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Feminismo poscolonial
Construcción y representación de la abyección morisca: el ahormante de la colonialidad
1. El ahormante de la colonialidad: definición, características, funcionamiento.
“Ni el imperialismo ni el colonialismo son simples actuaciones de acumulación y adquisición. Ambos cuentan con el apoyo, y a veces con el impulso de impresionantes formaciones ideológicas que incluyen la convicción de que ciertos territorios o pueblos necesitan y ruegan ser dominados, así como nociones que son formas de conocimientos ligadas a tal dominio”. E. W Said.
El ahormante de la colonialidad es más que un lugar de enunciación que condiciona los diferentes planos discursivos de su enunciado, por sobre los tópicos del género. Supone un mecanismo de significación que condiciona la narrativa de una ideología que legitima una razón de estado cuyo arranque es la Monarquía Autoritaria y su proyecto de unificación peninsular. Empleamos “razón de Estado” con la significación que le asigna Foucault: “La razón de Estado no es un arte de gobernar según leyes naturales o humanas. No necesita respetar el orden general del mundo. Se trata de un gobierno en consonancia con la potencia del Estado. Es un gobierno cuya meta consiste en aumentar esta potencia en un marco extensivo y competitivo”. (Foucault, 1991, p: 127). Así un gobierno tal como el que plantea Foucault para alcanzar su meta necesita servirse de narrativas que representen el discurso que legitime su praxis. Es decir, se sirve de una relato de las razones que justifican su hegemonía; relato en el que se mezclan los subgéneros argumental y propagandístico para representar entre otros elementos al enemigo.
El ahormante produce una conversión de la significación textual, dado que en virtud de su marcas enunciativas, el discurso se torna de referencial a referido; esto es, la designación narrativa de una serie de acontecimientos presenta una importancia secundaria frente a los procedimientos textuales que guían la lectura de ese verosímil inteligible hacia una determinada e interesada codificación ideológica; por lo que el discurso presenta como su dominante la explicitación lingüística de su ideología por sobre el relato de los hechos. Esta es al menos nuestra clave de lectura. Por ejemplo, si se tuviese que representar espacialmente ambas funciones se podría decir que la función A horizontal o fáctica concerniente a la narración se subordina a la función B vertical o ideológica que formula una determinada concepción interpretativa sobre los mismos. En este sentido, el ahormante funciona como un marcador en los planos macro y micro textuales. Planos macro: diégesis general, estructura, organización partes-todo, funciones de los actantes, predicados asignados en los planos descriptivos de las etopeyas, etc. Plano micro: nivel léxico-semático; nivel sintáctico.
De este modo, ambos planos conforman la unidad discursiva. Pero además de determinar la materia verbal, valiéndose por ejemplo de procedimientos textuales que tornan verosímil lo imaginario; configura bajo una simulacro epistémico los mitemas de un discurso que procura un específico efecto de lectura. Así su intención comunicativa funciona como afán proselitista sobre la manera en que deben entenderse las causas que determinaron la rebelión de los moriscos.
Por otra parte, un aspecto de su significación es coincidente con la categoría de “colonialidad” de Quijano o “encubrimiento del otro” de Dussel puesto que el ahormante como en los casos anteriores produce un discurso que no solo estigmatiza la otredad colectiva sino que esa estigmatización es condición para su subalternización. En este aspecto, subalternizar es construir la ficción del otro en términos antagónicos con un “nosotros” del que forma parte la voz subalternizadora; es decir, encubrirlo para adecuar su nuevo rol según los intereses del estado y de la iglesia confundidos con en la centralización política de la Monarquía Autoritaria de los Reyes Católicos. Fernando e Isabel. En cuanto a la colonialidad, no solo ha constituido la categoría principal que ha permitido asignar roles económicos para la configuración de la sociedad colonial americana; permitiendo la consolidación del capitalismo mundial; la colonialidad, a nuestro juicio, comienza a funcionar a partir de la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) los moriscos constituyen el primer grupo social subalternizado sobre el que la colonialidad funcionará.
Volviendo al ahormante, este evidencia la ambigüedad discursiva de conceptos como “realidad” y “ficción”, dado que torna verosímil mediante mecanismos textuales-discursivos, lo ficcionalizado. Funciona como artilugio discursivo ya que se postula como carente de referencia. Por consiguiente el texto es lo real y debe ser leído e interpretado como una palabra cuya legitimidad no necesita constatación. De esta manera, el artificio discursivo que promueve remite a un concepto de realidad determinado por la cosmovisión oficial de la monarquía y su imperativo de acrecentamiento del poder. Por tanto, el ahormante funciona como un modelizador pre y posdiscursivo, un configurador de los diversos predicados de la colonialidad asignados a una comunidad concebida como “exótica” y por ende, antagónica. Su “exotismo” que no es tal es su diferencia y su resistencia a la imposición de una homogeneidad cultural amparada en la aceptación del catolicismo, condición de ciudadanía del reino.
En términos textuales, las crónicas presentan protocolos de lectura que las constituyen como textos ficcionales desde la perspectiva coetánea y porque como toda obra literaria son “(…) un objeto semiológico, un texto comunicativo al que subyace un sistema lógico que lo hace inteligible”. (García Berrio, A. y Vera Luján, A, 1977: 231). Y Porque las narrativas historiográficas peninsulares del siglo XVI no dejan de ser narrativas del poder en tanto encubren la materialidad de sus intereses con una suerte de discurso épico-idealizante.
En todo caso, son acríticas puesto que en tanto afirma un sistema político-teológico que legitima y explica el contenido referido de su discurso, denigra a los moriscos y su cultura; confinándolos en un discurso que justifica desde la privación/prohibición de su cultura hasta su genocidio. De este modo, el ahormante es común a las narrativas historiográficas de la rebelión morisca y a las crónicas de Indias puesto que en ambo subgéneros el sujeto de la enunciación convierte en razón discursiva la codificación negativa de la alteridad. Constituye por una parte, una escritura del imperativo monárquico sobre el sentido trascendente que da cuenta de su expansión y por otra, la organización discursiva de una cosmovisión monológica que no acepta disensos sobre sus significaciones. De aquí su valor ejemplarizante, “Rebelión y Castigo..” se titula el texto de Mármol Caravajal, muy próximo a las coordenadas de pecado y penitencia del sermón religioso divulgativo. Las crónicas de Indias expresarán contenidos parecidos. En este aspecto, la “Relación de las cosas de Yucatán” (1566) constituye un ejemplo de las operaciones discursivas del ahormante. Este opera en contextos intratextuales pero no exclusivamente dado que puede definirse como una sistema de determinación de los sentidos de los textos en dos planos: bajo los parámetros intratextuales de su significación pero de igual modo, en el plano de la designación, en relación con sus referentes extratextuales. Por ende, establece unidades que son signos que funcionan como eufemismos o paráfrasis de una totalidad histórica referida en la escritura pero subjetiva y por tanto, inconclusa, puesto que la operación de una hermenéutica decolonial percibirá en sus procedimientos o en sus marcas de enunciación, la ausencia de los otros por debajo de la superficie discursiva de su denigración. Así el ahormante tematizado será “eurocentrismo” (Samir Amin) o “Orientalismo” en el siglo XVIII en el contexto de la epistemología colonial inglesa (E. Said). Ya que el ahormante constituye un procedimiento de las narrativas coloniales propias de la modernidad signadas por la acumulación capitalista que en el contexto inmediato justifica un proceso histórico de sojuzgamiento de la otredad.
Ahora bien, si el mensaje enunciado por el ahormante expresa un discurso filoimperial en su contexto inmediato cuya cohesión es consecuencia de la identificación de los enemigos; en un contexto diferido contribuye a la persistencia de un imaginario social contra una comunidad percibida como una otredad inasimilable, por diversas razones, articuladas en prejuicios de época, históricamente urdidos por la ortodoxia católica.
El término “ahormante” proviene de la lingüística generativa chomskyana. Denominado “diagrama arbóreo” o “marcador sintagmático”. En ambos casos alude al procedimiento empleado para representar la estructura sintagmática de la oración. Sin embargo, en el contexto de las narrativas historigráficas, no solo determina los niveles sintagmáticos y oracionales, sino los diversos componentes del discurso.
Según el DRAE, “ahormar” significa: “1. tr. Ajustar algo a su norma o molde. 2. tr. Amoldar, poner en razón a alguien. 3. tr. Equit. Excitar a la caballería suavemente con el freno y la falsa rienda para que coloque la cabeza en posición correcta. 4. tr. Taurom. Hacer por medio de la muleta u otras suertes, que el toro se coloque en posición conveniente para darle la estocada”. En las cuatro acepciones, el verbo conserva su transitividad, esto es, la relación de determinación semántica que recibe su complemento. De modo que “ahormar” es ajustar, dar forma, imponer un patrón establecido. Para Francisco Rodríguez Perera, en su “Aportación al vocabulario” “ahormar significa dar a algo su conformación adecuada”.
En primer lugar, la primera instancia textual que recibe la determinación del ahormante es el género. De manera que, las propiedades genéricas, discursivamente institucionalizadas, se combinan en un proceso de adaptación que el mismo ahormante instituye a partir de su intención comunicativa. Por lo que los parámetros genéricos devienen en convenciones elásticas puesto que sus propiedades se adaptan en un proceso que el ahormante produce. De este modo, el ahormante funciona como un dispositivo regulador intra y extratextual porque procura promover cierto efecto de lectura. Es decir, se trata de instituir una jerarquía interpretativa particular, una lectura canónica por sobre las múltiples posibles, normativizada desde el propio contenido narrado y por los modos de formulación del mismo. Pero además, funciona como un polimarcador en los planos oracional, léxico y en la estructura diegética, esto es, en la historia narrada. Sin embargo, la acción sobre los niveles discursivos del ahormante no implica que el discurso ideológico sea omitido. Por ejemplo, en el texto de Luis del Mármol Caravajal, los fragmentos de discurso ideológico directo, esto es, sin modalización, son frecuentes y posicionados en espacios importantes respecto de la interpretación histórica que se pretende difundir sobre los hechos.
Desde la perspectiva de la retórica, se puede afirmar que el ahormante está presente en la inventio, organiza la disposición de los materiales tanto como en el ornato si lo hubiere y opera en la actio, dado que es un principio o patrón composicional-semántico por una parte, y por otra, una mise en scène que asegura en términos pragmáticos la intelección de los efectos de sentido de la interpretación que el propio texto institucionaliza. De modo que, en definitiva, el ahormante es un “disciplinador” de los diferentes niveles que conforman la materialidad discursiva así como la postulación específica de su significado a posteriori.
En consecuencia: marca, configura, ordena, jerarquiza e impele el discurso a fin de que comunique un determinado efecto de sentido en los lectores. En otras palabras, organiza los materiales lingüísticos según una estrategia de comunicación que jerarquiza una única interpretación.
Siguiendo con el aspecto pragmático de esta tipología textual, el ahormante de la colonialidad constituye la función que induce una transformación de una cadena de enunciados A a una interpretación de lectura B. A pesar del esquematismo de la afirmación anterior, esta interpretación inducida constituye la finalidad más importante del funcionamiento del dispositivo de ahormación. La transformación anterior es una función dado que resulta determinada o inducida por el efecto de lectura global del texto, como ya veremos. De esta manera, se complementan dos momentos, ambos concurrentes para la construcción interpretativa de los lectores: la significación intratextual, procedente de la organización morfológica del discurso: léxica, sintagmática, oracional y finalmente discursiva y la designación inducida y extratextual en la operación del lectura, aunque esta última con matices. Ya que siguiendo a Eco en “Lector in Fabula”, esa operación de lectura con la que concluye el proceso comunicativo del texto ya esta implícita, en el propio discurso que adapta su mensaje en la procura de un lector determinado que produzca una lectura específica previamente contextualizada. Contextualizada significa que los parámetros cognitivos del discurso ya se encuentran en él: declarados, referidos, vinculados con otros discursos que operen como fenómeno de autoridad argumental, etc. En el texto de Luis de Mármol Caravajal, por ejemplo, la victoria sobre la insurrección morisca es narrada como continuidad histórica de la Conquista de Granada por los Reyes Católicos. Así ambos hechos históricos no solo son complementarios en la vinculación ideológica que les otorga la instancia narrativa sino que además suponen hechos de una diacronía histórica que no solo es humana sino que, fiel al teocentrismo medieval, concibe los acontecimientos sociales como epifenómenos de una teleología divina. De esta manera, la función de ahormación reduce la comunicación; los lectores dejan de serlo porque en definitiva operan como replicantes que en mímesis con el texto reproducen una única verdad contenida en la escritura. Por ende, el ahormante opera reduciendo la comunicación dado que cualquier lectura crítica, transversal resulta abolida. De aquí que el empleo de los procedimientos lingüísticos de aumento de la verosimilitud de la narración histórica sean profusos para construir una verdad textual que no solo sea histórica sino además y fundamentalmente, divina. Dicha verdad impone sus propios consensos, protocolos de lectura e interpretación. En esta dirección y en términos semióticos, la función de ahormación implica el despliegue de un proceso de codificación de la alteridad en los términos de la propia cultura; entiéndase la cultura teocéntrica del integrismo católico, específica del reinado de Felipe II. Por ende, la alteridad morisca es construida como un reverso antagónico que es necesario erradicar dado que su subversión no solo ataca un orden político particular, sino que va en contra de un ordenamiento divino, de aquí que uno de los calificativos mas frecuentes sea el de “infieles” que no solo opera como calificación sino que, ya en su misma acepción se presenta su condición pecaminosa, su natural inclinación a la impiedad. De modo que esta formulación en todo caso será negativa. Pero esa negación de los otros necesita matizar su rol antagónico. Ser enemigos de la fe no implica solo impiedad religiosa sino también subversión política. Los moriscos reactualizan en el siglo XVI el discurso artistotélico clásico contra el bárbaro pues como los bárbaros del siglo IV a. C representan no solo una inferioridad cultural sino una subalternidad que para el discurso de la ortodoxia católica es ontológica. Por otra parte, “morisco” en la diacronía lingüística surge como adjetivo no como sustantivo; esta confusión gramatical es clave en el encubrimiento de esa comunidad secularmente arraigada en la península, de acuerdo con Emilio González Ferrín:
Morisco equivale a moruno, y no a moro. Nació como adjetivo: ropa morisca, costumbre morisca; es decir, propia de moros; de esos moros que había aquí antes y ahora están ahí enfrente. La distinción no es baladí, sino que expresa a la perfección el modo en que España tomó por sustantivo un adjetivo. Y, al expulsar a los moriscos, creyó desustantivarse al extirparse un adjetivo. ¿Por qué lo hizo -renegar de Al Ándalus?. Probablemente, por mero desconocimiento de la realidad continuista de la historia. También porque podía hacerlo; porque podía permitirse renegar. Como el licenciado que reniega de los estudios que lo convirtieron en tal. De nuevo: ¿por qué lo hizo-expulsar a los moriscos, y a los judíos?. Quienes saben más, plantean sesudas razones de Estado homogéneo, (...). (González Ferrín, 2007: 518).
En síntesis, la operación del ahormante radica en conceder entidad lingüístico-textual a la colonialidad. En otras palabras, la colonialidad necesita del ahormante para formularse; necesita una legitimidad discursiva y epistémica; no solo en las pragmáticas reales sino en textos escritos por intelectuales orgánicos que refieran la legitimidad imperial bajo discurso histórico, por una parte y por otra, que legitimen la colonialidad morisca, que osciló históricamente entre su aculturación y su expulsión.
Ahora bien, es pertinente, alcanzado este punto, preguntarse ¿porqué el ahormante codifica su discurso ideológico sobre el discurso histórico con mayor frecuencia que en otros discursos en los que procura finalidades similares?. Los trabajos de H. White contestan en parte esta pregunta; dando cuenta de la organización discursivo-ideológica como componente importante en las narrativas históricas; pero ya el Barthes oscilante entre estructuralismo y postestructuralismo había calado en la construcción ideologizada del texto histórico: “En el discurso histórico de nuestra civilización, el proceso de significación intenta siempre “llenar” de sentido la Historia: el historiador recopila menos hechos que significantes y los relaciona, es decir, los organiza con el fin de establecer un sentido positivo y llenar así el vacío de la pura serie”.( Barthes, 1988: 174). “El sentido positivo” de Barthes, desde la perspectiva de una hermenéutica decolonial, no solo atañe a la sistematización de las series fácticas para otorgarles inteligibilidad narrativa en una operación estructural-constructiva, sino que se vincula con la significación ideológica con la que el ahormante construye su representación. Por consiguiente, el ahormante, en primer lugar, procura legitimar el colonialismo al que apoyará en los términos que dicte la colonialidad. En este aspecto, instituye un subgénero literario de temática diversa pero cuyos discursos convergen en un punto: constituirse como narrativa filoimperial.
Los relatos parten de un a priori: la disimetría ontológica entre la civilización a la que el narrador pertenece. Esa voz narrativa traza una división bajo cuyos parámetros se acciona la significación del texto: una dicotomía entre un “nosotros” que monopoliza la palabra en la enunciación exclusiva de un discurso monológico y un “ellos” objetivado dado que en raras oportunidades aparecen con discurso propio; objeto de las predicaciones y atribuciones del narrador; no son sujetos dado que carecen de discurso propio. Son mudos, sin palabras. En todo caso referidos y referentes de una construcción artificial e instituida como verdadera en los textos. Construcción retórica que expresa objetivamente un prejuicio que lejos de significar a los otros, termina por significar la propia ideología en la que se sustenta. Así, los moriscos son ya sujetos coloniales en un discurso su propia se esfuerza en desplegar, instituir, verosimilizar y naturalizar su negación. Puesto que su lógica que no es solo textual sino histórica elabora predicados antitéticos; esgrime como posible, lo imposible y pretende lógico, lo absurdo. En consecuencia, desde la hermenéutica decolonial, el resultado es la construcción de fábulas deconstruidas hoy. Mientras que en su contexto histórico de enunciación funcionaron como vox dei que se expresa bajo el imperativo de una razón de Estado que procura cristianizar a los moriscos. Y en caso de fracasar lo primero, aplicara el exterminio o la extirpación del territorio como si fuesen una especie exógena o invasora.
La función de ahormación actúa de acuerdo con la concepción del sentido de Frege: el discurso resultante resulta integrado por la referencia; objeto transtextual aludido y un sentido, el modo de formulación lingüística del objeto referido.(Frege, 1892: 9). Es decir, dos componentes, el primero de carácter semántico y el segundo de naturaleza formal. Pero además, esa intersección discursiva reenvía al locus enunciativo que subyace al texto y que denominamos “función ahormativa o ahormante” y que es parte del significación- Constituyen categorías universales a las que el discurso reenvía puesto que ha sido determinado, “ahormado” por estas. Por esto, el resultado del ahormante representa la tercera dimensión de la significación según Deleuze:
Debemos reservar el nombre de significación para una tercera dimensión de la proposición: se trata esta vez de la relación de las palabras con conceptos universales o generales y de las relaciones sintácticas con implicaciones en ese concepto. Desde el punto de vista de la significación, consideraremos siempre los elementos de la proposiciones como “significando” implicaciones de conceptos que pueden remitir a otras proposiciones, capaces de servir de premisas de las primeras. La significación se define por este orden de implicación conceptual en el que la proposición considerada no interviene sino como elemento de una “demostración”, en el sentido más general del término, sea como premisa, sea como conclusión.” (Deleuze, G, 2016: 41).
De este modo, en principio, el ahormante determina los enunciados y los enunciados reenvían a él mediante la implicación conceptual que expresan. Por lo que mediante la praxis hermenéutica decolonial se puede reconstruir todo un meta discurso ahormativo que subyace el texto analizado. Puesto que la colonialidad como fenómeno histórico ha de formularse discursivamente. En este sentido, en primer lugar, el ahormante procura legitimar el colonialismo al que apoyará en los términos que establezca la colonialidad. Como se afirmó, explicita una narrativa filoimperial. Articula un relato artificioso que establece la disimetría ontológica entre culturas y civilizaciones fundamentado en la ortodoxia de un discurso religioso. Los parámentros que emplea son diversos pero tópicos, es decir que se reiteran en una red intertextual durante los siglos XV, XVI hasta mediados aún del siglo XVII. En este aspecto, el ahormante establece de inscripción de esta asimetría: los otros son metaforizados como la barbarie. Por tanto necesitan ser redimidos por la civilización. O son los herejes o infieles cuya impiedad necesita corregirse. El ahormante enfatizará o disminuirá la focalización discursiva en relación con la necesidad de verosimilitud narrativa. En consecuencia, el ahormante constituye una codificación que formula una determinada significación camuflada de objetividad pero que sin embargo remite a una lugar de la enunciación no solo subjetivo o particular, sino articulado como prejuicio.
Por otra parte es relevante la categoría de “colonialidad” o “colonialidad del poder”, según Aníbal Quijano puesto que alude al patrón estructural de poder en el contexto de la modernidad. Su surgimiento y consolidación de acuerdo con la crítica se vincula con la invasión de América y su incorporación al mercado mundial como suministrador de materias primas cuya extracción se realiza con trabajo esclavo o semiesclavo a partir de la segunda mitad del siglo XV, sin embargo, es posible demostrar la acción de la colonialidad en la península ibérica en el contexto del sometimiento granadino por los Católicos y luego, en las diversas narraciones de la rebelión de las Alpujarras.
Entre ambos procesos, a saber, la conquista de América y la represión sobre los moriscos existen numerosos puntos de contacto. En este aspecto, uno de los tópico de convergencia es la colonialidad. En efecto, la colonialidad, definida por Quijano constituye uno de los elementos constitutivos del patrón de poder capitalista a nivel mundial. Se articula a partir de la asociación entre un sistema de dominación constituido por un entramado de relaciones sociales intersubjetivas, efectuada en la clasificación racial de la población mundial y un mecanismo de producción que consiste en los diversos modos de expropiación del trabajo. De esta manera, la derrota de los moriscos supuso por una parte, la pérdida de su entidad comunitaria basada en sus bienes y oficios, en sus tierras, en su cultura, su autonomía lingüística, su religión y por otra, la expulsión y la esclavitud. De este modo, subalternizar previa resignificación y estigmatización del colectivo, implicó tanto en el caso morisco como en el caso americano construir una representación de la alteridad que ahora en su funcionamiento comunitario supusiera un beneficio económico para la monarquía de la monarquía. Lo anterior fue resultado de la violencia y la estigmatización colonial coetánea y luego presente en la narrativas historiográficas posteriores dado que todo imperio, de acuerdo con Said, necesita una narrativa fundacional, una narrativa épica que construya y legitime sus instituciones contra un enemigo: ese enemigo en España ya desde “La Reconquista” había sido la población islámica: Al-Ándalus, Reino Nazarí de Granada y los moriscos de Las Alpujarras. En este contexto, una divergencia respecto del concepto de colonialidad; mientras que para Quijano el componente fundamental de la misma es la raza ya que en función de la cual se distribuirán roles sociales; en el caso morisco, el componente de la colonialidad no es la raza sino la religión católica; y esto se constata en la serie literaria que analizaremos; por una parte, la religión católica es para la monarquía española, en sus diversas dinastías, Católicos, Austrias, Borbones, uno de los componentes en el que se formula la razón de Estado estudiada por Foucault y por otra, es el componente fundamental que inscribe el “nosotros” de los textos frente a la otredad infiel, islamizada, secular enemigo del catolicismo, señalado en los moriscos. De este modo, la colonialidad se convierte en el contenido semántico fundamental del ahormante. Pero, en rigor lo anterior ¿qué significa? Significa que la colonialidad en función ahormativa determina como locus textual la perspectiva narrativa de los textos, el contenido narrado, su organización discursiva, la descripción y narración de los hechos, las descripciones de los actantes, las prosopografías y etpopeyas en disposición maniquea pues efectivamente los actores en estos relatos se clasifican en paladines del imperio y la fe y sus enemigos. Asimismo, determina las modalidades oracionales predominantes, el repertorio léxico que focaliza la otredad, el para qué se cuenta u efecto ulterior de lectura. Por consiguiente, el ahormante establece textos y lecturas monológicas porque estas últimas ya están institucionalizadas en la formulación lingüística del discurso. Así su mecanismo otorga coherencia al texto a partir de la inscripción paulatina en los enunciados de los atributos de su ideología colonialista. Por lo que las narrativas resultantes configuran en todo caso no una narración histórica imparcial sino por el contrario, una apologética historizada. Esta apologética instituye verosimilitudes o universos narrativos en apariencia construidos con el método epistémico correspondiente pero no es un propósito científico que impele su enunciación sino un imperativo de dominación y expansión política al que hay que atribuir la auténtica autoría de este clase de escrituras. Como resultado se configura un discurso que funciona como un mecanismo enunciativo de poder en relación metonímica porque pasa a referir la historia de todo el estado en la persona del Rey. Felipe II y sus paladines; en el caso morisco, Juan de Austria. Para lo anterior, la coherencia textual reduce las anomalías, postula isotopías estilísticas que produzcan enunciados naturalistas que reduzcan al mínimo la capacidad inferencial de los lectores; que simulen que el texto y el contexto son entidades equivalentes. De esta manera, el texto reprime sus propias disonancias porque en las narrativas historiográficas sobre los moriscos la palabra es verbum dei; entidad comunicativa e imperativa, omnisciente y omnisapiente; no existen ambigüedades ni duplicidad semántica. Ya que si el texto reduce la comunicación a su reverso dogmático y monológico es porque el ahormante obtura todo doble sentido respecto a los hechos que narra; de resultas que la narración se convierte en logocéntrica en la acepción derridiana: la escritura disimula su subjetividad, su condición tentativa e inconclusa para totalizar lo real y reproducirlo sin relativismos en un discurso que cifra su filiación con el poder en la representación infravalorativa de la alteridad.
2. “Historia de la Rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada” de Luis de Mármol Caravajal o la contrahistoria de una resistencia.
Las narrativas históricas sobre las minorías musulmanas focalizan tres episodios: en primer término, la guerra de Granada, (1568-1570), la guerra más cruel del siglo, según el historiador Henry Kamen, la conversión forzosa de los granadinos (1500-1501), y por último, la expulsión de los moriscos de la península (1609-1610). Caro Baroja valora la labor historiográfica de Hurtado de Mendoza por encima de la de Mármol Caravajal:
“Frente a su obra, la de Luis del Mármol Caravajal (1520?-1600?), publicada en 1600 y escrita antes, resulta humilde de porte. Algunos han defendido la tesis de que este escritor y soldado la escribió como encargo, para deshacer el efecto que producía la lectura, en copias manuscritas y casi clandestinas, de la obra de Don Diego, que no salió impresa hasta 1627. No hay pruebas de ello. Lo que es evidente es que Mármol no pudo observar las cosas desde el ángulo superior que las veía aquel, aunque dice esto es es bien significativo con relación a las disposiciones que ocasionaron el levantamiento: “Verdaderamente fue cosa determinada de arriba para desarraigar de aquella tierra la nación morisca”. (Baroja, Julio Caro, 1976: 260-261).
La cita de Baroja expresa una de las causas que generaron la rebelión y no es inverosímil pensar en la veracidad de la afirmación de Mármol dada su posición preeminente en las instituciones del reino. Sin embargo, considerar la rebelión morisca como artificial y exclusivamente producida desde el estamento cortesano es otro modo de subestimación de una población que había sufrido una presión y vigilancia constantes. Pero además de consignar el casus belli, la obra de Mármol Caravajal expresa la tensión permanente que representaba la comunidad morisca para la élite gubernamental y el modo en que sus intelectuales formulan dicha tensión. Para A. Domínguez Ortiz y B. Vicent en su “Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría marginada” constituye el historiador más relevante de la guerra granadina por la minuciosidad descriptiva de los múltiples aspectos abordados. Sin embargo, su escrupulosidad historiográfica expresa la versión oficial de los hechos; la defensa de la actuación de Felipe II y la consideración despectiva de los moriscos como “moros” que no se han integrado en la religión católica y que han perdido la lealtad debida al rey. En este aspecto, su discurso es el discurso de la corona. Para Mármol, los mudéjares insurrectos en 1501 ya habían elegido el camino de la confrontación con el poder real y con la iglesia debido a la fidelidad a sus costumbres, esto es, lealtad a su religión y su lengua. Por tanto, para la perspectiva sesgada de Mármol, la integración fue imposible. En línea con lo anterior, el historiador construye su narración como una apología de la política de los Austrias, enmarcada en un sentido providencialista del estado y de la sociedad en el que se une la política real con los designios divinos. En contraposición, los moriscos rebeldes son herejes, infieles, impiadosos, falsarios desde la perspectiva ahormativa del narrador quien apoyará cada decisión real de represión cultural y física.
2.1 El discurso histórico se ficcionaliza desde el título
Las funciones de los títulos textuales son diversas y complejas; fueron estudiadas por Barthes, Lotman y Derrida. Su función primaria es denominativa-distintiva; un nombre que distingue la individualidad de la especie; la segunda función es indicativo-simbólica; dado que sintetiza la macroestructura conceptual que contiene el núcleo de sentido de todo el discurso y la representa en una acción semántica de naturaleza metonímica. En cuanto a la significación, predomina una operación denotativa sobre la connotación. Sin embargo, en textos en los que la ideología del autor interviene en los diversos planos discursivos, como las narrativas historiográficas sobre la insurrección morisca, el signo-título expresa mucho más de lo que de el contenido formulado en su denotación postula al vincularlo con los otros títulos integrantes de la serie literaria de pertenencia. En tanto que de Mármol Caravajal titula “rebelión”, Pérez de Hita y Hurtado de Mendoza titulan “guerra”. Para el análisis, la distinción de ningún modo resulta baladí, dado que la nominación remite a una estrategia de significación por parte del autor; en otras palabras; el ahormante ya funciona formulando una primera marca de sentido que establece un modo de relación de la instancia de enunciación respecto del enunciado. Ahora bien, desde el punto de vista semántico, la distinción entre “rebelión” y “guerra” es clara pero además es tarea de historiadores reflexionar sobre la pertinencia de una u otra denominación referida a la insurrección de los moriscos: Fuera de la interpretación histórica, lo que nos importa aquí es llamar la atención sobre esta contraposición porque presenta consecuencias de sentido en la concepción de uno y otros respecto de el mismo acontecimiento histórico que relatan; dado que la significación de un discurso se halla en el modo cómo la intención comunicativa organiza sus discurso. En efecto, siguiendo los postulados del Borges de “Pierre Menard autor del Quijote” en función de esta diferencia un lector desprevenido podría preguntarse si del Mármol Caravajal narra los mismos hechos que Hurtado de Mendoza o Pérez de Hita. Lo cierto es el contexto del título constituye la primera instancia, el primer espacio enunciativo donde funciona la función de ahormación. Desde la perspectiva etimológica, “rebelión” proviene del latín “rebellio, rebellionis”. Formada a partir del lexema “bellum”, guerra; el prefijo “re”, establece un movimiento regresivo, intensivo, contrario a; dado que el rebelde se vuelve contra un poder establecido de cualquier naturaleza. De modo que, la ahormación en el historiador granadino opta por enfatizar la naturaleza rebelde del movimiento morisco frente al poder monárquico; por otra parte, establece la disimetría entre ambos contendientes; pero además, existe otro movimiento; el componente ejemplar en el título acerca estilísticamente el texto de del Mármol a las narrativas ejemplarizantes del teocentrismo medieval. El título formulado como un sintagma nominal bimembrado no solo consigna la rebelión sino también su punición: “Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada” funciona en este aspecto como una advertencia en su contexto inmediato y consigna un castigo que es ejemplar y ha sido efectuado por el poder real y remite como se ha dicho antes a una concepción del teocentrismo medieval; ahora presente en el poder real para el que toda culpa conlleva su expiación. Porque la rebelión no solo es una falta de lealtad al rey sino un pecado al desconocer la función vicaria de lo divino que ostenta el monarca.
Por otra parte, en el título se formula el género en el que se inscribe el texto; analizadas sus propiedades anteriores, para del Mármol Caravajal la historia no es simplemente un ámbito de conocimiento ni un subgénero narrativo; puesto que retoma además la concepción clásica del “Historia magistrae vita” de Cicerón; en este aspecto, su narración expresa un valor pedagógico, una moraleja que el narrador explicitará al final de su relato. En consecuencia, en el nivel formal del título se pueden analizar estas dos direcciones del significado: en primer lugar, una referencia prospectiva al contenido discursivo pero también una referencia retrospectiva hacia la perspectiva previa, pretextual con la que el autor compone su texto. Es en este punto en el proceso de comunicación en el que interviene el ahormante para constituir lingüísticamente la ideología subyacente.
2.2 Prólogo y epílogo: protocolos ideológicos de escritura y de lectura
Prólogo y epílogo constituyen dos subgéneros textuales de gran importancia en el renacimiento; no solo se establecen a partir del tópico de la humilitas autoral ni del encomio del mecenas noble; en términos éticos, emparentando sus virtudes con personajes mitológicos o en relación con paradigmas de la pietas cristiana; no solo son signos vicarios de referencia: anticipación y conclusión; sino que con frecuencia explicitan la ideología que determina todo el texto, constituyen una intromisión ideológica pre y posnarrativa cuya función es además formular un protocolo de interpretación del texto. Así se puede hablar de una función narrativa y una función prologal tanto como epilogal. De acuerdo con Genette: la segunda es contrafáctica; contrarreferencial; intratextual y postextual porque el prólogo determina los parámetros contextuales que enmarcan el relato; el epílogo refiere la materia narrada y traslada su marco interpretativo-cognitivo a los lectores. Por ende para lo anterior, ambos textos enuncian los elementos que conforman la ideología a través de la cual el autor concibe su escritura.
Luego de emplear el tópico de la filiación o símil clásico para su propia historia; del Mármol Caravajal formula mediante la función de ahormación la categoría sobre la que se sostiene todo su discurso ideológico: postula un pretexto para relatar la historia y un modo de entenderla. De este modo, no relatará acontecimientos relevantes para la vida del reino sino “la gloria de los fieles cristianos”. En este sentido, su ideología católica destaca un elemento de entre el abigarrado conjunto narrativo que le otorga un sentido trascendente: “Cuanto a mí, fue fruto voluntario que, imitando á la madre tierra quise dar con más cuidado y diligencia que si me fuera encomendado, movido de natural obligación, y con celo casi envidioso de la gloria de los fieles cristianos que derramaron su sangre y padecieron martirio por nuestro Redentor, merecieron”. (del Mármol Caravajal, 2004: 30).
Es general en el discurso prologal renacentista, que el uso de la primera persona destaque por su humildad, declaración de impericia y un pedido exculpatorio a los lectores por lo anterior; tal procedimiento remite a los clásicos latinos, paradigmas de la escritura renacentista. Son numerosos los ejemplos; sin embargo, el historiador granadino se aparta del procedimiento anterior y revela el imperativo que motivo su escritura. La narración histórica se convierte en “fruto voluntario”, metáfora que connota la intención de la escritura como ofrenda, homenaje, la función ahormativa selecciona el recurso adecuado para la intención que se pretende comunicar. No trabajo, labor o tarea sino “fruto”; palabra de connotación religiosa; de procedencia bíblica, y luego difunda por sermones y exégesis bíblicas desde la Edad Media. La naturaleza voluntaria de este fruto se refuerza por la “natural obligación” que impele a su autor. La principal implicación interpretativa de lo anterior es que se siente en deuda con aquellos que dieron su vida por la fe: “ (…) y con celo casi envidioso de la gloria de los fieles cristianos que derramaron su sangre y padecieron martirio por nuestro Redentor, merecieron”. En tanto “los fieles cristianos” dan testimonio de su fe, es decir, son mártires del mismo modo que en tiempos paleocristianos. Por tanto la escritura de su historia se convierte en una ofrenda por una parte y por otra, a su modo, un testimonio también, de la entrega de los primeros. Lo anterior en cuanto al contenido de la cita, reforzado por su configuración sintáctico-léxica. A saber: el párrafo se inicia con un sintagma extraoracional que topicaliza toda la oración, dada su posición extraoracional, esto es, fuera de su conformación sintáctica; inmediatamente se ubica la denominación “fruto” para su obra; seguidamente, se establece una oración compleja subordinada adjetiva que categoriza, especifica la índole de ese fruto; en segundo lugar, una oración comparativa intensiva destaca la intención autoral en su elaboración: “(…) quise dar con más cuidado y diligencia que si me fuera encomendado, (...)”. Mientras que finalmente, la última oración profundiza en la naturaleza religiosa de su motivación que convierte su escritura en un reflejo de la gloria de los mártires cristianos en el contexto de la insurrección morisca. De modo que la cita define tanto la motivación de la escritura, como su finalidad y resultado. Por tanto, desde la función ahormativa el centro del que parte la historia de del Mármol Caravajal es el dogma católico que establece una motivación ejemplar y ejemplarizante de todo el contenido textual; presente asimismo en la condición binaria del título: mientras los mártires tendrán la recompensa de la vida eterna, por esto, el narrador se nos muestra casi envidioso de su destino; el sino morisco es el castigo por un “crimen” que antes que político es religioso.
El fragmento anterior presenta tres niveles de ahormación, organizados en los correspondientes planos discursivos desde el locus de enunciación del integrismo religioso del autor: el primer nivel de ahormación es el léxico: “fruto”, “cuidado y diligencia” “gloria”, “fieles cristianos”, “derramaron” (verbo que merecería un análisis más detenido dada su importancia en la significación general), “sangre”, “padecieron”, “martirio”, “merecieron”; el segundo nivel de ahormación es el sintáctico: empleo de modalidades oracionales enunciativas, con incisos categorizadores participiales y subordinadas adjetivas de relativo; el tercer nivel es el de la significación discursiva que refiere a la motivación de la escritura; presente en los niveles de su enunciado pero además en el significado que dicha motivación tiene para el propio autor. De este modo, la determinación léxica, sintáctica, semántica y en un plano general, discursiva es consecuencia de la función de ahormación que determina los procedimientos mediante los cuales la ideología extraverbal o locus de enunciación autoral configura el texto. Pero además, en términos pragmáticos, el sentido del fragmento convoca como “implicatura” a los enemigos de la fe: los moriscos cuya “crueldad” es el agente de la persecución de los cristianos. Es interesante llegados a este punto, como la ideología del Mármol Caravajal realiza en su estrategia narrativa la transformación de los perseguidores en perseguidos; de los victimarios, en víctimas.
En función de la cohesión discursiva, el prólogo se complementa con un epílogo sobre el final del capítulo VIII del libro X:
(…) y desta manera, habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda España dió la vuelta, y héchose la guerra por la religión y por la fe, el premio de los trabajos y de tanta sangre cristiana como en ella se derramó, fue desterrar la nación morisca que había quedado en él. (…) Harto más debes, Granada, a estos católicos príncipes que a los que edificaron tus primeros fundamentos; que no han sido mayores los trabajos bélicos que has padecido que la paz cristiana de que al presente gozas mediante felice gobierno del cristianísimo rey don Felipe, su biznieto, que extirpando la herejía, que había quedado en los corazones de os nuevamente convertidos de moros en tu reino, te ha dejado en nuestros tiempos al cristianísimo rey don Felipe, su hijo, libre y desembarazada de aquella nación, para que mejor te goces con el pueblo cristiano. Dios, por su misericordia, que tanto bien y merced te ha hecho guarde, ampare y defienda tan esclarecido príncipe, y tu noble y virtuosa república conserve”. (2, 2004: 271).
El fragmento comienza con un sintagma extraoracional de función mostrativa: “Y desta manera”, el enunciado será una mostración que lleva las marcas de la subjetividad de la enunciación, es decir, el narrador toma distancia sobre lo narrado para asignarle su interpretación. Ahora la interpretación no solo configura la narración sino que se constituye en el texto mismo. Es en este momento en donde la función de ahormación explicita mediante sus operaciones discursivo-estilísticas sobre el léxico, la sintaxis y el contenido textual la ideología que subyace a todo el texto. El modo de referir los acontecimientos del narrador más que categorizarlos define su ideología. Reenvía al locusenunciativo que mediante la ahormación configura todo el texto.
Las marcas de su subjetividad son vehementes dado que no solo necesita que el lector entienda el significado global del texto sino además, necesita que sus enunciados sean creídos dado que la razón histórica que ha determinado el triunfo cristiano es primeramente divina.
La función de mostración es la función características de los pronombres; operan lo que Bhüler denominó “demostratio ad oculos”, es decir, se señala el contenido referido; esta es la función de “y desta manera” presenta el contenido subsiguiente y e instituye una conclusión respecto del relato.
“(…) habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda España dio la vuelta, y héchose la guerra por la religión y por la fe, el premio de los trabajos y de tanta sangre cristiana como en ella se derramó, fue desterrar la nación morisca que había quedado en él”.
La modalidad de este fragmento es enunciativa; afirma el acontecimiento relatado, mediante una expresión hiperbólica que denota el significado subversivo de la rebelión de los moriscos: (…) habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda España dio la vuelta”. A continuación se consigna la causa de la guerra en un sintagma bimembrado: “(…) héchose la guerra por la religión y por la fe, (...)”. La causa para el autor es una sin embargo necesita expresarla mediante la duplicación de la misma idea para enfatizar el contenido comunicado. Con lo que se confirma que el orden de lo interpretado prevalece sobre el orden de lo narrado.
La constante apelación a ”los premios y castigos” remite a una ideología que se funda en el antagonismo “moriscos contra cristianos”; es desde este binarismo dialéctico que reúne dos términos opositivos cuyo enfrentamiento desde la perspectiva del narrador conlleva como consecuencia el destierro de los moriscos. El destierro es establecido como “premio” categorizar de este modo en vez de denominarlo “triunfo” o “victoria” constituye un ejemplo de ahormación léxica. El premio ha sido “pagado” con sangre cristiana, la única que cuenta po eso es referida, no la morisca. Para el narrador el enfrentamiento constituye una una guerra santa y como tal sin cuartel; su ideología emparenta con el concepto de cruzada medieval; ambos son funciones culturales del discurso teocéntrico que se reedita en la España de Felipe II. La inquina contra los moriscos se explica por esta concepción radical y radicalizada del integrismo católico durante el siglo de la insurrección y por supuesto más allá. Los moriscos se vuelven una anomalía para el imperio en tanto y en cuanto su adhesión al cristianismo ha sido superficial mientras que en la intimidad se prolonga la fidelidad a su religión, el Islam. Por consiguiente la guerra de las Alpujarras vista desde el bando vencedor es una guerra cultural, en la que la dimensión religiosa otorga fundamento a las narrativas historiográfica antimoriscas, cánon en el que la obra del Mármol Caravajal ocupa una posición central. De este modo, la coexistencia es imposible ya que ni los moriscos se muestran suficiente y verdaderamente cristianos ni la la ortodoxia monárquico religiosa puede tolerar un multiculturalismo cuya mera existencia es entendida como disidencia en un contexto inmediato. Lo que equivale a reconocer la amenaza permanente de una insurrección en latencia casi a punto de estallar.
La segunda parte de la cita, expresa el tópico de la deuda, común en este tipo de textos filoimperiales en los que los sometidos son deudores para la concepción hegemónica; del mismo modo, por ejemplo, se refirió Diego de Landa en su “Relación de las cosas de Yucatán” respecto de la deuda impagable que habían contraído los mayas con la corona española; primero por la evangelización y segundo por el progreso que la colonización significó para su sociedad.
La personificación de la ciudad de Granada mediante la segunda persona del singular al inicio y el empleo del vocativo, enfatiza en términos simbólicos la expresión de la deuda. Si existe una razón semántica, esto es, de cohesión discursiva y de potenciación comunicativa del mensaje expresado es el recurso a la personificación. Emplear la personificación sobredimensiona la obligación de la deuda contraída por la comunidad; el narrador la recuerda de modo enfático. Pero además la deuda es formulada en una oración comparativa de superioridad que es un modo también de calibrarla en términos hiperbólicos; pero no solo se alude al deudora, Granada sino también a los acreedores. Los Austrias. Así la función de ahormación convierte y representa la relación metropoli-colonia en un vínculo económico de naturaleza imperativa dado que el deudor: la ciudad de Granada con el poder monárquico una gran deuda según la perspectiva del narrador; la razón de esta deuda es la paz que es entendida como gozo y no es de cualquier naturaleza, sino que es la paz cristiana, lograda mediante el esfuerzo de la corona y su feliz gobierno. Pero la paz es consecuencia de la derrota morisca, representada mediante una locución: “(…) extirpando la herejía, (...)”. Una locución constituye una frase hecha cuyos constituyentes léxicos y contenidos se encuentran previamente fijados provenientes de la discursividad inquisitorial. Desde la perspectiva etimológica, según Corominas, el verbo “extirpar” procede del latín exstirpare;compuesto de la preposición ex (fuera de) y del sustantivo stirps, stirpis cuyo significado es cepa, raíz, planta, retoño y en sentido figurado, origen, raza, familia. Significa quitar, suprimir, acabar y desarraigar, esto es, arrancar de raíz una planta o árbol.
El papa Inocencio IV promulga la bula Ad extirpanda en 1252; difundiendo el empleo del verbo en los ámbitos intelectuales del alto clero. En el texto, el papa autorizada el empleo de la tortura para lograr que los herejes delataran sus cómplices. Por lo que el problema morisco es desde la ideología del narrador una herejía cuyo procedimiento codificado por la inquisición es la “extirpación”; en este plano de significación el rey necesita ser representado como un paladín del cristianismo cuyo máximo triunfo es haber derrotado a los moriscos no solo en el plano militar, sino en el cultural-religioso, en el plano íntimo de sus creencias: “(…) extirpando la herejía, que había quedado en los corazones de los nuevamente convertidos de moros en tu reino (...)”. Así es el rey “don Felipe” que obtiene desde el texto un triunfo espiritual; de aquí que integre el apelativo “católicos príncipes” con el que el narrador denomina a los Austrias ya que el orden político terrestre es reflejo para la concepción cristiana del orden celestial, cuyo punto de arranque es la Civitas dei agustianiana. En efecto, la filiación cristiana de los reyes, se refuerza con el superlativo “cristianísimo” para padre e hijo. Por lo que el cristianismo en este contexto, no es solo un modo de estar en el mundo; no es simplemente una configuración política en el caso de España, es precisamente el fundamento que legitima la institución de la monarquía y los reyes son cristianísimos porque precisamente han salvaguardado al erradicar a los moriscos el fundamento que le otorga legitimidad a su poder; lo anterior explica el énfasis, la insistencia del narrador en el empleo de fórmulas que le recuerden al lector que los reyes han actuado en defensa de la religión y por tanto, son en este aspecto, vicarios del poder de Dios al preservar un orden social que se organiza aun en el siglo XVI en un vehemente teocentrismo que la guerra de las Alpujarras estimula, explicita y finalmente produce su desborde. Un producto de ese desborde es el estilo que define a la propaganda histórica de del Mármol Caravajal.
La última parte del párrafo retorna el diálogo imaginario con la ciudad: “(...) libre y desembarazada de aquella nación, para que mejor te goces con el pueblo cristiano. Dios, por su misericordia, que tanto bien y merced te ha hecho guarde, ampare y defienda tan esclarecido príncipe, y tu noble y virtuosa república conserve”. La significación del fragmento se inicia con dos adjetivos; más bien, dos “subjetivemas” en la terminología del análisis del discurso; puesto que constituyen marcas de la subjetividad de la enunciación; la función ahormativa no solo determina la selección del repertorio léxico posible, sino que determina además, como en este ejemplo, su colocación en el contexto oracional; en este sentido, la anteposición de los calificativos en posición absoluta pues abren el discurso, enfatiza su sentido no solo respecto del sustantivo al que acompañan sino en relación con el desarrollo oracional posterior. De modo que en este caso, el narrador vuelve a invertir los términos de la realidad histórica en función del contenido que necesita comunicar: ya no son los moriscos quienes habían perdido la libertad de su cultura, religión, lengua, vestimenta en sucesivas pragmáticas, sino es la ciudad de Granada la que yacía esclavizada bajo su dominio más imaginario que real; formulado, como se ve, en razón de un imperativo de sentido en la construcción discursiva antes que atendiendo a la realidad constatable en los cronistas coetáneos. Su colofón representa un poder bifronte encargado de la preservación de la ciudad: atendiendo a la jerarquía: Dios y el rey: el primero ya ha obrado dado que “(…) tanto bien y merced te ha hecho (...)” este sintagma coordinado que desdobla para enfatizar la acción divina en “bien” y “merced” concordados con un verbo en perfecto que refiere por supuesto a la derrota morisca; por lo que se reitera la idea que antes que humana, la derrota de los moriscos es opera dei. Mientras que la función del rey es la de ejecutor de ese poder divino: por este motivo el rey es “esclarecido” en este contexto, el término no significa “ilustre” o “famoso” sino “iluminado” en razón de su etimología latina. Con sentido metafórico, “iluminado” por la luz divina, es decir, que ha entendido la función que Dios le ha concedido como protector de las instituciones de la ciudad.
Por otra parte, la correlación en el empleo de las fórmulas verbales es consecuencia del proceso de ahormación; en la primera parte, por su naturaleza narrativa, predominan las formas de pasado; en tanto que la ideología del discurso reactualiza la formulación de su temporalidad dado que en relación con la afirmación de la deuda de la ciudad, la narración cesa y se articula el uso del presente como presente de estado, atemporal focalizando la condición deudora de la ciudad. Así, en este contraste entre lo sucedido ideologizado y el presente condicionado por la deuda; se resalta la obligación de la ciudad, tornándose para el lector en un imperativo.
3. Núñez Muley: la voz de la contrahistoria en la historia
Pese a la estrategia narrativa configurada mediante el proceso de ahormación; la obra del historiador granadino contiene en uno de sus componentes discursivos un significado clave para realizar una “lectura contranormativa”, es decir, una lectura crítica que desmonte el artificio discursivo mediante el cual al autor del texto instituye una determinada interpretación del levantamiento morisco como la única posible. Para esto, el análisis interpreta a contracorriente el sentido instituido del texto; a partir de las vacilaciones de significación que el texto establece en su propio discurso. En este aspecto, el monólogo del narrador se interrumpe a partir de la inclusión de otra voz que impugna la misma narración. Nos referimos al Memorial de Agravios redactado por Francisco Nuñez Muley y citado en el capítulo IX del Libro Segundo. De este modo, la voz de la otredad interpela y condiciona la totalidad de sentido que el texto promueve. Será la única vez que el narrador introduzca la voz de los otros en la continuidad monologada de su discurso. Y es precisamente el contenido del texto de Nuñez Muley que legitima la interpretación de la historia del historiador granadino como una crónica de la resistencia; la resistencia morisca frente al avasallamiento de su cultura. En definitiva, la palabra de Nuñez Muley impugna la legitimidad ética de todo lo que el narrador refirió previamente. Y al impugnar su palabra, impugna la palabra del rey y de la iglesia porque el narrador escribe desde estas dos instancias. Ya que su discurso es también el discurso autoritario de la monarquía y la ortodoxia católica. En efecto, Nuñez Muley subvierte/pervierte el monólogo del narrador; constituye una filtración de una voz insumisa incrustada en el contexto mismo de la narración del poder dado que el oprimido puede configurarse como sujeto al expresarse en primera persona y dejar de ser un objeto referido por el discurso de los poderosos; esa es la razón de su poder subversivo frente a la dogmática de la concepción oficial de la historia; lógica subversiva al plantear una contraversión, una metahistoria paralela mediante la formulación de sus propios enunciados. De este modo, la responsabilidad de la narración de la historia se constituye en un espacio bifronte que opera como foco de tensión textual: por una parte, la versión oficial del narrador y por otra, la versión morisca, representada por Nuñez Muley. En este aspecto, al disputar el espacio de sentido de la voz narrativa hegemónica e instaurar un contrarelato su palabra es disrruptiva; funciona como un hiato entre lo dicho previamente y lo que ulteriormente se postulará; por eso desde nuestra lectura se constituye como el punto axial que organiza la totalidad textual. Nuñez Muley recupera y expresa las omisiones del narrador oficial. De modo que Nuñez Muley representa uno de los modos de la contrahistoria del texto al introducir el alegato de los vencidos; el otro modo sigue siendo el análisis de la función de ahormación.
4. Colonialidad y guerra religiosa: la construcción textual de la alteridad morisca: una alteridad a conquistar
“Historia de la Rebelión y Castigo de los moriscos del Reino de Granada” ha sido escrita en 10 libros de extensión irregular. Pese a que el título alude a la insurrección granadina; el Libro 1 luego de una descripción histórica del territorio, las ciudades, y el relieve al modo de una introducción clásica, el narrador relata la conquista granadina por parte de los Reyes Católicos y la conversión de los moriscos al catolicismo. La victoria es, según la concepción providencialista del narrador, parte de un plan divino por lo que como testimonio de su devoción, por consejo de varios religiosos; los monarcas se comprometen a perseguir al Islam:
Cuando los Reyes Católicos hubieron ganado la ciudad de Granada y los lugares de aquel reino, algunos prelados y otras personas religiosas les pidieron con mucha instancia que, pues nuestro Señor les había hecho tan señaladas mercedes en darle una victoria como aquella, como celosos de su honra y gloria, diesen orden en que se persiguiese con mucho calor en desterrar el nombre y seta de Mahoma de toda España, mandando que los moros rendidos que quisiesen quedar se bautizasen, y los que no quisiesen bautizarse vendiesen sus haciendas y se fuesen a Berbería. (…) Porque era cierto que jamás los naturales del tenían paz y amor con los cristianos, ni perseverarían en lealtad con los reyes, mientras conservasen los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma, que les obligaba a ser crueles enemigos del nombre cristiano”. (3, 2004: 59).
La lógica de la narrativa histórica impone la interpretación retrospectiva porque en rigor la sucesión cronológica de los acontecimientos se organiza como relación causal. En consecuencia, la lucha de liberación de los moriscos que el narrador denomina “rebelión” se vincula con el antecedente de la conquista de Granada. Esta más que una disputa por el control político y económico del territorio constituye un conflicto religioso; una cruzada porque el Islam es para el narrador la razón de la discordia entre musulmanes y cristianos. Sobre el final del fragmento, la función ahormativa determina el sintagma final: “(…) crueles enemigos del nombre cristiano”. Constituye un ejemplo sobre como el ahormante determina los contenidos del discurso. En todos los casos, la naturaleza réproba de los moriscos sera hiperbolizada. La magnificación de su maldad es paralela a la heroicidad cristiana en una formulación maniquea que los describe como puntos de una tensión que no tiene otro modo de resolverse que mediante la violencia. “Crueles enemigos” funciona como hipérbole mediante la adjetivación epitética “crueles” que reitera un rasgo de significado ya contenido en el semantismo del nombre al que acompaña. La lógica dicotómica con la que el narrador describe los dos bandos de la confrontación elabora es de tal fuerza que los conceptos antitéticos son complementarios dado que la denigración morisca en manifestación en unidades textuales supone el correlato de elogio a los protagonistas del bando cristiano en grado similar. Se puede afirmar que en el relato de los hechos los moriscos se encuentran focalizados desde y a partir de un infraplano aunque los adjetivos infravalorativos que se les adjudican se reiteran en todo el texto la consecuencia en sus etopeyas son idénticas; en tanto que los personajes cristianos ocupan un plano superior vinculada con los grados más altos de una escala axiológica en cuyo pináculo destaca la fe en Cristo.
En relación con el desarrollo ulterior de la diégesis, el fragmento opera un juicio que anticipa la confrontación futura: la condición de musulmanes de los moriscos “jamás” les hará vivir en paz con los cristianos ni mucho menos ser leales vasallos del rey; el narrador precisa una conducta y una causa de esa conducta que se repetirá nuevamente en la insurrección de las Alpujarras. El artificio consiste en adjudicar idéntico rasgo en circunstancias diversas; porque en el caso morisco su “maldad” es ahistórica asume una configuración similar a pesar del tiempo que media entre ambas.
El fragmento se cierra con un enunciado atributivo: “son crueles enemigos del nombre cristiano”. La afirmación es resultado de la función ahormativa; constituye un rasgo de estilo; podría integrarse en un soneto de Quevedo o en un dístico de Lope; sin embargo la función de la metáfora no es estética sino ideológica: los moriscos no son simplemente enemigos del rey, de las instituciones del reino, o de los cristianos; se configuran como “enemigos del nombre cristiano” lo que en este contexto significa que su enemistad es paradigmática; hiperbólica; en términos de la tragedia griega en su glosa aristotélica establece una hybris, es decir, “desmesura” tal y como la efectúan Antígona o Edipo. Esta construcción metafísica del morisco es artificial aun cuando la ideología que imprime en la función ahormativa estos predicados no lo sea. Pero además, en la reiteración de este modo de representación de la otredad no es ya simplemente un otro antagonista sino un ser monstruoso desde la perspectiva del narrador que a fuerza de su reiteración en la temporalidad histórica que el texto despliega pierde su condición artificial y asume por el contrario, un aspecto verosímil porque la cognición del lector no descompone el texto en unidades mínimas de significación para su análisis sino que su interpretación atañe a la generalidad discursiva, esto es, a lo que se cuenta sistematizado en lo que se puede denominar “anécdota” no en los detalles constructivos que remiten a lugar de la enunciación que encuentra en el ahormante la operación de representar al morisco como entidad trans y subhumana. Sin embargo, para el narrador, el problema morisco no es solo religioso o político sino también lingüístico, dado que su alejamiento del estudio gramatical de su lengua torna confusas sus interpretaciones de los textos: “La lengua árabe es tan equívoca que, muchas veces una misma cosa, escrita con acento agudo o luengo, significa dos cosas contrarias; y lo mesmo hace estando escrita con un acento y con una ortografía en diversas oraciones; y no es de maravillar que los moriscos, que no usaban ya los estudios de la gramática árabe, sino era á escondidas, leyesen y entendiesen una cosa por otra.” (4, 2004: 63).
Desde Platón y Aristóteles, el lenguaje es considerado la consecuencia primaria de la racionalidad humana; para los anteriores, desde etnocentrismo lingüístico, el dominio del griego ático hablado y escrito discriminaba los civilizados de los bárbaros. La misma voz griega barbaroi aludía a la naturaleza cacofónica de los balbuceos de las leguas bárbaras frente a la precisión lingüística y la eufonía del griego clásico. El narrador en este fragmento retoma esa tradición en la que la alteridad se cimenta en un alterlinguismo entendido como sinónimo de estulticia e inhumanidad. De este modo, los moriscos son estultos no solo porque hablan otra lengua sino porque además malintepretan su lengua materna; reemplazando las reglas gramaticales y semánticas por una hermenéutica popular y por ende, errónea. Su pensamiento es equívoco, consecuencia de un malentendido semántico. Por tanto, una implicación del enunciado es que si piensan mal, necesariamente actuarán mal. Así la construcción del despropósito lingüístico de los moriscos se convierte en una propiedad más de la construcción artificial de un otro en el discurso que se integra en la tradición de denigración contra el colectivo cuyos ejemplos son profusos en textos de la literatura popular y culta del Siglo de Oro. Así la figura del morisco no solo es antagónica con el cristiano sino asimismo con los personajes idealizados del romanticismo de la novela morisca del renacimiento. Los moriscos de del Mármol Caravajal constituyen la antinomia perfecta y al constituir el contrapunto intertextual con estos personajes estereotipados pero de signo positivo da cuenta de la transformación operada en un imaginario que va desde la figura de un cortesano islámico nimbado con el poder seductor de su exotismo, caso de los Abencerrajes y concluye en los moriscos vengativos que construye el narrador de “Historia de la Rebelión y Castigo...”
Asimismo, el ahormante determina varios niveles semánticos en el empleo de la voz “moriscos”. El nivel que denominaremos 1 constituido por la misma introducción en el texto de la denominación “moriscos” que es un vocablo peyorativo que ya era común de acuerdo con la critica en la segunda década del siglo XVI para denominar a los musulmanes conversos de Granada. Su carácter converso esta recogido en el significado recogido por el Diccionario de Covarrubias: “Son los convertidos de moros a la Fe Católica, y si ellos son católicos, gran merced les ha hecho Dios y a nosotros también”. (Covarrubias, 2017: 765). Y continuación, el nivel 2, esto es, el empleo del vocablo en su contexto enunciativo.
Uno de los efectos del análisis del texto es la evidencia de que su autor concibe la narración de su historia desde una significación conceptual previa. La constatación de lo anterior es que en el plan narrativo, en primer lugar, el narrador relata la caída del reino de Granada en poder de los Reyes Católicos. ¿Por qué lo hace? El acontecimiento anterior supone un antecedente de la lucha morisca; pero no incide como causa eficiente en la Rebelión de las Alpujarras. El nexo entre ambos desde la organización narrativa es que ambos sucesos presentan para el narrador idéntica significación; en consecuencia; su vínculo es de naturaleza ideológica, no histórica: ambos enfrentamientos constituyen episodios parciales de un encono recíproco de significación religiosa. Porque el concepto de la historia que emplea del Mármol Caravajal es un concepto providencialista. En este sentido, Dios no solo interviene en la historia humana sino que constituye su hacedor primario: “En este tiempo pues que los moros tenían más necesidad de conformidad, permitió Dios que sus fuerzas se disminuyesen con división, para que los Católicos Reyes tuviesen más comodidad en hacerles guerra”. (5, 2004: 45).
Los moriscos no son en el texto gente confiable; nunca se han han convertido con sinceridad al cristianismo: su principal crimen para el narrador es “faltar a la fe” y cultivar una vida hipócrita ya que en la intimidad familiar prolongaban su culto religioso y en la publica simulaban aceptar los preceptos católicos. En tanto la monarquía española desde Carlos V a Felipe introducen una política de aculturación: “(…..) resolvieron en que pues, los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos, y lo habían de ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua y las costumbres de que usaban como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el emperador don Carlos había mandado hacer en el año 26”.(6, 2004: 67).
Por otra parte, el narrador construye la crueldad de los moriscos de dos modos. Dado que el texto no narra enfrentamientos bélicos, lo que si multiplica es la narración de actos de crueldad morisca contra gente indefensa por una parte, estas víctimas que se convierten en mártires del cristianismo ayudados por familiares que les infunden valor para aceptar morir por Cristo y por otra, la repetida narración del escarnio morisco sobre símbolos religiosos del cristianismo. De manera que los dos principios rectores de la construcción ficcional de los moriscos son la crueldad y la impiedad: dos facetas del encono al cristianismo. Además, su modo de configuración textual es melodramático; en este tipo de episodios son los únicos en los que el narrador introduce la palabra morisca para agregar a la violencia del episodio, la violencia de su discurso: “(…) el hereje traidor le hizo dar con una suela de una alpargata sucia en la boca y muchos palos y puñaladas en la corona, y escarneciéndo dél, decía: “Perro, di agora la misa; que lo mesmo hemos de hacer del Arzobispo y del Presidente, y hemos de llevar sus coronas a Berbería”. (7, 2004: 109).
5. Conclusiones
1. El ahormante de la colonialidad se establece como un procedimiento que parte del locus enunciativo de los diferentes subgéneros narrativos del siglo XVI que describen la alteridad; plasma en los textos los atributos de la ideología que los concibe como subalternos.
2. Los procedimientos de ahormación se plasman en el léxico, en el modo sintáctico-oracional y que focalizan la alteridad morisca y en la manera en que esta configuración textual se vincula en el texto mediante la relación parte-todo. La ideología a la que remiten se convierte en la perspectiva constructiva del narrador sobre los moriscos: los representa desde el integrismo católico español del siglo XVI. Esta ideología los concibe como enemigos de la fe, desleales con la monarquía, hipócritas, dada la falsía de su conversión al catolicismo, proclives a ejercer la violencia no solo contra los cristianos sino contra los símbolos del catolicismo. En consecuencia, dada su condición de inadaptados a la sociedad en la que viven deben ser erradicados. Al hacerlo, con el favor divino, la monarquía cumple su función de preservar un orden social que es trasunto de un orden divino, puesto que la historia es concebida desde una concepción providencialista.
3. El ahormante ha funcionado en el texto como un modus, es decir, un mecanismo de concepción y expresión de la ideología de la colonialidad plasmada en una determinada configuración lingüística, en sus dimensión discursivo-semántica, esto es, en la formulación del significado de la alteridad en los planos de significación y de designación.
3. Desde la perspectiva macrotextual, su acción se ha establecido en todos los planos del texto. Pero en particular ha operado en la selección de los contenidos de la diégesis, esto es, en el ordenamiento de la estructura externa e interna del relato, en la descripción de la naturaleza irredenta de los moriscos; desde este punto de vista, el primer plano discursivo focaliza la acción de los moriscos solo para justificar la punición católica.
4. Por lo anterior el ahormante opera como un nexo entre los tópicos ideológicos de su autor y la organización discursiva. Mientras que en el efecto de lectura funciona como un discurso legitimador de la colonialidad aplicada a los moriscos. La legitimación ha funcionado en diversos planos, en primer lugar el espiritual, en segundo el político-institucional y en tercer lugar en el legal. Lo anterior es el principio que guía la narrativa del autor, no importa tanto narrar de modo verosímil sino formular un relato que legitime el proceder de la monarquía con este colectivo: la razón histórica ocupa un segundo plano respecto de la razón ideológica.
5. La colonialidad ha supuesto en el texto la subalternización de los moriscos; es decir, su alteridad es configurada como una antinomia irreductible respecto de los cristianos.
6. El funcionamiento del ahormante en el caso de la narrativa de del Mármol Caravajal ha requerido una hermenéutica decolonial que en su práxis discursiva detecte los procedimientos textuales que caracterizan a la ideología subyacente que lo produjo.
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