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Opinión
Cementerios públicos, enterramientos y ritos religiosos

Quienes a la política se dedican predican de la bondad de las leyes para ordenar la vida ciudadana en todos sus aspectos. No obstante no siempre se actúa políticamente como prescribe la Constitución. Se detestan derechos por el mero hecho de no ajustarse a cánones preconstitucionales. Concretamente en el terreno religioso perviven aspectos medievales a día de hoy, que por la fuerza de las costumbres se perciben tan, tan naturales, que inadvertidamente son contrarios a los principios constitucionales.
El tema de la muerte y los ritos funerarios que consecuentemente se desarrollan conforman un eje central de las diferentes religiones. Y es que diferenciarse de los otros es una premisa de las comunidades que pretender proyectar su genuina identidad religiosa. Cada religión mantiene unos preceptos sobre aspectos de la vida y la muerte. ¿Aún es noticia, a la altura de 2025, de que una comunidad islámica desee que sus difuntos sean enterrados según la ley coránica? La sorpresa es que a estas alturas esto no sea así. ¿Por qué se tarda tanto en asumir que las personas tienen derechos a profesar la fe que estimen oportuna? Y si se acepta ese derecho ¿por qué las personas musulmanas no han podido enterrar a sus difuntos como su religión establece? ¿Eso de la Constitución de 1978 sobre la igualdad ante la ley es papel mojado? Repasar el artículo 16 de la ley de leyes aclararía algo: “1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.” ¿El que se proceda a un tipo de enterramiento u otro podría entenderse que afectaría al orden público? Y si no afectase al “orden público” ¿Qué otra razón justificaría el limitarla? Porque el apartado tercero de este artículo ordena a los poderes públicos a que tengan “en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.
Esto que parece evidente no lo ha sido hasta ahora y de ahí que las distintas confesiones en algunas ciudades cuentan con cementerios diferenciados. Cementerio musulmán, cristiano, evangélico, hebrero… La muerte iguala a todas las personas sin consideraciones ideológicas, económicas o sociales. Y parece llegado el momento de asumir que, si en vida todas las personas que habitan un territorio conforman una comunidad, todas deberían compartir servicios e instalaciones públicas comunes. Un cementerio es una de esas instalaciones y en él deben ser enterradas las personas que fallecen. Esto es compatible porque cada sepelio puede utilizar la fórmula que la religión que se profesa establezca. Una sociedad que pretenda cohesionar a la ciudadanía debe enfatizar aquello que une, haciendo viable lo que diferencia. El slogan “todos iguales y diferentes” debería orientar las políticas para que, respetando las creencias de cada cual, todas las personas sientan que pertenecen a un mismo proyecto social y comunitario.
Si en vida todas las personas que habitan un territorio conforman una comunidad, todas deberían compartir servicios e instalaciones públicas comunes.
En este sentido no parece un acierto lo dispuesto en el artículo 2. Punto 5 de la Ley 26/92 de 10 de noviembre por la que se aprobó el Acuerdo de Cooperación del Estado con la Comisión Islámica de España que recoge lo siguiente “Se reconoce a las Comunidades Islámicas, pertenecientes a la «Comisión Islámica de España», el derecho a la concesión de parcelas reservadas para los enterramientos islámicos en los cementerios municipales, así como el derecho a poseer cementerios islámicos propios”. Todo aquello que enturbie el sentido de comunidad ciudadana opera en contra de esta. Que las distintas confesiones religiosas puedan tener espacios diferenciados en el mismo cementerio ayuda a conformar el sentimiento de que, a pesar de las diferencias, el lugar de los enterramientos es uno, el cementerio público. Y que éste contempla los diferentes ritos que cada religión conlleva, mediante espacios específicos para ello.
No obstante lo manifestado en este texto hay personas que piensan que “España es cristiana”. Ancladas en un tiempo pasado, o no tanto, perciben que cualquier manifestación religiosa que no sea la suya, atenta contra el sentimiento de españolidad por ser incompatible. Como si una persona española, que se siente unida con sus conciudadanos conformando la nación española, no pudiera profesar una fe distinta a la cristiana. El titular de un periódico es más que ilustrativo: “Vox carga contra PP y PSOE por permitir el avance de “la colonización islámica” en Algeciras. El partido denuncia que los musulmanes logran consolidar su presencia con un cementerio propio y el plan para construir una gran mezquita con minarete”. Estas personas acérrimas defensoras de sus valores pretenden imponerlos al conjunto de la ciudadanía. Obviando el mandato constitucional. De hecho otras, no tan empecinadas con esa “cruzada”, mantienen privilegios de la Iglesia Católica a pesar de que la misma Constitución los impide. Es tiempo de subrayar todo lo que une al pueblo (LAICO). La religión, vivida en la esfera privada, es totalmente compatible con este objetivo. Cuando la religión se proyecta de forma impositiva en la vida social se convierte en uno de los aspectos más dañinos a la convivencia ciudadana. Para que esta pueda producirse se requiere de un equilibrio para restituir el valor de lo laico en lo público y lo religioso en lo privado-comunitario.
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