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La vida y ya
Días de vacaciones

Al mirar por la ventana, los campos parecen un dibujo hecho por una niña que ha elegido, dedicando el tiempo necesario para tomar una decisión importante, los colores que definen ese mundo lleno de verde visto desde sus ojos. No deja de ser sorprendente la capacidad que tiene la lluvia de generar vida. Estoy llegando al lugar donde pasaré las vacaciones.
Cuando era pequeña, en las épocas en las que no había colegio, mi madre a veces nos animaba a hacer un dibujo mientras veíamos la puesta de sol. Recuerdo lo rápido que cambiaban los colores y lo difícil que me resultaba reflejar todo eso que estaba viendo en un papel. Las cajas de ceras tenían doce opciones y para tener más tonalidades había que probar a pintar un color encima de otro. A menudo el invento resultaba un poco fracaso pero, en la puesta de sol, revolverlos en el tránsito de una tonalidad a otra daba una mezcla perfecta.
Para pintar paisajes, en esas cajas de ceras había solo dos tipos de verde. Oscuro y claro. Y un solo tono de marrón.
Hay diversas publicaciones que hablan de “ceguera vegetal”, haciendo alusión al creciente desconocimiento y falta de aprecio hacia las plantas. No las vemos (más allá del verde homogéneo con el que las niñas y niños pintan los campos en sus dibujos) y, al no fijar la atención en ellas, no conocemos sus diferencias, sus características, sus funciones dentro de los ecosistemas. No sabemos sus nombres.
Tampoco somos conscientes de que la lluvia depende, en un porcentaje altísimo, de ellas. Del proceso de evapotranspiración que forma parte del ciclo del agua. Sin plantas hay menos lluvia. Sin lluvia las semillas no germinan. Así funciona.
Dicen también las personas que han pensado sobre la importancia del reino vegetal, que si no hay vínculo emocional con las plantas, si no las consideramos relevantes, si no las echamos de menos cuando se cubre con cemento la tierra en la que podrían germinar las semillas, no es posible comprometernos con que no desaparezcan. Que es lo mismo que decir que no nos comprometernos con la lluvia.
Las vacaciones. Huir de la ciudad y del suelo cubierto de asfalto para pisar tierra por la que se filtra el agua de la lluvia. Aquí se ve más cerca que la vida humana se sostiene sobre los servicios que ofrecen los ecosistemas con los que hemos coevolucionado durante miles de años. El ciclo del agua, la polinización, la fertilidad del suelo, el reciclaje de nutrientes.
Salir de la ciudad como un pequeño intento de eso. De aprender a ver a las plantas. De aprender de las personas que saben de su importancia porque viven junto a ellas. De saber diferenciarlas. De dibujarlas poniendo la atención en la diversidad de formas, de tonalidades, de especies. Reconociendo su relación con la lluvia.
Salir para reconocernos, junto a ellas, como parte de la trama de la vida.