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Guerra en Ucrania
Por un movimiento internacionalista contra la guerra
La invasión rusa de Ucrania, una agresión imperialista cuya condena no debería ser debatible, ha puesto en jaque la aparente paz entre potencias fundamentada sobre el miedo a las consecuencias de una guerra nuclear. El régimen capitalista y oligárquico de Putin se ha caracterizado por reforzar su posición en el poder a base de conflictos bélicos (Chechenia, Osetia del Sur y Abjasia, Crimea, Siria…), con el objetivo de cohesionar al pueblo ruso frente a un tercero y de fortalecer su figura como líder de la nación. Por el otro lado, las intenciones expansionistas de la OTAN y la negligencia con la que las potencias occidentales y el gobierno de Ucrania han estado negociando su entrada en la Alianza Atlántica, han generado una escalada cuyas consecuencias acabarán pagando, como siempre, las clases populares.
A escala europea, ya hemos empezado a observar las duras repercusiones que va a tener esta guerra. Por lo pronto, en pocas semanas hemos presenciado la firme intención de los gobiernos europeos de incrementar el gasto militar, sin deliberación democrática, sin evidencia de consenso por parte de la ciudadanía, y con una celeridad improbable para aumentos presupuestarios de otras partidas. Para el caso del Estado español, el propósito del gobierno es aumentarlo en un 20%, más incluso que muchos otros países europeos. Todo esto trae consigo un irremediable recorte de libertades que se suma a la tendencia que se ha ido desarrollando ya durante los últimos años, y que nos obliga a poner en el centro de nuestra estrategia política la desmilitarización de la sociedad y de los conflictos. Esto es algo fundamental, pues generar un marco de disputa en clave ofensiva, contra los poderes represivos del Estado, va a ser una tarea que la izquierda deberá asumir cuanto antes, y que, si ya antes era una urgencia, la guerra no está haciendo más que incrementar esta necesidad.
No debe perderse de vista que una motivación importante en toda guerra, y esta no es una excepción en ello, es la necesidad de garantizar ciertos recursos clave
La naturalidad con la que se ha normalizado esta lógica de guerra es de lo más preocupante que nos deja la invasión (para los países que no intervienen en ella, como es obvio). El lamentable papel de los medios, para sorpresa de nadie, está siendo uno de los mayores catalizadores de este peligroso consentimiento, con una descarada participación de propagandistas, belicistas y demás irresponsables. Toda esta lógica nos lleva a situaciones que hubieran sido alarmantes meses atrás, como la ilegalización por parte del gobierno de Zelenski de hasta 11 partidos (sin contar el ya ilegalizado Partido Comunista, desde 2015), entre ellos el segundo con más votos y con 43 representantes en la Rada. Esta actuación del gobierno ucraniano, para más inri, ha sido escandalosamente avalada por la Comisión Europea.
Ante este escenario, se nos presenta más nítido que nunca que Europa, gobernada por el capital y por sus representantes políticos en las instituciones de la Unión Europea, no será jamás una fortaleza pacifista, sino que sus intereses imperialistas son condición necesaria para su existencia. Tras una ilusoria paz entre buena parte de las naciones del continente europeo, es en este tipo de crisis cuando la historia se acelera por momentos. Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas, que diría Lenin. Europa y sus potencias nunca han sido garantes de paz alguna, como demuestran algunos episodios recientes como los sucedidos en Yugoslavia (de los que, interesadamente, parece olvidarse la prensa), pero la escalada belicista que estamos presenciando escapa incluso de algunas de las previsiones más pesimistas. Y el desarrollo de los acontecimientos a partir de ahora dista de ser fácilmente predecible, más aún si incluimos en la ecuación las perspectivas de beneficio con las que se frota las manos la industria armamentística.
Balcanes
Veinte años de la agresión de la OTAN a Yugoslavia
La campaña de bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia comenzó un 24 de marzo, hace 20 años. Se extendieron durante 78 días y causó al menos 1.200 muertos. Se arrojaron 9.160 toneladas de bombas. Entre 10 y 45 de aquellas toneladas contenían uranio empobrecido. Pero el mayor daño fue a largo plazo: cambió para siempre las reglas de juego de un nuevo mundo donde EE UU ya no tenía contrapeso.
Guerra, transición ecológica y crisis inflacionaria
Ante la pérdida de vidas humanas y una destrucción material como la que estamos presenciando, cualquier otro problema tiende a invisibilizarse. Si hace apenas unos meses la preocupación por la crisis ecosocial llevó incluso a la Unión Europea y a los gobiernos nacionales a elaborar planes para abordar la transición ecológica —aunque insuficientes—, el asunto parece quedar ya fuera del interés general. ¿O no del todo? No debe perderse de vista que una motivación importante en toda guerra, y esta no es una excepción en ello, es la necesidad de garantizar ciertos recursos clave. El caso estadounidense y sus reiterados ataques a países con reservas petroleras fuera de su control ha sido tradicionalmente el ejemplo más claro. En esta guerra, es más que evidente que el papel que juega el gas ruso en la provisión energética de una buena parte de los países europeos (entre ellos, Alemania, que es fuertemente dependiente), está condicionado el desarrollo del conflicto, poniendo en evidencia la hipocresía de las potencias en cuanto a su política de sanciones, de las que excluyen, por interés y necesidad, las que afecten a la importación de gas. Es obvio también que el gran beneficiado de esta guerra será EE UU, que ya ha anunciado que abastecerá a Europa con el objetivo de sustituir la dependencia del gas ruso. Esta operación está lejos de ser desinteresada: Biden ya anunciado que no será barata, lo cual anuncia un aumento de beneficios exponencial para las grandes energéticas norteamericanas, así como un incremento de técnicas como el fracking y otros mecanismos de destrucción masiva del planeta.
Multinacionales
Las potencias europeas promueven el fracking fuera mientras lo prohíben dentro de sus fronteras
Al mismo tiempo que el rechazo popular está haciendo retroceder en terreno europeo la polémica técnica del ‘fracking’, las multinacionales del viejo continente multiplican la inversión en proyecto de fractura hidráulica en países empobrecidos.
La incapacidad del capital de llevar a cabo una transición ecológica y energética de manera efectiva tendrá como resultado la puesta en marcha de un capitalismo pretendidamente “verde”, cuyas dificultades inherentes para controlar el intercambio metabólico entre el ser humano y la naturaleza, sumado a la crisis crónica en el que el modo de producción capitalista se encuentra sumido, nos llevará a un imperialismo aún más agresivo si cabe, en el que la obtención de recursos sea la motivación central de las guerras. Si a ello le sumamos la decadencia de potencias imperialistas como la estadounidense o la rusa, y su necesidad vital de no perder influencia geopolítica en este nuevo reordenamiento mundial al que estamos asistiendo, nos encontramos ante un escenario verdaderamente intimidante.
Las autoridades europeas van a intentar que los costes de la guerra y de la escalada belicista los pague la clase trabajadora. Declaraciones como las de Borrell, llamando a que los ciudadanos europeos disminuyan su calefacción para reducir el consumo de gas ruso, rozarían lo delirante si no fuera porque no es algo que sorprenda ya. Llamadas a una acción colectiva de estas características, cuyo contenido de “colectivo” es inexistente, pues hace recaer la responsabilidad en un ambiguo “todos” en el que, evidentemente, las clases trabajadoras son las que más tienen que perder, deberían encender todas las alarmas y motivar una respuesta de oposición clara y frontal a una guerra que debe cesar cuanto antes. Una vez más, las clases dominantes organizan sus guerras y las clases dominadas sufrimos las consecuencias, ya sea o bien muriendo en el frente, o bien viendo reducidas nuestras condiciones de vida hasta niveles insoportables.
Es urgente comprometerse con la organización de un movimiento contra la guerra a escala europea, con un inequívoco carácter internacionalista, y vinculado a las reclamaciones de la clase trabajadora y sus condiciones de vida
Otro peligro al que nos enfrentaremos y que, sin ser causa directa de la guerra que Rusia ha iniciado, la está estimulando, es la inflación. La inflación es un mecanismo de desvalorización de la fuerza de trabajo, y como tal, brota del conflicto entre capital y trabajo. La clase trabajadora, por tanto, somos los verdaderos perjudicados de esta situación, pues somete nuestros salarios a las exigencias de la rentabilidad y presiona a la baja nuestra capacidad de consumo. Y por si esto no fuera ya suficiente, las políticas para combatirla, como la precarización del empleo y la contención salarial, nos perjudica aún más si cabe.
Este ajuste contra las condiciones de vida y el poder adquisitivo de la clase trabajadora se da a nivel europeo, y lo aplican gobiernos de todo color, ya se definan como de izquierdas o como de derechas. Por ejemplo, en el Estado español, el pacto de rentas propuesto por Pedro Sánchez supondrá un ataque directo a las condiciones materiales de la clase trabajadora, bajo el pretexto de los esfuerzos que “debemos” asumir los ciudadanos. Un pacto de rentas no es más que un acuerdo entre el gobierno, la patronal y los sindicatos mayoritarios, consistente en una contención salarial que mantenga las tasas de ganancia de las empresas ante una crisis que las amenaza. Esta siempre se camufla bajo un engañoso esfuerzo colectivo, y su planteamiento apunta a una estabilización tanto de los costes salariales como de los márgenes de beneficio de las empresas, pero cuya concreción, como sabemos, siempre acaba incidiendo en mayor grado sobre el sector más débil.
Debemos comenzar a organizarnos
Ante este panorama, es urgente comprometerse con la organización de un movimiento contra la guerra a escala europea, con un inequívoco carácter internacionalista, y vinculado a las reclamaciones de la clase trabajadora y sus condiciones de vida. La solidaridad con el pueblo trabajador ucraniano, así como con los opositores a la invasión en la propia Rusia, debe tener un lugar central en las reclamaciones del movimiento. Este, ante la imposibilidad del capital de resolver los problemas que él mismo genera, debe plantearse con una perspectiva socialista, y siendo conscientes de que en el problema ante el que estamos, economía y política no pueden ser disociados. No es exagerado afirmar que en el siguiente periodo se va a jugar el futuro de la sociedad, por lo que las clases populares, ante ello, deben asumir y organizar una política contra la guerra de forma integral, poniendo en el centro la defensa de la paz, la desmilitarización de las sociedades y una oposición frontal a la lógica belicista y de culto a la barbarie.
En ese sentido, es necesario comenzar a organizar este movimiento contra la guerra y sus efectos desde ya y en todas partes. Se trata de articular una gran alianza de base, desde los movimientos políticos, sociales y sindicales, que sea capaz de presentar una respuesta independiente de los gobiernos capitalistas y de sus intereses. Este movimiento puede ser minoritario en un principio, pero debe organizarse en cada ciudad y cada pueblo, e ir organizándose a escala territorial, buscando elevar su nivel de coordinación a escala internacional. Y, sobre todo, debe ser capaz de conectar la solidaridad internacionalista, con los problemas sociales y la lucha contra el ajuste que propone la clase dominante, pero también proponer una alternativa política de conjunto frente a una situación desastrosa que no dejará de agudizarse. Protestar y reivindicar es necesario: proponer otro modelo de sociedad, es el horizonte imprescindible.
Hace ya 107 años, en 1915, se redactó el manifiesto de Zimmerwald en oposición a la Primera Guerra Mundial, en el que Trotsky afirmó acertadamente que “los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten”. Es nuestra tarea, hoy, ser dignos herederos de la tradición antibelicista con la que el movimiento socialista internacional nos alecciona desde un pasado que parece cada vez más lejano, pero que no hace más que empeñarse en demostrar la actualidad de su posicionamiento contra toda guerra imperialista.