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ETA
Mis relaciones con ETA
Ahora que se abre, de forma interesada, el debate sobre qué es ETA, me gustaría aportar mi granito de arena desde una óptica personal que no pretende sentar cátedra, sino aclarar algunos extremos de un debate absolutamente simplificado.
Para empezar, debería decir que ETA y yo somos de la misma edad: nacimos en la década de los sesenta del pasado siglo, durante el franquismo. Además, los dos venimos de padres y abuelos nacionalistas, del PNV, aunque enseguida recibí —como ella— otras influencias propias de la época, mayo del 68 o tres de marzo de 1976, que marcaron nuestra trayectoria. La analizaré a lo largo de todos estos años, hasta su “muerte” en 2011.
ETA y yo somos de la misma edad: nacimos en la década de los sesenta del pasado siglo, durante el franquismo. Y los dos venimos de padres y abuelos nacionalistas, del PNV, aunque enseguida recibí —como ella— otras influencias propias de la época, mayo del 68 o tres de marzo de 1976
Como tantos otros jóvenes de mi edad, lancé el jersey al cielo, al ritmo de charanga, en performance festiva del magnicidio de Carrero Blanco, y recibí los golpes de los grises —luego marrones— en manifestaciones diversas. Recuerdo, por ejemplo, la paliza que me dieron varios agentes de las FOP en un portal donde me refugié cuando la policía disolvió a palos la manifestación de denuncia tras la muerte por torturas de Mikel Zabalza, o cómo nos sacaban de los bares a golpes, que caían de forma indiscriminada sobre justos y pecadores, por así decir.
Editorial
ETA, de principio a fin
Para explicar qué fue ETA para mí en esa época temprana, recurriré a la fábula que Bernardo Atxaga recogió del Manuscrito Encontrado en Zaragoza, de Jean Potocki: “Cuando preguntaron al príncipe de los insectos quién era su mayor enemigo, respondió que la oveja, pues sin motivo alguno nos come cuando pasta en las hierbas; y cuando le preguntaron por su mejor amigo, contestó que el león, pues sin darle nada a cambio se come al lobo”.
Más tarde, ETA se dividió entre milis y poli-milis, y yo, un adolescente imberbe por entonces, aposté por los segundos en mis simpatías (hay que decir que en aquella época los jóvenes estábamos totalmente politizados). Seguramente porque su puesta en escena bélica era más potente, con todos aquellos lanzagranadas y vídeos de entrenamientos en el monte.
Luego los polimilis se disolvieron, y algunos de sus más destacados dirigentes acabaron en el PSOE, tras realizar algunos actos terroristas —ya está dicha la palabreja— en estaciones de ferrocarril y aeropuertos… Que, dicho sea de paso, les salieron gratis y nunca tuvieron que dar cuenta. Es curioso, que un número no desdeñable de militantes de aquella ETA político-militar, se dedicaron a la industria del cine, aunque es verdad que siempre fueron bastante peliculeros.
En los conocidos como años del plomo se hacían en el bar de la esquina competiciones macabras sobre los muertos de unos y otros, en una guerra sobre todo con la Guardia Civil, que muchos veíamos como fuerzas de ocupación, por la tortura y el gatillo fácil en controles de carretera o manifestaciones
Yo, para aquel entonces, estaba convenientemente radicalizado, era un joven de mi época sensible a los vientos revolucionarios que corrían por mis tierras y otras cercanas y lejanas. En esa época, los conocidos como años del plomo, se hacían en el bar de la esquina competiciones macabras sobre los muertos de unos y otros, en una guerra sobre todo con la Guardia Civil, que muchos veíamos como fuerzas de ocupación, por la tortura y el gatillo fácil en controles de carretera o manifestaciones. Eran los tiempos de auge de los movimientos de liberación nacional, cuando ETA entrenaba en la Argelia del FLN, con la pretensión de ser un pueblo oprimido y colonizado, como el irlandés o el argelino, que luchaba por su liberación.
ETA
Diez años sin ETA
¿Era aquella ETA una organización terrorista? Bueno, sí, en el mismo sentido en que lo eran el IRA, la RAF, o la OLP, ni más ni menos. Sus intelectuales leían a Fanon y a Sarrionaindia, más que a Lenin o Mao, que tenían en Euskal Herria sus propias “sucursales”. Yo para entonces estaba implicado en el movimiento antimilitarista, y comulgaba con la autonomía obrera, que, dicho sea de paso, tenía su propio grupo armado, que a pesar de lo que se ha dicho, no tenía nada que ver con ETA, los Comandos Autónomos Anticapitalistas.
Luego vino la decadencia, la deriva delirante y militarista de ETA, y también de los CCAA hasta su desaparición, que funcionaba cada vez más separada de una sociedad vasca en plena evolución, super infiltrada por las diversas policías españolas, vascas, y francesas, y con una actividad —ya sí— claramente terrorista, por lo menos si entendemos ese término de la manera usual; mientras, continuaba la tortura y la represión política contra cualquiera que fuera mínimamente sospecho de contemporizar con ella, bajo la doctrina del “todo es ETA”.
La famosa ponencia Oldartzen fue la última vuelta de tuerca de esa deriva, tal y como yo lo veo al menos, con el intento de socializar el sufrimiento, en la época más terrible y dolorosa de la organización, para sus víctimas, por supuesto, pero también para sus militantes y simpatizantes, muchos de los cuales continúan todavía en la cárcel.
¿Era aquella ETA una organización terrorista? Bueno, sí, en el mismo sentido en que lo eran el IRA, la RAF, o la OLP, ni más ni menos. Sus intelectuales leían a Fanon y a Sarrionaindia, más que a Lenin o Mao
Después, se produjo una reflexión colectiva de mucha gente, que se dio cuenta de que obcecarse en una guerra perdida no tenía ningún sentido, y hubo algunos dirigentes que consiguieron hacer “virar el buque” hacia la paz, contra propios y extraños. Una tarea en la que tuvieron la complicidad de una parte del hasta entonces enemigo irreconciliable y los palos en las ruedas de otra parte, con más poder, pero menos razones.
Recuerdo de esa época una cena con Ada Colau —cuando todavía no era tan famosa—, donde le dije que la paz había venido además de desde las reuniones en la cumbre, sobre todo a partir de miles de conversaciones, en la puerta de las ikastolas a la salida de clase o en los tajos y tabernas vascas, donde cada vez era mayor la opinión de que había que terminar con aquella guerra absurda.
Hoy es habitual decir que la decisión de acabar con aquella guerra absurda no fue por motivos éticos sino políticos, como si se pudieran separase ambas cosas. Ha pasado más de una década desde entonces y hay quien sigue empeñado en utilizar a ETA como espantajo electoral
Hoy es lugar común decir que esa decisión no fue por motivos éticos sino políticos, como si se pudieran separase ambas cosas. Ha pasado más de una década desde entonces y hay quien sigue empeñado en utilizar a ETA como espantajo electoral. Supongo que es una tentación difícil de evitar, cuando ven que los que ellos consideran sus herederos suben como la espuma en las encuestas electorales, pero es un argumento que no durará, como un abrigo apolillado en el armario del abuelo. Eso no quiere decir que debamos olvidar lo que pasó, ni criticar, rechazar o condenar lo criticable, rechazable o condenable, pero sí evitar utilizar la memoria como arma de guerra y confrontación, como el Cid Campeador, que ganaba batallas después de muerto.
Supongo que habrá quien considere esta breve confesión como propia de alguien que ha vivido en una sociedad enferma, como suele decirse, pero puestos a utilizar lugares comunes yo les diría: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.