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Ecuador
La periodista que retrató el nuevo Ecuador y huyó antes de que la mataran
Después de meses conversando, es la primera vez que nos miramos a los ojos. No sé si estamos muy distantes, pero, por si acaso, es preferible recurrir a una pantalla para vernos. Su fotografía de perfil de WhatsApp se ha convertido en un gris e impersonal monigote y, antaño activa en las redes sociales, no tuitea desde marzo. Ha desaparecido de la esfera pública y son pocos quienes conocen su paradero. Karol Noroña, periodista ecuatoriana especializada en crimen organizado, se ha refugiado en otro país tras recibir amenazas inminentes de muerte. Su enfoque, sensible a los padecimientos de los sectores más vulnerados, levantó ampollas a partes iguales en las pandillas y en el Estado. Desgraciadamente, no es la única que, como ella suele decir, ha tenido que exiliarse: a poco de su partida, otro periodista siguió sus pasos.
Siguiendo cifras oficiales, 2022 fue el año más violento de la historia ecuatoriana con 4.603 homicidios, la mayoría relacionados con el sicariato, el narcotráfico y los feminicidios. Escenas impensables hace una década, hoy pueblan todos los medios de comunicación: coches bomba, tiroteos indiscriminados, salvajes masacres carcelarias, cadáveres colgando de puentes e, incluso, personas a las que adhieren explosivos y abandonan a su suerte en medio de la ciudad.
Siguiendo cifras oficiales, 2022 fue el año más violento de la historia ecuatoriana con 4.603 homicidios, la mayoría relacionados con el sicariato, el narcotráfico y los feminicidios
No queda nadie a quien le sean ajenos los excéntricos nombres de las bandas. “Lobos”, “Chone Killers”, “Tiguerones”, “Lagartos”, “Gangsters Negros”, grupos que, por si fuera poco, tratan con narcodisidencias colombianas, como el Frente Oliver Sinisterra, o con los cárteles mexicanos de Jalisco Nueva Generación y de Sinaloa. El repertorio cruel de la saga literaria de Don Winslow ha aterrizado, aparentemente de la noche a la mañana, en la mitad del mundo.
No obstante, para comprender por qué el narcotráfico ha hipertrofiado las peores estadísticas del país andino, Karol Noroña sugiere no dejarse impresionar por la exhibición gore de los miembros amputados y poner el foco en la geografía política. “Ecuador es un país estratégicamente ubicado entre dos de los mayores productores de coca del mundo, Colombia y Perú, con quienes mantiene fronteras porosas, conflictivas y degradadas”.
Zonas que, como la provincia de Esmeraldas, “viven una pobreza multidimensional, donde más del 50% carece de recursos y más del 25% vive en pobreza extrema. Son lugares en los que siempre ha habido violencia estructural, donde la mayoría no tiene un sustento económico ni acceso a la salud”. En estas condiciones, continúa, “el cultivo, el microtráfico y el narcotráfico, aunque sean ilícitos, suponen una economía de subsistencia más plausible que el mercado formal”.
“Ecuador es un país estratégicamente ubicado entre dos de los mayores productores de coca del mundo, Colombia y Perú, con quienes mantiene fronteras porosas, conflictivas y degradadas”
Como parte de su investigación, la periodista me cuenta que ha recogido numerosos testimonios en esas áreas deprimidas y calientes, como los barrios de La Guacharaca (Esmeraldas), Sociovivienda (Guayaquil), el cantón Durán o la provincia de Lago Agrio. Arrabales sin asfaltar, casas de cemento visto. Chabolas techadas con el amianto que nuestras constructoras tienen prohibido vender en España porque causan asbestosis. Lodazales de barro los días de lluvia. En esas cloacas al aire libre la opinión es unánime: “La violencia que hoy ven en Quito no es nueva, acá la llevamos sufriendo desde siempre”. Una violencia “autorregulada”, dice Karol, en la que no intervenían los cuerpos de seguridad ni los medios de comunicación.
“Durante muchos años no nos hemos permitido ver que quienes forman parte del narcotráfico fueron niños de nuestras comunidades. Nos cuesta creer que, frente al abandono estatal, estos niños se convirtieron también en personas que sirven como operativos del crimen”. No se lo digo, pero noto el pesar en su voz. “Muchos adolescentes de zonas empobrecidas están siendo sacados de Ecuador para evitar ser reclutados. Sus familias depositan todos sus recursos para que esos chicos de 15, 16 o 17 años puedan salir y tener otra oportunidad. Lo terrible de todo esto es que muchas de estas personas [criminales, reclutas, víctimas] fueron vecinos cuando eran niños. Eran personas con un tejido social muy fuerte que, ahora, se ha roto. Y te lo digo con toda seguridad, no creo que pueda reconstruirse fácilmente”.
Ecuador: ¿un viejo “narcoestado”?
Aunque analistas y testigos coinciden al datar enero de 2018 como el inicio de la actual escalada de violencia —aquel mes un coche bomba, colocado probablemente por el Frente Oliver Sinisterra, estalló junto a una comisaría de policía en la frontera con Colombia—, la presencia de las bandas en Ecuador puede trazarse hasta la década de los 80. Un rastro atufado de barones y “rasputines”.
En este sentido, Karol Noroña me asegura que conserva reportajes de la época que describen “un posible nexo de uno de los hombres del Gobierno de León Febres-Cordero con el Cártel de Medellín”. Febres-Cordero, exdirigente del conservador Partido Social-Cristiano (PSC) y presidente del país andino entre 1984 y 1988, fue denunciado por amparar torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales de activistas políticos. “A pesar de que en aquel momento ya se estaba documentando el comienzo de la “narcopolítica”, la gente estaba más preocupada por la narrativa de la guerra contra los grupos subversivos”, me explica.
“Nos cuesta creer que, frente al abandono estatal, estos niños se convirtieron también en personas que sirven como operativos del crimen”
La complicidad entre narcotraficantes y funcionarios atraviesa los sucesivos gobiernos, incluidos los de Rafael Correa. Si bien este informe fue puesto en duda por la Revolución Ciudadana, en el año 2011 un polémico think-tank británico dijo haber analizado el contenido de varios discos duros propiedad de Raúl Reyes, exmiembro de las FARC-EP. El Instituto dijo haber encontrado archivos que probarían la financiación de su primera campaña electoral a cambio de permitir el comercio de armamento y narcóticos en la frontera. Aunque Interpol peritó los ordenadores y no descubrió ninguna manipulación, la Corte Suprema de Justicia Colombiana declaró los ficheros inhábiles para un procedimiento judicial, después de que se demostrase la ruptura de la cadena de custodia. Esta acusación contra Correa se repitió poco después, cuando el capo de la droga Óscar Caranqui escribió un libro en el que afirmaba, de nuevo, los vínculos entre Correa y la guerrilla colombiana.
Los 10.000 ejemplares impresos fueron incautados judicialmente en 2013 y, meses después, Caranqui fue asesinado en una prisión de máxima seguridad. El autor del disparo amaneció ahorcado en su celda una década después. “Yo no puedo mostrar un papel firmado por Correa y las bandas que demuestren un pacto —me aclara la periodista— pero sí se pueden atar cabos. Por ejemplo, en 2011 las autoridades italianas encontraron 40 kilos de pasta de cocaína en una valija diplomática del Gobierno ecuatoriano. Además, durante su mandato se apresó a la mayoría de “los choneros”, pero, paradójicamente, en ese periodo fue cuando se afianzaron como banda carcelaria y ampliaron sus operaciones”. Hace referencia a la figura de Jorge Luis Zambrano, también conocido como “Rasquiña”, y que alcanzó un liderazgo indiscutible capaz de sostener, hasta su asesinato, una pax mafiosa que tapiñaba la violencia.
“El crimen organizado permea todos los niveles. En realidad, en este asunto del narcotráfico, todos los gobiernos me han parecido nefastos”
Rasquiña no fue el único jefe que amasó una fortuna desde prisión. Dritan Rexhepi, uno de los padrinos de la mafia albanesa, también construyó un imperio de la droga mientras cumplía condena en el penal de Latacunga. Traficó sin dificultades a pesar de encontrarse bajo custodia del Estado, y lo hizo en gobiernos de Correa, Lenin y Lasso. Salió anticipadamente de prisión en el 2021. “El crimen organizado permea todos los niveles. En realidad, en este asunto del narcotráfico, todos los gobiernos me han parecido nefastos”.
Tras Rafael Correa, los siguientes ocupantes del Palacio de Carondelet, Lenín Moreno y Guillermo Lasso, dieron un giro a sus políticas de Interior. Ante la opinión pública esgrimen que Ecuador está sufriendo este remolino de sangre, gritos y detonaciones precisamente por no plegarse a los narcotraficantes. Ambos, en palabras de Karol Noroña, han reaccionado a la situación con un “enfoque securitista”, aprobando más de 20 estados de excepción desde 2017, usando militares como patrulleros y legalizando el porte de armas en civiles. Medidas que, insiste, son “importadas de la guerra contra las drogas estadounidense”: por un lado, mano dura y flexibilidad con los derechos humanos y, por otra, corrupción y desvío de recursos. “El año pasado fueron asesinados más de 70 policías de los eslabones más bajos, pero luego no les dan presupuesto ni para chalecos. Contratan 10.000 policías más que ni siquiera saben manejar un arma, con el peligro que conlleva para ellos mismos y la sociedad”.
Karol, además, lanza una pregunta cuya respuesta es un secreto a voces. “¿Cómo es posible que Guillermo Lasso se deje guiar siempre por los servicios de inteligencia o la cúpula policial, que es sospechosa de estar cooptada y fragmentada por los grupos criminales?”. Durante la entrevista salen a relucir nombres como el de Pablo Ramírez, exdirector del SNAI —equivalente a nuestras Instituciones Penitenciarias—, bajo cuya protección Leandro Noriega, un financiador de narcotraficantes, envió emisarios a distintas cárceles del país para negociar con otros capos. Rodríguez simultaneaba su cargo en el SNAI con el de director de Investigación Antidrogas de la Policía Nacional. La periodista tampoco comprende que Lasso acuse de “malos jueces” a quienes concedieron, en febrero pasado, el habeas corpus a Junior Roldán, antiguo líder de “los choneros”, ya que esta decisión judicial fue tomada gracias a un informe de excarcelación elaborado por el propio SNAI, una agencia gubernamental.
“¿Cómo es posible que Guillermo Lasso se deje guiar siempre por los servicios de inteligencia o la cúpula policial, que es sospechosa de estar cooptada y fragmentada por los grupos criminales?”
“No sé qué es lo que se puede hacer en este momento, no sé en qué tipo de democracia vivimos”. Hace casi dos horas que iniciamos la entrevista y en su timbre se mezclan el cansancio y la decepción. “Ni siquiera sé si cabe hablar de depuración [de las instituciones], porque estamos en un nivel de penetración del crimen organizado… A veces pienso que hay que destruirlo todo y comenzar desde cero”. Salpica todas sus frases con la misma palabra: “Narcoestado”.
Clases sociales y muerte en los agujeros negros de la sociedad
Probablemente, la manifestación más cruda de la crisis de seguridad en Ecuador sean las masacres carcelarias. En los últimos tres años se han repetido matanzas en presidios de todo el país, causando más de 450 víctimas mortales. Con estas reyertas masivas, las bandas compiten por el control de las penitenciarías, asesinan a dirigentes y disciplinan a los reclusos. Estos agujeros negros son tal y como imaginamos, los hemos visto a puñados en películas como Carandirú, impera una estricta división de clases. “Los presos viven en condiciones paupérrimas, hacinados, enfermos de tuberculosis. Cualquier encierro es algo que te merma, que te va quebrando emocionalmente y, si a eso le sumas las circunstancias en que viven… Cuando salen de prisión muchos deben pasar meses en tratamiento, en cama y con suero para hidratarse”.
Nunca es fácil acostumbrarse a ello, pero Karol ha perdido varias fuentes en prisión. A lo largo de los años ha ido trabando relaciones profesionales con algunos presos, de los que ha obtenido la información con la que redacta sus reportajes. Me habla de algunas de ellas, me cuenta anécdotas, sus historias, delitos y dolores, pero nada que me permita identificarlas pues, aunque hayan sido asesinadas, todavía tienen familia viva a la que proteger. “Yo le conocí [a una fuente] y antes estaba gordito. En las imágenes de los últimos vídeos que me envió, antes de que le mataran, era una calavera, estaba como… tenía muchos brotes por la tuberculosis. Le sangraba la nariz, o sea, era una… era…”. No termina la frase, divaga y se interrumpe para preguntarme, aunque no puedo contestarle, cómo es posible acceder a los 30 cupos que tienen los talleres de carpintería en cárceles de 12.000 reclusos.
Para esta periodista, Ecuador se ha convertido en un narcoestado: “Ni siquiera sé si cabe hablar de depuración [de las instituciones], porque estamos en un nivel de penetración del crimen organizado… A veces pienso que hay que destruirlo todo y comenzar desde cero”
En cambio, los líderes de los cárteles gozan de privilegios que no esconden. En las penitenciarías han habilitado piscinas, discotecas y prostíbulos; tienen armas, droga, videojuegos, y mascotas en sus celdas; añadidamente, consiguen que sus familiares y amigos les visiten en alas privadas del edificio. Mi sentido común me dice que nada de esto puede ocurrir a espaldas del SNAI.
Muchos ecuatorianos, hastiados de los robos con fuerza y los tiroteos callejeros, contemplan las masacres carcelarias con distancia y morbo. La distancia de quien no piensa mirar el dentado del exterminio delincuencial regalado, y el morbo de tener acceso a auténticas snuff movies. Ninguna matanza es íntima, todas viralizan reels de decapitaciones, descuartizamientos e, incluso, corazones palpitantes arrancados de cuajo. La mayoría de quienes mueren son criminales de poca monta o cautivos en régimen preventivo.
“Creo que tenemos que darnos la oportunidad de entender que la Constitución Ecuatoriana garantiza el derecho a la vida de todos. En mi caso, con todo lo que estoy viviendo, sabiendo que hay quien no quiere que esté aquí, sigo luchando para mantener nítida la línea divisoria que me hace no desear la muerte de estas personas”. Su recomendación para sensibilizar a la opinión pública es escuchar al Comité de Familias por Justicia en Cárceles, una organización que responsabiliza al Estado de las matanzas y que vela por la memoria de las víctimas. “Estas familias tienen que recibir los cuerpos de sus hijos destrozados, y sus nombres son anunciados a voz en grito, en la calle, como si fuese una feria, como mercancías. Fueron vidas, personas entregadas a sus madres en las peores condiciones. Ha habido casos en los que han dado troncos con cabezas equivocadas”.
No hay siguiente pregunta, solo le pido que complete una frase: “Las masacres carcelarias son una expresión de…”. Me callo. Karol se calla también. Piensa. Se contiene. Durante el medio minuto que tarda en reanudar su discurso, interrumpido por tímidos titubeos, siento la tentación de intervenir, pero no lo hago. “Las masacres —dice al fin— son una expresión de la inacción del Estado, por no decir otra cosa más fuerte”.
“Estoy orgullosa de ti”
La mañana del viernes 24 de marzo, Karol Noroña recibió un mensaje: iban a matarla de inmediato. Contrastó la noticia con más fuentes. Cayó en la cuenta de que, días antes, su cuenta de Twitter se había comportado de forma extraña.
Aquella no fue la primera amenaza que recibió, pero sí la más contundente. Preocupada, se dejó aconsejar por sus colegas de que tenía que salir del país. Cogió cuatro bártulos y se fue al aeropuerto, mientras se coordinaba con el exterior la logística del viaje. Subió a un avión. Y luego a otro. Y a otro. Así hasta un número que, por su propia protección, no puedo publicar. Me habla, eso sí, desde el extranjero, y no descarta seguir rotando por otros países. Sale de casa para lo justo, aunque recibe el apoyo de su gente y de un psicólogo
Los líderes de los cárteles gozan de privilegios que no esconden. En las penitenciarías han habilitado piscinas, discotecas y prostíbulos; tienen armas, droga, videojuegos, y mascotas en sus celdas
Karol se hace una idea de quién está detrás del atentado, pero prefiere ser discreta. “Lo único que te puedo decir es que cuando te haces con informes de inteligencia estás blindada por esa parte; cuando te amañas un poco más con las bandas, lo estás por esa otra. Pero si te vas en contra de un poder y del otro, estás jodida”. Aunque su exilio se hizo público, ha decidido no denunciarlo ante la justicia. “Los autores son altamente beneficiados por un montón de poderes, así que para mí la denuncia no es una posibilidad. Llevo años documentando lo que pasa con las personas que están en el sistema de testigos protegidos y yo no me voy a sentir segura así”.
El periodismo es un oficio peligroso en Ecuador. En marzo de 2018 tres trabajadores del diario El Comercio fueron secuestrados por el Frente Oliver Sinisterra y murieron violentamente, un incidente que aún no ha sido desclasificado por las autoridades. Reporteros como Gerardo Delgado, Mike Cabrera o Henry Vivanco también han sido asesinados por sicarios. Ninguno de estos casos ha suscitado una preocupación gubernamental y mediática a la altura de las circunstancias. “Es triste entender que no importamos. En una reunión con el Comité de Protección de Periodistas se llegó a decir que no solo nosotros estábamos en riesgo, sino toda la población. Nos trataron como si estuviésemos pidiendo algún privilegio. Y lo peor es que acabamos sintiéndonos culpables porque nuestros colegas de, por ejemplo, Esmeraldas, no pueden tener la oportunidad de salir del país. Me da una profunda indignación que ni siquiera esto haya merecido un pronunciamiento gubernamental. Es evidente que a este gobierno no le interesan la vida de los periodistas ni de la ciudadanía”.
Karol quiere volver a Ecuador, pero aún no sabe cuándo podrá hacerlo. Mientras espera, sin compañía, en un país que no es el suyo, recuerda uno de los momentos más agridulces que ha vivido. Justo antes de tomar el primer avión avisó a su familia de que tenía que marcharse. Como en esta entrevista, lo hizo por videoconferencia. “Fue muy emotivo y chistoso, porque mi mamá siempre me decía que era una defensora de delincuentes, pero en aquel momento me dijo que me admiraba. Fue la primera vez que mi mamá me dijo que me admiraba mucho. La primera y la última vez. Y se despidió”.