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Rusia
Kagarlitsky, desde la cárcel, sobre las negociaciones de alto el fuego: “Sin liberación de presos no hay paz”

El historiador y sociólogo marxista Borís Kagarlitsky (Moscú, 1958), una de las figuras intelectuales más respetadas internacionalmente de la izquierda rusa, fue condenado en febrero de 2024 a cinco años de prisión. En 2022 ya había sido señalado como “agente extranjero” y el 26 de julio de 2023 arrestado bajo la acusación de “justificar el terrorismo” por un artículo en el que en realidad explicaba la motivación política de las fuerzas armadas ucranianas para atacar el puente de Crimea. Tras su detención, se creo el Comité de Solidaridad con Kagarlitsky, al que se han adherido políticos como Jeremy Corbyn y Jean-Luc Mélenchon o intelectuales como Naomi Klein o Walden Bello.
A pesar de su condena, que cumple en la colonia penitenciaria de Torzhok, Kagarlitsky —quien ya había pasado por prisión en 1982 en la conocida como la “Causa de los Jóvenes Socialistas” y en 1993 durante el golpe de Estado de Borís Yeltsin— sigue escribiendo e interviniendo en el debate público sobre Rusia y el conflicto con Ucrania a través de textos que redacta desde la cárcel. A continuación se presentan sus últimas cartas desde la prisión, con traducción de Antonio Airapetov y edición de Àngel Ferrero.
Por la liberación de los presos políticos (audio)
El pasado 5 de marzo logró hacer llegar desde la cárcel un mensaje de audio al comité de la Campaña de Solidaridad Internacional con Borís Kagarlitsky. En él exige que la liberación de los miles de presos políticos de la Federación Rusa forme parte de cualquier acuerdo sobre la guerra de Ucrania. En su mensaje, grabado en inglés y ruso, Kagarlítsky afirma que “no se trata sólo de un problema que nos afecta a nosotros, a los que estamos tras las rejas, a los que estamos encarcelados. Es un problema de Rusia, del futuro del país y del futuro de Europa”. Ésta es la transcripción:
Hay un dicho: “sin justicia no hay paz”. A día de hoy, es evidente que justicia y paz también significan la liberación de los miles, ¡no decenas, sino miles!, de presos políticos recluidos en Rusia. Es una cuestión fundamental de la que depende no solo el desarrollo del proceso de paz, sino el futuro de Rusia y, en gran medida, también de Europa. No nos podemos permitir olvidarlo. Lo afirmo no solo en nombre de los presos políticos (siendo yo uno de ellos), sino en nombre de las muchas personas que en Rusia y Europa son conscientes de que sin justicia y libertad no puede haber paz.
El eje Moscú-Washington
Después de que el televisor nos informara de que ahora íbamos a ser amigos de Estados Unidos contra Europa, los internos de la colonia penitenciaria nº 4 quedaron un tanto confundidos. Los más instruidos corrieron a encargar 1984 de George Orwell formando una cola en la biblioteca.
De hecho, la lógica de los acontecimientos en curso no es difícil de entender. La facción gobernante en Rusia necesita desesperadamente el apoyo de la administración de Donald Trump para salir del callejón sin salida en el que se ha metido. El único problema es que el precio puede ser prohibitivamente elevado.
El fin de la hegemonía no significa el fin del imperialismo. Todo lo contrario: el imperialismo más agresivo e indisimulado se produce cuando Estados Unidos aplica a sus vecinos la política del “garrote”
Como he escrito en anteriores ocasiones, por primera vez en décadas el poder en EE UU está en manos de personas que no se sienten vinculadas por las reglas y obligaciones del siglo XX. En el pasado se ha debatido mucho sobre el futuro del sistema mundial descrito por [Immanuel] Wallerstein y la hegemonía de Estados Unidos. Algunos creían que estaba amenazado por el ascenso de China, otros veían en las políticas de Rusia un intento de cambiar o destruir el orden mundial. Ahora entendemos que la hegemonía estadounidense efectivamente está llegando a su fin, pero quien la desmantela es su propia administración. Después de todo, la hegemonía supone un conjunto de obligaciones y responsabilidades que Trump rechaza.
Pero el fin de la hegemonía no significa el fin del imperialismo. Todo lo contrario: el imperialismo más agresivo e indisimulado se produce cuando Estados Unidos aplica a sus vecinos la política del “garrote”. El dominio que Washington pretende ejercer ahora descarta tomar en consideración intereses ajenos o respetar derechos de otros. A Rusia se le ofrece abiertamente el papel de cómplice en esta empresa dirigida contra China, Europa y, en general, el resto del mundo, incluido Canadá.
No parece que los mandatarios de Moscú tengan más opción que aceptar estas condiciones, sobre todo teniendo en cuenta que Trump está dispuesto a un acercamiento en la cuestión ucraniana (en la medida que no afecte a los intereses y ambiciones de su equipo). Por lo demás, solo nos queda confiar en la suerte y capacidad de los diplomáticos europeos para contener la situación. Pero el eje Moscú-Washington está tomando forma de manera evidente.
El problema es que este giro, obligado e imprevisto, choca con las tendencias económicas, políticas y culturales, incluidas algunas de las promovidas por el actual régimen. Y no solo me refiero a la recepción que tendrá entre los “patriotas”, para quienes el antiamericanismo es un elemento central de su ideología. Más importante aún: tradicionalmente la economía rusa está ligada a Europa y a China. Estados Unidos no tiene mucho que ofrecer. Y peor todavía, el desplazamiento de los proveedores rusos de los mercados europeos seguirá bajo el gobierno de Trump.
Los empresarios rusos que sueñan con normalizar las relaciones con Occidente tendrán su normalización, pero en unos términos que no harán sino empeorar las cosas. En cuanto a la política, la forma de gestión actual de Rusia no solo complace a la administración Trump, sino que responde perfectamente a sus intereses. El gobierno ruso es el socio perfecto porque no solo no está coartado por la opinión pública o la oposición, sino ni tan siquiera por los intereses económicos de su propio país. Los liberales rusos que todavía consideran a Estados Unidos un faro para las fuerzas del bien se van a llevar una sorpresa desagradable. También aquellos representantes del “Sur global” que quisieron ver en la Rusia de Vladímir Putin un aliado contra el imperialismo estadounidense. De todos modos, este tipo de decepciones eran inevitables.
Afortunadamente, hay razones para creer que el acercamiento entre ambos proyectos autoritarios no estará exento de problemas. Encontrará resistencias incluso entre las élites. Es poco probable que los Estados europeos se dejen excluir por completo del proceso y, por tanto, conservarán cierta influencia sobre el devenir de los acontecimientos. En Rusia los círculos empresariales interesados en estrechar lazos con Europa y China intentarán resistir, aunque sea mediante el “lobbying” y herramientas burocráticas antes que políticas. Y en los propios Estados Unidos la posición del trumpismo no es tan fuerte como parecía en noviembre de 2024 tras la debacle del Partido Demócrata en las elecciones. Aunque la administración Trump muestra una notable inmunidad frente a la opinión pública, las resistencias irán en aumento en el contexto de una división sin precedentes dentro de la clase dominante.
No creo que estemos a las puertas de una época oscura de totalitarismo triunfante al estilo de 1984 de Orwell, sino de un período de lucha intensa y caótica por momentos. Es necesario reconocer la amenaza y comprender su alcance.
19/02/25
Colonia penitenciaria nº 4, Torzhok
Esperando el deshielo
El invierno había llegado a la política rusa antes incluso del conflicto armado con Ucrania (que el discurso oficial denomina eufemísticamente “operación militar especial”). La pandemia de Covid-19 en 2020 ya había servido bien como excusa para restringir drásticamente la libertad de reunión. A continuación una reforma constitucional amplió el mandato de Vladímir Putin, que ya venía durando 20 años, por otros 12 (haciéndolo virtualmente vitalicio). Asimismo, aprovechando la pandemia, la ley electoral se modificó imposibilitando de hecho el control de la emisión del voto y el recuento. Aún así, en las elecciones de otoño de 2021 a la Duma Estatal, el electorado moscovita intentó votar en la mayoría de los distritos por candidatos de la oposición. No se podía permitir semejante escándalo en la capital. El problema se resolvió con el voto electrónico. Volcados los resultados, allá donde la oposición estaba a la cabeza (por un amplísimo margen en muchos casos), pasaron a liderar los candidatos del partido gobernante. La oposición parlamentaria se resignó a aceptar lo que estaba sucediendo, perdiendo así cualquier sentido político. En adelante estos partidos ya no serían percibidos por la ciudadanía ni siquiera como canales por los que poder enviar una señal de descontento a las autoridades.
Recientemente un tribunal ruso dictaminó que hasta la propia mención del nombre de Navalny debía ser considerada un indicio de “extremismo”
Solo quedaba la oposición antisistema cuyo máximo representante era Aleksey Navalny. No obstante, una nueva legislación represiva permitió desarticular rápidamente la red de sedes locales que los navalnistas habían creado por todo el país. Sus cabezas visibles fueron detenidos u obligados a huir del país. El propio Navalny, al regresar de Alemania donde estaba siendo tratado por el (presunto) intento de envenenamiento, fue detenido en el aeropuerto y murió en prisión el 16 de febrero de 2024. Recientemente un tribunal ruso dictaminó que hasta la propia mención de su nombre debía ser considerada un indicio de “extremismo”.
Como parte de la campaña contra la disidencia, se aprobó la famosa ley de “agentes extranjeros”. Cualquier ruso podía ser declarado en adelante “bajo influencia extranjera” sin necesidad de una resolución judicial. Los “agentes extranjeros” tienen prohibido enseñar en universidades públicas, participar en campañas electorales, e incluso se les limita la posibilidad de cobrar por actividades artísticas o alquiler de inmuebles. La ley se actualiza constantemente con nuevas prohibiciones y restricciones. Las autoridades han empujado por todos los medios a los llamados “agentes extranjeros” al exilio y aquellos que han permanecido en el país tienen que cumplir con interminables y humillantes trámites bajo amenaza de multas primero y de prisión a continuación. Se ha creado también un registro de “terroristas” y “extremistas”, donde cualquier ciudadano puede ser incluido por mera decisión administrativa. Como consecuencia, no solo pierde el acceso a sus cuentas bancarias, sino hasta la posibilidad de realizar pagos en efectivo en sucursales bancarias si no dispone de una autorización especial.
El número de presos políticos, según diversas estimaciones, oscila entre mil y tres mil personas, aunque hay motivos para creer que estas cifras están muy subestimadas
En definitiva, antes incluso de que los tanques rusos avanzaran sobre Kíev el 24 de febrero de 2022, se había formado ya todo un sistema de medidas represivas que había congelado la vida política del país. El conflicto armado se convirtió en una excusa más para seguir incrementando la presión sobre la sociedad. Se adoptaron decenas de nuevas leyes represivas y se endurecieron otras tantas. El número de presos políticos, según diversas estimaciones, oscila entre mil y tres mil personas, aunque hay motivos para creer que estas cifras están muy subestimadas.
Todos los partidos de la Duma apoyan de forma unánime al gobierno. Aún así, también han sido objeto de una limpieza sistemática. Los activistas y políticos “poco fiables” fueron señalados como “agentes extranjeros” (Oleg Shein de Rusia Justa o Yevguény Stupin del Partido Comunista, entre otros). Estas personas fueron destituidas de sus cargos en los partidos, expulsadas de las listas electorales y empujadas a salir del país. Muchos callaron intimidados, pero ni así se libraron. Se produjo una oleada de purgas en las universidades con despidos de profesores sospechosos de librepensamiento. Se clausuraron periódicos, revistas y portales de internet. Se produjeron varios intentos fallidos de bloquear las redes sociales, aunque allí el Estado tropezó con escollos técnicos. El éxodo masivo de los descontentos y la huida de los jóvenes que intentaban eludir el reclutamiento militar en otoño de 2022, parecían haber puesto punto final a toda actividad social independiente, reduciendo el país a un erial político. Al menos esa es la impresión que uno se puede llevar si se pasan por alto procesos subyacentes que escapan a una mirada superficial.
El panorama que se presenta es algo diferente si nos fijamos en las visitas de los rusos a medios opositores en la web. No se trata solo de voces críticas que llegan desde el extranjero (como aquellas “voces enemigas” que en tiempos soviéticos penetraban en los hogares a través de la radio). Actualmente la lucha en torno a internet evidencia una actividad masiva y espontánea de la propia población rusa. Cada vez que las autoridades restringen el funcionamiento de YouTube, o de cualquier otro servicio o red social, el ingenio popular produce innumerables aplicaciones, en su mayoría gratuitas, para sortear los bloqueos.
El creciente número de presos políticos también da fe del aumento de un malestar activo. Además su perfil social y cultural se ha transformado radicalmente. Si antes el típico preso político era un joven intelectual, ahora las cárceles están llenas de personas de mediana edad, trabajadores manuales, a menudo con escasa formación. Sus preferencias políticas tampoco están en sintonía con los liberales capitalinos. Valoran en mayor medida el legado soviético, especialmente las políticas sociales de la URSS. Podríamos decir que la protesta se hace al mismo tiempo más popular, más social y más de izquierdas.
Un episodio ilustrativo de la demanda de cambio fue la campaña de recogida de avales para el candidato presidencial Borís Nadezhdin en enero de 2024. El hecho mismo de que se le permitiera recoger firmas indicaba la existencia dentro del gobierno de un sector preocupado por mantener al menos la apariencia de un procedimiento democrático. Nadezhdin, a pesar de sus muy moderadas posiciones políticas, se presentó ante la sociedad como el “candidato antibelicista”. Y la sorpresa fue aún mayor cuando sus cuarteles electorales proliferaron como setas por todo el país. Un papel importante en los mismos fue desempeñado por militantes de la izquierda. Después de que la campaña de Nadezhdin recogiera 300.000 firmas en lugar de las 100.000 exigidas por la ley, las autoridades ya no pudieron sino expulsarlo de la carrera presidencial. Pero este episodio dejó patente la existencia del importante potencial de protesta en el país.
Mientras el exilio liberal se mostraba en el mejor de los casos escéptico ante la campaña de Nadezhdin, los activistas de la izquierda que habían permanecido en el país la apoyaron en su mayoría, aunque fuera con reservas. Igualmente significativo es que los medios digitales de la izquierda, a pesar de todos los riesgos y dificultades, son los que intentan funcionar desde dentro del país. En ocasiones esto les obliga a guardar cautela en las críticas, pero al mismo tiempo les permite seguir conectados con su audiencia. Los digitales liberales que sobreviven en Rusia también se han visto obligados a recurrir a periodistas y personalidades de la izquierda.
Las campañas de recaudación de fondos a favor de los presos han puesto de relieve que en la sociedad existe una cultura de autofinanciamiento independiente de subvenciones llegadas del extranjero
A la muerte de Aleksei Naválny numerosos escándalos y conflictos dividieron a los políticos en el exilio. Por supuesto, no todos los liberales entraron al trapo. Así, Vladímir Kará-Murzá, que había pasado un tiempo considerable en prisión y fue liberado en agosto de 2024 gracias al intercambio de prisioneros, centra todos sus esfuerzos en ayudar a los presos políticos que permanecen en Rusia. Pero el ambiente general del exilio no ayuda a mantener su autoridad moral.
Por el contrario, los activistas que permanecen en el país, así como los grupos afines que los apoyan desde el exilio, mantienen un ambiente de solidaridad y asistencia mutua. El apoyo a los presos políticos se ha convertido en una actividad importante en sí misma. La gente envía paquetes y escribe miles de cartas para expresar su solidaridad con los que están entre rejas. Las campañas de recaudación de fondos a favor de los presos han puesto de relieve que en la sociedad existe una cultura de autofinanciamiento independiente de subvenciones llegadas del extranjero, ayudas de oligarcas o gobiernos.
Recapitulando, podríamos decir que en la sociedad se están produciendo procesos tentativos con potencial para transformar el equilibrio de poder. El deshielo, cuando se produzca, aflorará un paisaje significativamente distinto al que teníamos antes de las heladas.
Pero ¿hay motivos para esperar un deshielo en un futuro próximo? Diríamos que sí.
El fortalecimiento del autoritarismo en la década de 2020 no fue casual, ni fruto de un pérfido plan de los servicios secretos instalados en los puestos clave del Estado. Al contrario, la escalada del conflicto con Ucrania y la marcha sobre Kiev en 2022 fueron en gran medida resultado no solo de contradicciones internacionales, sino también de tensiones internas. Iban a ser un “paseo militar” llamado a consolidar a la sociedad en torno al régimen como ya había ocurrido en 2014 tras la incorporación de Crimea. Pero si aquella vez la victoria fue rápida e incruenta, esta vez los acontecimientos se desarrollaron de forma diferente. No solo no se han resuelto los problemas anteriores, sino que se han creado otros nuevos. El conflicto militar ha permitido retrasar repetidamente las reformas, incluso aquellas que ya llegaban tarde, y encima ha provocado una acumulación de problemas y contradicciones, también dentro de la élite dominante.
Los presos políticos de hoy también estarán mañana a la vanguardia en la creación de nuevas instituciones públicas y en la hercúlea tarea de desbrozar la acumulación de problemas
Muchos, por supuesto, se han lucrado con el conflicto con Ucrania y los contratos del ejército. Pero los sectores civiles de la economía han salido perdiendo. Al mismo tiempo, el inminente acuerdo de paz también plantea serios desafíos. Aunque lejos de colapsar bajo las sanciones la economía rusa ha mostrado un notable crecimiento, también ha acumulado desequilibrios. La reducción de los vínculos con Occidente no ha conducido a una reorientación coherente del comercio hacia los países BRICS (lo que se hizo especialmente notorio después de que China e India rehusaran comprar petróleo ruso). Las empresas rusas no pueden ofrecer prácticamente nada a los mercados extranjeros aparte de las materias primas. El funcionamiento de las industrias socialmente relevantes se ha reducido drásticamente y el gasto militar se ha convertido en el principal motor de crecimiento. Pero mantenerlo al mismo nivel después del alto el fuego va a se difícil (también por razones políticas). La inflación se contiene con aumentos del tipo de interés del Banco Central, lo que hace inasequible el crédito para la mayoría de las empresas y deprime toda demanda no militar. Evidentemente la transición a una economía de paz requerirá una redistribución de recursos a gran escala, así como un cambio en las prioridades y los enfoques, lo que a su vez será imposible sin un cambio radical en los procesos de toma de decisiones. Es decir, sin cambios políticos.
Incluso una parte de la élite gobernante es consciente de ello. La mayoría de la sociedad y de la clase dominante quisiera volver al feliz 2019, pero tanto la situación política internacional de la era Trump, como los problemas económicos y la fatiga acumulada en todos los estratos de la sociedad por el “largo reinado” de Putin lo hacen imposible. Las condiciones creadas hacen el cambio no solo posible, sino inevitable. Puede que el acuerdo de paz mitigue las tensiones globales, pero no solo no resolverá los problemas internos de Rusia, sino que los agravará (lo que viene a ser otro escollo para el proceso de paz).
Se avecinan cambios. La única incógnita es a qué intereses servirán y sobre qué principios se asentarán las nuevas prioridades.
Las contradicciones sociales y económicas exigen soluciones políticas. La campaña represiva de 2020-2024 ha congelado temporalmente la situación, pero también ha generado unas nuevas condiciones que afectan inevitablemente al devenir de los acontecimientos. El conocido divulgador de izquierdas Konstantín Siomin señalaba en 2023 que ahora el camino a la vida política pasa necesariamente por el sistema penitenciario. Ni el exilio liberal, ni los burócratas en el poder, tienen las ideas nuevas que necesita el país: ambos están estancados en el pasado. Una vez el cambio esté en marcha, nuevos líderes emergerán de la propia sociedad rusa. Algunos ahora están metidos en las trincheras en Ucrania, otros trabajan en iniciativas locales o en lo que queda de medios de comunicación independientes. Los presos políticos de hoy también estarán mañana a la vanguardia en la creación de nuevas instituciones públicas y en la hercúlea tarea de desbrozar la acumulación de problemas. Están dispuestos a trabajar para transformar su país y el mundo. Por el momento, lo que necesitan es apoyo y solidaridad. Los acontecimientos, mientras, seguirán su curso natural.
Sabemos bien cómo ocurre esto por la propia historia rusa.
18/02/25
Colonia penitenciaria nº 4, Torzhok.