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Ya sé que escribir sobre Venezuela desde la izquierda en días de trincheras es como jugar a la ruleta rusa con el tambor de la pistola a rebosar de munición, pero parece peor quedarse callado, como espectador de una riada, mientras está en juego la vida de muchas personas y el futuro de una República.
La nueva –y mayor- crisis abierta tras la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela el pasado 10 de enero no es ni casual ni tiene déficit de pirómanos. Nada de extrañar cuando tantos intereses económicos y geopolíticos están en juego. La vivo, esta vez, desde el Estado español, donde Venezuela pasa a ser tema local siempre que se acercan elecciones y, ahora, estamos a pocos meses de elecciones locales y autonómicas y, quizá, generales. Si el “caso Venezuela” le restó unos cuantos de cientos de miles de votos a Podemos en la anterior cita, esta vez Caracas volverá a ser Madrid mientras a Ciudadanos, el Partido Popular y al PSOE le interese. Y, claro está, mientras a los medios de comunicación del sistema les sea rentable echar gasolina a un conflicto ya de por sí difícil para agitar una intervención internacional que no por injustificable será menos televisiva.
Las mentiras campan por los medios y la construcción de una narrativa de buenos y malos, que viene de lejos, ahora ya topa con límites insospechados. Desde las vergonzosas hagiografías sobre Leopoldo López o sobre Juan Guaidó de El Mundo, a la falta de información por simplificación de El País o de la Cadena SER. Una falta de información que es otra forma de mentir. Los medios más ‘alternativos’ tampoco ayudan en general. En tiempos de trincheras hay que tomar partido y parece que ser antiimperialistas nos echa en brazos del madurismo de forma irremediable. ¿Hay algo en medio? Sí, claro que lo hay, pero obliga a un contorsionismo incómodo entre los propios y al apaleamiento general por plantear matices cuando lo que parece quererse es bala.
Hay simplificaciones que me chirrían especialmente desde hace mucho tiempo y que ahora se me hacen insoportables. La primera es “los venezolanos”. La trinchera de la derecha y de la derecha mediática muestra a los venezolanos son una especie de bienintencionados mártires que, a pesar de la ferocidad del ‘régimen’ de Maduro están dispuestos a inmolarse por el “regreso la democracia”, cuando democracia, según Felipe González –o Leopoldo López, que lo mismo montan- es el régimen pre Chávez: es decir, una cloaca inmunda de corrupción y sectarismo sólo posible gracias a una Guardia Nacional copiada –y asesorada- de la Guardia Civil española a finales de los años 30 del siglo pasado. Según la trinchera mediática, al otro lado, es decir, fuera de estos ‘mártires’ sólo hay gente manipulada, pobres precarizados y degradados armados con machetes en la boca y corruptos vestidos de rojo con cierto chavacanismo caribeño. La descripción de los medios es tan colonial que sólo es capaz de moverse entre el desprecio y la condescendencia.
La segunda de las simplificaciones llega con la palabra “oposición”. Claro está, si Maduro es un monstruo omnipotente, sólo hay una oposición de chicos bien dispuestos a sacrificarse por la patria. La oposición de la que hablan los medios de la caverna española es la de derechas y ni es una ni está unida: se trata de facciones en disputa permanente que sólo se agrupa tácticamente cíclicamente y, casi siempre, cosida por los movimientos externos de parte de la comunidad internacional. De hecho, uno de los opositores de la derecha más razonable, Henrique Capriles, ya señaló hace días la irresponsabilidad de Guaidó, el vástago político de Leopoldo López. Capriles no es tan sexy para los medios de la caverna, como el mártir López.
En el relato ‘oficial’ de la crisis venezolana jamás se habla de la oposición chavista a Maduro, que es mucha y también está dividida. De memoria me vienen a la cabeza Marea Socialista, la Plataforma en Defensa de la Constitución, el Movimiento por la Democracia y la Inclusión o Chavismo Originario, sólo por nombrar a algunas de las organizaciones que desde hace años, luchan por preservar el legado de la Revolución Bolivariana y por desalojar del poder a la dudosa burocracia chavista.
Otra de las simplificaciones es la dicotomía "Maduro o Guaidó", ese muchacho del que nadie hablaba hasta hace una semana y que ahora parece el líder indispensable para sacar a Venezuela del atolladero. Muchas de las fuerzas internas de izquierdas de aquel país llevan tiempo exigiendo unas elecciones democráticas pero que sean el fruto de un acuerdo nacional, in injerencias externas y sin pactismo entre las élites del madurismo o de la oposición de derechas.
Un resumen de esa posición se encuentra, por ejemplo, en un comunicado hecho público por los ex ministros chavistas Ana Elisa Osorio, Gustavo Márquez, Héctor Navarro, Jorge Giordani, Oly Millán y Rodrigo Cabezas, en el que aseguran que “la solución [a la crisis] debe venir de los venezolanos” y en el que califican de “inaceptable que élites económicas, políticas, militares o extranjeras, pretendan usurpar la soberanía popular”. “Hay que restablecer nuestra democrática Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y reconocer al pueblo en su legítimo derecho como soberano que es, de tomar la decisión de expresarse en la contienda electoral sobre si quiere que se relegitimen o no, todos los poderes públicos de la nación. Es un derecho político que no se puede cercenar a los venezolanos, y es el único camino para garantizar la paz y trabajar para superar la grave depresión económica y la hiperinflación que sufrimos todos”. Las izquierdas no maduristas defienden la Constitución Bolivariana y, de hecho, exigen que se permita el correcto funcionamiento de una figura clave en esa Carta Magna: el Poder Popular, uno de los grandes aportes de la revolución bolivariana a la construcción de un estado en el que al poder ejecutivo, legislativo, judicial y electoral le haga contrapeso un Poder Popular que se traduce en la soberanía real y efectiva de la ciudadanía. Ningún demócrata venezolano o europeo, colombiano o estadounidense, puede aplaudir el vergonzoso papel de Washington (que ha recuperado como estratega al padre de la contra nicaragüense), de Madrid (dispuesta a jugar desde la socialdemocracia al plan de las derechas internacionales), de Bruselas (atrapada en su discurso hipócrita) o de Moscú (deseosa de encontrar trincheras en las que pelear su nueva guerra fría).
Venezuela es soberana y debe seguir siéndolo y sólo posiciones como la de México o la de Uruguay que tratan de facilitar una negociación entre el Gobierno de Venezuela y el Parlamento de mayoría opositora. Es cierto que, hasta ahora, los intentos de acercamiento han sido infructuosos, pero renunciar a la vía política es apostar a la violencia y a la injerencia. Europa no ha aprendido las lecciones de la historia pero la historia es terca.
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Buen texto.
Pd: Menos mal que está publicado en el disruptivo blog 'descentradas' ;-)