la tercera capital del Estado español donde más había subido el precio alquiler residencial entre 2013 y 2019, con un incremento medio acumulado de más del 45%.
Más explícitos eran aún Antonio César y Mercedes Espinel de la Asociación de Vecinos de Málaga Centro en unas declaraciones a la revista El Observador: “Nuestra expulsión está planificada desde hace muchos años”. Y añadían: “El sentimiento general es que está programado echarnos de aquí y convertir la zona en un parque temático”.
Por aclararnos, quizá el término que más se ajusta a lo que está pasando en Málaga, concretamente en su casco histórico, no sea el de gentrificación sino el de turistificación; no se trata de que una comunidad pobre o marginada sea sustituida por otra más rica e integrada –como ocurre con la gentrificación-, sino que es reemplazada por turistas que pasan sólo un par de días en la zona y se van. La gentrificación sustituye poblaciones, mientras que la turistificación directamente las elimina. Cualquiera que quiera comprobar esto que digo, solo tiene que darse un paseo un domingo por la mañana por el centro histórico malagueño, y contemplar ese ir y venir de trollies con su soniquete o el trasiego de gente entrando y saliendo de edificios en lo que antes vivía gente y que hoy son ocupados por turistas.
Por cierto, también comprobarán la imposibilidad, y no exagero, de andar por Calle Granada, en este caso, son cruceristas, a los que los guías llevan al galope para después dejarles el mayor tiempo libre posible para las convenientes compras. Por algo Málaga fue elegida como el tercer “mejor destino” del Mediterráneo occidental. De las consecuencias medioambientales de este turismo mejor ni hablemos.
En realidad, más allá de términos de moda que se encierran en espacios intelectuales militantes, Málaga vive un conflicto que en última instancia nos remite a unas relaciones de poder globales que encuentran en esta ciudad una plasmación concreta. Relaciones de poder que son determinadas por y en la lucha de clases. Son las relaciones de poder entre clases y las instituciones que las condensan las que moldean nuestra ciudad, su espacio, su urbanismo, etc., a la conveniencia de los diferentes capitales que en ella concurren.
Lógicamente, Málaga no es una realidad a parte situada fuera de dinámicas globales, y ni mucho menos fuera de la dinámica andaluza de opresión nacional. Málaga encaja a la perfección en lo descrito por la que puede ser considerada como la mejor Historia económica de Andalucía, Poder, economía y sociedad en el sur. Historia e instituciones del capitalismo andaluz, escrita por Carlos Arenas Posadas, con su tesis central: la caracterización del capitalismo como un capitalismo extractivo, y por tanto, siguiendo al economista Delgado Cabezas, un capitalismo subordinado, dependiente y no autocentrado, descentrado más bien. De la Málaga industrial y comercial de los Larios, Huelin, Loring o Heredia del siglo XIX hasta la Málaga de la “industria turística” de hoy, así lo atestiguan.
Decimos todo esto porque hay que tener una comprensión global del modelo de ciudad desarrollado en Málaga en los últimos 25 años. No podemos caer en el error de que la destrucción del patrimonio histórico o del medio ambiente, por poner unos ejemplos, no tienen nada que ver con una ciudad crecientemente desigual ni con una super especialización económica.
Si Pata Negra cantaba en su Rock del Cayetano hace ya muchos años aquello de que “Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente”, Málaga no se queda atrás, más bien toma la delantera andaluza. La brecha entre el centro y la línea litoral, sobretodo el litoral Este, por un lado y el arco Norte de la ciudad es evidente. Esa brecha creció un 11%, cerca de 3.000 euros en los últimos años, justo cuando la renta media en Málaga había aumentado un 3%. Si La Malagueta y Monte Sancha presentan niveles adquisitivos con unas rentas brutas medias de 46.288 euros, zonas como Campanillas, La Palmilla, Puerto de la Torre, la Trinidad y el Perchel o Carretera de Cádiz tienen 2,5 veces menos, apenas llegan a los 19.000 euros.
El modelo de ciudad implementado especialmente en los ya 24 años de Partido Popular –de los cuales 20 con Paco de la Torre como alcalde- certifican una ciudad desigual, con unos claros y evidentes ganadores y perdedores, pero que, por el contrario ha logrado tener un grado no despreciable de aceptación entre esos perdedores del modelo. Podemos apuntar tres motivos: uno es la creación en todos estos años de una tupida red clientelar desde el Ayuntamiento, dicha red, a su vez, mantiene una poderosa influencia en importantes sectores de la sociedad civil malagueña; el otro, mucho más preocupante quizá, es la asunción del discurso de la derecha, del progreso, de que este modelo de ciudad da trabajo, da ingresos, da futuro, etc; el tercero y último, es el propio alcalde Paco de la Torre, un tipo inteligente, un animal político que se supo enfundar mejor que nadie llegado el momento el traje de “demócrata de toda la vida”, y que ha sabido explotar a su conveniencia por un lado el secular sentimiento de abandono y dejadez institucional entre la ciudadanía malagueña anterior a la llegada del PP, y por otro, el ser un verso suelto dentro del PP y presentarse incluso como una “excepción progresista” o una “derecha civilizada”. Con de la Torre se han criado políticamente tanto el actual presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, como su segundo, Elías Bendodo, de origen sefardí, sionistas hasta la médula, y que puede ser considerado como el hombre del Estado de Israel en el PP malagueño y andaluz.
Sin embargo los datos no corroboran este discurso, aunque aportamos datos provinciales, 15.939 euros de media es lo que los malagueños y malagueñas declararon a Hacienda en el 2018, quedan bastante lejos de los 25.120 euros anuales de Madrid, de los 22.782 de Barcelona o de los 18.716 de Valencia, e incluso es inferior a los 16.257 euros de Sevilla, y eso que según el argumentario machacón de la derecha malagueña, Málaga sería el “motor de Andalucía”.
En este contexto debemos encuadrar la “guerrita cultural” desatada en la ciudad con el estreno de la serie de La 1 de TVE Malaka. Más allá de los tópicos insultantes y el desprecio del nacionalismo español hacia toda serie o película que utilice el andalú en todas sus variedades y particularidades y de la que Malaka no se ha librado, la cuestión es que sectores de la derecha malagueña han entendido la serie como una ofensa a Málaga al retratarse –con bastante realismo cabría decir- la Málaga de fuera de ese espectáculo, de ese parque temático abierto las 24 horas que es el centro, o de los barrios pudientes. Para una ciudad que pretende vivir sola y exclusivamente de un modelo de turismo depredador, una serie que hable de tráfico de drogas, de marginación o corrupción resulta dañina para la imagen de la ciudad. Málaga para estos sectores de la derecha debe de ser un escenario de cartón piedra, llena de guiris felices y satisfechos, donde las miserias se han de ocultar bajo la alfombra. Pero la Palma y la Palmilla están ahí, con su marginación, con sus grupos organizados de tráfico de drogas, con su violencia, pero también con esa buena gente trabajadora que tira pa´lante como mejor sabe y puede, orgullosa de su barrio y haciendo frente a los estigmas y los rechazos.
En este contexto, también por desgracia, hemos podido asistir a una aceleración de la destrucción del patrimonio histórico de la ciudad y cómo esos atentados no le han pasado factura ni a Paco de la Torre ni al PP de Málaga. Justamente aquí reside una de las peculiaridades del modelo malagueño y es su relación con el patrimonio histórico de la ciudad. Es frecuente oír en Málaga cuando se consuman estos atentados aquello de que “esto en Sevilla, en Granada o en Córdoba no pasaría”, digamos que esa afirmación es una verdad a medias. Tanto en Sevilla, como en Granada, en Córdoba o en otras grandes ciudades andaluzas se ha destruido patrimonio histórico, pero no se ha llegado, ni creemos que se llegará, al nivel de desprecio de Málaga. El motivo es bien sencillo: el modelo malagueño no pretende sustentarse en la explotación de patrimonio histórico, más allá del circuito Catedral, Alcazaba, Teatro Romano y Gibralfaro, o del circuito de los museos, sino en el ocio y el entretenimiento. La Mundial, Villa Maya o los recientes restos encontrados de la Málaga andalusí sobraban. Lo mismo podemos decir del patrimonio natural, ya sea el Arraijanal o los Baños del Carmen.
El modelo extractivo, colonial con matices si queremos, de la super especialización que beneficia tanto a unas elites capitalistas locales como globales es el detonante de esa creciente y alarmante desigualdad que está quebrando Málaga en dos, pero también de la cada vez más desafección de muchos malagueños y malagueñas hacia el casco histórico, hacia un centro que se ha perdido. Málaga es ya definitivamente sus barrios obreros y populares, especialmente aquellos que empezaron a surguir a finales en la década de los 60 del siglo pasado.
Que haya perdedores del modelo que se adhieran al PP de Paco de la Torre no significa que su hegemonía no se haya erosionado. El PP gobierna desde el 2015 con la respiración asistida de Ciudadanos, pero no solo eso, luchas laborales como las de los bomberos, hasta esa misma lucha por la protección del patrimonio histórico y natural, especialmente la lucha por la defensa del edificio de La Mundial o de la playa del Arraijanal, han contribuido a minar esa hegemonía, quizá no lo suficiente, quizá no todo lo que a muchos y a muchas nos gustaría.
Recientemente, las vecinas y vecinos de la populosa calle La Unión han dado toda una lección de unidad, lucha y organización, endeble, pero organización popular, salpicada con gotas de espontaneidad, obligando al Ayuntamiento a aplazar la delimitación de las zonas de aparcamiento de pago (zona azul), demostrando una vez más que la gente trabajadora de los barrios en no pocas ocasiones está muy por encima de las izquierdas en toda su diversidad.
Hay barrio, hay lucha, la Málaga donde vive la gente tiene todo el derecho a recuperar su ciudad.
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O sea, Bendodo por ser judío, es sionista hasta la médula y representante de Israel en el PP.... nota antisemita en estado puro. Me encanta cuando os quitáis las caretas y ratificáis que lo vuestro es puro racismo y no una posición antiisraelí/antisionista.
Fantástico artículo, debería leerse en todos las esquinas de esta bendita ciudad, a ver si algunos se dan cuenta de una vez de que no hay que seguir votándole a don Paquito de la Torre y a sus socios trifachitos.