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Podcast | Disputar la nostalgia
Resulta que algo tan viejo como echar de menos lo que no volverá se inventó un día. Un aspirante a médico suizo la encapsuló, en 1688, en el campo de las enfermedades atribuidas a los soldados que habían sido arrancados de sus casas para pelear las guerras de otros. Desde ahí, cuenta Grafton Tanner en Las horas han perdido su reloj (Alpha Decay, 2022), ese bonito neologismo que es nostalgia ha seguido dos caminos hasta llegar a lo que nos parece obvio hoy.
De una parte, su objeto de añoranza ha pasado de ser un lugar a un objeto poliédrico. Del eje espacial, podríamos decir, saltó al temporal. Sobre todo, se ha convertido en un asunto del pasado que no se puede recuperar, no solo relativo a un momento o a una ubicación, sino a una identidad y a una forma de estar en el mundo. Un lugar, sí, pero que pertenece a la memoria o más propiamente a la imaginación. De otra parte, el problema de la nostalgia ha ido pasando del registro médico, donde se le intento sin éxito encontrar una respuesta fisiológica, a la sociología de las emociones, con paradas en todas las ciencias de la conducta positivistas que han buscado que una cantidad creciente de personas entregaran sus cuerpos y sus almas a los intereses de otros pocos con las menores fricciones posibles. De este petit tour conserva todavía rasgos con los que nos manejamos hoy: que la nostalgia es algo problemático, una pulsión del alma que exige remedio, cura, cancelación o al menos consuelo. A darle vueltas la nostalgia de la mano de Graftton Tanner, podrán adivinar, hemos dedicado el programa el hoy (que podéis escuchar pinchando en la cajita de arriba).
Monetizada por el marketing y las industrias culturales y politizada por el fascismo, es razonable que la nostalgia no cuente hoy con la mejor prensa entre la izquierda. Sobre las implicaciones reaccionarias de la nostalgia hemos dado recurrente matraca aquí, pero este sentimiento de desacople con la espacialidad y la temporalidad civilizadas, industriales y, en definitiva, capitalistas ha sido también un problema para los agentes de la modernidad desde su invención. El nostálgico, no sólo el soldado conscripto sino también paradigmáticamente el nuevo obrero desarraigado del campo a la ciudad, resultaba un lastre para el desarrollo de la productividad antes del descubrimiento de lo productivo que resulta reempaquetarle el objeto de su añoranza y vendérselo con palomitas.
Esto ha sido el gran cambio contemporáneo, como destaca Tanner en el ensayo que da continuidad a Las horas han perdido su reloj, Porsiemprismo (Caja Negra, 2024): “¿Qué ocurrió con la nostalgia? ¿Cómo pasó de ser una condición de anormalidad, incluso de criminalidad, a comienzos del siglo XX, a constituir una táctica de marketing en la actualidad?”.
Cualquiera percibe hoy la ubicuidad de las industrias de la nostalgia, sobre todo en los medios culturales. El título del libro, ese porsiemprismo, habla de la estrategia de mantener siempre vivos, abiertos, en beta, en un chorreo de reboots, remakes, secuelas, precuelas, spin-offs y sagas inspiradas en los productos reconocidos del pasado. Algo que tiene poco que ver con la recuperación o conservación de una cosa de otro tiempo y más con saturar el presente y obturar otros futuros posibles con ejercicios de congelación y deshielo de los momentos de nuestro pasado.
Tanto en la cultura como, añadimos, en la política, esto ocurre, nichos comerciales aparte, por la cancelación de cualquier línea de progreso, la intuición de que la siguiente tirada de dados será peor y otras formas de conservadurismo-virgencita-virgencita más o menos realistas o inducidas. Ahora bien ¿todo anhelo de emancipación y transformación debe ser antinostálgico o hay una historia distinta posible de la modernidad y del progresismo? Una mirada más larga a la historia común del despojo muestra cómo, en la nostalgia, también laten reivindicaciones de lo que se fue y memoria de los mundos en los que podríamos vivir que alimentan movimientos por un lo que se será distinto, capaces de interrumpir el presente continuo del marketing. Por supuesto y aunque tendamos a comprar una idea de nostalgia abstracta y desclasada, cada grupo tiene sus nostalgias. Conviene distinguir esas pulsiones y sus proyectos para señalar bien aquellos que alimentan la reacción y no regalar, en cambio, el conjunto de un campo tan importante como el pasado. Feliz primer programa del año.