Soberanía alimentaria
Defensoras de la soberanía alimentaria enfrentan la emergencia climática

Mujeres de distintos puntos de la provincia de Alicante impulsan iniciativas de soberanía alimentaria que contribuyen a enfriar el planeta, estimular nuevas relaciones sociales y con el entorno, e introducir nuevos valores en el mundo rural.
Faenas agrícolas Más del Bunyolero y Mas del Cant del Carabo
Faenas agrícolas en los terrenos del Más del Bunyolero y Mas del Cant del Carabó. Foto: Paula Sánchez
6 mar 2022 05:02

Tereseta es agricultora y hacker. También emprende. Desde hace dos años, junto a su compañero, está construyendo el que, en primavera, será su hogar. Se trata de una casa ideada bajo los principios de la bioconstrucción, es decir, concebida para minimizar su impacto ambiental e integrada en su propio entorno natural, el Parque Natural de la Sierra de Mariola. Pero, además, la Trenta-sis, como así ha bautizado la activista su futuro refugio en homenaje a la revolución social española de 1936, tiene vocación de convertirse en un Hak Lab rural. Consciente de que “todas las luchas son una” y de que la soberanía alimentaria se entrecruza con la energética y la tecnológica, entre otras, esta “llaudora hacker” quiere crear un espacio formativo de convivencia.

El laboratorio contará con estancias habilitadas para que puedan acudir personas con perfiles afines a las nuevas tecnologías a trabajar la tierra y así tomar conciencia “de que los tomates no salen de darle al enter”, señala. Por su parte, quienes laboran el campo como forma de vida y también tienen inquietudes tecnológicas podrán encontrar en la Trenta-sis un entorno propio para “empoderarse tecnológicamente” tomando formaciones en temáticas como el uso de herramientas de software libre. De hecho, Tereseta, diseñadora gráfica de profesión, actualmente imparte talleres de privacidad y seguridad digital para activistas y defensoras de derechos desde uno de los colectivos a los que pertenece, Komun.org.

Con su proyecto, la activista es un ejemplo vivo de que “el cambio de rumbo puede comenzar desde la alimentación, el sector primario y el mundo rural”, tal como expone la Declaración por un sistema alimentario basado en la agroecología y la soberanía alimentaria, impulsada desde principios de este año por la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas. Hasta la fecha, el documento cuenta con la adhesión de 446 colectivos y 1.671 personas.

Virginia Cabello estima que las mujeres son las que sienten, en primer lugar, el impulso de adoptar cambios reales e implicarse en iniciativas sociales y ambientales

Entre otras cuestiones, la declaración aboga por “construir un nuevo sistema alimentario basado en los fundamentos de la agroecología campesina, la soberanía alimentaria y la economía solidaria, cooperativa y feminista”. La generalización de un sistema alimentario basado en los principios de la soberanía alimentaria, esto es, una agricultura a pequeña escala, más respetuosa con los ritmos productivos de la naturaleza que apuesta por formas de distribución y comercialización de proximidad no es sino una cuestión de justicia.

Según estimaciones de GRAIN, organización internacional de apoyo al pequeño campesinado, la soberanía alimentaria es la encargada de dar de comer al menos al 70% de las personas en todo el mundo con menos de un tercio de los recursos agrícolas. Como defiende Henk Hobbelink, cofundador y coordinador de esta entidad, “la principal razón por la que los pequeños agricultores tienen que mantener sus tierras es porque, de otro modo, la mayoría de la población no se alimentaría ya que no tienen dinero para comprar a los grandes productores o en los mercados”.

Tereseta lidera una iniciativa de soberanía
Tereseta lidera una iniciativa de soberanía que mezcla agroecología y nuevas tecnologías. Foto: Tereseta.

La soberanía alimentaria es indispensable, además, para enfriar el planeta. De acuerdo con GRAIN, el sistema alimentario global es el responsable de entre el 44% y el 57% de todas las emisiones de gases de efecto de invernadero (GEI) si se tiene en cuenta el impacto ambiental producido en cada una de sus fases: deforestación, procesos agrícolas, transporte, procesamiento y empaquetado, refrigeración y venta al menudeo y desperdicio.

La soberanía alimentaria actúa y cambia precisamente estos focos generadores de contaminación. Como explica Nuria Pascual, activista e integrante de la Junta Directiva de Entrepobles, entidad de cooperación internacional que promueve la transformación social en alianza con organizaciones y movimientos sociales alternativos radicados, principalmente, en América Latina, la soberanía alimentaria reduce la presión sobre la tierra porque se abolen formas de producción industrializadas a gran escala y el uso de productos químicos. La producción alimentaria se convierte, además, en aliada del entorno.

En el caso del País Valencià, las mujeres son arrendatarias del 39,05% de las tierras y propietarias del 45,72%

Como matiza Pascual, “la ganadería extensiva a pequeña escala favorece la prevención de incendios. Los animales que pastan en el monte quitan esa vegetación que puede generar riesgo de incendio. Limpian el monte y provocan que haya vida”. La soberanía alimentaria apuesta, igualmente, por espacios de cercanía, evitando así las emisiones liberadas como consecuencia del transporte, empaquetado y refrigeración de los alimentos. El consumo se torna local en la medida en que se compran los alimentos directamente a quien los produce en mercados locales o en tiendas de barrio.

Diversidad en red

Mar Cabanes sabe de revalorizar los recursos de la terra. Tras sus experiencias en Guatemala, acompañando procesos campesinos, y en Ciudad Real, promoviendo la creación de la Asociación de Agroecología y Soberanía Alimentaria en Castilla-La Mancha (SACAM), le tocó arropar con sus manos el pedacito de tierra legado por su familia tras la muerte de su padre. En sus palabras: “Me sentía interpelada a tomar el relevo”.

En 2016, recaló en Monovar junto a su pareja, Ignacio Mancebo, para dar forma al que ahora es su proyecto de soberanía alimentaria, La Zafra. Focalizado en la producción, distribución y venta de vino, no se trata, pues, de la clásica iniciativa de soberanía alimentaria basada en la producción de hortalizas. Sin embargo, sí está acorde con los recursos y la tradición cultural de la zona. Como apunta Cabanes, “la mayor parte del territorio es secano. Es cereal, almendros, olivos, frutales. Por eso, reivindicamos el secano”. Así contribuye a preservar otro importante y escaso recurso: el agua.

“Más allá de nuestros proyectos, somos habitantes del entorno. Somos partes de este ecosistema y, desde ahí, nuestra relación es per se”, precisa Paula Sánchez

Al margen de las 8.000 botellas de vino producidas en el último año, Cabanes y Mancebo han logrado obtener azafrán y elaborar aceite con sus propias olivas. El siguiente paso es aprovechar las almendras que también cultivan en su terreno y abrir su viñedo para realizar catas. ¿Un proyecto que busca crecer? Ese no es el propósito de Cabanes. “Tenemos perspectivas de diversificación, pero no aspiramos a que sea un proyecto demasiado grande”, indica la creadora de La Zafra. Una de las transformaciones que persigue la soberanía alimentaria es generar un amplio abanico de iniciativas sostenibles que cubra diferentes necesidades humanas.

En el Barranc del Cinc (Alcoy), se encuentra el invernadero que Paula Sánchez y Sara (quien prefiere mantener su apellido en el anonimato) han rehabilitado. Es el primer paso en una colaboración de futuro entre estas dos vecinas. Desde hace un año, Sánchez forma parte del proyecto de soberanía, entendida en sentido amplio (alimentaria, energética, hidráulica, etcétera), fomentado desde las masías Más del Bunyolero y Mas del Cant del Carabó. Tres mujeres y un hombre son quienes, actualmente, promueven esta iniciativa con quince años de vida a través de la que contribuyen a la preservación de las semillas locales y a la reforestación del entorno natural, entre otras cuestiones.

El Mas del Potro, proyecto que ya ha cumplido los veinte años de trayectoria, es el espacio desde el que Sara, junto a dos compañeros, actúa para transformar su entorno. Concebido como un Centro Social Autogestionado de Montaña (CSAM) en clave anticapitalista, horizontal y de apoyo mutuo, tiene la vocación de ser un “centro social reproductible” desde el que repensar y transformar las maneras de vivir.

Vistas al Barranc del Cinc
Vistas al Barranc del Cinc donde Sara y Paula Sánchez desarrollan su relación de vecindad. Foto: Jordi Arques
“Con el Potro establecemos esta colaboración de sinergia, de vecindad y de ampliar nuestra vida como comunidad y como habitantes del barranco. Más allá de nuestros proyectos, somos habitantes del entorno. Somos partes de este ecosistema y, desde ahí, nuestra relación es per se”, precisa Sánchez.

Estas vecinas entienden que las oportunidades de colaboración para incidir en el ecosistema ambiental y social son múltiples. Como indica Sara, el Mas del Potro busca ser un punto de encuentro que “no solo se proyecte hacia el interior del barranco, sino también hacia el exterior” mediante la propuesta de diferentes actividades y talleres “en clave social” para estimular la transformación que sus promotoras desean. Puesto que la trayectoria de Sánchez ha discurrido, principalmente, en los escenarios de teatro, la complementariedad entre ambas iniciativas emerge como una semilla incipiente de cambio.

Falta de apoyo público

En el otro extremo de la cadena que une producción y consumo se encuentra Marta Feliu, promotora de Cuina Viva. En marcha desde hace seis años, esta iniciativa vehiculiza los productos de diferentes proyectos de soberanía alimentaria a través de servicios de catering para eventos. Feliu recuenta las personas que la proveen de alimentos. Obtiene las hortalizas de dos parejas agricultoras que laboran en Gandía y Otos. Ayuda a uno de sus vecinos a elaborar pan de manera que obtiene este producto para consumo propio, así como precios especiales cuando ha de preparar sus menús.

Aunque los platos que cocina son generalmente vegetarianos, consigue carne de cordero y de vacuno a través de otros dos proveedores radicados en Agres y Gandía, respectivamente. Desde La Safor, otro de sus contactos le proporciona queso de cabra. Así se ha convertido en nexo de unión entre quienes estimulan iniciativas de soberanía alimentaria y quienes asisten a sus ágapes.

Feliu también crea red. Como ella misma expresa: “Al final, haces amistad con la gente que produce tus alimentos. Esto es lo que transmito cuando estoy dando de comer a la gente. Les cuento de dónde vienen los alimentos y la relación de las personas con esos alimentos, con su territorio, conmigo”.

Desde hace dos años, Feliu ha buscado compartir los principios y los alimentos promovidos desde la soberanía alimentaria mediante la puesta en marcha de un proyecto de comedores sostenibles en las escuelas rurales de las zonas del Alcoià, el Comtat, La Safor y la Vall d’Albaida. Ante la negativa con la que se topó en su último intento, en el que trató de estimular el compromiso de seis ayuntamientos para proveer a un colegio rural con sesenta niñas y niños, la cocinera ha desistido.

Maite Mompó: “Ahora mismo está ocurriendo una revolución ecofeminista en la que las mujeres estamos tomando las riendas de muchas iniciativas de cambio social

No deja de señalar las contradicciones de la administración pública. El Decreto 84/2018, de 15 de junio, del Consell, de fomento de una alimentación saludable y sostenible en centros de la Generalitat Valenciana, sostiene que, en el pliego de condiciones de los concursos públicos, se establecerá “como criterios de obligado cumplimiento mínimo, que la empresa adjudicataria se abastezca de: a) Al menos de un 40 % de frutas y hortalizas frescas de temporada en la Comunitat Valenciana; b) Productos ecológicos en un porcentaje de al menos un 3 % del total de las compras”.

Por su parte, Feliu siente que ha fallado ese compromiso para con quienes modelan iniciativas de soberanía alimentaria. Según explica, estas productoras y productores “necesitan canales cortos de comercialización a su alrededor que se comprometan con su producción” para asegurarse de que podrán dar salida a su producción y, de este modo, poder mantenerse en el tiempo. La compra pública bajo criterios de sostenibilidad ecológica sería un modo de proporcionarles este apoyo.

El campo se viste de violeta

Virginia Cabello se ha convertido en la hierbera de su zona, en la Marina Alta. “La gente viene a mi casa, incluso veterinarios y terapeutas” en busca de plantas sanadoras que ella misma produce y recolecta. Al igual que Feliu, ofrece servicios de catering en cursos, retiros y eventos. Asimismo, elabora preparados de verduras lactofermentadas y mezclas de sales y hierbas.

Inmersa en un proyecto de mayor calado, actualmente trabaja en la confección de una línea de productos desde la óptica de la espagiria, método de transformación de plantas mediante técnicas alquímicas ancestrales, para Ginevitex, empresa que ofrece productos basados en la planta Vitex agnus castus (sauzgatillo) para restaurar el equilibrio hormonal. A través de las Voces de Gaia, coro de mujeres del que es miembro fundadora, Cabello también canta por la Madre Tierra.

El Mas del Potro en el Barranc del Cinc
El Mas del Potro en el Barranc del Cinc. Foto: Jordi Arques

La hierbera explica su interés por la alimentación como un despertar. Según indica, todo empezó al “tomar conciencia de lo que el alimento hacía dentro de mí y constatar que ese alimento generaba en mí emociones, pensamientos y, por tanto, una actitud ante la vida”. En general, estima que las mujeres son las que sienten, en primer lugar, el impulso de adoptar cambios reales e implicarse en iniciativas sociales y ambientales. En este sentido, la soberanía alimentaria ha supuesto la entrada de más mujeres en el ámbito rural, así como de valores asociados a lo femenino.

Según postula Patricia Dopazo, editora de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas, “la información que se tiene en general es que los proyectos agroecológicos que se vienen desarrollando en los últimos años tienen una participación de mujeres muy alta, mucho más alta que en proyectos nuevos del sector convencional”. De este modo, paulatinamente, se está feminizando una esfera que tradicionalmente ha sido masculina.

El cambio no solamente pasa por que aumente la presencia femenina en los espacios rurales, sino también en una transformación de las estructuras y las formas de hacer. Como plantea Maite Mompó, embajadora de Protectores de la Tierra y directora de la Campaña Stop Ecocidio en el Estado español: “Ahora mismo está ocurriendo una revolución ecofeminista en la que las mujeres estamos tomando las riendas de muchas iniciativas de cambio social dándoles la mano a los hombres. Se trata de introducir esos valores que van más implícitos, en general, con lo femenino”. Esta es una transformación que todavía está germinando.

Pese a la importancia de la pequeña agricultura para la alimentación mundial, menos del 50% de las mujeres y los hombres que trabajan en el sector agrícola tienen la propiedad o derechos de tenencias asegurados sobre la tierra, según señala Naciones Unidas en su último Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. De acuerdo con estimaciones del mismo organismo, en nueve de las diez naciones evaluadas (Burkina Faso, Níger, Nigeria, Uganda, India, Malawi, República de Tanzania, Etiopia, Perú y Camboya), las mujeres disponen de escasos derechos de este tipo en comparación con la población masculina. De hecho, de acuerdo con el informe, “en cinco de estos países, el número de hombres propietarios de tierras supera al de las mujeres en una proporción de al menos dos a uno”.

Para el caso del País Valencià, teniendo en cuenta los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística relativos a 2016, las mujeres son arrendatarias del 39,05% de las tierras y propietarias del 45,72%.

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