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Juan Campos durmió poco el pasado verano: “Toda la noche sin pegar ojo, y a las seis de la mañana estaba en el campo. Y así otro día, y otro, y otro”. Este olivarero de Lopera (Jaén), bien entrado en los cincuenta, acababa de recibir una carta de la Junta de Andalucía que le informaba de que la finca de olivos que es su sustento económico y herencia de sus padres iba a ser expropiada. Campos, como decenas de agricultores y pequeños propietarios del pueblo, está a la espera de que la aplicación de la ley de expropiación forzosa franquista le prive de su negocio y de su paisaje para sustituirlo por un parque de placas solares promovido por Greenalia—la misma empresa que está detrás de la celulosa de Altri en Galicia— con capital estadounidense. “Lo que trabajas durante 40 años”, se enciende Campos en un bar del pueblo en plena temporada de cosecha, después de una jornada en el campo, “te lo echan abajo en diez segundos”.
Pocos kilómetros al norte del pueblo se encuentran las tierras más fértiles de la zona, aquellas en las que los olivos dan buena cosecha incluso en años de sequía, cada vez más frecuentes. Árboles centenarios, en los que han trabajado tres o cuatro generaciones de jornaleros, sucumben al acero de la excavadora y acaban en un camión para vender su madera. Un exuberante mar de olivos que llega hasta más allá de donde alcanza la vista se convierte de pronto en un erial de tierra removida y troncos resecos. La maquinaria contratada por Greenalia ya ha talado unos 5.000 olivos en la finca que ha conseguido arrendar. La empresa no ha querido responder a las preguntas de este periodista, que además fue agredido por uno de los empleados de Greenalia cuando fotografiaba una de las parcelas asoladas.
“Te habrás dado cuenta de que el pueblo está casi vacío estos días”, observa Carmen Torres, alcaldesa socialista de Lopera, “y es porque todo el mundo está en la aceituna. Aquí el olivar es la principal fuente económica”. “Por lo menos el 80% de la población es olivarera”, calcula Pedro Ruiz Navarrete, concejal de Agricultura por Izquierda Unida, “es el sustento fundamental, y por eso es una barbaridad lo que se pretende hacer aquí. La inmensa mayoría son explotaciones pequeñas y medianas: una persona que tiene su tractor y su maquinaria, y de eso vive la familia. Además, muchos tienen más de 50 años y han trabajado siempre en el campo. Esa persona, que ya no se va a reciclar, ¿a qué se dedica?”.
María Josefa Palomo, loperana de 67 años, no recibió la carta de la Junta de Andalucía hasta diez días antes de que se ejecutase la expropiación de sus algo más de dos hectáreas
Según las estimaciones de la cooperativa La Loperana, principal empresa del municipio con unos 800 socios, de salir adelante los planes de Greenalia podrían perderse unos dos millones de euros en aceite cada temporada, y un coste en jornales que rondaría el millón de euros. “El impacto puede ser importante”, reconoce Francisco Ruiz Palomo, presidente de la cooperativa, “tenemos una maquinaria nueva que nos ha costado varios millones y que hay que ir amortizando con los kilos de aceituna. Si la cosecha baja mucho porque se sustituyen olivos por placas solares, la amortización podría ser de diez años en lugar de veinte”. Al propio Ruiz Palomo le ofrecieron alquilar sus tierras por 2.600 euros la hectárea durante 30 años, “pero dije que no, porque los olivos me gustan más que el dinero”.
“No quiero ni que pisen mi finca”
Otros no tuvieron posibilidad de elegir y simplemente recibieron la carta. o ni siquiera eso. “Nosotros nos enteramos por el tablón de anuncios del ayuntamiento”, explica María Mena, “y son 200 olivos que nos quieren arrancar para poner placas. Una de Greenalia me dijo que llevaban mucho tiempo con este proyecto, que habían invertido mucho…¡pero no han contado con los propietarios de la tierra!”. Para Mena “no hay ningún precio justo que nos compense que nos quiten el olivar, ¿de qué vivimos, si no? Es arruinarnos a nosotros para enriquecer a las grandes empresas. Sentimos ira, impotencia, rabia…todo lo que usted pueda imaginar”.
Tampoco fue debidamente notificada María Josefa Palomo, loperana de 67 años, que no recibió la carta de la Junta de Andalucía hasta diez días antes de que se ejecutase la expropiación de sus algo más de dos hectáreas. “Esto es una atrocidad”, piensa Josefa, “la empresa me paga el olivo dañado a 450 euros, pero me pueden producir hasta 2.000 por temporada. Y además, te presionan: te dicen que o llegas a un acuerdo amistoso por ese dinero, o que te expropia la Junta de Andalucía, que va a ser peor. Pero es que yo no tengo por qué ponerle precio a la finca: no quiero ni que la pisen. La indignación es total”.
Y eso se palpa en uno de los bares donde se juntan los olivareros al terminar el tajo. Manuel Cabeza tiene 60 años y es albañil, pero los olivos son un complemento crucial para su economía familiar. “Aquí en el pueblo, la gente invierte en lo que conoce, que son los olivos, y no en fondos ni en casas ni nada de eso”, explica, “y yo, para mi jubilación, como plan de pensiones, compré hace tres años una parcela de dos hectáreas y media. Los olivos estaban viejos, y los arranqué para poner 400 olivos nuevos. Si finalmente me expropian, con lo que me pagan no voy a recuperar la inversión”.
Los afectados se han unido en la Plataforma Campiña Norte Stop Megaplantas Solares, que a través de la presión política y con ayuda de una abogada está consiguiendo posponer o paralizar algunas de las expropiaciones. Pero no todos confían en poder resistir la avalancha de inversores que se han fijado en la campiña jienense. “Todas esas plantas que nos quieren poner”, se resigna Paco Campos, “nos las van a meter despacito como las cartas: esta para ti, esta otra para ti…”. El 20 de enero, Greenalia anunció que ya dispone de un crédito de 150 millones de euros para asegurar la puesta en marcha en 2026 de siete plantas fotovoltaicas en la zona. La Junta de Andalucía ha desechado todas las alegaciones contra el proyecto.
“Firmar expropiaciones como quien pone sellos”
Rafael Alcalá, portavoz de la plataforma, denuncia que se va a sacrificar la economía y la cultura de todo un pueblo en beneficio de una operación especulativa. Muestra varias noticias que avalan su punto de vista: en junio de 2023, “Greenalia vende varios parques eólicos aún sin construir en Galicia”; en abril de 2024, “Greenalia cuelga el cartel de “se vende” a parques en España y EE UU por valor de 200 millones”. Casi todos en Lopera, atónitos, se hacen la misma pregunta: ¿cuál es el interés público?
“La energía que se va a producir será para Madrid, Barcelona o Sevilla, o para venderla a Europa”, cuenta María Mena, “pero compran aquí los terrenos porque es más barato, y como los cuatro pueblerinos de Lopera no tienen voz y no le interesan a nadie, nos arrollan”.
Tras una década moviendo la candidatura “Paisajes del olivar de Andalucía” a Patrimonio Mundial por la Unesco, la Junta decidió renunciar al expediente
Y piensan que la Junta de Andalucía y la Diputación de Jaén se lo ha puesto fácil. Francisco Sevilla, concejal de IU en Lopera, cree que se trata de “macroproyectos que se están fraccionando en plantas que no llegan a 50 megavatios para así esquivar el trámite del Ministerio de Transición Ecológica, que es mucho más duro”. Desde que Juanma Moreno aprobó en 2021 la Ley Lista, “da igual que tengas olivos o placas solares, porque el uso del terreno es el mismo. Han dado vía libre para estas empresas”.
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“Javier Calvente, el delegado de Industria de Jaén es quien firma el interés público”, explica Alcalá, “y está firmando expediente de expropiación como quien pone sellos, sin fijarse en muchas cosas”. “Ellos dicen esta parcela, esta y esta”, corrobora Juan Campos, “y el delegado de turno les firma la expropiación”. A algunos en el bar de Lopera les gustaría mirar a ese delegado a los ojos. Un mínimo de otras 25 plantas-4000 hectáreas, 400.000 olivos-están proyectadas en la comarca.
Plantar a la Unesco
Entre los agricultores temen también que la instalación de placas dañe irreversiblemente los suelos. Alcalá, que además de portavoz de la plataforma y pequeño agricultor es profesor de biología, explica que una capa de un centímetro de suelo con todos sus nutrientes tarda alrededor de un siglo en formarse, “y es posible que la capacidad de esa zona se pierda”. Lo mismo se malicia Juan Campos: “Te meten las máquinas, te compactan la tierra y te arrancan la capa fértil. No sé si eso se podrá recuperar después”.
Ruiz Palomo no echa pesticidas en sus olivos, tiene enfilados a los cazadores de la zona y maldice el día en que los pájaros y los insectos desaparecieron del olivar
Hace apenas dos meses se les escapó una oportunidad única para blindar sus campos contra los fondos de inversión y las empresas energéticas. Tras una década moviendo la candidatura “Paisajes del olivar de Andalucía” a Patrimonio Mundial por la Unesco, la Junta decidió renunciar al expediente, en buena medida por la oposición de una parte de los agricultores de la campiña norte. En varias viviendas y comercios de Lopera aún cuelgan carteles contra el reconocimiento de la Unesco porque “vulnera el derecho a la propiedad privada”.
De haberse aprobado el expediente, ninguna planta fotovoltaica podría instalarse en fincas olivareras. La alcaldesa de Lopera cree que no se dio información clara ni se comunicó correctamente las implicaciones de este reconocimiento. “Creo que los propietarios han sido un poco engañados con este tema”, lamenta Torres, y lo mismo piensa el concejal Sevilla: “Les asustaron diciéndoles que les iban a quitar los olivos o a expropiar la tierra, pero no era verdad”.
“Yo creo que era una cosa buena, pero aquí todo el mundo estaba en contra”, dice Ruiz Palomo bajo su barba de profeta y bohemio andaluz, de exquisito bibliófilo lector de Nietschze y Rimbaud. La suya es la opinión más ácida de cuantas recabamos en Lopera. En todo caso, piensa este empleado de banca jubilado, las macroplantas solares vendrán a rematar algo que ya estaba muerto. Casi se echa a llorar recordando la cultura campesina que conoció en su infancia, sustituida por la mecanización y los productos químicos. Ruiz Palomo no echa pesticidas en sus olivos, tiene enfilados a los cazadores de la zona y maldice el día en que los pájaros y los insectos desaparecieron del olivar: “Ahora el campo es solitario y silencioso”. Asume que muchos en el pueblo lo tienen por “excéntrico y chalado”, mas no renuncia a señalar la parte de responsabilidad que cree que les toca a los suyos: “Parece que esperamos que el olivo eche euros en vez de aceituna”.
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