Opinión
¡Que vivan los aranceles!

Que Trump propugne aranceles no debe hacernos caer en la trampa de defender los intereses de los grandes oligopolios.
Donald Trump órdenes ejecutivas
El Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump firmando órdenes ejecutivas contra el feminismo, las personas trans y migrantes y un largo etcétera. Foto: POOL

Director de Justicia Alimentaria

22 feb 2025 07:00

Estos días vivimos horas confusas después de que la nueva administración Trump haya cambiado las reglas del juego. Tanto, que vemos a organizaciones sociales y de izquierda defender postulados clásicos del más recalcitrante neoliberalismo, como es la desregulación y eliminación de los aranceles en los productos agrarios. Llevamos décadas defendiendo la salida de la alimentación de los tratados de libre comercio, de la OMC, y la necesidad de más regulación y protección. Que Trump propugne aranceles no debe hacernos caer en la trampa de defender los intereses de los grandes oligopolios.

Los oligopolios globales son los que, durante décadas, han presentado la política de libre comercio como una panacea para el desarrollo económico y la modernización del sector agrícola. Nada fuera de ese dogma era posible. Sin embargo, la realidad año tras año y dato tras dato se ha encargado de demostrar que los Tratados de Libre Comercio (TLC) y la eliminación de aranceles han tenido consecuencias devastadoras para la pequeña y mediana agricultura, así como para la agricultura familiar. Mientras que las grandes corporaciones agroindustriales han expandido su dominio sobre el mercado global, millones de pequeños agricultores han visto sus medios de vida destruidos, obligándolos a abandonar sus tierras y sus modos de producción. En todos los países, también en el nuestro.

Los aranceles son una herramienta fundamental para garantizar la protección de la producción local frente a la competencia desleal de productos importados a precios artificialmente bajos

No sólo los agricultores, sino también los consumidores, pues estos tratados han ido dirigidos a rebajar los estándares y controles que existen en Europa para la importación de productos agrícolas, y ahora la última tuerca es rebajar o eliminar directamente los estándares medioambientales.

Los aranceles son una herramienta fundamental para garantizar la protección de la producción local frente a la competencia desleal de productos importados a precios artificialmente bajos. Estas importaciones, muchas veces subsidiadas en sus países de origen, inundan los mercados locales, haciendo inviable la producción de alimentos por parte de los pequeños productores. Sin una barrera arancelaria efectiva, la agricultura a pequeña escala ha quedado a merced de las grandes multinacionales, que pueden imponer precios por debajo del coste de producción, destruyendo la soberanía a alimentaria y la diversidad agrícola.

Además del impacto económico, el libre comercio ha generado una crisis social y ambiental de gran magnitud. La desaparición de la agricultura familiar no solo ha provocado el éxodo rural y el vaciamiento de los pueblos, sino que también ha significado la pérdida de conocimientos tradicionales y de la biodiversidad. La imposición de monocultivos industriales y el uso intensivo de agroquímicos han llevado a la degradación del suelo, la contaminación del agua y la pérdida de semillas locales, aumentando la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios ante el cambio climático.

A esto ha apostado Europa y es a lo que quiere seguir jugando: a la creación de grandes polos agroexportadores. En el caso español, el cerdo, las fresas, cítricos, basado en el uso de recursos que no tenemos como el agua y basado en la explotación de mano de obra inmigrante. Todo por el mercado global alimentario que ha demostrado ser extremadamente frágil y peligroso.

En países como Francia y España, miles de explotaciones familiares han desaparecido en las últimas décadas debido a la competencia desigual

En Europa, el impacto de la liberalización comercial ha sido particularmente grave. En países como Francia y España, miles de explotaciones familiares han desaparecido en las últimas décadas debido a la competencia desigual y la falta de apoyo gubernamental.

Los datos reflejan que, en las últimas dos décadas, la renta agraria en la Unión Europea ha disminuido en un 20%, mientras que los costes de producción han aumentado considerablemente. A su vez, la concentración de la tierra se ha acentuado, el 3 % de las explotaciones agrícolas controla ya más del 50% de la superficie cultivable, por no hablar del desembarco de los fondos de inversión. Esta desigualdad ha reducido la capacidad de los pequeños productores para competir y ha favorecido un modelo de agricultura intensiva que depende de grandes inversiones de capital y agroquímicos.

En este contexto, los aranceles no solo son una herramienta legítima, sino también una necesidad para garantizar la soberanía alimentaria. Y no sólo los aranceles, sino también la necesidad de provocar un cambio en la Política Agraria Común, y ponerla en otras claves que ponga el derecho a alimentación en el centro, la protección de producción local como fuente que permita fortalecer la economía rural, generar empleo digno y promover modelos agroecológicos sostenibles. Países que han mantenido barreras arancelarias han logrado preservar su capacidad de producción y abastecimiento interno, mientras que aquellos que han desmantelado estas políticas han visto cómo su sector agrícola se desmoronaba.

Hemos comprado el discurso neoliberal que estigmatiza cualquier cosa que suene a regulación pública. Un arancel es solamente una de las diversas medidas que buscan la protección

El mito del libre comercio como motor de prosperidad ha sido desmontado por la experiencia de miles de personas agricultoras y consumidoras. Nuestra soberanía alimentaria no puede depender de las fluctuaciones del mercado global ni de los intereses de las multinacionales: debe ser defendida con políticas públicas firmes que prioricen el bienestar de las comunidades rurales y la preservación de los ecosistemas, y para eso necesitamos aranceles, y la intervención decidida de lo público en la alimentación.

Hemos comprado el discurso neoliberal que estigmatiza cualquier cosa que suene a regulación pública. Un arancel es solamente una de las diversas medidas que buscan la protección. Proteger es un verbo importante. Proteger el medio ambiente, proteger la economía local, proteger al campesinado familiar, proteger la alimentación agroecológica, proteger la salud alimentaria no son proclamas neofachas, son las reivindicaciones clásicas de la izquierda y para llevarlas a la práctica son necesarias herramientas de intervención en los mercados.

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Pablo Hernández
23/2/2025 20:51

Muy buen artículo y análisis. Javier Guzmán, y Justicia Alimentaria son una voz imprescindible en estos tiempos dónde parece que nos han apagado la luz.

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anadaviesrodriguez
22/2/2025 17:56

Me alegra que alguien se atreva a decir y escribir cosas que chocan con el juntar filas contra Trump haga lo que haga y diga lo que diga. No olvidemos que el Partido Demócrata de EEUU, defensor a ultranza del globalismo económico controla los medios de información de Europa y del "mundo occidental" Lo que sucede ahora mismo es un encontronazo entre dos formas de vivir el capitalismo y de imponerlo en el mundo. Pero hay que liberarse de prejuicios y saber distinguir el polvo de la paja.

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jramosp57
22/2/2025 14:31

Tanto el libre comercio como los aranceles son instrumentos del capitalismo. El libre comercio tiene una gran carga idealista y lo han defendido economistas de izquierdas y de derechas. Y los aranceles o proteccionismo tienen una carga nacionalista. Tanto uno como otro han repartido la riqueza desigualmente.
En la revista sinpermiso escribe Michael Roberts lo siguiente:
Engels reconsideró su posición sobre el libre comercio en 1888, cuando escribió un nuevo prefacio en un folleto sobre libre comercio que Marx había escrito en 1847. Engels llegó a la conclusión de que “la cuestión de libre comercio o proteccionismo se sitúa enteramente dentro de los límites del actual sistema de producción capitalista, y no tiene, por lo tanto, ningún interés directo para nosotros, socialistas, que queremos acabar con ese sistema. Se aplique el proteccionismo o el libre comercio, al final no habrá ninguna diferencia “.

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Rafa
22/2/2025 10:09

Pues después de leer el artículo, estoy de acuerdo prácticamente en todo él. La única duda que me queda es si el daño infligido a la agricultura tradicional es reversible o no.

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Sirianta
Sirianta
22/2/2025 9:51

¡Magnífico artículo! Una lectura al alcance de cualquiera y directa al grano. Muchas gracias.

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jeromo01
22/2/2025 9:40

importante artículo Javier. Sencillo y profundo, para comprender un asunto que nos lo complejizan para que el ciudadano/a de a pie no se entere de que van estos asuntos del comercio, y así el agronegocio cabalga a su gusto, conquistando cada vez más cuotas de poder y de control sobre los recursos comunes. Un abrazo
JEROMO

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fllorentearrebola
22/2/2025 8:09

Menos mal que alguien pone negro sobre blanco estas verdades, añadiría el impacto que tiene sobre el clima un sistema alimentario globalizado y en manos de las grandes corporaciones. En todo su ciclo el sector agro-alimentario es responsable de más de un tercio de las emisiones que nos llevan a la catástrofe, recobrar una política dura arancelaria pone fin a la locura insostenible de la globalización y nos sitúa ante el reto de recuperar prácticas agropecuarias locales, situadas en el territorio biogeográfico y menos dependientes de insumos químicos y petrolíferos que destruyen la estabilidad climática. A nivel peninsular: todo lo que contribuya a cortocircuitar y cuestionar la insostenible distopía de los plásticos almerienses, la industria cárnica super contaminante y expoliadora de agua y tierra, y los monocultivos de exportación en base a mano de obra esclavizada con el apoyo del racismo institucional es salud eco-social por mucho que ladren esas organizaciones agrarias que exigen al mismo tiempo aranceles a las importaciones del sur (muy en concreto marroquíes) y libertad de exportación para los productos españoles, mientras siguen tirando piedras contra su propio tejado con prácticas que destruyen la biodiversidad y la estabilidad climática de la que dependen en primera línea.

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