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La democracia es un espejismo instrumental. No trato de hacer literatura, sino de describir una realidad brutal, una lección que debió ser aprendida durante la segunda mitad del siglo XX, pero que seguimos sin entender al 100%. El capitalismo, que es, realmente, el sistema que habitamos en euroocidente, necesita de un instrumento que genere una húmeda ficción en medio del desierto real que haga pensar a los nadie que alguna vez pueden ser alguien, que permita que los tribunales arbitrarios y parciales se nos aparezcan como la última garantía de independencia, que haga que las comunidades arrolladas por los megaproyectos económicos sigan pensando que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (¡De la OEA!, una de las instituciones menos democráticas del planeta que tiene una “cláusula democrática”), que ‘obligue’ a los movimientos de izquierdas a jugar a las reglas del espejismo si es que quieren gobernar (también, claro está, bajo el constitucional espejismo del Estado Social de Derecho)...
Esto es así en todos los territorios colonizados por Europa a lo largo del planeta, aunque en algunos el espejismo opera con reglas un poco más elegantes (en parte de Europa o de EEUU) y en otros es la violencia la que regula las relaciones en este oasis falso que relatan con lujo de detalles los medios de comunicación de las familias más ricas de, por ejemplo, Suramérica. El Grupo Globo, el megaholding comunicativo brasileño, ha sido el constructor de la narrativa oficial de ese país desde principios del siglo XX. Lo fue, sin pudor, durante la brutal dictadura que dejó en suspenso el espejismo democrático entre 1964 y 1985; lo ha sido después. Rede Globo, la hidra televisiva que recorre el país continental en todas las direcciones, es quizá lo único que une a un empobrecido habitante negro del noreste de Brasil con un blanco de origen germano del sur.
El Grupo Globo no tuvo problema con el golpe parlamentario que llevó al poder a Michel Temer en agosto de 2016 (tampoco lo ha tenido el gobierno de España o las autoridades de la Unión Europea). Pero O Globo, el diario insignia del que nació este grupo, sí tiene problema con la forma en que Lula se ha entregado para ser encarcelado tras la convulsa semana vivida en la política brasileña, ese territorio de señores feudales en la que la ficción democrática es poderosa. Escribe en su editorial, titulado “Lula sigue el guión de la victimización”, que el Partido de los Trabajadores y Lula han utilizado la orden de prisión como un trampolín electoral, que todos los actos, declaraciones, concentraciones y protestas (del PT, pero no masivas) son parte de la campaña electoral de la que se ha sacado a Lula con la inestimable ayuda de un tribunal. También dice O Globo, para reforzar el espejismo democrático y en línea con el discurso de algunos diarios españolistas cuando se refieren a los independentistas catalanes, que es “inimaginable que el PT y Lula resuelvan caer en la clandestinidad, con el país en pleno estado democrático de derecho, quedando expuestos a las penalidades de la ley” (un país en pleno estado democrático de derecho con un presidente ilegal y con decenas de incendios sociales fruto de la in existencia del estado democrático de derecho).
Lula podía haber aprendido la lección antes, pero él fue de los que jugó –y juega- al espejismo democrático. Antes de conseguir su primera presidencia tuvo que hacer dos actos de fe públicos: uno respecto a Dios (para ganarse el poderoso voto evangélico de Brasil), otro respecto al capital (cuando anunció que no habría amenazas contra la propiedad privada o contra los ricos brasileños, sino algunas reformas para nivelar la balanza). Y Lula llevó la lógica del Estado de Bienestar (muro de contención de cualquier subversión real) europeo a Brasil, a punta de migajas y de mejoras que estadísticamente sacaron al país del profundo de la pobreza extrema monetaria para dejarlo ubicado en un orgulloso primer lugar de injusticias sociales, violencia y arbitrariedad oficial.
Para seguir en el poder, sin aprender la lección aún, Dilma siguió pactando con uno de los partidos más miserables del país, el PMDB (una especie de agencia de intereses administrada por los señores feudales de la política brasileña). Y fue el PMDB, el de Temer, el que le dio la estocada. Lula no aprovechó su reinado, en un país genéticamente imperial, para cambiar las cosas; solo las mejoró para los nadie (y para muchos eso es todo lo que se podía hacer). Pero las estructuras corruptas, clientelares, racistas y violentas de Brasil no se modificaron ni un ápice. Es más, Lula sirvió a parte del gran capital brasileiro y a las fuerzas armadas al ejercer en América Latina como el subimperio soñado por esas élites. Como presidente primero y después sin investidura, Lula fue el mejor agente comercial de la megaminera Vale, de Petrobras, de la banca Itaú y, ante todo, de la corrupta Odebrecht. Esos favores no le han servido de nada ahora que amenazaba con ganar las próximas elecciones presidenciales de octubre de este año.
El espejismo democrático seguirá funcionando y el Grupo Globo seguirá produciendo los informativos, las novelas y las películas que así lo confirmen. Lula podrá verlo desde la cárcel donde, según la información de “calidad” de O Globo, el ex presidente brasileño ha pasado una primera mala noche encarcelado.
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