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habito un vasto pensamiento
pero muy a menudo prefiero confirmarme
en la más pequeña de mis ideas
o bien habito una fórmula mágica
las primeras palabras
habiendo olvidado el resto
habito la barrera
habito la ruina
habito el muro de un gran desastre
Aimè Cesàire
...
“Las bestias tienen madrigueras; el ganado, establos; los carros se guardan en cobertizos y para los coches hay cocheras. Solo los hombres pueden habitar. Habitar es un arte. Únicamente los seres humanos aprenden a habitar.”
Ivan Illich
Una de las características más notables de estos tiempos es la aversión por las aglomeraciones, las ciudades, los lugares cerrados, o por cualquier situación en la que exista una presencia excesiva de humanidad. El miedo al virus y los apuros económicos están vaciando sigilosamente nuestras ciudades. Detrás de este éxodo al campo encontramos millones de historias, decisiones drásticas y complejas arquitecturas domésticas. La incertidumbre y la falta de “seguridad” no hacen más que provocar una silenciosa “ola de trastornos mentales” que arrasa con miles de vidas.
En estos momentos, muchas personas están sufriendo porque ya no soportan su realidad, otras están agotadas por la maratón de la crianza o por el teletrabajo. Muchas son las parejas las que ya no se aguantan y quieren iniciar vidas separadas. Demasiadas contradicciones y proyectos vitales alterados. Queda claro que estamos tocados, pocos quieren pensar en un nuevo confinamiento y muchos esperan con ansias volver a la cotidiana frivolidad, al modo de vida consumista. Pero eso no ocurrirá, lo que nos queda es recolocar las subjetividades y la existencia en lugares todavía desconocidos.
Una amiga, que vive en Londres, me dijo hace poco que muchos días cuando se despierta tiene la sensación de apocalipsis, de un final inminente, se siente dominada por el caos. Pero otros, se despierta con la percepción de total normalidad como si nada hubiera ocurrido. Me ocurre algo similar cuando ese apocalipsis intermitente que se apodera de mi y tengo que lidiar con la perversión mental motivada, en parte, por los excesos informativos y las teorías apocalípticas que llego a ingerir. Tampoco me ayuda pasear por la ciudad porque siento el deterioro y la decadencia en prácticamente cada esquina. Los comercios cierran bajo un resentimiento masivo, una inflación crítica erosionante de quienes se quejan mientras esperan ansiosos su última adquisición en Amazon.
Hay que encontrar las maneras de sobrevivir a este declive inminente. No podemos seguir siendo lo que éramos y esperar que las cosas cambien
Ahora, es de cínicos denunciar los daños de la ciudad global caduca cuando todos veíamos el deterioro urbano en el que estábamos sumidos. Esta epidemia de ira exculpatoria de cualquier responsabilidad que podamos tener no conduce a ningún lugar. Las ansias de muchos por la inflación crítica desde el sofá no hacen que mejore la situación, y deberían saberlo. Ya va siendo hora de aceptar abiertamente que vivíamos bajo una estabilidad ficticia, y que la falsa seguridad se generaba porque girábamos la cara a lo evidente.
Pero ahora todo se ha puesto de frente, es difícil ocultar lo “real” cuando asoma tanto a nuestras vidas que produce pánico. Ya va siendo hora de ser honestos y aceptar que estamos en un momento en el que el caos y el desorden van en aumento, y paralizarse tampoco sirve. Ya va siendo hora de madurar como sociedad, dejar de emitir denuncias deshonestas y adquirir consciencia de la decadencia. Porque, ¿sabremos habitarla? ¿Tendremos la capacidad de negociar e imaginarnos otras formas de vida solidarias e independientes del Estado y de las guerras raciales, políticas y de poder? ¿Podremos superar nuestras contradicciones este ambiente tan tenso e inquieto?
Hace unos días, Díaz Ayuso culpaba al “modo de vida” de la inmigración del elevado número de contagios: podemos tener bien claro su responsabilidad en la normalización de las escenas xenófobas y racistas en nuestras calles
De momento, las respuestas son adversas. Algunos enuncian la era del desorden y del caos; la “des-civilización” de la sociedad, dicen. Sea lo que sea, el odio corrosivo está demasiado presente y se adueña de nuestra sociedad como una metástasis que acaba con las células de un cuerpo sano. Poco podremos hacer si el racismo, el cinismo y la frivolidad siguen imperando en la esfera pública donde se confunde el relato de las redes sociales con la realidad. Poco haremos si nos sumergimos en los discursos apocalípticos o en la diatriba populista, de desprecio y el enfrentamiento que políticos nos ofrecen. Hace unos días, la presidencia de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso culpaba al “modo de vida” de la inmigración del elevado número de contagios en Madrid. Podemos tener bien claro su responsabilidad en la normalización de las escenas xenófobas y racistas en nuestras calles, en el metro, o en cualquier otro lugar público.
En el metro de Barcelona un chico gritaba mientras se levantaba de su silla: “Pues iros a vuestro país, ahí os hubieran cortado la cabeza, incluso la p*”, en medio de un vagón vacío en el que solo se escuchaba la voz de un muchacho hablando por teléfono en urdú. Su expresión de orgullo “blanco” era inquietante, al igual que la de la joven que días después insultaba a una pareja en el metro de Madrid diciendo: “… Panchito de mierda, capullo, que encima eres un producto de un condón roto, asqueroso, como en la selva no tienen condones". Esta rabia normalizada hacia la alteridad, cada vez más recurrente, es una locura y no hace más que alimentar la polarización racial de nuestros días.
Lo que he aprendido en estos seis meses de pandemia es que hay que cambiar de estrategia, quienes tenemos voz deberíamos adoptar compromisos y actuar bajo los principios de una solidaridad radical. Hay que encontrar las maneras de sobrevivir a este declive inminente. No podemos seguir siendo lo que éramos y esperar que las cosas cambien. Estamos condenados a entendernos y negociar. La caridad y los dogmas no me sirven, quienes los necesitan tendrán que reformularlos. Por ello, no queda más remedio que aprender a habitar en la decadencia y reinventar la subjetividad política y personal en todas sus expresiones y enunciaciones.
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Te agradezco el artículo por lo que tiene de honesto y descriptivo, sin paños calientes. La cuestión, tanto del artículo como de algunos comentarios es que se sitúan fuera de la realidad, su lugar es el texto mismo. La realidad es la violencia extrema en todas las capas de la sociedad: de una parte la cínica y sádica indiferencia de quienes se sientes fantásticamente a salvo de la guerra en curso por la supervivencia y de otra, la de l@s esbirr@s que emplean una violencia explícita contra quienes simplemente se quejan por estar siendo humillados y arrastrados a la muerte. Ayer, un grupo de jóvenes protestó contra la abyecta política de desahucio humano que se practica en Madrid. Fueron golpeados, humillados y despreciados ante la mirada pasiva del resto de víctimas. Esta es la realidad, la que no precisa metáforas y muestra que no van a permitir el cuestionamiento de la barbarie. La construcción colectiva y solidaria de una nueva realidad solo puede ser violenta porque es violenta, extremadamente violenta y es imperativo defenderse. Una vez más son l@s enriquecid@s y sus esbirr@s contra l@s empobrecid@s, no hay nada complejo en ello pero sí terrible.
Sra. Tania Adam (espero que éste escrito no sea censurado) usted vive en Barcelona. No sé cómo serà Madrid.
Su escrito aporta ideas varias y dosis de realismo respecto a la situación actual.covid-19.....pero viviendo en Barcelona, y habiendo estudiado gratamente en la universidad más cara y de mejor nivel , que tal hablar un dia del racismo, sí RACISMO Y DESPRECIO que sufrimos los habitantes por parte de inmigrantes de todo tipo de comunidades, en formas varias?¿casi sin excepción? Los habrá que sufran sin duda, pero no generalice. La inmigración de hoy no es la de hace 50m años y no estamos en Paris o Londres. Por no hablar de las ciudades colindantes. Sus estudios sobre esclavismo, construcción de la ciudad en siglos pasados etc són muy interesantes y a tener en cuenta, pero son història ........ si habla del presente ajústese a la realidad por favor y no confunda a lectores a 500 km. saludos y gracias.
La decadencia no la ha traído el virus SARS-CoV-2, la decadencia ya estaba ahí, el coronavirus solo ha desnudado la cruda realidad y ha puesto de manifiesto que la soberbia del Capital tenía limites.
Es un aviso (quizás el último) y... una oportunidad o a continuación barbarie y juegos del hambre.
Paralizarse no, ser observadores gatopardianos tampoco.
Salirse del marco.
Las claves están en el reto de conectar 9 puntos únicamente con 4 líneas sin levantar el lápiz del papel:
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Salir de la percepción del cuadrado con los puntos y ampliar el campo de trabajo, así fácilmente podríamos llegar a la solución.
Ampliar el campo de percepción y salirse del cuadrado, facilita llegar a la solución.