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Opinión
Chicas, cheeseburguers, y soles negros: militarizar la adolescencia en Ucrania

Cualquier McDonald’s del mundo tiene algo que le hace parecerse al resto de los McDonald's, aparte del mobiliario o del menú: todos están llenos de adolescentes. El restaurante estadounidense más internacional ha sido, para varias generaciones, punto de encuentro de las tardes de fin de semana para pelar la pava y echar las horas ocupando la misma mesa por poco dinero. Es parte de su fórmula de éxito.
En el periódico Kyiv Post —fundado por un estadounidense a finales de la Guerra Fría y dirigido por un británico en la actualidad— hace apenas un par de semanas, podían encontrarse dos entusiastas noticias relativas precisamente a eso, a los McDonald’s, en sus páginas salmón. Abierta en el país en 1997, la cadena cerró durante un breve periodo sus restaurantes ucranianos en 2022, una clausura de apenas seis meses, cuando el retorno del Big Mac a las calles de Járkov o Lvov se interpretó, en palabras de este periódico liberal, como un signo de “confianza en el futuro de Ucrania”.
Y ciertamente, la economía de guerra no afecta demasiado a McDonald's: hay 109 restaurantes, los mismos que antes de febrero de 2022, y sus cuentas aumentan cada año aproximándose a niveles pre-bélicos; ahora, además, celebraba el Kyiv Post, servirán el menú de desayuno, muy demandado en las redes. “McDonald's en Ucrania es bueno, realmente bueno” dice el corresponsal estadounidense del periódico, quien afirma, de hecho, que una compatriota le admiraba el sabor de las hamburguesas locales durante una fiesta reciente en Kiev. La guerra también es eso: unos mueren en el frente de Pokrovsk mientras otros piden un McMenú de vuelta de una rave.
En Ucrania, las Fuerzas Armadas necesitan carne picada tanto como las cocinas del McDonald’s, y para eso hay que movilizar a los más jóvenes, aunque sean apenas niños. Hace meses que esa crisis de efectivos en el país es un secreto a voces: los vídeos de reclutamientos forzosos (la llamada busificación) son demasiados y demasiado evidentes para ser despachados como simple “propaganda” enemiga, al igual que los testimonios de los hombres que desertan, cargados con la etiqueta de “cobardes” y “traidores”, pese a los horrores que narran.
Muchos jóvenes habitan hoy las ciudades ucranianas como quien vive en una eterna emboscada: una crónica reciente del medio digital Meduza (con sede en Letonia y crítico con Moscú, que le considera “agente extranjero”) narraba cómo las patrullas de reclutamiento forzado, las llamadas CRV, comenzaron atrapando hombres en pueblos, zonas rurales o ciudades pequeñas para arrastrarlos a los TRV, las oficinas de alistamiento, desde donde se les envía a un campamento de entrenamiento básico o directamente al frente según su suerte.
Pero las CRV también han llegado a las grandes capitales y a otras clases y entornos sociales. Hay grupos de Telegram activos en Kiev para compartir la ubicación de las patrullas en tiempo real y poder esquivar esas calles, y los jóvenes evitan el metro porque los CRV se apostan allí para identificarles, inscribirse o detenerles. A menudo, las oficinas se llenan de hombres alcoholizados, que han sido los más fáciles de atrapar al ir con la guardia baja por la calle, reconoce el artículo, como afirma también que es un rumor clamoroso que si te presentas voluntario puedes elegir mejor destino que si eres “cazado” en la calle y te despliegan como infantería.
El Tik Tok oficial del Ministerio de Defensa de Ucrania compartía este mes un vídeo en el que se calculaba el número de hamburguesas que podían adquirirse con un salario anual en el ejército
Las oficinas, dirigidas por autoridades militares ascendidas al calor del fanatismo de guerra, son agujeros negros donde se han filtrado torturas, suicidios, palizas y hasta asesinatos, como uno reciente en Zaporizhia. Pero la máquina de guerra mediática continúa, tozuda, en Europa (“la mayoría prefiere combatir, no se fía de la tregua” decía esta semana el informativo de TVE) aunque el hecho es que afirmaciones como estas son poco fiables: habría que tener en cuenta la población refugiada o exiliada en Europa o Rusia, más de seis millones de personas, o la opinión de los propios territorios de Donbass, donde no llegan la mayoría de los sondeos. Y aún así, otros estudios apuntan lo contrario: según el Instituto de Sociología de Kiev, un 77% de los y las ucranianas apoyaría un alto el fuego.
Kiev trató de impulsar la movilización juvenil, en primer lugar, rebajando la edad mínima de reclutamiento de los 27 a los 25 años presionado por varios de sus socios en la OTAN mediante una ley que rige para los jóvenes que hoy meten a empujones en furgones. Después, la pasada primavera, llegaría una reforma normativa que buscaba ofrecer incentivos financieros para aquellos más jóvenes que quisieran unirse a sus fuerzas armadas y sumar así 300.000 soldados al frente. ¿Cómo? ofreciendo salarios anuales por encima de los veinte mil euros, una fortuna en un país con un SMI de 2.184 euros al año.
“¿Cuántas cheeseburguers podrías comprarte con un millón de grivnas?” el Tik Tok oficial del Ministerio de Defensa de Ucrania compartía este mes un simpático vídeo con música y chistes incluidos en el que se calculaba el número de hamburguesas, —a 64 grivnas la unidad— que podían adquirirse con un salario anual en el ejército. Basta con apuntarse en la web. “¡Qué pena no tener dieciocho años para alistarme!” lamenta un perro de presa que salta al final del reel. Es la banalización total y absoluta de la guerra, que se presenta como una salida económica en medio de la precariedad, la incertidumbre y la pobreza.
La militarización de escuelas, institutos, campamentos, de los lugares de ocio y socialización de la juventud se combina con la normalización de la simbología nazifascista militar
Detrás de la campaña está el controvertido Contrato 18-24, un nuevo modelo de alistamiento presentado el 11 de febrero que permite a los ciudadanos de esa franja de edad firmar un contrato de un año por 22.000 euros (el millón de grivnas) y obtener un adelanto de 4.575 nada más firmar. Un 21% de los aplicantes han sido mujeres, según datos oficiales. Promete “experiencia de prestigio y garantías sociales que no están disponibles en la vida civil”: con el alistamiento, los recultas obtienen beneficios como entrenamiento militar “basado en los estándares de la OTAN”, servicio médico y dental gratuito, becas de estudio o hipotecas sin intereses, y pueden elegir destino y hasta en qué brigada servir, incluidas la famosa Tercera Brigada de Asalto (el batallón nazi Azov),o la 93.ª brigada mecanizada independiente Kholodny Yar, popular por estar compuesta por ex-convictos.
Pero para militarizar a una generación que hasta hace pocos años crecía aspirando a becas universitarias, trabajos de oficina o empleos de cuello azul, es necesario mucho más que ofrecer el ejército como una salida laboral: hay que cambiar su concepto del mundo, de su propia existencia. Para ello, los y las jóvenes ucranianos son criados en el etnonacionalismo como misión existencial, como deber y como ascensor social. Crecen desde hace una década aprendiendo a homenajear a líderes nacionales colaboracionistas del III Reich, a desfilar en las fechas señaladas, a normalizar que hombres armados visiten sus aulas y a cambiar los superhéroes de cómic por sus vecinos, mutilados de guerra.
El pasado soviético común se ha resignificado como una suerte de colonización genocida, borrando cualquier rastro de vecindad y odiando a sus vecinos de las regiones de habla rusa del este del país, los despreciados “downbassianos”, cuyo territorio se encuentra en guerra desde que se iniciara la Operación Antiterrorista de 2014. La militarización de escuelas, institutos, campamentos, de los lugares de ocio y socialización de la juventud se combina con la normalización de la simbología nazifascista militar glamourizada en ropa, parches o grupos musicales, y con sus símbolos, se normalizan sus lógicas. Ya es demasiado tarde también para ocultarlo o afirmar que se exageran estas cifras, que son propaganda rusa o “cherrypicking” interesado.
A diferencia de los batallones de izquierda o brigadas anarquistas combatiendo en las filas ucranianas, que son cuestionables y dudosas excepciones, (aunque parte de la izquierda occidental quiso creer lo contrario al principio de la invasión) la normalidad en el país aspira a la extrema derecha como espacio político a habitar. Marta Havryshko, investigadora antifascista ucraniana exiliada en EEUU, lo ejemplificaba: nunca había visto tantos “soles negros” (el sonnenrad nazi) al pasear por su Lvov natal.
Y ante la dificultad de negar la evidencia —que Ucrania es un estado fallido que convierte a sus adolescentes en paramilitares radicales— la estrategia de los interesados en mantener viva esta guerra ha optado por normalizar el etnofascismo ucraniano hasta hacerlo insoportablemente presente y tolerable en circuitos diplomáticos, académicos y culturales. Hace un mes, el medio británico The Guardian loaba a los Ukraine’s teen soldiers en un reportaje que romantizaba el día a día de un cuartel de reclutamiento de adolescentes, como si de una boy band se tratara: “los cadetes que tienen el futuro de un país en sus manos”. Las promesas de gloria eterna se intercalan con los agresivos mensajes que colocan la defensa nacional sobre sus hombros: “Los jóvenes caídos inspiran a los vivos” afirma el Kyiv Post.
Y si la obligatoriedad, las hamburguesas o el deber de ser un héroe nacional no funcionara, siempre queda el sexo. La controvertida campaña de Azov para sumar efectivos usando una historia de amor entre soldados es solo una de las muchas muestras de propaganda en las que se usa a mujeres como reclamo sexual y también romántico mientras se refuerza el orden de género, lo que se espera de un buen hombre y una buena mujer en tiempos de guerra. El mismo Tik Tok oficial de Defensa de Kiev publicaba esta semana otro vídeo donde adolescentes ucranianas eran preguntadas sobre las expectativas salariales que esperan de una pareja masculina. Un novio decente, dice una, debería ganar unas ciento cincuenta mil grivnas, es decir, más de cuarenta mil euros al año, aspiración que probablemente solo encuentren en la carrera militar… si regresan vivos.
Rusia
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McDonald's también se marchó de Rusia, pero para no volver. Lo sustituyó “Vkusno i Tochka!”, que en ruso significa “¡Delicioso y punto!” que sabe exactamente igual que su versión original y también está lleno de adolescentes. Esta lógica sexual de la guerra y la militarización en clave nacionalista de las generaciones más jóvenes no es exclusiva de Ucrania, por supuesto, sino del espacio post-soviético en general. En Rusia, el spot del Ministerio de Defensa sobre “de qué está hecho un hombre de verdad” ridiculizaba las masculinidades que no representaban el ideal militar de sus Fuerzas Armadas, y los folletos promocionales para alistarse al ejército se reparten en las paradas de metro de Moscú mientras las chicas sueñan con cirugías estéticas y familias tradicionales como Dios manda.
En Rusia, el servicio militar es obligatorio durante 12 meses y está dirigido a hombres hasta los 30 años, si bien existe un servicio civil alternativo y un sistema de eximentes, multas y penas de cárcel para quienes objetan o esquivan la conscripción. Pero en Rusia no rige una ley marcial, y aunque la pobreza y la propaganda hagan su efecto entre los jóvenes que se alistan, nadie está atrapado en el país por imperativo legal como ocurre en Ucrania. La guerra está lejos de la gente de a pie y ningún adolescente está obligado a morir por su país.
Responsabilizar del destino inevitable de los jóvenes ucranianos a la invasión rusa de 2022 es un argumento incompleto que se utiliza en Europa para justificarlo todo, pero es querer tapar el sol (negro) con un dedo. Esta deriva se remonta a hace una década, y en última instancia, la vida de estos adolescentes y su futuro lo deciden el estado ucraniano, su parlamento y su gobierno, de mano de sus aliados que les conminan a seguir luchando en vez de negociar una paz. Los salarios de estos reclutas, el entrenamiento, las armas que portan, —y también la legitimación de la extrema derecha convertida en ejército regular— se están proporcionando desde Occidente. A partir de ahora, además, lo hará bajo el paraguas del programa Rearmar Europa 2030: cada chaval que termina en una trinchera es responsabilidad y patrocinio último de los socios de Bruselas. ¿Cuántas cheeseburguers vale tu vida?
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Excelente articulo y muy bien escrito. Enhorabuena a la autora!
La miseria moral de los tiempos de guerra. Juventud, divino tesoro que roban los señores de la guerra. Excelente y conmovedor artículo.