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Lo que sigue a continuación es la segunda parte de una selección de fragmentos de Frantz Fanon que ya publicamos en esta misma sección bajo el título Fragmentos de Frantz Fanon (I): Sobre el intelectual colonizado y los saberes que nacen de la lucha. Los fragmentos seleccionaos y mostrados a continuación, proceden también de su obra Los condenados de la tierra. En esta ocasión recogemos fragmentos y citas en las que el pensador Franz Fanon analiza o teoriza en relación con la cuestión agraria o el campesinado en los contextos de luchas anti-coloniales y procesos de descolonización. Los fragmentos han sido seleccionados todos de la misma obra y no han sido modificados en su estructura ni en su redacción, respetando la traducción al castellano de la tercera edición de la obra editada por el FCE de México, del año 1983.
“Para el pueblo colonizado, el valor más esencial, por ser el más concreto, es primordialmente la tierra: la tierra que debe asegurar el pan y, por supuesto, la dignidad [...].”
“El campesinado es descuidado sistemáticamente por la propaganda de la mayoría de los partidos nacionalistas Y es evidente que en los países coloniales sólo el campesinado es revolucionario. No tiene nada que perder y tiene todo por ganar. El campesinado, el desclasado, el hambriento, es el explotado que descubre más pronto que sólo vale la violencia. Para él no hay transacciones, no hay posibilidad de arreglos. La colonización o la descolonización, son simplemente una relación de fuerzas. El explotado percibe que su liberación exige todos los medios y en primer lugar la fuerza[...].”
“Los partidos nacionalistas, en su inmensa mayoría sienten una gran desconfianza hacia las masas rurales. […] Los partidos políticos no logran implantar su organización en el campo. En vez de utilizar las estructuras existentes para darles un contenido nacionalista o progresista tratan de trastornar la realidad tradicional dentro del marco del sistema colonial. Creen en la posibilidad de imprimir un impulso a la nación, cuando todavía pesan las mallas del sistema colonial. No van al encuentro de las masas. No ponen sus conocimientos teóricos al servicio del pueblo, sino que tratan de encuadrar a las masas según un esquema a priori. Desde la capital envían a las aldeas, como paracaidistas, dirigentes desconocidos o demasiado jóvenes que, investidos por la autoridad central, tratan de manejar el aduar o la aldea como una célula de empresa. Los jefes tradicionales son ignorados, a veces molestados. La historia de la nación futura pisotea con singular desenvoltura las pequeñas historias locales, es decir, la única actualidad nacional, cuando habría que insertar armónicamente la historia de la aldea, la historia de los conflictos tradicionales de los clanes y las tribus en la acción decisiva para la que se llama al pueblo. Los ancianos, rodeados de respeto en las sociedades tradicionales y generalmente revestidos de una autoridad moral indiscutible, son públicamente ridiculizados. [...] Los fracasos sufridos confirman “el análisis teórico” de los partidos nacionalistas. La experiencia desastrosa del intento de encuadramiento de las masas rurales fomenta su desconfianza y cristaliza su agresividad contra esa parte del pueblo. [...]Pero resulta que las masas rurales, a pesar de la escasa influencia que sobre ellas tienen los partidos nacionalistas, intervienen de manera decisiva en el proceso de maduración de la conciencia nacional, para completar la acción de los partidos nacionalistas o, más raramente, para suplir pura y simplemente la esterilidad de esos partidos. […] La propaganda de los partidos nacionalistas encuentra siempre un eco en el seno de las masas campesinas. El recuerdo del periodo anticolonial permanece vivo en las aldeas. Las mujeres todavía murmuran al oído de los niños las canciones que acompañaron a los guerreros que resistían a la conquista[...].”
“No envían al campo cuadros para politizar a las masas, para aclarar las conciencias, para elevar el nivel del combate. Esperan que, arrebatada por su propio movimiento, la acción de esas masas no se detendrá. No hay contaminación del movimiento rural por el movimiento urbano. Cada cual evoluciona según su dialéctica propia. Los partidos nacionalistas no intentan introducir consignas en las masas rurales, que se encuentran en ese momento enteramente disponibles. No les proponen un objetivo, esperan con naturalidad que ese movimiento se perpetuará indefinidamente y que los bombardeos no acabarán con él. Ni siquiera en esta ocasión, pues, los partidos nacionalistas explotan la posibilidad que se les brinda de integrar a las masas rurales, de politizarlas, de elevar el nivel de su lucha. Se mantiene la posición criminal de desconfianza hacia el campo[...].”
“El militante nacionalista que, en vez de jugar al escondite con los policías en los centros urbanos, decide poner su destino en manos de las masas campesinas no pierde jamás. El manto campesino lo cubre con una ternura y un vigor insospechados. Verdaderos exiliados en el interior, cortados del medio urbano donde habían precisado las nociones de nación y de lucha política, esos hombres se han convertido de hecho en guerrilleros. Obligados constantemente a cambiar de lugar para escapar a los policías, caminando de noche para no llamar la atención, van a tener ocasión de recorrer el país y conocerlo. Se olvidan entonces los cafés, las discusiones sobre las próximas elecciones, la maldad de aquel policía. Sus oídos escuchan la verdadera voz del país y sus ojos contemplan la grande, la infinita miseria del pueblo. Se dan cuenta del tiempo precioso que se ha perdido en vanos comentarios sobre el régimen colonial. Comprenden, finalmente, que el cambio no será una reforma, no será una mejoría. Comprenden, en una especie de vértigo que no dejará ya de asediarlos, que la agitación política en las ciudades será siempre impotente para modificar y derrocar al régimen colonial. Esos hombres se acostumbran a hablar a los campesinos. Descubren que las masas rurales no han dejado de plantear jamás el problema de su liberación en términos de violencia, de recuperación de la tierra en manos extranjeras, de lucha nacional, de insurrección armada. Todo se simplifica. Esos hombres descubren un pueblo coherente que se perpetúa en una especie de inmovilidad, pero que conserva intactos sus valores morales, su lealtad a la nación. Descubren un pueblo generoso, dispuesto al sacrificio, deseoso de entregarse, impaciente y de un orgullo de piedra. Se comprende que el encuentro de esos militantes maltratados por la policía y de esas masas agitadas y de espíritu rebelde puede producir una mezcla detonante de inusitada fuerza. Los hombres procedentes de las ciudades acuden a la escuela del pueblo y, al mismo tiempo, aleccionan a éste en formación política y militar. El pueblo bruñe sus armas. En realidad, los cursos no duran mucho tiempo porque las masas, restableciendo el contactó con lo más íntimo de sus músculos, conducen a los dirigentes a precipitar las cosas. La lucha armada se desencadena[...].”
“Al abandonar el campo, donde la demografía plantea problemas insolubles, los campesinos sin tierra, que constituyen el lumpen-proletariat, se dirigen hacia las ciudades, se amontonan en los barrios miserables de la periferia y tratan de infiltrarse en los puertos y las ciudades creados por el dominio colonial. Las masas campesinas siguen viviendo en un marco inmóvil y las bocas excedentes no tienen otro recurso que emigrar hacia las ciudades. El campesino que se queda defiende con tenacidad sus tradiciones y, en la sociedad colonizada, representa el elemento disciplinado cuya estructura social sigue siendo comunitaria. Es verdad que esta vida inmóvil, crispada en marcos rígidos, puede dar origen episódicamente a movimientos basados en el fanatismo religioso, a guerras tribales. Pero en su espontaneidad, las masas rurales siguen siendo disciplinadas, altruistas. El individuo se borra ante la comunidad[...].”
“En un país subdesarrollado, la creación de direcciones regionales dinámicas detiene el proceso de macrocefalia de las ciudades, la afluencia incoherente de las masas rurales hacia las ciudades. […] El sueño de todo ciudadano es ir a la capital, cortar un trozo del queso. Las localidades son abandonadas, las masas rurales sin encuadrar, sin educación y sin sostén se alejan de una tierra mal trabajada y se dirigen hacia las periferias de las ciudades, inflando desmesuradamente el lumpen-proletariat[...].”.