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Ecologismo
Siempre fuimos luciérnagas. A Bruno Latour, ‘in memoriam’
Bruno Latour nació en París en 1947, justo al comienzo de la época que hoy llamamos el Antropoceno. Su fallecimiento, el pasado 9 octubre de 2022, deja constancia de una vida dedicada a trasformar los cambios del planeta Tierra en palabra, teoría y concepto. Conforme a su propia concepción de la Tierra, podría incluso decirse que Bruno Latour fue uno de los organismos a través de los cuales Gaia ha tratado de hacerse inteligible. Si se acepta el axioma de que el planeta Tierra habla con la voz de sus criaturas, el reguero textual que deja tras su muerte puede resumirse en una advertencia: “Atención: tierra peligrosa”.
Sociólogo y antropólogo de formación, fue mundialmente conocido por la teoría del Actor-Red, que elaboró en la década de 1980 junto a Michel Callon. El motivo principal de esta nueva teoría fue pensar más allá de la dicotomía sociedad-naturaleza, más allá de la dicotomía humano-no humano.
Dice mucho de su pensamiento que, del nombre Actor-Red, lo más importante es el guion: no hay actores, por un lado, y redes, por otro, sino redes actantes en las que la acción de cada uno de los elementos es resignificada por su actuar en red con los demás. Para Latour lo importante no eran los elementos, sino los efectos derivados de sus ensamblajes.
La 'ecología política' era para Latour el resultado de un cambio de enfoque: la reubicación de los elementos naturales y políticos en una misma arena. Las redes en las que dichos elementos coactúan, coexisten, y coevolucionan
El error, diría Latour, ha consistido en pensar los elementos “actantes” dividiéndolos en dos grandes conjuntos: los naturales, por un lado, y los políticos, por otro, como si de hecho estos hubiesen actuado en algún momento de manera separada. Por ello, la ecología política no era para él sino el resultado de un cambio de enfoque: la reubicación de los elementos naturales y políticos en una misma arena. Las redes en las que dichos elementos coactúan, coexisten, y coevolucionan.
Su obra más leída y discutida, Nunca fuimos modernos (1991) aplicó este mismo principio al análisis de la modernidad: el gobierno diferenciado del mundo social por el poder político y del mundo natural por el poder científico nunca pudo ser realizado. Lo político nunca dejó de producir nuevas formas de hibridación simbólica y tecnocientífica con el medioambiente. O, si se prefiere, donde los ilustrados creyeron ver las luces de la humanidad escapando de una naturaleza ignorante, Latour siempre vio luciérnagas.
Nunca fuimos modernos significa que el sistema de representación antropocéntrica que situó el proceso cultural, social y económico en las afueras de la naturaleza solo se logró mediante la creación cultural de una naturaleza cultural, social y económicamente definida como externalidad. Y allí donde la animalidad se internaba con especial fuerza en lo humano ―la mujer y el salvaje― se legitimaban y fundaban nuevas relaciones de poder y sumisión.
Otra obra más reciente, Face à Gaïa, traducida al inglés como Facing Gaia y al español como Cara a cara con el planeta, contiene ocho conferencias impartidas en el año 2013 en la Universidad de Edimburgo. En ellas, Latour defendió la que, a mi juicio, es una de sus posturas más valientes: la tesis de que el Antropoceno no es la época en que la Tierra es transformada por la irrupción abrupta de la humanidad, sino, al revés, la época en que la humanidad es transformado por la irrupción de la Tierra. La entrada de Gaia en la red de signos y significados que entretejen la interacción humana y que, hasta entonces había obviado su vitalidad.
La elección de Gaia (nombre griego de la diosa Tierra utilizado por James Lovelock para dar nombre a su célebre hipótesis) no fue casual. Para Latour, la época que estamos viviendo ―la época posterior a la Gran Aceleración de la segunda mitad del siglo XX― no implica la simple entrada en escena de lo que antes estaba ausente, sino el tránsito de lo inanimado a lo animado. Como el piojo que come del lomo de un tigre cuando este comienza a notar su picadura, la humanidad siente los movimientos de Gaia, siente su reactividad a sus acciones, y de pronto se siente minúscula, y se estremece.
Filosofía
Covid-19, Antropoceno y retorno de la naturaleza
Pensador del Antropoceno, sí, pero no de sus deslices semánticos. No debemos confundir a Latour con la tendencia a atribuir a la humanidad en su conjunto la culpa de la encrucijada en la que hoy nos encontramos. En otra conferencia, titulada “La antropología en el Antropoceno”, de 2014, escribió: “El ‘anthropos’ del Antropoceno no es nadie en concreto, está formado por redes muy localizadas de algunos cuerpos individuales cuya responsabilidad es asombrosa. Como escriben Viveiros de Castro y Deborah Danowski: ‘Tenemos sus nombres y su número de teléfono’”.
Hablamos de un pensador que nunca dejó de aprender y, por su forma de aprender, nunca dejó de enseñarnos. Su capacidad de poner el énfasis en lo importante brilló con especial fuerza tras la pasada pandemia. En un texto enviado al periódico cultural AOC decía: “La primera lección que el coronavirus nos ha enseñado es también la más asombrosa: hemos demostrado que es posible, en pocas semanas, parar un sistema económico en todo el mundo”.
Pero saber que se puede parar un sistema económico en pocas semanas dice mucho acerca de su prolongada e ininterrumpida marcha fúnebre. Y dice más todavía acerca del tipo de indiferencia necrótica que hemos cultivado en nuestras sociedades de mercado y consumo: “Reaccionamos en bloque al menor ataque terrorista ―escribió en Facing Gaia―, pero que seamos el agente de la sexta extinción de las especies de la Tierra sólo evoca un bostezo desilusionado”.
Esta insensibilidad es, quizás, el espectáculo que su pensamiento contempló con mayor tristeza. La herencia maldita que los actantes recién nacidos heredarán de las fortunas de hoy se esconden y acumulan en tumores financieros; esos depósitos insaciables a los que hemos dado el cariñoso nombre de “paraísos fiscales”. Durante las últimas décadas que le concedió Gaia, nunca dejó de expresar una tristeza dura y profunda por no haber visto la movilización masiva de las sociedades contra la degradación de la Tierra. Vean, si desean saber quién fue este pensador, los cinco minutos de su “Carta a su nieto Lilo”. En esa tristeza inteligente y sin odio encontraréis el legado de Bruno Latour. Todo lo demás ―los libros, entrevistas e ideas que no he mencionado― permanecerá con nosotras a la espera de que nuevas redes hagan justicia a sus palabras.