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En Ecuador manda el pueblo

Con el levantamiento de octubre contra el decreto 883, el movimiento indígena ecuatoriano retoma un lugar central en la política ecuatoriana que había perdido.

Protestas en Ecuador
Más de 10.000 personas se autoconvocaron para las manifestaciones, entre ellos grupos sociales, estudiantes, trabajadores y comunidades indígenas. Fluxus Foto

Ocho muertes, 1.340 personas heridas, 1.192 detenidas y el decreto 883, derogado. Este es el balance en cifras de los once días de movilizaciones que sacudieron Ecuador. “Zánganos”, llamó el presidente Lenín Moreno a los manifestantes que tomaron Quito y se defendían de las bombas de gas lacrimógeno con escudos de cartón y de madera. La declaración del Estado de excepción y el toque de queda no hicieron más que alimentar la revuelta contra la batería de medidas que eliminaban los subsidios a la gasolina para cumplir con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las imágenes de militares enfrentándose a la policía o marchando junto a los manifestantes inquietaron al Gobierno de Moreno. Pero fue la participación masiva del movimiento indígena la que decidió la partida. No era la primera vez. La historia reciente de Ecuador revela que, cuando los indígenas se levantan, el país tiembla.

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Un manifestante sostiene una pancarta. Fluxus Foto
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La policía dispersa a manifestantes en el parque Ejido. Fluxus Foto

El 6 de junio de 1990, miles, cientos de miles de indígenas tomaban las ciudades de la sierra ecuatoriana, bloqueaban las carreteras y colapsaban Quito. Multitudes vestidas de poncho, anaco y sombrero sorprendían a las clases medias y altas del país, convencida de que la derrota de los pueblos indígenas de Ecuador había sido completa, una estampa folclórica que pertenecía definitivamente al pasado. Sabían por las imágenes tomadas por las compañías petroleras en los años 60 y 70 que había tribus aisladas en la Amazonía. Pero vivían de espaldas a los millones de indígenas que habitan en las comunidades, en los pueblos de la sierra o a unos metros de distancia, en los barrios más pobres de las grandes ciudades.

La llamada revuelta del Inti Raymi no solo sorprendió a los pelucones de la capital, también a los analistas y politólogos que habían comprado el “fin de la historia” de Francis Fukuyama y el “no hay alternativa” de Margaret Thatcher. Y también a buena parte de la izquierda, que todavía miraba hacia la extinguida llama de la Unión Soviética. Faltaban cuatro años para el alzamiento zapatista y nueve para el punto álgido del movimiento antiglobalización en Seattle.

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La Brigada de médicos de la Universidad Central de Ecuador. Fluxus Foto
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Un manifestante devuelve una bomba lacrimógenadurante los enfrentamientos por el decreto 883 en Quito, Ecuador. Fluxus Foto

En las siguientes dos décadas, el movimiento indígena ecuatoriano no dejó de crecer, siempre en el centro de amplias coaliciones con sectores campesinos, urbanos, estudiantiles o sindicales. La toma de las ciudades de la sierra, el cierre de las comunicaciones del país y la ‘conquista’ de la capital fueron para la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) efectivas herramientas para ejercer un contrapoder real. Y “no solo para los indios”, como sus dirigentes repiten una y otra vez.

En 1992, mientras en España se celebraba el Quinto Aniversario del ‘descubrimiento’, consiguieron 1,2 millones de hectáreas para los pueblos amazónicos. En 1993, frenaron la privatización del Seguro Social Campesino. En 1994 tumbaron 44 artículos de una ley agraria que pretendía privatizar las tierras comunales. Y en 1995 evitaban una vez más la privatización de la Seguridad Social y la limitación del derecho a la huelga, entre una larga lista de medidas neoliberales, después de derrotar al Gobierno en una consulta popular. En 1997 y en 2000, las movilizaciones indígenas y populares fueron tan masivas que lograron tumbar a dos presidentes neoliberales, Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad.

Sin embargo, el apoyo al presidente Lucio Gutiérrez —un exmilitar que llegó al poder en 2003 y que apenas tardó una semana en dejar atrás todo su discurso antineoliberal para firmar un acuerdo con el FMI— devastó al movimiento indígena. Cuando los ‘forajidos’ retomaron en 2005 el grito de la revuelta argentina “que se vayan todos” y expulsaron del poder a Lucio Gutiérrez, las bases de la Conaie apenas participaron.

Ecuador Paquetazo
En las protestas contra Lenin Moreno coincidieron sectores urbanos, campesinos e indígenas. Fluxus Foto
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Varias personas en una calle incendiada durante los paros. Fluxus Foto

Dividido y desacreditado, el movimiento indígena vivió uno de sus peores momentos. “Las indígenas somos como la paja del páramo, que se la arranca y vuelve a crecer”, decía Dolores Cacuango, una de las madres del movimiento indígena en Ecuador. Como la paja del páramo, el movimiento indígena no tardó mucho en recuperarse y en 2006 fue clave en la movilización que impidió la firma del tratado de libre comercio con EE UU y la instalación de una base militar estadounidense en Manta.

Pero una vez más, su apoyo inicial al Gobierno “plurinacional” y ecologista de Rafael Correa —la Constitución de 2008 fue la primera en el mundo en reconocer los derechos de la naturaleza— le costó caro cuando quedó claro que la visión de desarrollo del Gobierno de Alianza País —basada en la explotación petrolera y minera— chocaba directamente con los intereses de los pueblos indígenas. Las divisiones internas del movimiento impidieron que la Conaie adoptara durante el correísmo el protagonismo que había gozado en décadas anteriores.

Ecuador
Tres claves para entender qué está pasando en Ecuador

Las particularidades de las fuerzas armadas ecuatorianas, las confrontaciones internas entre regiones o las pulsiones enfrentadas entre el correísmo y los potentes movimientos sociales del país ayudan a entender qué ha pasado en estas dos semanas de revuelta y qué puede ocurrir a continuación.

Ahora, con el levantamiento de octubre contra el decreto 883, el movimiento indígena ecuatoriano retoma un lugar central en la política ecuatoriana que había perdido. Los paros y enfrentamientos liderados por sectores urbanos y afines al correísmo tomaron otra dimensión cuando las multitudinarias columnas de indígenas enfilaron hacia Quito. Antes de que llegaran, el presidente ya había abandonado la capital y repetía una y otra vez su voluntad de negociar. Sabía de sobra qué pasa cuando los indígenas se levantan. Fueron necesarios ocho muertos para que Lenín Moreno aceptara retirar el decreto que había incendiado Ecuador. El movimiento indígena, como la “paja del páramo” de mamá Dolores, había renacido.

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