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Energía nuclear
Trabajo y transición: el caso de las nucleares
La cuestión del trabajo es esencial en un contexto de transición energética. El rol que la nuclear puede jugar en él, creando muchos más puestos en su desmantelamiento que manteniendo las centrales en activo, es digno de ser considerado por el bien de las clases populares de este país.
Vivimos un momento de transición en el que la cuestión del empleo será central para determinar en qué sentido nos dirigimos. La transición no está en duda: con el nivel de producción que tenemos actualmente, las emisiones se mantendrán en unas cifras que imposibilitan la vida –algo que no tiene porqué ser un problema para los intereses de los sectores dominantes– pero también cortocircuitan la producción, la logística y la prestación de servicios. Más brevemente: la posibilidad de que el sistema siga avanzando tal y como hasta ahora, simplemente, no existe.
El capitalismo neoliberal está en crisis terminal desde 2008. Es cierto que desde 2016 se está hablando de recuperación, pero también es cierto que la llamada recuperación no puede estar más trampeada. Primero, porque la reactivación económica está impuesta bajo los patrones de sobre-explotación de la fuerza de trabajo, tanto productiva como reproductiva, y de los recursos naturales. El ajuste se cebó inicialmente sobre los servicios públicos de los estados, reduciendo la prestación económica, para luego atacar al mundo del trabajo; de esta forma, se producía el marco de la supuesta recuperación, que, no obstante, no ha sido suficiente. Como explican Erika González y Pedro Ramiro en su excelente ¿A dónde va el capitalismo español?[1], este paquete de medidas, que se extendió por todos los países de Europa, no fue suficiente y las cuentas de resultados de las empresas sólo han sido solventadas por la venta sistemática de participaciones y filiales.
La posibilidad de que el sistema siga avanzando tal y como hasta ahora, simplemente, no existe.
Nada de esto puede continuar de modo sostenido. La explotación de las asalariadas, para empezar, incide –no puede ser de otra manera– en la contradicción entre capital y trabajo que es consustancial al desarrollo capitalista, pero necesita de un equilibrio para no caer en un sistema salarial tan bajo que imposibilite el consumo. Otro tanto sucede con la explotación de trabajo no pagado, que el sistema no sólo ha mantenido, sino que ha aumentado, en la última década: ¿de dónde saldrán las tareas de cuidado doméstico, los apoyos al cuidado de dependientes y hasta la vivienda cuando la generación que actualmente cobra su pensión sea sustituida por la siguiente, instalada ya en la precariedad y carente de recursos de ahorro? Sobre este límite, la explotación de recursos naturales viene a poner el cierre que bloquea cualquier salida a largo plazo.
La disponibilidad de energía está amenazada y los niveles de emisiones causantes del cambio climático se disparan y obligan a establecer límites con los que el capital no se entiende ni se entenderá en ningún momento. No es de extrañar que, como explica Daniel Albarracín, la productividad esté estancada y sin atisbos de crecimiento real[2]. En este escenario, los grandes sectores de producción aún están en la alternativa entre la imposible transición del capitalismo verde y la amenaza. Recientemente, el consejero delegado de Endesa se congratulaba de la estrategia de transición del gobierno[3], pero sólo unos meses antes, el presidente de la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles hablaba de la pérdida de 13 millones de empleos[4]. Una alerta que se añade a la de la supuesta pérdida de empleos por la robotización, pese a que esta no parece materializarse. El trabajo está en el centro de las amenazas, y no por casualidad. Al fin y al cabo, es el medio de alcanzar las necesidades materiales y también la herramienta de socialización para la mayoría de las clases populares.
Sin embargo, también para una propuesta antagonista, el trabajo tiene la potencialidad de ser piedra angular. Nuevos esquema de reparto de trabajo productivo y no productivo, reorganización de la carga de empleo, reducción del impacto de la actividad humana sobre los ecosistemas... Son muchas las formas de abordarlo, pero todas tienen que pivotar sobre un eje común: desmercantilizar la esfera del trabajo para ponerla al servicio de las necesidades colectivas y acoplar la actividad a los límites naturales.
Esto, que suena a propuesta de máximos, puede tener un aterrizaje bien concreto y palpable en cuestiones que, además, llevan décadas pendientes. El ejemplo de las nucleares es sin duda uno de los más evidentes. Hoy en día, aportan en torno a una quinta parte del mix eléctrico en el estado español, pero empiezan a ser reemplazables por la producción energética renovable. Además, el parque nuclear español está en el momento de cumplir sus plazos de funcionamiento previsto en términos industriales, y en estos mismo años tenemos la oportunidad de exigir el cierre sin prórrogas. No se trata de quimeras, recordemos que en los años 80 del pasado siglo, una fuerte movilización política y social consiguió una moratoria nuclear: si hoy tenemos cinco centrales en lugar de las cerca de treinta que quería construir el sector energético es por esa lucha.
El ejemplo de las nucleares es sin duda uno de los más evidentes. Hoy en día, aportan en torno a una quinta parte del mix eléctrico en el estado español, pero empiezan a ser reemplazables por la producción energética renovable. Además, el parque nuclear español está en el momento de cumplir sus plazos de funcionamiento previsto en términos industriales, y en estos mismo años tenemos la oportunidad de exigir el cierre sin prórrogas.
Curiosamente, una de las cuestiones que los industriales de la energía nuclear han esgrimido en defensa de su actividad es precisamente la creación de puestos de trabajo. Y sin embargo, ¿cuántos? Existen varios estudios sobre el impacto de la transición en diversos sectores, y en lo que aplica a la nuclear, disponemos de un estudio estudio excelente publicado en 2017[5]. No tiene sentido desgranar aquí unos datos que están detallados en el texto, pero traigamos los más relevantes. Estimando que la gestión de residuos procedentes del desmantelamiento se realiza a través de Almacenes Temporales Individualizados (ATI) en lugar un Almacén Temporal Centralizado (ATC), que es la opción menos intensiva en términos de empleo pero también la más deseable ecológicamente, se crearían unos 7.000 empleos, lo que, como veremos, casi duplica los empleos que se destruirían. A esto habría que sumar los cerca de 45.000 puestos de trabajo que se generarían para el desmantelamiento propiamente dicho de las centrales. Así, el cuadro es el siguiente: se eliminan unos 3.800 puestos existentes en la actualidad y se crean 44.500 en el desmantelamiento y cerca de 7.000 en la gestión de residuos. Balance neto, 47.700 puestos de trabajo.
Tengamos en cuenta que esto no incluye, además, los puestos de trabajo que se crearán en la producción renovable, que, al cerrar la nuclear, tendrá que incrementar la capacidad de aportar energía de manera sostenida. Tengamos también en cuenta que las decenas de miles de puestos estarán distribuidos en todo el territorio, lejos de los grandes focos de turismo, finanzas y construcción que acaparan la mayor parte del trabajo, obligando a la concentración de la población y a la condena de pueblos y pequeñas ciudades. Pero, sobre todo, tengamos en cuenta que se trata de empleos dedicados a una tarea imprescindible: acometer el cierre de uno de los sectores que se interponen entre el modelo industrial capitalista y el horizonte de una sociedad ecológicamente sostenible que incluye a todas y todos en el reparto del empleo. Las nucleares no pueden seguir, el sometimiento del trabajo al beneficio mercantil no puede seguir, y la hiper-concentración de la actividad laboral y productiva no puede seguir. Se trata de construir las bases de una enorme transición laboral que elimine la dependencia de sectores contaminantes y ponga la transición ecosocial y el empleo claramente en frente del beneficio. Y que lo haga con una apuesta por las clases populares.
[1]Cámara, Ángeles; Martínez, M. Isabel y Rodríguez, Leila. “Impacto económico del desmantelamiento nuclear en España”. En Revista de métodos cuantitativos para la economía y la empresa. N. 25, junio de 2018. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6499653&orden=0&info=link
[2]http://omal.info/spip.php?article9050
[3]Para un análisis de la estrategia verde de los gobiernos europeos, véase el artículo de Martín Lallana: https://vientosur.info/spip.php?article15611
[4]https://cincodias.elpais.com/cincodias/2019/03/04/mercados/1551691650_491276.html?rel=mas
[5]Cámara, Ángeles; Martínez, M. Isabel y Rodríguez, Leila. “Impacto económico del desmantelamiento nuclear en España”. En Revista de métodos cuantitativos para la economía y la empresa. N. 25, junio de 2018. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6499653&orden=0&info=link
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Gracias Juanjo. En este momento de crisis climática, económica y social... con la pandemia mundial que nos ha dejado K.O. ... no podemos seguir arriesgando con la energía nuclear. No hay más que ver lo que ha vuelto a suceder en Chernobyl con el incendio forestar de primero de mes.
Seguís errando el tiro. El ecologismo español debe abandonar viejos dogmas, como parece que estan haciendo movimientos ecologistas en otros paises europeos. El objetivo debe ser reducir el máximo las emisiones de CO2 en la produción electrica y en ese papel tanto las nucleares como las renovables son ambas compatibles y necesarias. Si no nos quitamos esa venda poco favor estaremos haciendo y el término ecologistas nos quedará demasiado grande. Dejemos los dogmas para la religión.