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Italia
¿Italia se ha vuelto fascista o berlusconiana?
“Moriremo tutti democristiani” fue una de las frases más icónicas de la Primera República italiana. La expresión hacía alusión a que en Italia parecía que, pasase lo que pasase, al final siempre acabaría ganando y gobernando la Democracia Cristiana (DC). Daba igual que hubiera crisis económica, que los democristianos se encontraran en horas bajas, o que su rival, el Partido Comunista Italiano (PCI), estuviera de dulce, la cosa siempre terminaba con un Ejecutivo de la DC.
Desde entonces, Italia ha cambiado mucho. Ya no hay Democracia Cristiana ni Partido Comunista, a la izquierda cuesta reconocerla, y los herederos de los neofascistas que rondaban el 5% de voto hoy son primera fuerza política. ¿Qué le ha pasado a la república antifascista?
Las causas que explican la contundente de la victoria de las derechas en Italia se deben buscar en muchos lados. El primer lugar son los años 90, cuando los dos grandes partidos que sostenían el sistema implosionan. La Democracia Cristiana por la corrupción, y el PCI por las decisiones de unos líderes que no supieron leer el momento político. Fueron años turbulentos, donde el sistema se derrumbaba a golpe de escándalo judicial, caía la Unión Soviética y la mafia hacía saltar por los aires a los jueces que les investigaban. Y en este terreno pantanoso, donde como decía Gramsci lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, apareció un fenómeno que cambiaría para siempre la política italiana: Silvio Berlusconi.
Berlusconi no solo introdujo un estilo y una nueva forma de hacer política, sino que abrió de par en par la puerta de las instituciones a la derecha radical
Berlusconi no solo introdujo un estilo y una nueva forma de hacer política, sino que abrió de par en par la puerta de las instituciones a la derecha radical. En el año 1994, la Lega de Umberto Bossi y el Movimento Sociale Italiano de Gianfranco Fini (en proceso de convertirse en Alleanza Nazionale) se sentaron en el primer Consejo de Ministros del magnate, que necesitaba de sus votos en el norte y en el sur del país. Aquí es donde se dio el primer paso para llegar a la actual situación, y es que cómo le van a asustar a la gente “los fascistas” si estos llevan tres décadas sentándose en las instituciones.
El segundo lugar donde se deben buscar las causas de la victoria de Giorgia Meloni es en la actual crisis de legitimidad que golpea al sistema político italiano. Seis leyes electorales en 30 años, casi quince años sin que un primer ministro salga directamente de las urnas, y dos décadas de populismo y antipolítica en sus distintas formas han terminado con una victoria de la ultraderecha. ¿Y cómo ha conseguido un partido ultraderechista capitalizar este descontento? A través de un discurso que, curiosamente, resalta la coherencia como una de sus principales virtudes.
Frente a los bandazos de Salvini y Berlusconi, que un día apoyan a Ucrania y otro a Putin, y un día defienden a Draghi para el siguiente criticarlo, Meloni se jacta de no tener que desdecirse nunca. Ellos nunca apoyaron a Draghi, ni gobernaron con Conte. Siempre recelaron de Rusia y de China
Giorgia Meloni lo ha repetido hasta la saciedad: Fratelli d’Italia es el único partido que no cambia de parecer, que es serio, coherente, y que no te va a engañar, va a hacer lo que te va a decir. Frente a los bandazos de Salvini y Berlusconi, que un día apoyan a Ucrania y otro a Putin, y un día defienden a Draghi para el siguiente criticarlo, Meloni se jacta de no tener que desdecirse nunca. Ellos nunca apoyaron a Draghi, ni gobernaron con Conte. Siempre recelaron de Rusia y de China. Y se mantuvieron serios y firmes. Hoy, después de años con una influencia política limitada, han conseguido convencer a un 26% de los italianos de que son la mejor opción para gobernar uno de los periodos más complicados de lo que llevamos de siglo.
Y el tercer lugar donde se pueden encontrar respuestas para esta situación es la crisis migratoria de 2015. Durante aquellos años, la llegada de inmigrantes a suelo italiano fruto de los distintos conflictos que asolaban Siria, Libia y otras partes del mundo, fue recibida con una campaña demagoga y criminalizadora por parte de numerosos medios de comunicación. Al calor de este rechazo al extranjero que fue germinando creció Matteo Salvini, que hizo de la inmigración su principal activo electoral. Estas campañas difamatorias terminaron calando en la población y, según mostraban las encuestas postelectorales de 2018, casi la mitad de los italianos consideraba que había demasiados inmigrantes. Habrá que ver en las de este año cómo ha evolucionado la percepción durante legislatura, pero los resultados electorales no auguran nada bueno.
Una ley electoral que dio la puntilla
Otro elemento sin el que es imposible entender la victoria de las derechas es la ley electoral italiana. El Rosatellum, que debe su nombre a su precursor, el ex diputado del PD Ettore Rosato, es una ley electoral absolutamente perversa, que reparte un 37% de los escaños en circunscripciones uninominales y que ha concedido a la derecha una mayoría mucho más amplia de la que tendría en un sistema proporcional. Este sesgo mayoritario, ideado para favorecer la gobernabilidad y la formación de mayorías, produce anomalías como que la Lega, con un 8,7% de votos, vaya a tener casi los mismos escaños que el PD con un 19%. ¿Por qué sucede esto? Porque en ese 37% de los escaños uninominales, la derecha, que compite en una única lista, se lleva 112 de 147.
Por poner un ejemplo ilustrativo. En la circunscripción calabresa de Corigliano-Rossano, el candidato del Movimento 5 Stelle obtuvo por sí solo un 35,25% de los sufragios, pero el escaño fue para la derecha, que obtuvo un 38%. Por sí sola ninguna de las candidaturas de la derecha hubiera obtenido esa cantidad de votos, ya que, de hecho, el Movimento 5 Stelle fue el partido más votado en toda Calabria con un 29%, por delante de Fratelli d’Italia (19%), Forza Italia (15,6%) y el PD (14,4%), y a una distancia sideral de la Lega de Salvini (5,8%).
Italia
Elecciones generales Los herederos del fascismo obtienen el 26,2% del voto y podrán gobernar en Italia
La división ha sido lo que ha terminado de apuntalar a un centroizquierda que se presentó en tres listas distintas. Este hecho debería incitar a la reflexión a las distintas fuerzas del centroizquierda, particularmente al Movimento 5 Stelle y al Partito Democratico. Si no consiguen armar una coalición para la próxima legislatura, le volverán a poner en bandeja la victoria a la derecha, que a pesar de sus diferencias no tiene ningún problema en compartir listas y hacer un programa común si la situación lo requiere.
¿Qué le espera a Italia?
Una vez concluida la elección, la pregunta que ronda la cabeza de todos es qué pasará con Italia ahora que será gobernada por la ultraderecha. En Europa preocupa la relación con Rusia y con las instituciones europeas, y estas semanas numerosos titulares se preocupaban por las posibles repercusiones que un gobierno de Meloni tendría en el seno de la Unión.
Las preocupaciones son más que comprensibles, pero lo cierto es que Meloni seguramente sea en las grandes cuestiones mucho más continuista de lo que muchos creen. La líder de FdI se ha declarado en más de una ocasión firmemente atlantista, y aunque sus aliados Salvini y Berlusconi sean mucho más ambiguos en su relación con Rusia, lo cierto es que probablemente el próximo gobierno de Meloni no cambie la postura de Italia respecto a la guerra ruso-ucraniana. Tampoco se saldrá de la Unión Europea, y aunque cambiarán las alianzas exteriores de Italia, el país se mantendrá dentro de las instituciones comunitarias.
Opinión
Los huevos de la serpiente
Lo que sí debe preocupar son los asuntos sociales, que van a ser uno de los principales objetivos del gobierno de Meloni. Seguramente se reformarán leyes de seguridad ciudadana en clave punitivista, miembros del gobierno volverán a poner a los inmigrantes en el centro de la diana política como hacía Salvini, y se buscará restringir derechos como el aborto. Sin embargo, más que transformaciones grandes y repentinas se llevará a cabo una lenta erosión de derechos y libertades. En vez de derogar la ley del aborto se buscará poner las máximas trabas posibles a las mujeres que quieren abortar, y en vez de salir de la Unión Europea se intentará que el nuevo eje Visegrado-Roma tenga cada vez más fuerza. Más que una marcha sobre Roma, es como decía Steven Forti en un magnífico artículo para CTXT, una polonización de Italia.
El verdadero peligro para Europa es que hay un modelo que va creciendo dentro de sus instituciones y que cada vez se está replicando en más países. El que culpa de los males de la sociedad a las élites, los inmigrantes y los lobbies LGTBI, pero que luego propone las mismas recetas económicas que esas élites que tanto critican
El verdadero peligro para Europa es que hay un modelo que va creciendo dentro de sus instituciones y que cada vez se está replicando en más países. El que culpa de los males de la sociedad a las élites, los inmigrantes y los lobbies LGTBI, pero que luego propone las mismas recetas económicas que esas élites que tanto critican. El modelo de Meloni y su Dios Patria y Familia, o el de Morawiecki y las “zonas libres de LGTBI” de Polonia. Un modelo que en Italia empezó cuando Berlusconi abrió la caja de los truenos, legitimó a la ultraderecha y contribuyó a fomentar un profundo sentimiento antipolítico que llega hasta nuestros días. El berlusconismo ha contagiado desde entonces a todas las fuerzas políticas en Italia, incluida a la propia Meloni, que a pesar de su autoproclamada seriedad y rectitud terminó cerrando la campaña con un vídeo con dos melones que bien podría haberlo firmado Berlusconi en sus días más gloriosos. Parece que en Italia, en vez de morir todos democristianos, ahora moriremo tutti berlusconiani.
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