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Literatura
Beber desórdenes
La lectura de En islas extremas, de Amy Liptrot, embriaga desde el primer golpe de viento que azota el remoto paisaje de las Orcadas, donde se revuelven las tripas de una historia que acaso por cargar locuras ancestrales se precipita sin saberlo, cae en el consuelo y trampa de un alcoholismo que precisará chocar con sólidas barreras, férreos aprendizajes acerca de los límites, controles capaces de detener o al menos soslayar tempestades. En La huella de los días, Leslie Jamison detalla los sucesos neuronales y fisiológicos que imprimen en nuestro cerebro, de una vez y para siempre, de qué índole peligrosa resultará el pacto con la adicción y sus repercusiones. Durante las décadas húmedas y prolíficas de su juventud, Jamison empleó su cuerpo como resistente laboratorio de investigación.
En Blackout, María Moreno golpea con borracha convicción sobre la barra del bar reverberante de voces de todos los estratos, sobre todo de quienes carecen de nombre, espacio y destilados de calidad. El bar es una patria con sus omisiones y memorias abismadas en el fondo del vaso que también ha bebido para mitigar los dolores de una ovulación que irradia contracciones y afrentas. En una conferencia, Hebe Uhart interroga a la audiencia: ¿alguna vez probaron a escribir después de haber bebido un vaso de vino?
Medios de comunicación
María Moreno: “Reivindico el derecho a un lenguaje de goce, y eso no es nada periodístico”
Transformar el gueto en territorio y hacer que los periódicos sean espacios para abrir debates son dos guías que han forjado el camino de María Moreno, autora argentina que cree que la lengua que denuncia también puede gozar.
En uno de los Cuadernos de todo, Carmen Martín Gaite agradece a esa hora mala o rara, el crepúsculo, que le ofreciera en bandeja una ginebra con naranja y un cigarrillo junto a evocaciones que acaso no apuraría. En Historia de no, Mercedes Soriano escribe desde una enfermedad cuyo cuerpo finge pasar de todo tumbado en la terraza de un hotel, bebiendo el cóctel de la temporada y reflexionando sobre las precariedades que tarde o temprano nos aguardarían, mientras la clase política y su séquito se entretiene de ocio en ocio. Corrían los años de peces gordos y boyantes, quién iba a vaticinar que al cabo de las rondas electorales estallaría el descontento en las plazas, y más tarde cada vez más desigualdades.
Literatura
Literatura ¿Quién conoce a Mercedes Soriano?
En Otra, por quien firma esta columna, la narradora alude a la enfermedad mental estigmatizadora y con efectos colaterales para presentar acto seguido a Mónica, una boomer sin cabida en el mundo laboral porque lo que debería hacer se centra en la casa que habita. En palabras de Vivian Gornick, es incapaz de verse a sí misma como trabajadora. Solo se encuentra en la vida que ha volcado en un piso familiar del que no sabe salir si no es con un sorbo de combustible, cerveza o vino de supermercado. Desea abolir la familia, transformarla en un grupo de personas que convivan sin ataduras y con buenas miras al mundo exterior, donde fluye el río de la historia. Gentes más desordenadas acaso serían menos injustas, se plantea mientras bebe y baila sola, magnetizada por la voz de Nina Simone, y escribe sus memorias alcohólicas. Nada que ver con las del legendario John Barleycorn de Jack London, ni con la actitud fiestera de la película Another round. Las observaciones de esta bebedora de comedia de medio pelo lucen poco por demasiado domésticas y repetitivas. Harta de sus fragmentos de interior, Mónica da el paso, abre la novela para diversificar, presenta a otras voces de mujeres con sus bagajes etílicos, runrunes y demás tensiones padecidas en cuerpo y sangre; colectivo algo marginado y autocensurado. Desde la página nos cuentan, hablan todas para una y una para todas del frente común hacia y contra el que dirigirse, y acaso saltar y olvidar. Algo así como beber aire, hilo, letras o piedras, disentir.