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Memoria histórica
El trabajo forzado de presos republicanos durante el franquismo llega a los tribunales
Txomin Uriarte fue uno de los cientos de presos republicanos que engrosaron los batallones disciplinarios de trabajadores durante la inmediata posguerra. Bajo el yugo franquista, terminó picando piedra en el Roncal, en Navarra, en unas condiciones pésimas. El régimen quería fortificarse por el temor a una posible invasión aliada, por lo que utilizó esta mano de obra esclava para levantar infraestructuras orientadas a la defensa del territorio. Eso es lo que sucedió en la carretera navarra Igal-Vidángoz-Roncal.
Ahora, doce familiares de aquellos prisioneros han interpuesto en Aoiz la primera querella criminal por trabajo esclavo durante el franquismo. Son pocas en comparación con los 2.300 prisioneros antifascistas, encuadrados en cuatro batallones de trabajo forzoso, que realizaron trabajos forzosos en la citada carretera, formando parte de los 15.000 que lo hicieron en distintas obras militares, como búnkeres y fortificaciones en Navarra. Son pocos, pero esto solo es el inicio.
“Él nunca guardó silencio, siempre nos estaba contando cosas de la guerra y de aquellos años”, recuerda Laura Uriarte a sus 74 años. Tras haber luchado en la contienda como gudari y defensor de la legislación republicana, Txomín terminó en Roncal. La represión nunca pudo con su voz: “Nos contaba lo que ocurría en esos barracones, que pasaban mucha hambre y lo poco que tenían y les llegaba desde fuera, se lo daban tarde para que estuviera en mal estado”.
“El frío era otro enemigo ahí dentro. Cuando estaban fuera, trabajando, él nos decía que vio morir a varios compañeros andaluces de frío”
Sus curtidas manos fueron tan solo un par de las tantas que levantaron esta carretera navarra. “El frío era otro enemigo ahí dentro. Cuando estaban fuera, trabajando, él nos decía que vio morir a varios compañeros andaluces de frío. Decía que morían con una sonrisa en la cara”, rememora Laura. Ella es la correa de transmisión de este incalculable testimonio plagado de sinsabores y pobreza: “En Navidad les dieron una onza de chocolate como extra. La comida era incomible y por las noches alguno de ellos se escapaba a las huertas de alrededor para coger unas patatas y comérselas crudas”.
Obligados a ir a misa, todo el tiempo debían estar arrodillados. “Y si les enviaba correspondencia su familia, los carceleros les decían que no llegaba nada, que ya se habían olvidado de ellos en sus casas. Fue un maltrato horroroso”, atestigua Laura. Txomín falleció en 2007 no sin antes haber traspasado su fuerza y arrojo a la descendencia. Ahora, su nombre busca justicia desde la tumba.
Frío por dentro y por fuera
Juan Manuel Esteban es otro de los prisioneros obligados a trabajar para el régimen franquista. Nacido en 1916, el joven era muy activo en Sestao. “Cuando dieron el golpe, él ya tenía 20 años. Ya había hecho tres cursos de la carrera de minas, algo que marcó su trayectoria durante la guerra y su posterior reclusión”, adelanta Valen Esteban a sus 70 años. Su hijo admite las ideas comunistas de Juan Manuel: “Era fan de Rosa Luxemburgo, incluso escribía artículos en periódicos de Bilbao”.
Todo aquello terminó después de haber luchado en varios frentes, como el de Burgos y Bizkaia primero, en el del Ebro después, una vez regresado a España desde el municipio francés San Juan de la Luz. “Le detuvieron cerca de Vic, volando un puente, el 2 de febrero de 1939”, comenta Valen, un estudioso de la vida de su progenitor. Cuando llegó julio de 1940, Juan Manuel dejó atrás el campo de concentración de Miranda de Ebro para subirse un tren cuyo destino desconocía. Finalmente, arribó en Vidángoz. “Gracias a su formación, le nombraron jefe de herramientas y obras, así que tuvo una posición más o menos privilegiada”, afirma su hijo.
No le falta razón. Juan Manuel pudo dormir en una cabañita algo apartada de los barracones reservados para los demás presos, y tampoco se vio en la obligación de fatigarse con el pico y la pala. “Llegó el invierno, y el frío, y todo se fue deteriorando. Pasaron mucha hambre y, aunque él estaba en mejor posición, sufrió un aislamiento psicológico acrecentado por su situación”, agrega Valen. Así se lo transmitió el propio preso republicano a su mujer: “Tenemos frío por dentro y por fuera”, le dijo en una misiva. En los barracones, las diferencias entre ellos por motivos ideológicos pasaron a un segundo plano. Según cuenta el mismo Valen, “la solidaridad imperaba ahí, incluso montaron coros y hacían colectas para dar dinero a las familias que peor lo estaban pasando”.
De hecho, Juan Manuel se la siguió jugando desde su puesto acomodado en el batallón de trabajadores. “Le daba clases de matemáticas a un capitán con el que trabó cierta relación y le robó los sellos de firma del capitán y el comandante”, recuerda el hijo. Así podían falsificar multitud de informes que mejoraran la opinión de aquellos que tenían informes más negativos. Y todavía se conservan. Juan Manuel, que murió en 1990, guardó toda su vida esas hojas en blanco únicamente decoradas con los sellos del capitán y comandante de la compañía.
Que la verdad se convierta en justicia
La asociación Memoriaren Bideak también se ha querellado junto a los doce familiares. Esta entidad lleva desde 2004 estudiando lo que sucedió en estos 17 kilómetros de carretera en los que llegó a ver muertes por el frío extremo, pero también asesinatos. “El régimen disciplinario tenía mano ancha para aplicar los castigos que consideraban. Desde agresiones físicas hasta ejecuciones inmediatas, pasando por palizas y trabajo adicional”, comenta Ana Barrena, portavoz del colectivo.
“Muchos de ellos no entendían tal castigo. Era un horror físico, pero también psíquico, y se autolesionaban pensando en el suicidio o forzando su internamiento en el hospital”
Desde Memoriaren Bideak tienen conocimiento del asesinato de tres prisioneros acusados de intento de fuga y la muerte de otros ocho presos republicanos en hospitales militares por diferentes enfermedades y accidentes. “Muchos de ellos no entendían tal castigo. Era un horror físico, pero también psíquico, y se autolesionaban pensando en el suicidio o forzando su internamiento en el hospital, de donde pensaban que podrían huir más fácilmente”, explica la activista por la memoria.
Esta primera querella interpuesta en el Estado español contra el trabajo esclavo practicado durante el franquismo tiene como objetivo reivindicar lo que ocurrió en esa carretera y poner el acento en la impunidad que se le ha dado a un delito de lesa humanidad, tal y como manifiesta Barrena. “Han pasado 80 años de aquello, pero siguen teniendo voz. Hemos convivido con ellos y hemos aprendido su verdad. Lo que tenemos que hacer es continuar para que esa verdad se convierta en justicia”, en sus propios términos.
Laura Uriarte, en cambio, tiene dudas sobre si admitirán a trámite la querella. “Igual tenemos suerte, aunque también la incluiremos en la querella ya abierta en argentina por los crímenes del franquismo”, aduce. Valen Esteban, por su parte, tampoco las tiene todas consigo: “No creo que consigamos mucho pero es necesario para establecer una verdad más allá de lo que impuso la transición, cuando estas personas se quedaron olvidadas al no reconocer realmente lo que supuso el golpe de Estado franquista y la dictadura”, se explaya.
“A pesar de que hubo unos 300.000 prisioneros de guerra condenados por el franquismo que trabajaron en estas condiciones esclavistas, todavía no se había movido nada a nivel judicial”
La responsabilidad del Estado
Sabino Cuadra es miembro de la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina (Ceaqua): “La querella es muy importante porque, a pesar de que hubo unos 300.000 prisioneros de guerra condenados por el franquismo que trabajaron en estas condiciones esclavistas, todavía no se había movido nada a nivel judicial”. Asimismo, desde la Coordinadora afirman que otros colectivos ya se están haciendo eco de la querella. “Esperamos que este primer paso sea la puerta de entrada a otras tantas denuncias para que termine este silencio impuesto sobre el trabajo forzado de los presos republicanos”, añade el integrante de la Coordinadora.
Preguntado por hacia quién se dirige la querella en concreto, Cuadra responde que las obras de la carretera fueron cosa del ejército. “Eso quiere decir que el empresario era el Estado. Al margen de las responsabilidades individuales que pudieran existir en aquellas personas que más cerca estuvieron de la represión y el trabajo esclavo, la responsabilidad general es del Estado, que fue responsable de todo aquello. Se habrán muerto los carceleros, pero no el Estado”, finaliza.
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