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Filosofía
La Idea de belleza o la belleza de una idea
Para Platón la Idea de las ideas es “el bien”, que identifica con la verdad y la belleza. Esta idea es “la Idea” y da luz al resto y a las sombras del mundo de los sentidos. Si hay algo a lo que el correlato sombrío de la Idea, aquella sombra que se arrastra esperando su destino en cavidades oscuras, no puede resistirse, es al paso del tiempo. El tiempo, como se dice, es juez, juez que desentraña el sentido ontológico de lo que antes era idealidad.
No obstante, el embrujo de la Idea, su encanto y hechizo estriba en que su idealidad, lo que vendría a ser la “razón de ser” de un objeto o acontecimiento, nunca se agota, aunque Cronos haya dictado sentencia revelando su correlato inherente de realidad.
Bien sea la evocación de un tiempo pasado, vivido, experimentado o no, pues la evocación puede ser cultural, estética o mera ensoñación y ni siquiera tener un soporte vivencial previo; un amor de juventud, correspondido o no, pues el propio eros se convierte aquí en etéreo anhelo que se siente cómodo sin una encarnación concreta y quizás frustrante a la propia idealidad; el recuerdo de una canción, de una situación, de un aroma, de un sabor… todo lo evocado, lo ideado, lo rememorado que pasa por el filtro de lo bello con provecho, se nutre de fantasmas.
Es por ello, que ni siquiera la constatación de lo fallido o lo no correspondido puede anular el embrujo de la Idea. Quizás sea porque nos constituimos de sueños, de proyectos sin suelo que tienen su “locus” en las nubes del mordaz Aristófanes.
De esa necesidad del “humano, demasiado humano”, se desprende la Idea de belleza que en nuestro anhelo de ensoñación dotamos de mecanismos cognitivos en busca de una realidad que nunca pasará de sombra, incluso cuando comprobamos con el discurrir de los años que aquello que nos alumbraba, no era el Sol de las ideas, sino la bombilla de una linterna que de tanto uso se quedó sin pilas.
Comprender la pervivencia de la Idea es tan importante como discernir su estatuto de simulacro, solo así nos dará por provechoso el seguir soñando, sueños que pueden y deben seguir teniendo cabida en un libro, una pintura o una canción.
Pero también hay ideas potencialmente dadas a desplegar su idealidad y aterrizar en proyecto, emancipación y lucha, conquista social o lo que es lo mismo terminar por aniquilar esa idealidad para abrirse al mundo de la vida y ser acogida por la comunidad, por el ser-con, el cual debe encargarse de darles un cuerpo político que las haga social y culturalmente asimilables. Esas ideas no requieren ineludiblemente de una ensoñación previa, al menos no en la medida que sí anticipan una acción, un ponerse a ello.
El “locus” de esta idea nunca despegó, se gestó entre desgracia y muerte, tuvo un coste muy elevado y alcanzó su plenitud y cénit al perder esa idealidad y hacerse nomos. Su estatuto es distributivo, se inserta en las condiciones vitales que dignifican una vida y solo en un a posteriori, tras una reflexión, se puede dignificar como bella por su cometido.
Si la Idea nos descubre como humanos y se despliega en las artes y en universo estético encontrando su sentido en un amor “divino” y a la vez en un dios terrenal que aspirará siempre a alzar vuelo, el segundo tipo de idea lo hace como ciudadano de la polis, como persona en lo jurídico, como sujeto político que dignifica su existencia creando comunidad y refugiándose en ella. Desde la Ilustración estas ideas se implementaron y tomaron cuerpo político superando el linaje y se agenciaron de un sentido ontológico tras la conquista política. Dignifiquemos los sueños, pero sin olvidar el barro de la existencia, reclamemos lo bello, exijamos lo digno.