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Opinión
Crítica impotente contra las políticas educativas
Toda sociedad debe transmitir a la siguiente generación el patrimonio de conocimientos acumulados, conceptos filosóficos y científicos, técnicas, prácticas y valores compartidos, incluidas las creencias religiosas y su crítica. Es lo que de forma amplia llamamos cultura. Pero las sociedades, sobre todo las modernas, no son homogéneas; en ellas se cruzan concepciones e intereses contrapuestos sobre qué es exactamente lo que hay que transmitir, cómo y quién debe hacerlo, dónde, etc. Por ello, las controversias en torno a la educación reglada son inevitables y permanentes. Es especialmente discutible y difícil de determinar hasta dónde debe llegar y dónde debe detenerse el espíritu crítico que se dice querer fomentar —según subrayan todos los preámbulos y exposiciones de motivos de las leyes educativas.
En otros lugares he defendido que el pensamiento crítico, como asignatura de la educación secundaria, sólo se pone en marcha cuando las condiciones materiales en que la educación tiene lugar hacen imposible nada que pueda llamarse pensamiento crítico. Tanto la última de ley española, la LOMLOE, como el proyecto de Ley de Educación del Gobierno Vasco, hacen un uso claramente retórico de las categorías ligadas al aspecto crítico del pensamiento. Ello es un indicador de que la capacidad crítica ha sido desactivada. Con la expresión “uso retórico” entiendo un uso fraudulento del lenguaje que difumina, relativiza o pervierte el significado de las palabras y que rompe su conexión con el mundo; un uso del lenguaje que, más que alumbrar o aclarar, oculta; que genera una palabrería cuya música resulta agradable al oído (a algunos oídos amaestrados) pero que simplemente obedece con docilidad a lo que dicta la moda.
No me refiero a una moda surgida espontáneamente, que hoy llega y mañana se va, aleatoriamente, sino al resultado de incesantes maniobras en la oscuridad perfectamente orquestadas. Se trata, en definitiva, de una forma de expresión vacía y mareante que nos considera imbéciles (y contribuye a convertirnos en tales), generando en quienes se han percatado del fraude un deseo insoportable de vomitar. Para quien pueda pensar que exagero, valga de muestra este párrafo de un reciente documento de trabajo:
“Una educación innovadora, flexible y capaz de responder a los nuevos retos, adaptada a las necesidades del momento y que dé resiliencia al sistema educativo, combinando adecuadamente las fortalezas del modelo actual —como patrimonio del conocimiento acumulado— con los cambios armónicos necesarios en la transformación metodológica y tecnológica para dar una respuesta adecuada a los nuevos paradigmas educativos en una sociedad interconectada basada en el conocimiento”.
¿Dan o no dan ganas de salir corriendo? Es solo una pequeña muestra. Hay miles de toneladas más en las programaciones, evaluaciones y demás burocratadas que jefazos y jefecillos nos obligan sádicamente a producir sin fin al profesorado raso. Hace falta mucho humo para juntar miles de toneladas, creedme. Cuando llegamos al final de la frase o párrafo, a pesar de tener una competencia lectora decente, ya nos hemos desentendido de la vaina. Yo diría que cuentan con ello. Porque, si nos tomamos la molestia de detenernos para ver qué demonios está diciendo quien quiera que haya escrito esta demencia, descubrimos —¡oh sorpresa!— que es un puro bucle, una pirueta en el vacío, con mucha espuma, sí, pero hueca. Porque, veamos, se trata de “poner en marcha una educación innovadora…” blablablá, y líneas abajo —¡tachán!— “para dar una respuesta adecuada a los nuevos paradigmas educativos”. ¿Pero sabe esta gente lo que está diciendo? Quieren una educación innovadora para dar respuesta a los nuevos paradigmas educativos. Ajá.
“No es posible poner en marcha en las aulas ningún pensamiento crítico porque hacerlo supondría la impugnación radical de todos y cada uno de los cimientos de la actual política educativa. Deberíamos dejar el aula y echarnos al monte”
No es posible poner en marcha en las aulas ningún pensamiento crítico (medianamente fundamentado, coherente, útil) porque hacerlo supondría la impugnación radical de todos y cada uno de los cimientos de la actual política educativa. Deberíamos dejar el aula y echarnos al monte. La digitalización acelerada y el desmesurado pantallismo que la acompaña; toda la fraseología recurrente con conceptos como “liderazgo pedagógico”; el giro emocional adoptado por defecto y sin reflexión... todo eso tendría que ir a la basura, no al contenedor de orgánico, ni al del papel, ni al de envases de plástico, ya que no hay nada que reciclar ahí.
Todo sector laboral (desde los vendedores de motos hasta los burócratas de la pedagogía innovadora, pasando por las profesoras de Química o los Consejeros de Educación) necesita un relato atractivo en el que sostener la relevancia de su trabajo. En algunos casos la legitimidad es autoevidente y no cabe cuestionarla, pensemos en las trabajadoras de las residencias de mayores, los panaderos, las agricultoras... Pero otros tienen que hacer un esfuerzo retórico ingente porque no está nada claro qué función cumplen en la sociedad o qué beneficio le aportan. Es el caso de los profesores de filosofía y también el de los burócratas de la renovación pedagógica.
En unas pocas décadas, la burocracia pedagógica ha montado una tupida red retórica mediante la cual pretende amparar discursivamente su quehacer diario. ”Liderazgo pedagógico“, ”pensamiento crítico“, ”bienestar emocional“, ”el alumno en el centro“ o ”aprender a aprender“ son algunos de los nudos de esta red. No vas a venir tú ahora, profesora de filosofía, a decir que una malla construida con esos mimbres se deshace entre los dedos con sólo tocarla. En primer lugar, ¿quién te crees que eres? Empieza por barrer tu casa y no señales la viga en el ojo ajeno. Sí, ya conocemos el cuento del rey desnudo, es muy viejo.
“La urdimbre de instituciones, organismos, gobiernos, medios de comunicación y agentes sociales que sustentan y alimentan las políticas educativas las convierte en una roca impenetrable”
La urdimbre de instituciones financieras, organismos internacionales, universidades, fundaciones, gobiernos, consultoras, centers, medios de comunicación, oenegés y ”agentes sociales" que sustentan y alimentan las políticas educativas las convierte en una roca impenetrable. Pero no todo es retórica. Estamos ante (o bajo) una enmarañada trama de intereses que han visto en la educación una oportunidad de negocio y que recuerda a la definición de mafia en la tercera de las acepciones que da la RAE, la de un grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos.
El delirio es de una magnitud extraordinaria; no hay más que teclear en un buscador de internet “innovación pedagógica” o “lo último en educación” para asomarse al abismo de metodologías, sistemas, técnicas, enfoques, herramientas, consejos expertos y una ristra literalmente sin fin de fórmulas mágicas y recetas innovadoras súper-vitaminadas. En el mejor de los casos, bajo el aura de lo novedoso y los colorines lo que se vende son cosas que venimos haciendo en el aula desde hace tiempo, pero con nombres molones en inglés: el papanatismo pedagógico no tiene límite ni sentido del ridículo; en el peor… a la vista están los resultados. Porque buena parte de todo ello está incorporado ya a la legislación vigente, con una aquiescencia de los agentes implicados (estudiantes, profesorado, administraciones, familias) que raya en omertá.
Ante semejante mole de cemento armado, la crítica más radical (y más exquisita con los datos), no es sino una brisa suave, impotente para poner el tinglado en entredicho: simplemente lo acaricia. Lejos de tener influencia alguna sobre el invento, lo que consigue, al contrario, es conglomerarlo aún más, por reacción. ¿Pero qué debate vamos a tener ahora sobre educación cuando los argumentos públicos han sido adulterados y avasallados por los intereses de esa maraña de entidades privadas?
Tribuna
Pacto educativo Una Ley de Educación para el pueblo sin el pueblo
Por si todo lo anterior fuera poco, tenemos a buena parte de la izquierda entretenida y feliz en la planta de saldos, comprando compulsivamente y a un precio rebajadísimo todo lo que la moda manda, (añadir aquí “al servicio de los organismos internacionales del gran capital” queda viejuno, me han dicho), posando y sacándose selfies con entusiasmo patético.
En conclusión: la denuncia que se pretende hacer en estas líneas está abocada irremediablemente al fracaso. Fracasemos, entonces, con dignidad. Un pequeño grupito desperdigado aguanta dando la última batalla. Pero no hay esperanza, sólo nos queda esperar sentadas a que las huestes del conde Bilgeitsratz vengan a arrestarnos. Entreguémonos sin dramatismos. ¿O nos echamos al monte? Mientras tanto, se han publicado los resultados de PISA y la izquierda hegemónica en Euskadi ha presentado su candidato a Lehendakari. Aunque no directamente, entre líneas me he referido a las dos cosas en el texto.