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Opinión
La relación entre patriarcado y capitalismo: Frankenstein y la huelga del clima
El reto es enorme e insoslayable: resignificar aquello que fue libre y ha sido usurpado por el poder; reconocer y valorar todo aquello que hemos aportado de forma original al sustento de la verdadera civilización e inventar o recordar aquello que es preciso cuando se vive con la conciencia de ser interdependientes unos de otras, otras de unos, y ecodependientes de la madre tierra.
Feminista, corista y profesora de derecho del trabajo (UCLM).
A propósito de la Huelga Mundial por el Clima del 27 de septiembre y ante la emoción de ver a tanta juventud del mundo impugnar en sus pancartas el sistema capitalista de destrucción de la vida, parece irremediable ponerlo en conexión con el régimen de poder patriarcal, sabiendo que no son desórdenes de violencia paralelos sino un mismo monstruo.
Cuando se escribe acerca del patriarcado capitalista o del capitalismo patriarcal, hay algo que indica que no se utiliza la lengua con propiedad al nombrar el des-orden dominante, que es solo uno. Es perceptible que lo escrito o dicho no casa con la realidad del todo, sustantivando o adjetivando de una manera jerárquica en función de lo que en cada momento o contexto viene mejor resaltar a quien habla o escribe: es decir, utilizando patriarcal como sustantivo o como adjetivo del capitalismo y viceversa…como si entre ellos hubiera solo una relación de jerarquía en función del contexto del que formen parte.
Para aclarar el panorama, en un momento tan decisivo como en el que vivimos —de emergencia lo están llamando—, podría ser razonable volver al origen de ambos regímenes de poder. Respecto del surgimiento del patriarcado hay muchas hipótesis que intentan desentrañar cómo se instala un sistema de dominación de una mitad de la humanidad respecto de la otra mitad, que precisamente es aquella que garantiza la perpetuación de la especie, teniendo la capacidad de ser dos —es clásico en esta línea el libro de Engels (1884), El origen de la familia, la propiedad privada y el estado—.
En tiempos recientes, el pensador chileno Claudio Naranjo se aventuró a proponer que las poblaciones sedentarias originales, frente al calentamiento de la tierra y para poder sobrevivir, tuvieron que desplazarse y los hombres de esas comunidades se volvieron bárbaros, violentos, predadores e insensibles. El dominio de los hombres sobre las mujeres se produjo para acallar la parte femenina de la naturaleza frente a la brutalidad que fue necesaria para no perecer y competir con los elementos y con otros pueblos. Así explica que, en todas las religiones, hubo la necesidad de sacralizar la violencia. Se instauró la retórica de matar, el rito de los sacrificios, para idealizar la violencia y así hacerla soportable frente a la sacralidad de la vida transgredida o profanada. En La mente patriarcal (RBA 2010), este autor mantiene que nos hemos quedado pegados a aquella mentalidad patriarcal hegemónica e insensible que sirvió hace 6000 años.
Sea como fuere su origen, algo que no es baladí porque podría ofrecer indicios para rastrear una masculinidad anterior al patriarcado, es evidente que este régimen de poder está más allá del capitalismo, muchísimos siglos más allá. Sin embargo, se suele decir en ámbitos feministas que el capitalismo, hijo de la modernidad, hizo un pacto con el patriarcado que les ha traído muchos beneficios a ambos. Esta puesta en escena no resulta del todo convincente, pareciendo que fueron unos nuevos ideólogos económicos los que se aliaron con viejos teóricos machistas para explotar más a la humanidad hombre y aprovecharse de la clásica explotación de la humanidad mujer y, por supuesto, para explotar de manera intensiva los recursos del Planeta. Que el joven capitalismo se sostiene y se aprovecha de un pacto sexual antiguo entre hombres para someter a las mujeres parece claro —es recomendable en este sentido El contrato sexual, de Carole Pateman (Editorial Ménades, 2019)—, pero hay que profundizar en ese aparente encuentro utilitario entre capitalismo y patriarcado para desentrañar la verdadera relación entre uno y otro y establecer con palabras veraces cuál sea su vínculo.
Patriarcado, capitalismo y democracia están en profunda relación, siendo el primero el sustento sobre el que se asientan el sistema económico dominante y la forma política e institucional de convivencia del presente
Contemporáneamente, asistimos a la decadencia de las democracias igualitarias con millones de personas sin trabajo, leyes electorales fraudulentas que favorecen sin ambages a los poderosos, el acoso al Estado social o el aumento de la violencia contra las mujeres y sus hijos e hijas. Entonces, ¿cuál es el escenario en el que vivimos? ¿la decadencia solo de la democracia? ¿o quizás la decadencia del pensamiento único patriarcal capitalista y supuestamente demócrata?
Una democracia es un sistema de convivencia pacífica y digna que se sostiene en una pluralidad de ideas, valores y relaciones. Cuando todo eso se intenta resumir en una única manera de pensar y vivir, en el imperio del uno que disimula impudorosamente ser plural, abierto y reconocedor de las diferencias, la decadencia de ese sistema de convivencia está servida. Esa única manera es el patriarcado capitalista que, en su caída, puede arrastrar la democracia que en parte ha sostenido y alimentado en Europa y en algunos otros lugares del mundo.
Por eso, cuando asistimos, al espectáculo de ver cómo algunos gobernantes europeos —y no solo— desgobiernan en nombre de la democracia, estando adscritos a ese pensamiento único de la barbarie y la avaricia, no solo estamos ante unos antidemócratas, que como vampiros son capaces de llevar a un pueblo o a un conjunto de pueblos al desastre. Estamos además y sobre todo ante hombres y mujeres en decadencia profunda en cuanto tales y respecto de las relaciones que mantienen.
Hay muchos patriarcas —mayoritariamente hombres, pero también algunas mujeres bien reconocibles— que le han declarado la guerra a la vida. Eso se mide en suicidios de hombres después de asesinar a sus mujeres o en corrupción política, en incapacidad para dialogar o en ominoso espectáculo mediático.
En definitiva, patriarcado, capitalismo y democracia están en profunda relación, siendo el primero el sustento sobre el que se asientan el sistema económico dominante y la forma política e institucional de convivencia del presente. Eso no quiere decir que el sistema patriarcal haya ocupado y ocupe toda la realidad, por lo que es posible y real otro modelo de relaciones humanas que también está más allá del capitalismo y de la democracia igualitaria y partidista. Por eso, es en este escenario, donde puede producirse una regeneración de la democracia y el reconocimiento de otras muchas formas posibles de economía que tienen como pilar básico un sentido libre y respetuoso de la vida.
2. Dos en uno o el moderno Prometeo
La relación que hay entre patriarcado y capitalismo es la relación que existe entre política y economía. Política y economía sexuadas, es decir, teniendo en cuenta o dando sentido al ser mujer y hombre dentro de dichos marcos de actuación humana. La política es la manera de gobernar la ciudad, y la economía, siendo un instrumento al servicio de la primera —como el derecho, la educación o el cuidado de los cuerpos—, tiene que ver con el modo de administrar sus recursos. Si se gobierna fuera y dentro de las casas en un régimen de sentido que somete a las mujeres respecto de los hombres, el resultado ya sabemos cuál es. Es decir, que el régimen de poder patriarcal se ha servido a lo largo de la Historia y en la mayoría de las civilizaciones de las mediaciones sexuadas oportunas para perpetuarse.En definitiva, el quid de la cuestión es que no hay dualidad patriarcado/capitalismo, no hay pacto entre unos hombres y otros. Se trata de una elección política sexuada, como son siempre todas las decisiones que atañen a lo humano. El patriarcado del capital es una transformación de un sistema de poder en el que cambian en un momento dado, y no hace mucho tiempo, las formas de producción y de trabajo.
Entonces, ¿qué relación hay entre dicho régimen de poder y su sistema económico predominante de la modernidad? Hay la relación entre el Doctor Frankenstein y su creación, es decir, una relación de paternidad. Padre e hijo que conviven amigablemente dos en uno, pero que no se reconocen jamás públicamente en relación de familia.
En la excelente y visionaria novela de Mary Wollstonecraft Shelley, el engendro ni siquiera tiene nombre, aunque la creación de Frankenstein como alegoría esperpéntica y amenazadora del deseo patriarcal de dar vida ha tenido tanta fuerza en nuestra cultura corriente que conocemos al monstruo con el nombre de su creador, que así ha sido fagocitado por su propia obra. La novela se titula curiosamente Frankenstein o el Moderno Prometeo. Prometeo es en la mitología griega el hombre-titán que osa robar el fuego a los dioses, es decir, que se atreve a poseer lo divino. Y también, con el mismo sentido profundo, Prometeo es el hombre capaz de crear a otros hombres del barro, enfrentándose a Zeus. En la metáfora de una jovencísima Shelley de 19 años —hija de Mary Wollstonecraft, la famosa defensora de los derechos de las mujeres en Inglaterra y de Wiliam Godwin, precursor del anarquismo británico— , ese moderno Prometeo es el hombre que se atreve a emular la vida, a usurpar el lugar de la madre. Un hombre que inmediatamente se avergüenza de su creación, no reconociéndola como propia, lo que será su sino de vida y su condena de muerte.
En cierta forma, Frankenstein, escrita en 1818, durante los inicios de la revolución industrial y por tanto del sistema de producción capitalista, y dentro del marco clásico de poder de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres, es la alegoría temprana y visionaria de la perversión que podría traer un modo consumado de hacer política y economía que no respetara la vida y pensara que, con el avance científico, podría definitivamente emular su creación. Así, el desapego —o la envidia—, que en el fondo muestra el Doctor Frankenstein, por las mujeres y por la naturaleza puede ser considerado como el síntoma del delirio que desató el patriarcado cuando enloqueció con su criatura capitalista naciente, que en ese momento tenía a su servicio la máquina de vapor o la electricidad, que revolucionaron efectivamente las formas de producir.
Electricidad poderosa que, a ojos del Doctor Frankenstein, podía incluso devolver la vida a los cuerpos humanos inertes.
En ese sentido, el capitalismo se lo inventarían unos patriarcas por necesidad. ¿Pero necesidad de qué? ¿Cuál es la necesidad-delirio del Doctor Frankenstein? La necesidad de ser un dios griego —o mujer—, de dar vida. Algo propio de un hombre ilustrado de su época de finales del siglo XVIII y principios del XIX, en la que la modernidad “humanista” puso al hombre en el lugar de dios, previa caza de las brujas que durante la Edad Media europea habían vivido con cierta libertad y reconocimiento siendo mujeres (al respecto, María-Milagros Rivera Garretas, El amor es el signo, Sabina Editorial, Madrid, 2012). Así, la modernidad se inauguraba con la culminación de un proceso de concentración violenta del poder en manos de los hombres a todos los niveles, incluso el religioso. Y se asentaba en un plan sistemático de erradicación en Europa de muchas mujeres —y también hombres— que alcanzaron cotas altísimas de independencia simbólica del patriarcado, custodiando la relación entre la escuela, la política y el orden simbólico de la madre o, lo que es lo mismo, cuidando un orden de vida mediado por el amor.
Además, los patriarcas de la modernidad fueron una clase social —la burguesa— que desbancó en el centro del poder a la aristocracia —unos hombres desbancando a otros—, y que tuvo que generar riqueza para sí porque no la tenían de nacimiento. Por tanto, ese proyecto patriarcal burgués de la modernidad necesitó dotarse de una nueva forma de economía que explotara al máximo la capacidad de trabajo de hombres y mujeres de clases sociales subalternas y los recursos naturales en forma de materias primas de los pueblos conquistados. Y, además, a través del imperio de la razón, ocupar el lugar de dios y jugar a dominar la naturaleza, los territorios y, si podía ser, la creación de la propia vida.
El patriarcado ha masacrado siempre a seres humanos y territorios, pero desde que se transforma en capitalista, esa forma de hacer economía ha puesto en riesgo el propio mantenimiento de la vida
El sistema de dominación patriarcal es el régimen de poder que más ha durado a lo largo de la Historia conocida, que tampoco es tanta puesto que el Planeta tiene 4,5 millones de años, la especie humana lo puebla desde hace 300.000, el patriarcado nace hace 6000 años y se hace capitalista 300 años atrás. Es el régimen de poder que más se ha extendido en casi todas las civilizaciones más allá de la división de la sociedad en clases. A lo largo de la Historia relatada se ha ido transformando en colonialista, imperialista o socialista. Pero una de sus grandes transformaciones y, quizás, quién sabe, su destino mortal, lo marca su propia invención del capitalismo. Como le ocurrió al Doctor Frankenstein.
En la actualidad, se sigue mayoritariamente viviendo el patriarcado del capital como una dualidad. Miramos, pensamos y escribimos sobre el patriarcado y el capitalismo como si fueran, en el mejor de los casos, regímenes de poder complementarios. Así, resulta impensable el fin del patriarcado para buena parte del movimiento de las mujeres y el fin del capitalismo para gran parte del pensamiento anticapitalista. Lo que no deja de ser una paradoja. Una paradoja que aterriza en la tierra y se desvanece cuando se reconoce la relación íntima de parentesco entre patriarcado y capitalismo y su sinergia mortal.
Resulta que la parte fundante del sistema de dominación está herida de muerte por la libertad femenina y la incipiente masculina; y su vertiente económica dominante lo está de la misma manera y por la misma causa, y porque además la explotación que supone de recursos no renovables y de gestión de los deshechos que genera ha llegado a su límite por los propios límites del Planeta. Un hijo espurio, que usurpa y depreda la matriz de la vida y que ya no puede controlar la violencia y la basura que todo eso genera, está condenado a no tener vida. El patriarcado ha masacrado siempre a seres humanos y territorios, pero desde que se transforma en capitalista, esa forma de hacer economía ha puesto en riesgo el propio mantenimiento de la vida. El patriarcado, al transformarse en capitalista, consuma la expulsión del amor, de la vida, de su régimen de poder, lo que es una operación suicida porque, antes o después, ordenarse de espaldas a la vida lleva a la destrucción.
3. De vuelta a casa
Hoy en día, este presente de emergencia no lo es solo por ser antesala de un posible colapso sino también por ser un presente en el que emerge la posibilidad extraordinaria e histórica de poder transitar, mujeres y hombres, otro modo de ser y de relacionarnos con la vida y la muerte. Eso ocurre —claro, por eso ocurre— en una situación de mucha necesidad, de habernos salido de madre.Ante semejante desafío, vivimos con desconcierto, ambigüedad, miedo, balbuceo y ganas el tránsito de dicho des-orden a otro lugar seguramente mejor. El reto es enorme e insoslayable: resignificar aquello que fue libre y ha sido usurpado por el poder; reconocer y valorar todo aquello que hemos aportado de forma original al sustento de la verdadera civilización e inventar o recordar aquello que es preciso cuando se vive con la conciencia de ser interdependientes unos de otras, otras de unos, y ecodependientes de la madre tierra.
Por eso, el 27 de septiembre, en las calles del mundo, la gente joven de cuerpo y de ganas reivindicó otra forma de vida, de convivencia cierta sabiendo que el Planeta y sus seres vivos nos albergan como una especie más y donde ya no puede haber sitio para el Doctor Frankenstein.
Ayer, 7 de octubre, se ha pasado a la rebelión. Acción.
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me quito el sombrero.. aunque parezca largo, en realidad es un excelente resumen; muchas gracias por el articulazo