Groenlandia
Trump ya no niega el cambio climático: Groenlandia y los negocios bajo el hielo ártico

Las potencias no anhelan territorios por placer, sino por los beneficios que pueden extraer de ellos. En este caso, la isla hoy bajo soberanía danesa no es un simple cacho de tierra helada.
Nuup Kangerlua Groenlandia
Fiordo de Nuup Kangerlua, en la costa oeste de Groenlandia, cercano a la ciudad de Nuuk. Foto: Sentinel Hub

Responsable de Comunicación de Fundación Renovables.

22 ene 2025 06:00

Donald Trump no cree en el cambio climático. Lo primero que hizo al llegar a la Casa Blanca, en su primer mandato, fue desligar a EE UU del Acuerdo de París y abandonar las negociaciones climáticas de la ONU. Nadie duda de que su vuelta al poder estará marcada por el negacionismo ultra republicano. Aunque el rechazo a la ciencia —que también afloró durante la pandemia de la covid-19— pueda dominar parte de su discurso y su carácter irreverente, al mandatario norteamericano se le hacen chiribitas los ojos cuando oye hablar de deshielo.

La matraca imperialista con la que ha decidido emprender sus primeros días al frente de los EE UU, y su interés en dominar Groenlandia, tiene mucho que ver con el cambio climático. Es, quizá, un capítulo más del llamado capitalismo del desastre. Un paso que va más allá de sacar tajada de la reconstrucción de una ciudad arrasada por un huracán o devastada por de un incendio. Trump sabe —como también lo saben las potencias con territorio en el Ártico— que bajo el permafrost que se derrite lentamente hay numerosos recursos fósiles por explotar.

Según el Artic Institute, los yacimientos de hidrocarburos que hay bajo la tierra y el mar helados representan el 22% de los recursos de petróleo y gas sin descubrir en todo el planeta

Las potencias no anhelan territorios por placer, sino por los beneficios que pueden extraer de ellos. En este caso, Groenlandia no es un cacho de tierra helada, sino un manto de hielo que cubre minerales esenciales, posibles yacimientos de petróleo y gas, así como una criosfera menguante que, cuando desaparezca, permitirá abrir nuevas y más cortas rutas comerciales para los buques. Da igual que el mundo sea para entonces un lugar inhóspito y que haya poblaciones enteras afectadas por la subida del nivel del mar o por la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos, muchos de ellos concentrados en la costa este del país. Lo que importa es que las grandes empresas norteamericanas podrán extraer importantes beneficios de un terreno virgen y que, además, EE UU no perderá posición de dominio frente a Rusia, que opera en el polo norte con las mismas ambiciones.

La querencia de EE UU por ensanchar su presencia en el Ártico haciéndose con Groenlandia no es nueva, a pesar del revuelo mediático de las últimas semanas. En 2019, Mike Pompeo, secretario de Estado del primer mandato Trump, alabó la compra de Alaska por parte de William Seward en 1857 por los recursos fósiles que hay bajo el hielo y avanzó que el país norteamericano debe aspirar a “actuar como nación ártica”. El político fue aún más claro: “Las reducciones constantes del hielo marino están abriendo nuevos pasajes y nuevas oportunidades para el comercio (…). Porque lejos de la árida zona rural que muchos creen que es, el Ártico encabeza la oportunidad y la abundancia”.

Pero, ¿hasta qué punto merece la pena pugnar por la riqueza que se irá descubriendo con el deshielo? ¿Qué cantidad de recursos esconde esta región? Aunque los datos pueden variar dependiendo de la fuente, según el Artic Institute, los yacimientos de hidrocarburos que hay bajo la tierra y el mar helados representan el 22% de los recursos de petróleo y gas sin descubrir en todo el planeta. A ello se suma la presencia de recursos mineros muy variados y cruciales para el desarrollo de nuevas tecnologías, los llamados minerales críticos, como zinc, tierras raras, diamantes, hierro o, incluso, uranio.

Hasta Emiratos Árabes Unidos ha emprendido acciones diplomáticas para sacar alguna tajada comercial de esta región

Sin duda, un lugar interesante desde el punto de vista comercial que llama la atención a todos los actores geopolíticos. Hasta Emiratos Árabes Unidos ha emprendido acciones diplomáticas para sacar alguna tajada comercial de esta región. El pasado octubre de 2024, el príncipe heredero de Abu Dabi visitó Noruega para alcanzar acuerdos financieros destinados a la investigación y exploración del territorio ártico.

Estados Unidos teme quedarse rezagado y quiere aumentar su presencia en un entorno dominado por una calma tensa propia del clima de guerra fría. Desde hace años, las potencias que dominan este territorio —además de EE UU, Rusia, Dinamarca (Groenlandia), Islandia, Noruega y Suecia— despliegan tropas y realizan maniobras en el territorio en una calma tensa que podría desembocar en un conflicto interno en el seno de la OTAN. De hecho, las ansias imperialistas de Trump sobre Groenlandia apuntan a esa dirección, ya que Dinamarca es un país miembro de la Alianza Atlántica. Hasta la fecha, las tensiones se han ido limando en el llamado Consejo Ártico. Veremos hasta qué punto EE UU quiere —y puede— tensar la cuerda.

El cambio climático existe sólo cuándo hay billetes de por medio

Resulta curioso que el cambio climático, el drama de nuestro siglo, sea para quienes abanderan el negacionismo y el retardismo una oportunidad de negocio y expansión. Trump ha apoyado su discurso, incluso su imagen política, en negar evidencias científicas que a, su vez, sustentan su relato imperialista en Groenlandia (y el Canal de Panamá). El cambio climático existe sólo cuando hay billetes de por medio.

La región ártica puede ocupar un papel clave en la política internacional de los próximos años. Es algo que no se le escapa a nadie y que la nueva Casa Blanca simplemente ha evidenciado. De hecho, el Ministerio de Defensa de Reino Unido ha pronosticado en un reciente informe sobre seguridad mundial que “el derretimiento del hielo marino y una escalada en la competencia de poder significan que la importancia del Ártico crecerá” en los próximos años.

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Con todo ello sobre la mesa, es importante recordar que la protección de esta región, al margen de cualquier conflicto geopolítico, ya resulta un fracaso. A pesar de los esfuerzos de cooperación y los numerosos tratados internacionales, entre 1979 y 2021 se perdieron 2,14 millones de kilómetros cuadrados de capa de hielo marino, una superficie seis veces mayor a la que ocupa Alemania, según los datos del Servicio Copérnicus. La tendencia no sólo no parece revertirse, sino que la tensión sembrada por Trump en las últimas semanas revela que, para algunos países, es crucial que el deshielo siga su curso. El drama mundial se ha convertido en otro nicho de negocio más.

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